Capítulo 4
—Por favor, que todo el mundo se aparte de la orilla—uno de los hombres que se encontraban en el barco de salvamento se dirigió a la multitud que se aglomeraba en la orilla. Habían logrado acceder al lugar donde la madre había asegurado que había perdido de vista a su hijo, justo donde me había parecido ver a alguien.
Mientras tanto, las olas seguían rompiéndose con fuerza contra la orilla y de pronto, una fina lluvia empezó a caer sobre todos los que estábamos allí presentes. Detrás de mí, oí un portazo y al girarme, vi que la ambulancia acababa de llegar. Rápidamente, la gente empezó a apartarse para no entorpecer el trabajo de los paramédicos.
—¡Apártense!—exclamó uno de ellos mientras se dirigían a la orilla con una pequeña camilla.
Ane me cogió de la mano mientras retrocedíamos unos pasos y yo la miré a la cara. Parecía que la sangre había abandonado su rostro. Estaba pálida y le temblaban las manos.
—Ane... todo estará bien, tranquila...—en vano, traté de tragar el nudo que se aferraba a mi garganta.
A lo lejos, observé que habían llegado el saliente de rocas que había señalado la madre del niño. En menos de un minuto, la embarcación de rescate volvió a la orilla y los paramédicos se prepararon para comprobar el estado del niño.
—Todo el mundo atrás, por favor—pidió uno de ellos. El círculo de personas se dispersó y a pesar de que Ane y yo nos encontrábamos a una distancia considerable, sentía que mis pies estaban anclados en la arena, impidiéndome retroceder.
—No puedo seguir mirando—la voz de Ane se rompió. También lo hizo mi corazón.
Los segundos se convirtieron en horas y el tiempo se detuvo a nuestro alrededor cuando un paramédico salió de la lancha con un pequeño cuerpo entre sus brazos.
Cuatro minutos.
El periodo de tiempo vital el rescate por ahogamiento hasta la práctica de la reanimación cardiopulmonar con el empleo de un desfibrilador .
La lluvia comenzó a caer con más fuerza mientras uno de ellos evaluaba la consciencia y la respiración del niño para comprobar si se encontraba en parada cardiorrespiratoria y al no obtener respuesta, aplicó las maniobras de reanimación cardiopulmonar para mantener oxigenado su cerebro.
—¡Necesito toda la asistencia posible!—ordenó colocándolo con sumo cuidado en el suelo—.No responde.
En ese instante, comenzaron las maniobras, provocándole estímulos sensitivos para observar si reaccionaba, pero como no lo hacía, extendieron su cuello para tratar de abrir sus vías aéreas y acercaron la oreja a su nariz y pecho.
Seguían sin obtener una respuesta.
Realizaron las ventilaciones boca a boca y las compresiones en el centro del pecho y en el esternón con las dos manos.
La lluvia golpeando la arena y las olas del mar eran los únicos sonidos que llegaban a mis oídos.
Los rizos dorados del niños se posaban sobre su frente. Su cara y su cuerpo estaban pálidos y bajo las fuertes manos de aquel hombre, parecía frágil.
—¡Activad el código de emergencia!—lo levantó en brazos y lo colocó en la camilla.
Colocaron sobre su cuerpo una manta térmica de emergencia, lo introdujeron rápidamente en la ambulancia y cerraron las puertas tras ellos. La madre, en estado de shock, había permanecido aferrada a una paramédica que debía de tener más o menos nuestra edad a pocos metros su hijo. Cuando trató de levantarla pasa seguir a la ambulancia, llegó a su límite y se desvaneció entre los brazos de la chica, por lo que dos compañeros acudieron a su ayuda, cargándola con cuidado e introduciéndola en otra ambulancia que la llevaría con su hijo.
Fue entonces cuando el tiempo pareció volver a fluir y los murmullos empezaron a mezclarse con el sonido de la lluvia.
—Espero que sobreviva—susurraban algunos mientras comenzaban a alejarse.
—No puedo ni imaginarme el dolor de esa madre. Qué dolor—se quejaban.
Intenté decir algo, pero de mi garganta no salió ningún sonido. Nunca había vivido nada parecido y lo que inicialmente iba a ser un día divertido acababa de terminar de la peor manera posible. Deseé que esa historia tuviera un final feliz. Deseé que alguien escuchara las plegarias de aquella madre.
—Creo que no me encuentro muy bien—susurró Ane a mi lado—.Será mejor que recojamos nuestras cosas antes de que la lluvia lo ensucie todo.
—Sí...—fue todo lo que alcancé a decir.
Nos dirigimos al lugar en la pequeña cala donde habíamos dejado nuestras cosas y comenzamos a recogerlas. A lo lejos, observé que las nubes adquirían un tono oscuro, pronosticando una tormenta que amenazaba con caer en cualquier momento, por lo que nos dimos prisa para llegar a su coche cuanto antes.
Durante el trayecto de vuelta a casa no hablemos mucho, pues aquella desagradable situación nos había pasado factura a las dos y cuando Ane aparcó en mi puerta, el coche de mi madre ya no estaba, por lo que cuando ella me dejara allí, me quedaría sola.
El trabajo en la oficina estaba consumiéndola y durante el último mes, lo había hecho como nunca antes. Sólo volvía a casa para dormir.
—Parece que nuestro gran día ha acabado—intentó sonreír—pero todavía nos quedan muchos días por delante.
—Sí—me tragué el nudo que tenía en la garganta—.Me voy antes de que empiece a llover más fuerte—miré a sus ojos castaños, que reflejaban cómo se sentía realmente—me acerqué a ella y la abracé—.Avísame cuando llegues a casa.
Se aferró a mi durante unos segundos y cuando se apartó, sus ojos estaban enrojecidos.
—Eso haré. Ahora corre antes de que la lluvia te cale de pies a cabeza.
Le lancé una sonrisa cómplice y salí de su coche, apresurándome para llegar a la puerta de mi casa, pues para ese entonces, la lluvia ya caía con fuerza. Introduje las llaves en la puerta y entré en casa.
—¿Mamá?—pregunté por costumbre, aunque sabía que nadie me respondería.
Me dirigí a la cocina y encontré una nota escrita en la que me informaba de que lo más probable era que esa noche llegaría tarde a casa, por lo que no debería esperarla para cenar, pero la verdad era que había perdido el apetito hacía tiempo.
Bebí un poco de agua y me asomé a la ventana. El tiempo había empeorado y un cielo negro lo cubría todo mientras que la lluvia golpeaba el suelo. Me di la vuelta, subí las escaleras y volví a mi habitación. Saqué mi pijama del armario y dejé mi móvil sobre el escritorio. Cogí mi ropa interior y fui hacia el baño dispuesta a darme una ducha de agua caliente con la esperanza de que me calmase.
Abrí el grifo y esperé a que el agua quedase templada para entrar a la ducha y cuando me coloqué bajo el agua cálida, agradecí la sensación de calma momentánea que me transmitió. Tras quince largos minutos, cerré el grifo y me sequé.
Volví a mi habitación y cuando miré mi teléfono, vi el mensaje de Ane diciéndome que ya estaba en casa .
Me tumbé y miré al techo, deteniéndome a pensar sobre lo que había sucedido ese día. Cerré los ojos con fuerza y vi pasar todos esos momentos delante de mis ojos. A pesar de que lo primero que vino a mi mente fueron los ojos oscuros de aquel chico, el recuerdo de lo sucedido con aquel niño me golpeó, enviando un escalofrío por mi columna vertebral que hizo que todos los vellos de mi cuerpo de erizasen.
A pesar de que era verano, sentí frío.
Volví a ver el cuerpo del niño en mi mente y sus delgados brazos cayendo a ambos lados del hombre que lo sujetaba. Y la madre... todavía podía oír sus gritos desesperados.
Imagina perder a alguien de esa manera.
Pero, ¿qué sucedía con la figura de las rocas?, ¿habían sido imaginaciones mías?, ¿se trataba sólo de algo que había creado mi mente a causa de la conmoción del momento?
¿Y si realmente era una persona y no había imaginado nada?, ¿y si...?
—Deja de torturarte—susurré y me incorporé.
Seguía lloviendo y las gotas que habían salpicado en el cristal emborronaban las luces de la ciudad. Eran las cinco de la tarde y Nueva Orleans estaba sumida en la oscuridad. Cerré los ojos un momento y respiré hondo. El día había sido una locura y estaba convencida de que esa noche me costaría conciliar el sueño, sin embargo, el cansancio hizo que mis párpados pesaran más y más, hasta que me quedé dormida sin darme cuenta.
La oscuridad se cernió sobre mi y unas manos me agarraron del cuello, impidiéndome respirar. Intenté con todas mis fuerzas apartar sus manos, pero no se movió ni un milímetro. Traté de gritar, pero el aire estaba abandonando mis pulmones.
Un nombre murió en la punta de mi lengua. Miré a esa persona a la cara, pero sólo vi un borrón negro.
Abrí los ojos de golpe cuando un estruendo procedente de la puerta principal me despertó. Miré el reloj y vi que eran las dos de la madrugada. Si mi madre se había llevado las llaves, ¿quién podría ser?
Me levanté de la cama y di dos pasos hacia delante. Volví a escuchar tres golpes fuertes en la puerta y di un brinco. Puede que fuera alguien al que se le habría averiado el coche en medio de la tormenta o simplemente era un vecino que necesitaba algo.
Empecé a bajar las escaleras en silencio.
Pum Pum Pum.
Los golpes cada vez eran más fuertes. Tragué saliva y un relámpago me sorprendió a medio camino.
Pum Pum Pum.
Me coloqué junto a la puerta y en ese momento, se hizo el silencio. Giré ligeramente la cabeza y observé que la casa estaba totalmente a oscuras. Tan sólo se oía la furia de la tormenta, la lluvia y los truenos. Me acerqué más a la puerta y acerqué mi ojo a la mirilla.
No había nadie.
Respiré aliviada.
Me disponía a soltar todo el aire que estaba reteniendo en mis pulmones cuando una mano tiró de mi hombro hacia atrás.
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