Capítulo 20
—Me alegro de que hayas sido la primera en llegar, Nina.
Cleo colocó su mano sobre mi hombro y me dio un ligero apretón.
—Gracias—musité.
El camino de vuelta a la academia transcurrió en silencio. Ninguna de las siete dijo nada. Después de que los chicos se quedasen con Morgan en aquel claro del bosque, volvimos de la misma forma en la que nos habíamos enfrentado a nuestras pesadillas esa noche. Solas.
—Saborea la victoria mientras puedas.
Phoebe pasó por mi lado y me lanzó una mirada de advertencia desde el primer escalón. La realidad era que no me sentía eufórica y tampoco podía negar que lo que había sucedido con Kai no me dolía.
—No le hagas caso—Moira meneó la cabeza y sonrió brevemente—. Si no os importa, me iré a descansar ya.
—Creo que todas haremos lo mismo.
El tono de voz de Ruby era más bajo que de costumbre. Nuestro aspecto demacrado mostraba las consecuencias de aquella prueba inicial. Estaba deseando llegar a mi habitación para ducharme y hacer desaparecer de mi cuerpo toda la suciedad.
—Vamos.
Subí las escaleras con Gwen a mi lado. Mi mirada se posó en los cortes superficiales de sus manos y nuestros ojos conectaron cuando llegamos al final de las mismas.
—¿Estás bien?
Gwen se limitó a asentir y se fue directamente hacia su habitación.
—Buenas noches.
—Descansad y recuperad toda vuestra energía.
—Buenas noches, chicas.
Al entrar a mi habitación, observé que la luz de la luna se colaba a raudales por la ventana, iluminando las frías paredes de color blanco. El reloj marcaba las cuatro de la mañana cuando cogí la ropa para cambiarme y entré al cuarto de baño. Encendí la luz y me quedé helada frente al espejo. En ese instante fui realmente consciente de la gravedad de mis heridas. Mi pelo estaba lleno de nudos y mis ojos verdes parecían agitados. Mis mejillas tenían pequeños arañazos al igual que mis brazos y mi cuello tenía marcas de un color rojizo. Miré mis medias rotas y vi la sangre que cubría mis rodillas. Después, levanté la palma de la mano y observé la fina línea roja que la dividía. Deslicé mis dedos sobre ella pero no sentí nada.
—Todo ha sido real. No te has imaginado nada.
Me saqué el vestido con cuidado y lo dejé en la cesta de la ropa sucia. También coloqué las botas cubiertas de barro. Me acerqué a la ducha y dejé el agua corres hasta que se calentase. Antes de que el vaho empañase el cristal observé mi cuerpo desnudo cubierto por arañazos y hematomas. Mi cuerpo tembló cuando miré por última vez el reflejo de una chica desconocida. ¿Dónde estaba mi pelo castaño y mis ojos marrones?
Tuve que agarrarme al lavabo cuando un fuerte dolor de cabeza me sacudió en ese instante. Cerré los ojos y volví a ver esas imágenes que se arremolinaban y luchaban por encontrar un orden.
Una mujer de unos cuarenta años me miraba desde la puerta de entrada del jardín de casa. Su pelo rizado y castaño le llegaba a la altura de los hombros y parecía que acababa de despertarse. Sus ojos castaños se entrecerraron cuando me sonrío.
—Entra, cielo. Es muy tarde para que estés mirando las estrellas.
—Mamá—sollocé—.¿Cómo me he podido olvidar de ti?
El dolor cesó de golpe y coloqué las manos sobre mi corazón. El vacío que sentía en mi interior comenzó a creer cuando recordé lo que había sucedido aquella noche. Mi madre tratando de mantenerme a salvo. Cassiel amenazándonos. Los siete chicos vestidos de negro parados en medio del salón. Sentí el mismo calor que aquella noche y un segundo después me invadió el frío.
Esa extraña sensación no desapareció hasta que recordé que unos brazos me estrecharon con fuerza y una cálida voz me prometió que todo saldría bien.
***
Cuando terminé de ducharme eran casi las cinco de la madrugada. Estaba exhausta y mis ojos comenzaron a cerrarse en cuanto mi cuerpo entró en contacto con la cama. Coloqué mi cabeza sobre la almohada y agradecía la suavidad de aquellas sábanas. Observé la piedra de amatisa que había colocado sobre la mesilla y me estremecí al recordar la forma en la que Kai se había desvanecido con su mero toque. Era, sin lugar a dudas, un arma muy poderosa.
A pesar de que Morgan nos había entregado aquel broche para canalizar la magia, no sabía cómo utilizarlo. Lo cogí y lo coloqué sobre la camiseta negra que me había puesto. También me había puesto unos pantalones y unas botas del mismo color.
Si mi plan funcionaba, podría obtener las respuestas que necesitaba.
Si mi plan fallaba... Bueno, al menos lo habría intentado.
Cogí la piedra amatisa y la apreté con fuerza. Cerré la mano en un puño y lo llevé hasta mi pecho. Desde hacía un tiempo, me había dado cuenta de que mis sueños eran muy reales. Podía sentir el viento, podía oler, podía correr. Podía notar que alguien me seguía.
Mis ojos comenzaron a cerrarse cuando mi cuerpo se relajó y cuando los abrí, un cielo acompañado de millones de estrellas se cernía sobre mí.
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