A medida que nos adentrábamos en el bosque y dejábamos atrás el invernadero, podíamos oír con mayor claridad las voces de la gente. Ambos caminábamos con paso ligero, pero ninguno decía nada, hasta que, de pronto, me paró en seco. Lo miré y se llevó el dedo índice a los labios. 

—¿Qué voy a hacer sin mi niño?—se lamentó una voz femenina. 

—¡Una vida por otra vida!—gritó alguien.

A medida que nos acercábamos, podíamos ver con mayor claridad lo que estaba sucediendo. Al menos veinte personas se encontraban reunidas. Todos estaban agrupados, a excepción de tres mujeres que se encontraban en un rincón inclinadas sobre el suelo, totalmente devastadas, agarrando con fuerza sus vestidos y hundiendo la cara entre las manos. De inmediato, reconocí a una de ellas por su larga melena rubia. Lloraba desconsolada y agarraba el brazo de la mujer que se lamentaba en silencio.

—Mi niño, mi niño—susurraba. 

—No deberías ver esto.

Jared me rodeó la muñeca y tiró de mí hacia atrás con suavidad, pero no lo escuché y avancé lo suficiente como para ver el motivo del llanto desconsolado de las mujeres. 

Reprimí una arcada cuando finalmente lo vi.

En el suelo, semienterrado, yacía el cuerpo sin vida de un chico joven. Su rostro estaba contraído en una mueca de horror. Tenía la boca abierta y los ojos en blanco, desorbitados. Era él. No había duda, era el novio de la chica rubia. El chico desaparecido.

Retrocedí hasta que golpeé a alguien. Me giré de inmediato y vi los ojos de Jared, completamente negros. Las demás personas seguían gritando, el caos se había apoderado de la escena.

Una madre que pierde a un hijo, es una madre que muere dos veces. 

Esas palabras resonaron en mi mente justo cuando mi cabeza estallaba de dolor y se me doblaban las piernas. Justo antes de que mis rodillas tocaran el suelo, Jared me agarró del brazo e impidió que me desplomara. 

Con amargura, recordé lo que sucedió en la playa antes de que yo llegara a la academia.

—Ese día en la playa—susurré.

—Tienes que calmarte—colocó sus manos en mis hombros, pero me aparté.

—No me imaginé nada, ¿verdad?—me tembló la voz. 

Él dejó de mirarme y yo sentí unas ganas enormes de echarme a llorar. Jared era un ángel de la muerte. ¿Por qué me sorprendía tanto?

—Deja que te lo explique.

—¡Era un niño!—grité.

—Nina, no...—chasqueó la lengua y volvió a apartar la mirada—. No sabes cómo funciona esto.

—¿Por qué me trajiste aquí?—me miró y no dijo nada—.Esa es mi pregunta esta noche.

Quería irme. No aguantaba más tiempo allí. 

—Morgan te necesita, pero estás a salvo. No dejaré que te pase nada.

Me di la vuelta. No quería seguir escuchándolo. Quería despertar de una vez.

—¿Por qué?

—Porque tú me necesitas y yo a ti también. 

Me detuve en seco y comencé a girarme, pero él ya se había ido. 

Entonces desperté.

Mis pies estaban enredados en las sábanas y mi frente cubierta por un sudor frío. El reloj marcaba las 8:35 de la mañana. Me incorporé y vi que la rosa seguía intacta. En cuestión de días comenzaría a marchitarse y acabaría desapareciendo. Al final, la oscuridad acababa consumiendo a la luz y yo había estado ciega todo ese tiempo.

Un pequeño pinchazo sacudió mi corazón. 

¿Por qué motivo se había acercado a mí? 

Había terminado haciendo un trato con el enemigo. Me acerqué a él sin conocer ni toda la verdad, ni sus verdaderas intenciones.

Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos. ¿Quién podía ser tan temprano? 

Me levanté y la abrí. No era Kai, sino Rina.

—Morgan te espera en el Salón del Consejo—me miró de arriba abajo y siguió hablando—será mejor que te des prisa. 

Dicho eso, se dio la vuelta y comenzó a alejarse por el pasillo.