Capítulo 21
Mi plan se puso en marcha en el momento que me introduje en el espeso y oscuro bosque sin mirar atrás. Era consciente de que mis posibilidades de obtener ayuda se habían reducido de forma considerable y aunque no sabía si funcionaría con seguridad, no perdía nada por intentarlo. El único sonido que podía escuchar era el de mis botas golpeando el suelo y de vez en cuando, el aleteo de algún pájaro. La luz de la luna se colaba entre las ramas de los árboles y me permitía ver con claridad. A medida que avanzaba, me percaté de que me sentía extrañamente cómoda en aquel lugar. Quizás se debía a que formaba parte de mis sueños, ya que en mis pesadillas, ese bosque se convertía en mi tumba.
Después de andar sobre una media hora, comencé a ver las luces que iluminaban un pequeño pueblo, pero cuando estuve lo suficientemente cerca, observé que las calles estaban desiertas. Me dirigí a la plaza y mientras la atravesaba, mi mirada se dirigió a un poste de cemento cubierto de papeles.
—Desaparecido. Connor Jones. Veintiún años—leí el texto en voz alta con un nudo en la garganta—. Metro ochenta y siete. Ojos azules y pelo castaño.
En lugar de una fotografía, había una especie de boceto con su rostro y lo reconocí al instante. Era la misma persona que había visto en el baile. Una sensación de malestar se instaló en mi pecho y di un traspié al retroceder un par de pasos hacia atrás.
Un mal presentimiento se apoderó de mí y no desapareció aunque me alejé de aquel lugar. Cuando cerraba los ojos, podía verlo a él con aquella chica.
—Es un sueño. No es real—me lo repetí una y otra vez.
Me introduje por los callejones escasamente iluminados y me dirigí a la parte más alejada del pueblo. Parecía tener un mapa mental que me guiaba hasta un lugar en concreto, lo cual era imposible, ya que nunca antes había estado allí. Las pesadillas siempre tenían lugar en el centro del bosque y sin embargo, cuando aquella verja con barrotes negros apareció delante de mis ojos, no pude evitar sentir un deja vú.
—La casa de las brujas—hablé sin pensar y me sorprendí por mis palabras. Nunca antes había estado allí, pero ¿por qué sentía que estaba equivocada?
Observe la entrada cubierta por una enredadera con pequeñas flores rojizas. Coloqué mi mano sobre los barrotes y los mismos cedieron fácilmente, emitiendo un chirrido. Mientras avanzaba hacia el interior, mi mirada recorrió los tres pisos de madera, deteniéndose en cada ventana y no pude evitar sentirme como una especie de asaltante. ¿Y si me descubrían?
Cuando mi bota se posó sobre el primer escalón, éste crujió bajo mi peso y un segundo después, escuché unos pasos acelerados que provenían del interior y que se dirigían hacia mí. La puerta se abrió de golpe y una figura emergió de entre las sombras. Tuve la intención de gritar, pero cuando abrí la boca, esa persona ya me había atravesado como si fuera un fantasma.
—¡Ten cuidado!—dijo una voz femenina—. Treinta minutos. Ni uno más, ni uno menos.
—¡Entendido!—respondió la persona a mis espaldas. Era una niña.
Sin dudarlo ni un segundo, me giré con la intención de seguirla y a pesar de que no podía verle la cara, también la reconocí. Era la niña que había visto la otra noche. ¿Cabía la posibilidad de que fuera a encontrarse con el niño?
Tuve que acelerar el ritmo para no perderla de vista y en pocos minutos llegamos a la plaza. No pude evitar desviar la mirada hacia el cartel de aquel chico, provocando que esa mala sensación volviese. En ese instante, ella echó a correr y yo la seguí de cerca. Sólo se detuvo cuando llegó al bosque. Se giró hacia el lugar en el que me encontraba, como si quisiera asegurarse de que nadie la había seguido y después comenzó a caminar con tranquilidad.
Aunque no podía ver su rostro, su forma de moverse me hacía pensar que allí se sentía segura y tranquila. Las puntas de sus dedos rozaban las ramas de los árboles y sus pies golpeaban el suelo a un ritmo constante. Seguimos caminando durante varios minutos hasta que me di cuenta de que estábamos entrando en un claro del bosque. Me fijé en que cerró sus manos en dos puños, tirando suavemente de su vestido y entonces lo oí.
—¡Estás aquí!—me moví hacia un lado y vi al niño, que comenzó a acercase hacia nosotras—.Te estaba esperando.
Me quedé unos pasos por detrás y los observé con detenimiento. Ella llevaba puesto un sencillo vestido de manga corta violeta que le llegaba hasta las rodillas y él una camiseta de manga corta y unos pantalones marrones. Su color de pelo era similar y su edad debía rondar los diez años. Los dos eran de complexión delgada, pero él era una cabeza más alto que ella. Me acerqué un poco más y pude confirmar que tampoco podía verle la cara.
—Tengo algo que enseñarte.
El niño se inclinó para tomarla de la mano.
—¿Qué es?
—Ven conmigo. Es una sorpresa
Los seguí hasta el interior del invernadero movida por la curiosidad.
—¡¿Lo has hecho tú?!
—Espero que te guste.
—¡Me encanta!
En ese instante, ella dio un pequeño salto y le rodeó los hombros con los brazos, mientras que él respondió abrazándola con fuerza.
Dentro del invernadero, había un pequeño candil que iluminaba las gran variedad de flores que allí crecían. Claveles, margaritas, orquídeas y un precioso rosal.
—Me alegra que te guste.
—No me lo quitaré nunca.
Ambos se miraron y comenzaron a reír.
—Tengo que volver pronto a casa—percibí la decepción en su voz—. No saben que estoy contigo.
Durante unos segundos, él no dijo nada, pero después asintió y le respondió.
—Yo también. No saben que me he escapado, pero no me importa si lo descubren. Estoy muy feliz de que te haya gustado mi sorpresa.
Él volvió a cogerla de la mano y ambos salieron juntos del invernadero.
—Cierra los ojos—dijo ella—.Yo también tengo una sorpresa para ti.
La niña sacó un colgante de su bolsillo y lo colocó alrededor del cuello del niño. Cuando se apartó, pude ver con detalle la media luna grisácea que descansaba sobre su pecho. Él la cogió entre sus dedos y la miró durante unos segundo.
—Es preciosa.
Sentí un revoloteo en el centro del pecho al escuchar la forma en la que lo decía.
—¿Mañana a la misma hora?
—Aquí estaré.
Él la miró hasta que desapareció entre los árboles y después cogió el colgante. Me pregunté en qué estaría pensando, pero entonces se giró y caminó lentamente hacia el interior del bosque, justo en dirección contraria a la de ella.
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