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X Tormenta

Durante toda la noche han volado con dirección hacia el noroeste sin detenerse, recorriendo una gran distancia. A su paso por ciudades y pequeños pueblos eran muchos sus habitantes los que podían verlos recorriendo el cielo estrellado y se volvían señalándolos para despedirse de ellos, algunos, incluso, se arrodillaban y otros cantaban emocionados, desde las alturas todos esos hombres y mujeres parecían hormigas diminutas.

Luz pudo comprobar con aquellos gestos, la fe y devoción que le tienen a su guía que, en agradecimiento a ellos, se derramaba en bendiciones, aún así, el arcángel siempre permanecía en esa actitud como de estar ausente y en ningún momento había pronunciado palabra alguna.

Llegan a una gran ciudad costera con el primer resplandor de la aurora, el olor a salitre y el rumor del mar la delatan. El arcángel busca en el mismo corazón de aquella gran urbe una catedral de dimensiones colosales, de formas retorcidas y de enormes torres coronadas de estrellas, que se elevan al cielo como saetas, desde donde se puede divisar toda la ciudad y la vista se pierde en el horizonte. Detiene su vuelo el guía para situarse suspendido etéreo sobre la torre más alta, dirigiendo su cuerpo hacia el sol naciente que resurge de las profundidades por el levante, pareciera que se alimenta de esos primeros rayos del alba.

Luz, por el contrario, aprovecha el descanso de lo que parece una parada en el camino para bajar a la ciudad y pasearse por sus calles, todo está engalanado de guirnaldas de flores y cintas de telas de colores; deambula sorprendido y contrariado, pues parece que en aquellos territorios humanos siempre andan preparándose para la guerra o celebrando alguna fiesta, ya sea religiosa o de todo lo contrario. Un gruñido en su estómago le avisa de que tiene un apetito voraz y de que necesita, lo antes posible, recuperar fuerzas antes de continuar la marcha hacia el lugar donde le quiere llevar el arcángel.

«¡Eh, compañero! Creo que sería buena idea que merodee un poco por ahí yo solo, a ver si saco algo de información sobre lo que está pasando y hacia dónde nos llevan. Tengo una extraña sensación de que algo gordo se está cocinando», avisa Sombra que, en un requiebro sale de su anfitrión y entre las sombras se pierde en dirección al puerto.

Los ciudadanos de la ciudad que vieron a Luz llegar surcando el cielo con su campeón, salen a su encuentro y amables y generosos todos quieren saludarle e invitarle a entrar en alguna de las tabernas abarrotadas de clientes, el invitado no les hace ascos y agradece con amabilidad, devorando todo cuanto le ponen delante, que pareciera ser un saco sin fondo, ni tampoco se niega a aceptar los ricos vinos y espumosos que le ofrecen y aunque traten de emborracharle, él no da ninguna señal de sentirse afectado, más pareciera que estuviera bebiendo agua.

Cuando el sol de la mañana apunta desde lo más alto, el arcángel parece estar recuperado y en un vuelo rasante busca a su acompañante de viaje.

«¡Eh chaval! Me parece que el estirado de armadura dorada te está buscando. Creo que ha llegado el momento de reanudar la marcha...», avisa Sombra en un nuevo pensamiento.

«¿Qué has descubierto en tu ronda? ¿Algo que merezca la pena?», se pregunta.

«Sí, y muy interesante. Como me temía algo gordo se está fraguando por estas tierras. He escuchado algunas conversaciones entre capitanes de navíos. Al parecer nos dirigimos al Vaticano, capital de la Teocracia que está sufriendo un largo asedio por los que llaman: los "Fanáticos del Libro". Además, tienen acuartelado un gran ejército, tan grande como el que vimos en las fronteras con el Infierno y una gran armada fondeada en el puerto para trasladar las tropas, incluso puede que más en otros puertos cercanos. Parece ser que preparan una gran ofensiva para levantar el asedio», va transmitiéndose con autocomplacencia Sombra por la importancia de la información conseguida.

—¡Vaya! Eso sí que es un trabajo bien hecho, colega. A veces me sorprendo a mí mismo —grita Luz ante el asombro de los presentes al verle hablar solo.

El demonio sonríe intentando quitarle importancia y arremete con ansia a un buey asado que le han puesto encima de la mesa y apura del último barril de cerveza antes de levantarse en un sonoro eructo y entre aplausos y vítores de todos los presentes se dirige hacia la puerta de la posada.

«Pero la cosa no queda ahí, todavía hay más», insiste Sombra.

«¿Más? ¿Qué más puede haber? Dime, no me dejes en ascuas...», se interpela con extrema curiosidad Luz.

«Pues, no te lo vas a creer... Se aproxima una gran tormenta con fuertes vientos que pueden llegar a ser en algunos momentos huracanados y que obligará a la flota a permanecer amarrada en puerto al menos una semana más. Y eso, puede traerles consecuencias desastrosas. La preocupación en los mandos de la armada es máxima. ¿Qué opinas, Luz?», termina de informarse Sombra en un largo suspiro.

—A mí, me da igual... ¿El perro es mío? —rompe en un sonoro eructo sin importarle lo más mínimo que le tomen por loco al hablar solo, ni lo que puedan estar pensando—. Está bien, vayamos al encuentro del soldadito dorado, veamos a dónde nos lleva y qué planes nos tiene preparados. —Sale Luz de la taberna sintiéndose saciado y tras estirar sus alas y dar un par de aleteos, se eleva buscando a su guía.

Al llegar a su encuentro, el arcángel se gira, dirigiéndose hacia el puerto y deteniéndose en la bocana parece valorar el peligro. Luz a su lado, sin el menor temor, permanece a la expectativa, sintiendo, por primera vez, la confusión y las dudas en su acompañante.

Abajo en el puerto y en los barcos se han congregado una multitud de personas que mirando hacia ellos, esperan con igual expectación la decisión que tomará su campeón.

Tras un par de minutos de reflexión el arcángel se decide finalmente y extendiendo su espada hacia el horizonte, señala, entre un estruendo de gritos, vítores y "disparos de salva" con cañones y armas de fuego, la dirección que van a tomar. Los mortales saben que ellos no podrían atravesar la tormenta pero si su campeón lo consigue, todavía queda una esperanza de retrasar lo inevitable y darles a ellos tiempo a salir en ayuda de los sitiados.

Y mar adentro, en la línea que separa el agua del cielo, ya se distingue en la distancia, la negra borrasca que se aproxima; el arcángel levanta el vuelo dirigiéndose hacia ella como una saeta lanzada al cielo y tras él, Luz le sigue a la zaga en una sonora carcajada que se esparce por todo el puerto.

Poco tardan en llegar a la tormenta, mucho más potente incluso de lo imaginado y lo previsto por los capitanes del puerto. Al principio solo son unos chubascos dispersos, pero a medida que se adentran en ella, el viento en contra arrecia con fuerza, la lluvia se hace más intensa y comienza a descargar una peligrosa tormenta eléctrica. Mas a Luz no parece afectarle, se siente cómodo entre aquella oscuridad, pero sin embargo, el arcángel parece contrariado y comienza a tener graves dificultades para avanzar, mientras además, trata de sortear los rayos que parecen buscarle con insistencia.

«Tengo la extraña sensación de que esto no es un fenómeno natural, más bien parece que alguien o algo lo está provocando y por alguna razón que puedo imaginar, no quiere que lleguemos a destino», se dice Sombra a medida que la situación se va complicando más y más.

«Me has leído el pensamiento, colega», sonríe en una estrepitosa carcajada Luz, que sobrepasa el fragor de la tormenta sin grandes dificultades.

El arcángel, claramente angustiado, en un último intento de sobrevolar la tempestad que les cae, intenta elevarse hasta la altura máxima que les permiten sus cuerpos. Luz empieza a jadear con dificultad, le falta el aire y aún así, no consiguen sobrevolar el temporal y por el contrario, se han metido entre las densas nubes, lo que le dificulta al demonio seguir el rastro de su guía.

Y cuando la tormenta parece arreciar con su máxima intensidad, el arcángel, exhausto, comienza a descender en un dramático y peligroso giro, cuando de improviso, un inesperado rayo impacta de lleno en su armadura dorada. El guía se resiente cayendo de manera incontrolada algunos metros, mas cuando parece recomponerse, una nueva descarga eléctrica le impacta, y una tercera terminar por vencerlo.

El arcángel cae como un pajarillo herido envuelto en un chisporroteo eléctrico y de plumas en llamas que se desprenden de sus alas. Luz en un rápido reflejo, rectifica el vuelo y se lanza en picado hacia el herido de gravedad que, con desesperación extiende su mano buscándole. Finalmente el demonio consigue agárralo y con delicadeza lo recoge entre sus brazos para continuar en la dirección establecida, portando con dificultad tan pesada y valiosa carga.

—Vamos, amigo, resiste, no es este lugar para caer derrotado, no puedes perderte aquí. Me debes la revancha con otro duelo, y te advierto que la próxima vez te voy a ganar —trata Luz de animarlo con cálidas palabras.

Y a lo lejos, bajo el ojo del huracán, ya llegan, los dos náufragos, a divisar algunos destellos de luz que anuncian, como un faro sobre los acantilados, tan deseado final de su viaje y el resguardo en medio de la cólera del tiempo, el Vaticano.      

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