Capítulo 75
Mientras mis brazos rodeaban su cintura y mi cabeza se apoyaba contra su pecho, escuchando el latido regular de su corazón, decidí la pregunta que le haría esa misma noche. Había descubierto que parte de mis recuerdos hasta ese entonces eran una mentira, ¿no estaba siendo hora de descubrir quién se encontraba detrás de todo?
—¿Te sientes mejor?
Su mano se deslizó por mi espalda y no puede evitar que la misma se arquease ligeramente ante su contacto. Contuve la respiración y me retiré lentamente hacia atrás, dejando caer mis brazos a ambos lados de su cuerpo. Sin embargo, él no movió sus manos a mi alrededor, sino que posó una sobre mi mejilla derecha, deslizando el dedo pulgar por el camino que había seguido una lágrima, como si estuviera intentando borrarlo.
—Sí. Gracias por...entenderlo—nuestros rostros estaban a escasos centímetros de distancia. Sus ojos oscuros me miraba de una forma que me hizo desear conocer algún hechizo que me permitiese saber lo que realmente pensaba.
—No me des las gracias—apartó la mano que tenía colocada sobre mi espalda y extrañé su calidez al instante—. Cierra los ojos—ante mi expresión de duda, aclaró sus palabras—. Tranquila, no voy a hacerte nada que no quieras.
—¿Qué tienes en mente?
Curvó sus labios en una sonrisa y se inclinó hacia delante, como si quisiera volver a hablarme al oído.
—Es una sorpresa—el sonido de su respiración hizo que la mía se acelerase. Me miró divertido y cerró los ojos, invitándome a que hiciese lo mismo—. ¿Confías en mí?
—Ya sabes la respuesta.
Cerré los ojos y un segundo después, me acunó el rostro con sus manos. Entonces sentí que sus labios se posaban sobre el párpado de mi ojo izquierdo, dejando un suave beso—. No quiero verte llorar—mi boca se abrió, pero no fui capaz de articular ni una palabra—repitió el mismo proceso sobre el párpado derecho y mis manos se agarraron al bajo de su camiseta—. Confía en ti—su manos se retiraron ligeramente y cuando pensaba que había terminado, volví sentir la calidez de sus labios sobre una de mis mejillas—. Aguanta un poco más—me besó la otra mejilla y por mi garganta trepó un suspiro que no fui capaz de contener—. No dejaré que te pase nada—me besó en la punta de la nariz—. No dejes que tus miedos te paralicen. Eres más fuerte que ellos.
Abrí los ojos y percibí el anhelo que se escondía tras su mirada. Levanté una de mis manos, aún sabiendo que él podría percibir el ligero temblor que la sacudía, y rodeé la suya.
—Y tú no tengas miedo de ser quién eres—giré la palma de su mano y presioné mis labios justo en el centro—. No escondas tus emociones. No reprimas lo que realmente quieras decir, porque de esa forma, nunca podré conocer al verdadero Jared.
En lugar de responder, cerró los ojos con fuerza y apretó mi mano, mientras que yo...yo crucé los dedos por que aquellas cadenas que lo retenían, comenzasen a romperse lentamente.
—Será mejor que nos pongamos en marcha.
Sin soltar su mano, comencé a andar hacia el lugar que tenía en mente. Ninguno de los dos volvió a hablar hasta que llegamos a la casa que habíamos descubierto la vez que seguimos a aquel niño. Estaba en silencio y sumida en la completa oscuridad, lo que parecía indicar que no había nadie.
—¿Es aquí?
—No—negué con la cabeza—. Tenemos que descubrir quién vive ahí, pero no esta noche.
Comencé a andar de nuevo en dirección al pueblo. No sabía con exactitud el tiempo que me quedaba antes de despertarme, pero lo que sí quería era hacerlo por mí misma, porque eso significaba que le habría hecho una pregunta.
—¿Cómo has sabido que estaba aquí?—pregunté al tiempo que veía la entrada del pueblo—. Me he dormido sobre las cinco de la tarde. No es lo habitual.
—Cada vez que entras a tus sueños siento una opresión en el pecho
Seguimos avanzando hasta cruzar la entrada y nos dirigimos hacia la plaza, andando a la par.
—¿Te resulta doloroso?
—No se asemeja al dolor físico, pero la única forma de aliviarlo es durmiendo.
Quise preguntarle que por qué era él y no Ane o Cassandra, pero me contuve y traté de cambiar de tema.
—Conocer a Lilith y asimilarlo todo ha agotado mi energía.
—Te entiendo—chasqueó la lengua—. Que Morgan no sea la Bruja Suprema hace que todo sea aún mas sospechoso.
Cuando llegamos a la plaza, mi mirada se dirigió al poste de cemento repleto de carteles de personas desaparecidas. Todo a nuestro alrededor estaba en silencio y parecía un verdadero pueblo fantasma. Seguimos andando alrededor de diez minutos más y entonces, la verja de aquella casa surgió ante nuestros ojos.
—Esto es...
—Mi casa.
Había sido mi hogar durante una parte de mi infancia. Parte de los recuerdos a los que no podía acceder tuvieron lugar allí. En aquella época, en aquel pueblo y entre las paredes de aquella casa. El lugar al que las personas del pueblo llamaban la casa de las Brujas. Empujé los barrotes y accedí al jardín interior, sintiendo un nudo de nervios en el estómago. Avancé un par de pasos delante de Jared y me coloqué frente a la puerta de madera. Escuché el crujir de la madera cuando él subió el primer escalón, pero a parte de mi respiración agitada, todo estaba en completo silencio. ¿Acaso la casa estaba vacía?, ¿Estaría yo allí dentro?, ¿Y si veía algo que no debería?, ¿Y si...?
—Tranquila—la voz de Jared surgió a mi lado al tiempo que colocaba su mano sobre mi hombro y la apretaba con suavidad—. Sea lo que sea que tengas en mente, adelante. Estoy aquí contigo.
Asentí con decisión y giré el pomo de la puerta, la cual se abrió con un ligero crujido. En el instante que crucé el umbral, una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo. Recordaba aquel largo pasillo de la última vez que lo había visitado en sueños, pero a diferencia de esa vez, la puerta que daba al salón estaba cerrada. Me giré hacia Jared cuando iba más o menos por la mitad y me percaté de que observaba las paredes con detenimiento a medida que avanzaba. Seguí andando y me coloqué delante de la puerta del salón con la intención de abrirla.
—¿Qué hay tras esa puerta?
Me alcanzó justo cuando coloqué la mano sobre la manivela.
—El salón—tiré de ella hacia abajo y comprobé que estaba cerrada—pero creo que no podremos entrar.
—¿Es éste el lugar al que querías ir?
Su codo rozó mi hombro cuando se giró hacia mi. La luz que entraba por la ventana de la escalera incidía sobre su rostro, marcando las líneas que lo definían y que por un segundo, desee trazar con mis dedos.
—No. Está arriba.
Sus ojos dejaron de mirarme para centrarse en el piso superior.
—¿Arriba?
Me miró confundido.
—Sí. Mi habitación—arqueó las cejas cuando pronuncié esa palabra—. No pienses nada raro. Creo que allí podré encontrar algo que me puede servir de ayuda.
Jared levantó ambas manos y negó con la cabeza.
—No he dicho nada.
Cuando las comisuras de sus labios se doblaron hacia arriba, di un paso hacia atrás y lo rodeé, sintiendo el calor que acababa de acumularse en mis mejillas. Subí los escalones con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos, estábamos frente a la puerta de mi habitación, la cual estaba cerrada. Coloqué mi mano sobre la manivela, repitiendo el mismo proceso que había seguido con la puerta del salón y casi salté de alegría cuando se abrió con un crujido.
—Menos mal.
La abrí y observé que el interior estaba iluminado por una vela colocada sobre la mesa del escritorio. Las estrellas en el techo emitían un pequeño resplandor y los papeles de las paredes creaban pequeñas sombras debido a la luz de la vela.
—Tiene que estar por aquí.
Comencé abriendo los cajones de la mesilla, pero no encontré lo que buscaba. Tampoco lo hice cuando palpé la superficie de la cama y levanté con cuidado el colchón. Me acerqué al armario que había junto al escritorio, lo abrí, pero no tuve suerte. Rebusqué entre los cajones del escritorio pero sólo encontré lápices de colores, carboncillo y papel.
—¿Qué estás buscando?—Jared se colocó a mi lado y se cruzó de brazos—. Si me das alguna pista, quizás pueda ayudarte.
Me erguí y observé toda la habitación con detenimiento. ¿Dónde podría haberlo escondido?
—¿Conoces algún hechizo localizador?
—¿Crees que los ángeles de la muerte memorizamos hechizos?
—Me estoy quedando sin ideas.
Claro. ¿Para qué lo necesitaría?
—Qué suerte tienes de que sea la excepción.
—¿Lo dices enserio?
Rozó la punta de mi nariz con su dedo índice y sonrió.
—¿Quieres que te lo enseñe?
—Claro.
Di un paso hacia él y su sonrisa se ensanchó.
—Ven aquí—hice lo que me pidió y quedé frente a él—. Más cerca—entrecerré los ojos y me miró divertido—. Los hechizos deben ser un secreto.
—Creo que ya no puedo acercarme más—mis botas rozaron las puntas de sus zapatos y mi cara se topó con su pecho.
—Podemos comprobarlo si quieres—colocó una de sus manos sobre mi nuca y se inclinó hacia delante. Entonces habló—. Dic ubi abscondas. Tenebrae non erunt domus aeternae tuae (dime dónde te escondes. La oscuridad no será tu eterno hogar).
Me aparté lentamente y nuestros ojos conectaron de nuevo, pero esa vez, sentí una especie de energía a nuestro alrededor.
—Es tu turno—susurró.
Asentí y di un par de pasos hacia atrás. Repetí el hechizo en mi mente y cerré los ojos.
—Dic ubi abscondas. Tenebrae non erunt domus aeternae tuae.
Mis labios temblaron al pronunciar esa oración y un instante después, escuché un sonido similar al de una hoja de papel que golpea el suelo. Abrí los ojos y confirmé mis sospechas, así que me dirigí hacia el punto exacto en el que se había deprendido aquel folio. Lo cogí y observé el sencillo dibujo de una media luna.
—Parece que hay algo aquí dentro.
—Sí—dije mientras miraba el hueco que había quedado al descubierto—. Mi diario.
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