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Capítulo 2

Desperté cuando los primeros rayos de sol comenzaban a colarse por mi ventana. Abrí los ojos y miré el techo. Las estrellitas y los planetas que estaban pegados en él me habían hecho sentirme segura y acompañada desde que era pequeña.

Estaban colocadas formando constelaciones: la Osa Mayor, la Osa Menor, Dragón, Cefeo, Casiopea y Jirafa brillaban con intensidad cada noche.

—Cuando las mires, verás que la luz te acompaña y nunca estarás sola en la oscuridad.

Eso fue lo que me dijo mi madre el día de mi decimo segundo cumpleaños. Siempre pensé que lo hizo por las pesadillas que me atormentaban y si su intención fue ayudarme, lo consiguió.

Levanté una mano y la coloqué de manera que un rayo de sol incidió en ella.

Tenía las manos manchadas de negro como si hubiese estado jugando con el carbón.

Me obligué a levantarme de la cama. Ane y yo habíamos quedado temprano para ir a la playa. A pesar de que quedaba un poco lejos de casa, me había dicho que el mar me ayudaría a desconectar un poco. Después del estrés de los exámenes, necesitábamos despejar nuestras mentes y disfrutar del verano que teníamos por delante.

Me levanté y me miré en el espejo.

Mi cara estaba un poco pálida esa mañana. Mi pelo largo y castaño contrastaba con mis ojos del mismo color. Mi altura de metro sesenta me gustaba, pero el metro setenta de Ane siempre me había provocado envidia sana.

Me dirigí al baño que estaba al final del pasillo, me lavé la cara y me cepillé los dientes. En ese momento, la notificación del mensaje de Ane apareció en mi pantalla.

"Tienes que estar lista a las 9:00. Lo vamos a pasar genial , ya lo verás. Hoy voy a estrenar un biquini muy sexy."

"Sí. Jajajaja, seguro que te ves genial. Conduce con cuidado."

Envié el mensaje y bloqueé el teléfono mientras volvía a mi habitación. Abrí el armario y elegí mi ropa. Todavía eran las 8:30, por lo que Ane vendría en media hora.

Cogí un bañador de color púrpura oscuro con la espalda descubierta que me encantaba y me puse unos pantalones cortos negros. Metí las toallas en una bolsa y lo dejé todo preparado. Después, bajé a la cocina para tomarme un vaso de zumo y cuando volví a dejarlo en la nevera, mi madre apareció.

—Buenos días, cielo—bostezó—. ¿Has dormido bien?

—Buenos días, mamá— me giré hacia ella y le sonreí—. Sí. ¿Qué tal has dormido tú?— tomé un sorbo de mi zumo de naranja.

—Bien también. Me alegra que hayas descansado. Por cierto, ¿sabéis a qué playa vais a ir?—antes de que pudiera contestar, siguió hablando—.Tened cuidado en la carretera y en el mar, con este calor cualquier precaución es poca.

Asentí y coloqué el vaso sobre la encimera.

—Iremos a alguna que no quede muy lejos. No te preocupes, tendremos cuidado—desvié la mirada hacia el reloj. Ane llegaría pronto—. Por cierto—hice una pausa mientras observaba cómo vertía la leche, el café y el azúcar en una taza—. ¿Por casualidad anoche escuchaste algún sonido en el patio trasero? Cuando salí, me pareció ver algo, pero no sé qué tipo de animal podría ser.

—¿Algo?—abrió los ojos, sorprendida—.¿En el patio trasero?—pareció ponerse alerta—. ¿Estás segura de que era un animal?

—Bueno, estaba muy oscuro. Quizás sólo fueran imaginaciones mías—traté de restarle importancia.

El sonido del coche de Ane puso fin a nuestra conversación. Me estaba arrepintiendo de habérselo contado porque parecía realmente preocupada.

—Oh, es Ane. Acaba de llegar—cogí las bolsas que había preparado—. Me voy mamá—me despedí besando su mejilla.

Sentí sus ojos sobre mi espalda.

—Saluda a Ane de mi parte. Tened cuidado y si sucede algo, no dudes en llamarme.

Me giré hacia ella y le lancé una mira tranquilizadora. Mi madre solía ser así y aunque en ocasiones pensaba que actuaba de forma sobreprotectora, no la culpaba por ello. Una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos.

—Estaremos bien—asentí y cerré la puerta.

—Tía, ¿qué estabas haciendo?—con el motor arrancado y con una mano colocándose las gafas de sol, Ane me dirigió una sonrisa. Su pelo negro liso brillaba bajo el sol y a pesar de que ya estábamos entrando en verano, su piel seguía siendo un poco más blanca que la mía—. ¿Lista para nuestro gran día?

—Qué impaciente eres—sonreí—.Sabes cómo soy—abrí la puerta de su golf blanco—. Siempre me tomo mi tiempo, y sí, estoy lista para nuestro gran día—cerré la puerta del copiloto—.¿Has pensado en la playa a la que iremos?

—Sí, bueno—chasqueó la lengua—. De camino aquí he pensado en una a la que no suele ir mucha gente. Cabo Cob, a las afueras de Massachusetts.

—Me parece perfecto.

—Mmmh. Por cierto—la miré y ella me sonrió. ¿En qué estaría pensando?—.No te preocupes, lo tengo todo controlado—suspiró con fuerza—.Si algún tío bueno se acerca, yo le daré tu número. Para eso están las amigas.

Tan típico de ella.

—Creí que íbamos a la playa para relajarnos—suspiré y me reí mientras nos poníamos en marcha, dejando atrás mi casa.

—¿Todavía sigues creyendo en esas historias sobre el hilo rojo?

—Esa pregunta se responde sola—la miré y soltó una carcajada.

—Romántica empedernida.

Le saqué la lengua y subí el volumen de la música que sonaba en ese momento.

Recognize me, de Sofi de la Torre.

Ane y yo pasamos la mayoría del viaje cantando y hablando. Su tía había preparado un poco de comida, por lo que aprovecharíamos para pasar la mayoría del día juntas.

Pronto pudimos divisar el ancho mar. El sol se reflejaba en el agua y emitía reflejos, como si fueran cientos de estrellas.

Podría pasar todo el tiempo del mundo mirando el océano y no me cansaría.

—Su cala es perfecta—dijo mientras aparcaba—. He oído que no se llena mucho y así podemos estar más tranquilas.

—Genial—a pesar de que era temprano, ya habían varios coches en la zona en la que habíamos aparcado. 

Bajemos al mismo tiempo y cada una cogió lo que había llevado. Ane se aseguró de cerrar bien y comencemos a andar en dirección a la playa.

—Este lugar está genial—admití—.Nunca te equivocas.

—¿Lo dudabas?—dijo mientras sonreía.

Dejemos las cosas con cuidado en el suelo y coloquemos las toallas sobre la arena, que todavía estaba fría. Miré a nuestro alrededor y tan sólo habían dos familias con sus hijos pequeños, que estaban tratando de meter sus pies en el agua.

—¿Te apetece que demos una vuelta?—se quitó las gafas y las metió en su bolsa—.Con algo de suerte, puede que pesquemos algo—me guiñó un ojo—.Tú ya me entiendes.

—Sí, todavía es temprano—contesté y sonreí, entendiendo su frase con doble sentido.

Ane y yo comenzamos a andar por la orilla del mar. La arena y el agua fría eran una sensación agradable. La playa se iba llenando poco a poco de gente y los niños chapoteaban en la orilla. Me había pintado las uñas de los dedos de los pies de color azul y mientras andaba, veía cómo la arena se deslizaba entre ellas.

Ese día iba a hacer bastante calor, por suerte, antes de salir a dar nuestro casual paseo nos habíamos puesto la protección solar.

Ane se detuvo de golpe, como si hubiera visto un fantasma. La miré extrañada.

—¿Qué...?—miré el lugar exacto donde se posaban sus ojos.

Pero no vi un fantasma, sino un grupo de chicos que se acercaba a la orilla de la playa. Mis ojos se desviaron más allá y me di cuenta de que no éramos las únicas que estábamos mirándolos. Por el aspecto que tenían, deberían ser un poco mayores que nosotras y sus cuerpos combinaban perfectamente con sus caras.

Tres iban delante y otros tres iban un poco más atrás. Dos de ellos eran rubios, otro tenía un tono de rubio más claro, pálido, que bajo el sol era blanquecino, los otros tres eran castaños y el último...

Ane me dio un codazo.

—Creo que le interesas a alguien.

—Ane, por favor—susurré—. Que te van a oír.

Pero en lugar de apartar la vista, lo miré a él y el tiempo pareció congelarse por un segundo.

A esa distancia, sólo podía ver unos ojos oscuros que contrastaban con su piel ligeramente bronceada. Su brazo derecho estaba tatuado y unas letras decoraban sus nudillos. De sus orejas colgaban dos aros y su mirada estaba fija en la mía.

Sentí que el aire se me quedaba atascado en la garganta.

—¡Vamos Jared, el agua no está tan fría—dijo el chico con el pelo blanquecino y tiró de él, haciendo que rompiera el contacto visual conmigo.

Mis ojos lo siguieron hasta que entró en el agua.

Me pareció oír que Ane decía algo, pero yo no podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar.

En lo que había sentido.

Esos ojos.

Esa mirada.

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