Capítulo 42
Los candiles de las estrechas calles titilaban irregularmente a medida que la niña avanzaba por ellas. Su pelo oscuro, como una noche sin luna, emitía reflejos azulados bajo la suave luz parpadeante. Sentía la necesidad de decirle que no tenía la culpa de nada y que esas personas, si podía llamarlas así, actuaron sin razón alguna. El sonido constante de nuestros zapatos golpeando el suelo de piedra era lo único que podía escuchar, pero todo cambió cuando llegamos a la plaza del pueblo. En ese momento, ella gritó y lo hizo como si hubiese estado tratando de reprimirlo durante mucho tiempo y de pronto, los cristales de las ventanas de las casas y de los propios candiles estallaron en mil pedazos.
Levanté las manos de forma instintiva para cubrirme la cabeza y los mismos se sintieron como pequeños aguijonazos sobre mi piel. Cuando abrí los ojos, me sorprendí al ver que seguía allí. Estaba de espaldas y tenía ambas manos cerradas en dos puños apretados. Avancé con pasos temblorosos hacia ella. ¿Estaría herida?
—Yo...—gimoteó—. No quiero esto.
Entonces, volvió a correr y yo la seguí sin pensarlo dos veces. Crucé la plaza principal y vi los carteles de las personas desaparecidas. Sentí pena por todos. Ellos tampoco tenían culpa de nada. Tras serpentear varias calles con el corazón martillando con fuerza contra mis costillas, llegamos al destino y como todas las veces anteriores, la majestuosidad de aquella casa me resultó abrumante.
Los barrotes cedieron emitiendo un sonido chirriante cuando los empujó y avanzó hacia el interior. Se detuvo ante la puerta de madera, y por unos instantes, pareció dudar. Su cuerpo tembló ligeramente cuando colocó su mano sobre el pomo y con un susurró apenas audible, hizo que girara. Un escalofrío sacudió mi cuerpo cuando comprendí que la puerta se abrió porque usó la magia.
Ella era una bruja como yo.
Entré pegada a sus talones. El interior olía a una mezcla entre canela y vainilla. Era similar al de mi hogar y por un instante, sentí un pinchazo en el pecho al recordarlo. La entrada era amplia, el suelo era de madera y al fondo, vi las escaleras que se pegaban a la pared y conectaban con el segundo piso. También habían dos habitaciones a ambos lados del pasillo y solo la de la izquierda emitía un suave resplandor.
—Imposible. No sabe que estamos aquí—murmuró una voz femenina.
—Es cuestión de tiempo que nos encuentre.
—Todo lo que está pasando en el pueblo—dijo otra voz—no es una coincidencia. Es una repetición.
—¿Crees que sabe que está con nosotras?
Al poner el pie sobre el primer escalón, la niña perdió el equilibrio y se cayó de rodillas con un fuerte golpe. Fue entonces cuando la puerta de la habitación se abrió y de ella salieron dos mujeres vestidas de negro. Ambas parecían de la misma edad y las reconocí al instante. Sobre sus corazones brillaba el mismo broche de media luna que yo tenía.
—¿Has vuelto a salir?—la voz de Morgana sonó tan firme como la recordaba, pero su aspecto no era el mismo. Lucía más joven y el pelo le llegaba a la altura de los hombros. ¿Cuántas veces tendremos que repetirte que haciendo eso no solo te pones en peligro, sino también a nosotras?
—Es suficiente, Morgana. ¿Te has hecho daño?—dijo Cassandra. Las lágrimas acudieron a mis ojos en ese instante y deseé poder abrazarla.
—¡Quiero estar sola!
Dando un traspié, la niña se levantó del suelo y comenzó a subir corriendo las escaleras.
—Voy a tranquilizarla.
Cuando pasé por delante de la puerta, vi a dos mujeres de espaldas que estaban sentadas sobre dos sillas. Esa sala debía de ser el salón. Del techo colgaba una gran lámpara decorada con cristales blancos que caían hacia abajo como gotas de agua. Al fondo observé una pequeña lumbre y un cuadro con una figura que me resultó extrañamente familiar. Una de sus manos señalaba al cielo y la otra al suelo. Levantaba dos dedos de cada mano, el índice y el corazón. La mujer llevaba puesto un vestido blanco, estaba sentada y sobre su pecho se cruzaban dos serpientes. Llevaba una corona con una estrella de cinco puntas y su pelo era rojo como el fuego. Era el cuadro de la estatua que se encontraba en la entrada de la academia. Representaba a una mujer de carne y hueso, sin vendas en los ojos, aunque no pude ver su color a esa distancia.
Un golpe en el piso superior me obligó a apartar la mirada. Permanecí tan ensimismada en el cuadro que casi me olvidé por completo de lo que estaba haciendo allí, así que giré sobre mis talones y seguí los pasos de Cassandra. Subí los escalones de dos en dos y llegué a un pasillo alargado donde había cuatro puertas, dos a cada extremo. Me detuve para escuchar mejor y escuché pasos en el último piso. Continué avanzando hasta que me topé con una puerta que en ese momento estaba entreabierta.
—¿Cómo te has hecho esto?
Entré a la habitación y vi a Cassandra de rodillas en el suelo sujetando a la niña de ambas muñecas. Ella estaba sentada sobre la cama, cabizbaja. Cerré la puerta, eché un vistazo rápido a la habitación y en las paredes observé varios bocetos rápidos hechos con lo que parecía carboncillo. La suave luz de la vela de la mesilla de noche me permitió ver los dibujos simples, pero precisos de una flor, de la luna y de una mariposa. Miré el techo y lo que vi hizo que mis ojos ardieran y que un nudo se formara en mi garganta.
Estrellas brillantes como las de mi habitación.
—Háblame, por favor. Sabes que no voy a enfadarme contigo.
La niña levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—Lo siento—se le quebró la voz—. Solo quería ver lo que hacían.
—¿Ellos te han hecho esto?—hablaba mientras acariciaba los pequeños cortes de sus brazos—. No toleraré que te pongan una mano encima.
—He...sido...yo.
Su pequeño cuerpo se sacudió. Parecía tan frágil que me hizo pensar que cualquier movimiento brusco podría romperla.
—Cálmate. Estoy contigo y no tienes nada que temer.
Cassandra se inclinó para rodearla con sus brazos y vi que llevaba puesto un collar con una llave. La niña rodeó sus hombros y se acercó más a ella.
¿Quién era esa niña?
PUM. PUM. PUM.
Alguien golpeó con fuerza la puerta de la habitación. Mis ojos se dirigieron a los de Cassandra, y por un segundo, vi el miedo reflejado en ellos.
PUM. PUM. PUM.
Me desperté con la respiración muy acelerada. Cuando me incliné, sentí que la cabeza iba a estallarme. Parpadeé un par de veces para aclarar mi visión y miré el reloj. Eran cerca de las siete de la mañana y los rayos de sol comenzaban a colarse por la ventana.
PUM. PUM. PUM.
—¡Nina!
Metí la llave en la cerradura y la giré. Un instante después, me encontré con la expresión angustiada de Gwen.
—¿Ha pasado algo?
Gwen cogió aire antes de hablar.
—Es Ruby—dijo con voz temblorosa.
Un escalofrió me recorrió la columna.
—Está muerta.
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