Capítulo 35
Tardé varios segundos en reaccionar. No podía creerlo. Jared me estaba besando.
Yo lo había besado primero.
Sus labios se deslizaron sobre los míos sin ejercer presión, mientras que mi corazón me martilleaba con fuerza las costillas. Levanté mis manos temblorosas y las coloqué sobre su pecho. Su corazón latía a la misma velocidad que el mío, desbocado. Recorrió mi columna con una de sus manos y me invitó a separar los labios. Cuando lo hice, un sonido similar a un gruñido trepó por su garganta y mi espalda se arqueó como si tuviera vida propia, acercándome más a él. Las yemas de los dedos me hormigueaban, pues no pensaba en otra cosa que introducirlos en su pelo, pero entonces...Jared se apartó de golpe y me sujetó por los hombros.
—Lo siento—nuestras respiraciones estaban agitadas y yo todavía me sentía demasiado aturdida por lo que acababa de suceder.
Le temblaron los labios cuando levantó las manos, como si hubiese sentido el fuego que latía por mis venas. Apartó la mirada y se levantó, dándome la espalda. Por un instante, pensé que había hecho algo mal, pero me equivoqué.
—Esto no está bien.
Me puse en pie, sintiendo que mis piernas temblaban ligeramente. Se me secó la boca y cuando tragué, la saliva me quemó la garganta. Di un paso hacia él. Sus hombros estaban hundidos.
—¿Por qué...?—susurré.
—Porque tarde o temprano te haré daño.
Me coloqué a sus espaldas sintiendo un peso en el corazón. ¿Cómo habíamos pasado de un extremo al otro?
—Dijiste que no me dejarías.
Las lágrimas acudieron a mis ojos con facilidad y cuando la primera se deslizó por mi mejilla, no me molesté en limpiarla. Miró al techo y suspiró pesadamente.
—Cumpliré mi palabra, pero no puedo trazar esta línea. No puedo...ponerte en peligro.
Me quedé sin voz. Al haber dado el primer paso, el rechazo me dolió el doble. Fui demasiado lejos. Jugué con fuego y me quemé. Aun así, no lograba entender por qué quería coger su mano.
—Nina...—dijo mi nombre como si le doliera.
Hice lo que mi corazón me pedía a gritos y entrelacé nuestras manos.
—Te pediría perdón por lo que voy a decirte—acarició mis nudillos con la yema de sus dedos—, pero sé que no la merezco.
—No lo hagas—susurré con un nudo en la garganta.
—Me limitaré a hacer mi trabajo—dijo con voz seria—. Esta noche he venido a devolverte el recuerdo de la persona que estaba contigo en la playa.
Mi cuerpo se paralizó por completo. En mi mente, apareció una figura borrosa, que pronto se convirtió en una chica de mi edad. Pelo negro y ondulado. Ojos castaños y sonrisa brillante.
—Se llama Ane. Es tu mejor amiga.
¿Cómo había podido olvidarme de ella?
En ese instante, recordé que la primera vez que vi el libro de Las Siete Pruebas fue en la casa de su tía. ¿Por qué tenía ese libro en su biblioteca personal?
—Siento decirte que ellas son como tú.
—¿Bru...brujas?
Me dio un ligero apretón en respuesta. La pregunta se respondía por sí sola. Se giró lentamente hacia mí y sus ojos parecieron completamente negros.
—Hasta mañana, Nina.
Una fuerza tiró de mí hacia atrás. Sentí que se aferraba a mi mano, pero mis dedos terminaron alejándose de los suyos y yo de él. La oscuridad se cernió sobre mí y por primera vez en toda la noche, sentí frío.
***
Miré el reloj. Faltaba media hora para medianoche. La habitación estaba en calma y una suave brisa mecía las cortinas. Me obligué a salir de la cama y me dirigí al cuarto de baño. Cuando encendí la luz, observé mi reflejo sobre el cristal del lavabo. Los ojos verdes que sustituyeron al marrón de siempre brillaban con intensidad, pero estaban hinchados y rojos. Todo el mundo se daría cuenta de que había estado llorando.
Dirigí una de mis manos hacia mis ojos y los cubrí.
—Tienes que ser fuerte—dije en voz alta.
Unos golpes sobre la puerta de mi habitación me sobresaltaron y salí del cuarto de baño mientras me alisaba el vestido. Cuando abrí la puerta, la mirada serena de Gwen calmó mis nervios. Llevaba el pelo suelto y los rizos caían en todas direcciones. Llevaba un sencillo vestido de color negro con bordado rojo que combinaba con su pelo.
—¿Te encuentras bien?—dijo frunciendo el ceño.
—Sí—mentí—. Solo estoy cansada.
Gwen se cruzó de brazos y me miró con atención. No se estaba tragando mi mentira.
—Las demás nos estarán esperando, ¿no?
—Sí—apartó la mirada y se colocó junto a mí—. No te preocupes, a mi también me apetece quedarme descansando.
Asentí, pero no dije nada más. Encontré reconfortarte que viniera hasta mi habitación. Deseaba preguntarle lo que había visto en sus cartas, pero sabía que no era el momento adecuado. Gwen y yo bajamos los escalones al mismo tiempo. La luz de las lámparas iluminaba la estancia, mientras el silencio reinaba por los pasillos. El reloj marcó la medianoche y por alguna extraña razón, no fui capaz de despegar la mirada de la estatua de aquella mujer con los ojos vendados.
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