XXI Armada
Deslumbran los primeros rayos del alba en una mañana despejada y clara. Repican campanas a incordiar de manera insistente, elevando la moral de los soldados que permanecen firmes y atentos en las almenas y las torres defensivas. Todos tienen alguna función que realizar mientras dure la batalla, que hasta los niños se encargan de repartir agua y las mujeres de recoger a los heridos y llevarlos al hospital para ser atendidos, incluso muchas de ellas forman junto a sus compañeros y combaten igual o mejor que ellos. Resuenan entre el palpitar del tintineo de las campanas, con las plegarias y oraciones de monjes y sacerdotes que van repartiendo bendiciones, exorcizando maldades y esparciendo inciensos aromáticos por todos los rincones, pronto se mezclaran con el fétido olor a muerte y sangre. Y sobre el cielo, escuadras de paladines sobre sus grifos de guerra muestran su pericia en sincronizadas acrobacias de vuelo.
A la noche abandonaron los arcángeles su posición sobre el gran obelisco para apoyar las defensas e insuflar valor a los destacados en esas posiciones, y se ubicaron sobre las puertas norte y sur respectivamente, los puntos más débiles de la gran estructura defensiva, apagando el escudo de santidad que protegía a la fortaleza,.
Sombra observa desde el balcón con aire firme y marcial, no quiere que se le note la preocupación que le embarga. Cuenta, siguiendo el lento caminar del sol, las horas que faltan para el inminente envite del enemigo.
Desde las montañas y bosques que rodean la fortaleza llegan voces y rugidos de los muertos en vida que, como en un macabro ritual de combate, van congregándose a la espera de que vayan llegando más para recibir la orden de atacar. Un zumbido como el de un enjambre de incontables insectos se esparce en eco por las montañas, excitando y atrayendo a más y más de aquellas bestias sedientas de sangre.
Luz clava, sin decir palabra, su mirada en el mapa, tan solo tararea entre dientes el estribillo de una canción que le viene a la mente con insistencia y que habla de un gallo negro y otro rojo que se encontraron en la arena frente a frente.
—La armada ya ha tomado las Baleares como ordenaste, apenas encontraron resistencia y van camino de Córcega —avisa Luzilda con aire de satisfacción mientras enfoca los satélites en la islas recién reconquistadas—. Las primeras naves de guerra salieron a la marea alta por la tarde y llegaron antes del amanecer, todo ha sido muy rápido y más fácil de lo que pensamos.
Luz detiene en seco el tarareo de la canción y busca en los monitores las imágenes que va recibiendo. Un denso humo se esparce por diferentes pilas donde arden los cuerpos de los enemigos muertos mientras una dotación de uniformados armados y colonos tratan, a toda prisa, de restauran un pequeño castillo en ruinas sobre un promontorio en los escarpados acantilados, recuerdo, todavía en pie, de otra época cuando aún pertenecían a la Teocracia aquellas tierras.
El estratega busca la avanzadilla de la flota, una docena de barcos abre la comitiva como punta de flecha, seguidas van de cerca por más de un centenar de velas blancas dibujadas en un mar azul y en calma.
—¡Demasiado rápido y demasiado fácil! —se queja Luz—. Si siguen a la velocidad máxima de eslora y no encuentran resistencia en tierra, llegarán antes de lo previsto y podrían alterar las decisiones de atacar del enemigo.
—¡Tranquilo vaquero!, ten un poco de fe —sonríe la mujer mientras enfoca otro lugar en el mar al creer percibir unas manchas sobre él—. Mira allí, eso son...
—Galeras de los Fanáticos cargadas hasta los topes —puntualiza Luz—. Están trasladando a todos sus efectivos a las costas para utilizarlas contra el asalto al Vaticano, por eso están tan desprotegidas las islas.
—Pues parece que los capitanes de la avanzadilla también los han visto y han virado lanzándose contra ellos —confirma Luzilda—. Quizás eso los retrase un poco y ya de paso, eliminan al enemigo unos cuantos de esas malas bestias antes de que lleguen a tierra firme.
Las imágenes muestran como, sin gran dificultad, las naves de guerra de la Teocracia se acercan a las galeras mucho más lentas, al ser arrastradas tan solo por la corriente del mar. En un desesperado intento de frenar al enemigo que se acerca peligrosamente, algunos sacerdotes menores de Amón, dios de los vientos, invocan una nube de gaviotas y cormoranes que a toda velocidad se estrellan contra los barcos, dañando sus velas y atacando a los marinos que tratan de defenderse de tan molesto ataque. Pero el intento de defensa es infructuoso y llega demasiado tarde, los galeones y las fragatas han tomado posiciones de distancia de fuego y disparan sus cañones al unísono, lanzando por los aires, en un crujir de maderas y gruñidos desesperados, a los ocupantes de las galeras. En algo más de una hora, sobre las aguas del mar, apenas quedan algunos restos desmembrados de los vencidos esparcidos entre trozos de madera y cabos.
—En el mar no son tan peligrosos como en tierra firme, son un blanco fácil de vencer —confirma Luz con satisfacción.
—Será mejor que veas esto —llama la atención del estratega la mujer, enfocando las cámaras hacia los alrededores del Vaticano.
Tanto como por el norte como por el sur miles, tal vez varios cientos de miles de aquellas criaturas se desplazan a gran velocidad, atravesando montañas por los desfiladeros, por valles y bosques, en una mancha oscura que lo arrasa todos a su paso hacia una única dirección y con un único objetivo, destruir el centro de mando y poder de la Teocracia.
—¿Y los revolucionarios? —reclama Luz más información, visiblemente alterado.
—¡Nada! Siguen agazapados en sus madrigueras —informa Luzilda— Espero que hayan visto la oportunidad, aprovechen la ventaja y no estén esperando a que caiga el Vaticano. Sería un desastre para todos, incluso para ellos mismos.
—¡Saldrán! Estarán esperando que se dispersen todavía más los Fanáticos —se ratifica Luz—. Tienen mucho que ganar en esta guerra y saben que sacar del tablero de juego a la Teocracia les pondría de frente a ellos solos contra la barbarie más absoluta.
Regresa el estratega con los objetivos de los satélites apuntando a la línea costera de la península, revisando de arriba abajo el mar en busca de más galeras de transporte. De golpe para en el sur de la península itálica, sus ojos se clavan en la pantalla sin dar crédito...
—¡Por todos los diablos del Infierno! —grita Luz contrariado—. ¿Qué es eso? ¿De dónde ha salido?
Sobre los ciento cuarenta y cinco kilómetros que separan las costas africanas de la península europea por el canal de Sicilia, los Fanáticos se afanan en levantar una descomunal estructura de barcos y barcazas atadas a troncos de madera y de cuanto les puede ser de utilidad, con intención de construir un paso que acerque ambas costas. Sobre la edificación un puñado de sacerdotes de Nun repite conjuros que detienen las mareas y vigorizan a los constructores, facilitando y agilizando la pronta terminación del colosal proyecto.
En la parte africana, una ingente masa de Fanáticos aguarda la finalización de la estructura para cruzar al otro lado.
—Si calculamos la densidad por metro cuadrado y teniendo en cuenta la superficie que ocupan... —delimita Luzilda los espacios e introduces los datos en la memoria de sus computadoras—, puede que haya más de dos millones de Fanáticos esperando para cruzar.
—Eso sería incontenible, no hay fuerza que pueda detener su empuje —confirma Luz—. Esa masa desbocada arrasará el Vaticano y cuanto se le ponga por delante...
—¿Entonces? —trata de buscar una respuesta de su compañero—. ¿Qué haremos?
Luz, visiblemente contrariado y preocupado, busca una solución rápida que dé respuesta al inesperado contratiempo que puede llevarles a una estrepitosa derrota, recalcula sus fuerzas para distribuirlas en un nuevo tablero de juego...
—¡Sombra! —se comunica precipitado con su fiel y leal amigo que desconoce todavía la nueva situación.
—¡Dime, chaval! —responde confiado y animado todavía su amigo—. ¿Cómo va eso? ¿Alguna novedad?
—Ni te imaginas... —Trata de recomponerse Luz—. Cambio de planes. La situación se nos está complicando, y si no tomamos medidas con rapidez, no podremos contener el avance de los Fanáticos.
—Me estas asustando, chaval —se revuelve Sombra con preocupación al sentir el tono de voz de su amigo—. Está bien, no importa, confío en ti, tú solo dime lo que tengo que hacer y yo seguiré tus órdenes sin dudarlo.
Luz se toma unos minutos eternos mientras medita las posibilidades ante la nueva situación, para finalmente tomar una decisión.
«Nuestra armada ha tomado con facilidad Baleares y Córcega, y se dirige con celeridad hacia Cerdeña, no les será difícil tomarla, está prácticamente desprotegida. No obstante, nos ha surgido un imprevisto con el que no contábamos: los Fanáticos están construyendo un paso sobre el mar que una el continente africano con Sicilia con intención de facilitar el acceso a varios millones de sus hordas al territorio europeo, si lo consiguen será imposible detenerlos... hemos de reventar esa estructura sea como sea, o estará todo perdido.
»He recalculado nuestras fuerzas y nos vemos obligado a cambiar de planes...
»Supongo que el enemigo retrasará su asalto al Vaticano hasta haber consumado el traslado de su ejército del otro continente a tierra firme de este, unificándolo con el que ya tiene aquí. Por eso no les ha preocupado perder las islas y seguramente estarán pensando que desembarcaremos la armada para proteger la fortaleza; confiados en su superioridad no se opondrán y permitirán el acceso de los refuerzos para atraparnos y destruirnos a todos dentro como a ratas».
—¡Entonces...! —interrumpe, visiblemente alterado, Sombra—. ¿Qué piensas hacer? ¿Por qué ya tendrás un plan, verdad?
—Sí, calla y deja que te explique.
—Está bien Luz te escucho...
«Quiero que mandes —a un arcángel y a la mitad de los grifos de combate de que dispongas— en busca de la Armada, para cuando lo alcancen, el convoy ya habrán tomado Cerdeña y pronto se dirigirán hacia Sicilia. Diles que se detengan y que fondeen la flota en algún puerto natural del mar del Tirreno, que desembarquen a todos los civiles y una pequeña parte del ejército, para que dé la impresión de que la mayoría de nuestros barcos están preparados para echarse a la mar con dirección al Vaticano a la mañana siguiente.
»Al anochecer, embarca al grueso del ejército en una veintena de barcos de guerra, los más potentes y rápidos y que, remolcados por el arcángel y los grifos pongan rumbo a la gran isla.
»Da órdenes para que el ejército desembarque en silencio y lo más rápido posible en la costa suroeste, en algún lugar cercano al extremo donde planean terminar el puente; sabemos que está bien protegido pero no resultará difícil vencerlos. Una vez eliminada toda resistencia, que utilicen los materiales que están usando para asentar el puente en ese lado, se fortifiquen y detengan el máximo tiempo posible cualquier intento de tomar la costa. Mientras todo esto se lleva a cabo, el arcángel y los grifos, han de lanzar la flota en un ataque suicida contra la estructura y destruirla por completo...
»Si no lo consiguen, estaremos perdidos».
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