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Capítulo 70

A las ocho de la mañana decidí que ya era hora de dar comienzo a mi día. Estábamos a miércoles y la tercera prueba era el viernes, pero a diferencia de otras veces, me sentía más segura de mi misma. Aparté las sábanas con cuidado y me arrepentí de hacerlo al momento. Debido a mi condición, cuando soñaba solía llevarme conmigo la ropa con la que dormía, así que no era habitual que me pusiera el pijama. En ese momento, extrañé su calidez frente a la ligera tela elástica de mis pantalones y mi camisa. Reuní toda la fuerza de voluntad que pude y coloqué  contra el suelo mis pies cubiertos por unos suaves calcetines.

Mis ojos se movieron por toda la habitación escasamente iluminada. Las paredes estaban demasiado vacías y el aire silbaba al golpear la ventana. Me levanté para mirar a través de ella y una inmensidad de color verde que contrastaba con un cielo grisáceo surgió ante mis ojos. Ese fue el primer pensamiento que cruzó por mi mente cuando lo vi, el segundo fue que prefería el cielo estrellado de una noche de verano. Giré sobre mí misma y observé la rosa que descansaba en la mesilla. Me acerqué y deslicé mis dedos sobre los pétalos aterciopelados. Dos de los siete que poseía descansaban en el fondo del jarrón y ambos se había desprendido después de una prueba. ¿Por qué motivo me la entregó?

Me dirigí al cuarto de baño y miré mi reflejo en el espejo. Unos ojos verdes a los que había empezado a acostumbrarme me devolvieron la mirada. Me acerqué y observé las pequeñas ondas de tonos verdosos que bailaban en mi iris. Por primera vez desde que llegué allí, fui capaz de mantener el contacto visual durante más de un minuto. Ni si quiera fui consciente del tiempo que permanecí así, observando mis rasgos, mi pelo y mis manos. Me pregunté por qué no lo había hecho antes. Era yo. Mi verdadero yo y tenía que confiar más en mí si quería que otra persona también pudiera hacerlo. 

Me lavé la cara cuando el agua estuvo templada y me la sequé con cuidado. Observé mi muñeca derecha, justo donde el color morado que la cubría había adquirido un tono rojizo. Toqué la marca con la punta de los dedos y no sentí nada, ya no me dolía. Cerré mis ojos y reviví el instante en el cuerpo de Jared golpeó el mío. Esa noche lo había notado especialmente cansado. Quizás fue el tono de su voz, más calmado y profundo o la forma en la que cerró sus ojos mientras tenía posada su cabeza sobre mi regazo. Sin embargo, me acompañó en todo momento. ¿Fui egoísta o él no le temía a nada?

Tú habrías hecho lo mismo.

Saber que mi madre y Ane estaban bien fue como quitarse un gran peso de encima. Para ser sincera, una gran paz me invadió cuando él dijo esas palabras. Si de algo estaba segura era de que Cassandra estaría haciendo todo lo que estuviera en su mano para sacarme de allí.

Alguien está esperando a que vuelvas. 

Las lágrimas acudieron a mis ojos con facilidad y no me culpé como había hecho tantas otras veces. Era una persona de carne y hueso, con emociones y con una historia que estaba empezando a recordar. Podía permitirme momentos de debilidad, pero debía de comenzar a hacerlo en mi intimidad. Tomé aire y lo dejé salir con calma mientras me agarraba a ambos lados del lavabo. 

—Tú tienes el control—susurré. Dejé caer los brazos a ambos lados y salí del cuarto de baño en dirección al armario. Mientras me vestía reviví lo que había presenciado esa misma noche. La conversación entre aquel niño y mi yo de diez años se repitió en bucle en mi cabeza. Éramos amigos y por una razón bastante obvia, tal y como era que no nos querían en ese pueblo, no podían vernos juntos. Tampoco podía estar segura de que si en esa época era consciente de lo que él tenía que sufrir por mi culpa, de lo que estaba arriesgando por una amistad. Si bien Cassandra y Morgana no le pondrían una mano encima, aquellas personas...sabía que ese no era el caso. Al fin y al cabo, yo estaba aquí y él no. Pensar en ello me carcomía y desde hacía un tiempo no salía de mi cabeza. Una sensación de malestar crecía día tras día y después de ver las heridas de su cuerpo y de cómo las provocaban, la culpa anuló mis sentidos. Si algo le había sucedido, se debía a mí. Yo no me había arriesgado al mismo nivel que él. Cassandra no podría odiarlo, pero ellos sí me odiaban a mí.

Nos había llamado monstruos y él había dado la cara por nosotras.

Y después estaba Jared y la forma en la que su cuerpo había colapsado. ¿Por qué se había desvanecido de esa forma?, ¿desde hacía cuanto tiempo me había estado ocultando que se sentía débil?, ¿se había visto...reflejado en aquel niño?

Cuando estuvimos practicando para la segunda prueba fui capaz de entrar en su subconsciente y acceder a sus recuerdos. En cierto sentido se parecían. Ambos querían proteger a una persona y ambos...tenían demasiadas marcas en su cuerpo. Si cerraba los ojos podía ver su figura temblorosa y ensangrentada a mis pies, pero también sus ojos dorados que brillaban como el sol. Sin embargo, mi mente era incapaz de recordar el rostro de aquel niño. ¿Cómo eran sus ojos?, ¿cómo era su nariz?, ¿cómo era su sonrisa?

Ese niño había sido mi mejor amigo durante mi infancia pero no era capaz de recordar nada de él. Nadie podría haberlo salvado me había dicho. ¿Salvado en qué sentido?

Cada vez que esa idea cruzaba mi mente, me negaba a creerlo. No quería aceptar que simplemente hubiese dejado que eso sucediera. Rescaté pequeños fragmentos de la conversación mientras me peinaba frente al espejo. Partes donde yo le pedía que me dijera algo para poder protegerlo. ¿A qué me estaba refiriendo?, ¿era sobre la persona o personas que le habían hecho daño?, ¿cabía la posibilidad de que supiera la identidad de la persona que estaba detrás de todas aquellas muertes?

¿Y si él había sido otra víctima más?

—Basta—suspiré—. Sobre pensarlo no te servirá de nada—decirlo en voz alta no me ayudó a creérmelo. Quería recordar. Lo necesitaba, pero sabía que desearlo no era suficiente. 

El reloj de mi habitación marcaba las ocho y media cuando cerré la puerta con el objetivo de ir hasta la cocina y prepararme una taza de té.  El pasillo débilmente iluminado por la luz del sol estaba sumido en el silencio. Avancé con lentitud y miré la puerta de la biblioteca antes de descender por las escaleras. Me reuniría allí más tarde con Kai, pero después de lo que había descubierto sobre cómo obtenían sus poderes, quise que esa hora nunca llegara.  Aparté la mirada y comencé a bajar las escaleras justo cuando mis ojos se quedaron fijos en otra parte. La estatua de Lilith. En un abrir y cerrar de ojos estaba justo a sus pies. Era una verdadera obra de arte. El escultor o la escultora que la había realizado no se había olvidado de ningún detalle. Cada pliegue y cada curva había sido esculpida a la perfección. Alcé la vista y examiné la venda que cubría sus ojos. ¿Por qué motivo la colocaría Morgan?

Aún con ella puesta,  retrataba a una mujer muy bella. De pronto, comencé a notar un cosquilleo que comenzaba en la yema de mis dedos y se extendía por cada terminación de mi cuerpo. Noté que mi corazón se aceleró sin comprender el motivo y cuando fui capaz de ser consciente de mis acciones, mi pies habían abandonado el suelo y mi mano derecha descansaba sobre la venda de mármol. Un torrente de energía explotó justo en el centro de mi pecho. Mi boca se abrió, pero no emití ningún sonido y mi mente...simplemente se quedó en blanco. Mi cuerpo cayó contra el suelo, pero no era el de la academia. Era blanco, todo allí era de ese color. Traté de ponerme en pie, pero mis piernas todavía estaban temblando. 

—Bienvenida—una voz suave y femenina surgió a mis espaldas. Me giré hacia ella y no me pude creer lo que vi.

—¿Quién...?—comencé a decir—.¿Quién eres?—mire a su alrededor. Sólo habían paredes blancas que contrastaban con su cabello rojo como el fuego. Su piel blanca contrastaba con su vestido negro y sus ojos grises me miraban con curiosidad. Era la viva imagen de la escultura que estaba tocando unos instantes atrás. ¿Me había golpeado la cabeza y estaba delirando?—.¿Dónde...estoy?

La mujer, que tendría unos cincuenta años, sonrió y lejos de asustarme, hizo que una sensación cálida se instalase en mi pecho. 

—Creí que nunca nadie me encontraría—se cruzó de brazos y los pliegues de su vestido se movieron a su alrededor—. Eres Nina, ¿verdad?—dudé un instante y finalmente asentí. La mujer comenzó a andar hacia mi, pero no sentí miedo. Ni si quiera traté de apartarme cuando colocó una de sus manos sobre mis ojos, tal y como yo había hecho con ella. Tras unos segundos que me parecieron eternos, habló.

—Hiciste un trato con él—susurró—. ¿Por qué lo hiciste?

—P...perdona—mi voz sonó demasiado temblorosa—. No sé de qué estás hablando.

—¿Qué le diste a cambio?—preguntó.

—No...no lo sé—admití. 

—Mmh—murmuró. Deslizó su mano y la llevó hasta mi nuca, justo dónde nacía mi cicatriz—. No recuerdas nada porque ellas lo quisieron así.

¿Ellas?

—Sí. Cassandra y Morgana—afirmó como si me hubiese leído la mente.

—Pero hay algo más—deslizó su dedo sobre el otro extremo y frunció los labios—. Ahora lo entiendo todo.

—Lo siento, pero yo no estoy entendiendo nada—se apartó de mi. La expresión de su rostro se había suavizado.

—Hace ocho años renunciaste a tu vida por la de otra persona, Nina—pronunció esas palabras con lentitud, haciendo que cada una de ellas se quedara grabada en mí—.Sin embargo, todavía sigues aquí. 

—Yo...—sentí un nudo en mi garganta al hablar.

—No te fuerces, cielo—llevó su mano hasta mi mejilla y la acarició—. Primero me presentaré y después hablaremos con calma—relajó sus hombros cuando habló—.Mi nombre es Lilith y soy la madre de todos los demonios.

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