Capítulo 17
—¿Tienes idea de dónde puede estar la estrella?—sus ojos azules me observaron con detenimiento mientras seguíamos caminado a través del bosque.
—No estoy del todo segura, pero sí hay un lugar que quiero comprobar.
Kai se quedó quieto y me miró. Su rostro estaba serio. ¿Acaso le incomodaba la situación que nos había tocado enfrentar?
—¿Hay algo que te preocupe?
Separó los labios con la intención de hablar, pero pareció dudar.
—Es el bosque. Nunca me ha gustado y menos por la noche—meneó la cabeza y cogió el papel que tenía entre los dedos.
—Morgan ha dicho que todos los caminos son diferentes.
—Creo que sé a lo que se refiere.Ven.
Tirando ligeramente de mi muñeca, me situó a su lado y avanzó hacia la derecha.
—¿A dónde vamos?
—Observa.
Cogió una piedra del suelo y puso su brazo delante de mí. Nos hizo retroceder hacia atrás y lanzó la piedra hacia delante. Un segundo después, la misma estalló en mil pedazos.
—Barreras protectoras—susurró—. Será mejor que vayamos con cuidado.
Seguimos andando alrededor de quince minutos y durante ese tiempo, ningundo de los dos dijo nada.Sin embargo, él fue el primero en romper el silencio.
—¿Oyes eso?
—No—admití y traté de agudizar el oído—.¿Qué has oído?
Mire a mi alrededor y como era noche de luna llena, no tardé en identificar la fuente de sonido.
—¿Estás seguro de que no tengo nada en el pelo?—la voz aguda de Phoebe era difícil de confundir.
—Tendré que acercarme para comprobarlo. ¿Te importa si lo hago?
Estábamos a unos cien metros de distancia, pero no era lo suficiente para distinguir sus rostros, aunque sí podíamos ver sus figuras. Y sí, estaban demasiado cerca.
—¿Crees que pueden vernos?—susurré.
—No creo que estén pensando en si estamos aquí.
Kai tenía razón. Ellos ...estaban haciendo lo que sentían. ¿Eso era a lo que se referían cuando se referían a esa noche en concreto?
Volví a mirar el punto exacto en el que se encontraban, pero me encontré con que habían cambiado de posición. Sus pies ya no tocaban el suelo y uno se encontraba encima del otro. Comencé a sentir un calor en mis mejillas y di un par de pasos hacia atrás.
—Creo que ya he visto suficiente.
—Míralo por el lado positivo—por el rabillo del ojo capté su sonrisa—. Ahora tenemos más ventaja.
Seguimos nuestro camino y agradecí la suave brisa que nos acompañaba esa noche. Los nervios que se arremolinaban en mi estómago comenzaron a aliviarse ante esa sensación.
—¿No recuerdas cómo llegaste aquí?—su pregunta me pilló desprevenida, pero decidí hablar con sinceridad.
—Mis recuerdos son muy confusos. Sólo he podido recuperar pequeños fragmentos, pero...no sé lo que significan.
—¿Tienes miedo?
¿Miedo?
—Lo que siento ahora mismo es que no encajo en la academia. No estoy a la altura de mis compañeras y no creo que pueda llegar a estarlo.
—Eres igual de valiosas que ellas, Nina. Por eso estás aquí.
—Esto es totalmente nuevo para mi y no...—casi le confesé lo sola que me sentía—no ser capaz de recordar mi pasado me hace sentir culpable.
—En ocasiones desearía que nadie nunca me hubiese revelado el mío—posé mis ojos en los suyos. Su rostro estaba relajado—.Mis padres me abandonaron al nacer y Morgan me salvó de una muerte segura, así que le debo la vida a ella. Todos aquí se la debemos.
Su confesión me pilló por sorpresa. Él no tenía una familia, ni tampoco un hogar al que volver.
—Lo siento. No lo sabía.
—No había forma de que lo supieras, tampoco tienes que sentirme mal por mi. Eso pasó hace tiempo, pero ahora hablemos de ti. ¿No recuerdas nada de la noche que llegaste aquí?
El cambio de tema en la conversación evitó que el ambiente se volviera tenso y en cierta medida, me sentí aliviada.
—Sé que puede sonar raro pero en mi mente aparecen siete chicos y creo que ellos pueden tener algo que ver en todo esto. ¿No te parece una locura?
—¿Se lo has dicho a ellas?
—Sí.
—¿Y ellas qué te han dicho?
—Que son ángeles de la muerte.
—Son monstruos. Asesinos. Sólo dejan muerte y dolor a su paso—sus palabras se volvieron frías. También su mirada.
El cielo se iluminó y un trueno me sacudió de pies a cabeza. Finas gotas de lluvia comenzaron a golpear las manos con las que me cubría.
—¿Por qué llueve de repente?
Un silencio ensordecedor fue la única respuesta que obtuve. Alcé la vista y observé que el lazo rojo de mi muñeca se había desatado.
—¿Kai?
Giré sobre mi misma, pero no lo encontré. Se había ido, dejándome sola. Otra vez. Una sensación desagradable me envolvió cuando comprendí la verdad.
La prueba acababa de comenzar.
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