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VI Magnicidio

—Él es... —Luz permanece desconcertado, como ido, sin poder reaccionar a lo que está ocurriendo, y no es por la situación externa tan complicada a la que se enfrenta y que siquiera le preocupa, solo trata de entender esas emociones nuevas que le llevaron a proteger a la mujer del resto de los demonios. Intenta comprender esos sentimientos tan profundos que ella despierta en él y que nunca antes había sentido

«Podría ser, podría ser... ¿Es esto, amor?», se cuestiona para sus adentros.

—¿Y bien, Luz? —recalca Lilith desde la distancia— ¿Qué otra curiosidad nos has traído? Sorpréndenos una vez más.

«El teniente Columbus. Reacciona Luz, regresa de las nubes, por favor, pareces un colegial enamorado», avisa en un pensamiento Sombra, que ha permanecido oculto en su interior.

El hombre sabedor de que ha llegado su turno y de que sus posibilidades de sobrevivir son aún menores que las de la mujer, en un rápido movimiento saca el cartucho de la película con el que ha estado grabando toda la reunión desde que llegaron y con disimulo la pasa a Mon, que la coge para guardar tan importante prueba de lo acontecido hasta el momento; y con la misma celeridad, el detective introduce un nuevo cartucho en el interior de la cámara.

—El teniente Columbus. —Se regresa Luz a la realidad del momento, apartando todos esos pensamientos que le nublan la mente.

—Efectivamente, soy el teniente Columbus, ex agente del cuerpo de policía del Averno e investigador privado, para serviles en lo que deseen... —saca, igualmente, un puñado de tarjetas y las echa encima de la mesa como hizo anteriormente Mon—, realizo todo tipo de pesquisas y peritajes, aunque mi especialización son las infidelidades conyugales, incluso las interraciales entre humanos y demonios, pero también hago otro tipo de actuaciones en el ámbito de la empresa, robos de capital y material, estafas a seguros...

—Bien, bien... Ya nos ha quedado claro quién es usted y lo que hace en su vida profesional —corta abruptamente la presentación Satanás—. Y la verdad es que me importa bien poco usted y su trabajo, lo único que quiero saber es porqué está en estos momentos en mi despacho.

—¡Ah, sí! Eso... —recula el hombre temeroso de los motivos que le han llevado hasta allí—. Pues yo... —se resiste a dar una respuesta, consciente del peligro que corre cuando se sepa el motivo real.

«Luz, Luz... Vamos, colega. No es el momento de pensar en mujeres. Céntrate, nuestra cabeza está en juego...», recrimina en un nuevo pensamiento Sombra al aturdido enamorado.

«Sí, Sombra, tienes razón. Vamos a poner toda la carne en el asador. A ver por dónde explota todo esto. ¿Estás conmigo?», se contesta.

«Siempre, Luz. Soy el único amigo que tienes en este mundo, ¿o es que todavía no te has enterado, chaval?». Sonríe Sombra dejando escapar un extraño sonido gutural del interior de su anfitrión.

Luz recobra su mirada de fuego cargada de rabia e ira y golpeando su puño enguantado contra la mesa grita con fuerza:

—El teniente Columbus tiene en su poder la prueba que demuestra un complot para asesinarme. —Detiene de súbito su exposición para ir pasando con aire desafiante su mirada sobre cada uno de los allí presentes—. Uno o varios de ustedes, de manera mezquina, en vez de enfrentarme directamente, ha contratado los servicios de un sicario para eliminarme, pero le ha salido el tiro por la culata, porque el teniente estaba presente en la negociación y escondido pudo grabarlo con su cámara, y tiene aquí la prueba para que podamos comprobar la autoría de tan magna felonía.

Un nuevo silencio se hace por unos segundos sin que ninguno de los presentes parezca inmutarse. Luz permanece atento a algún movimiento o gesto que delate al culpable, cualquiera de ellos sino todos, probablemente, desearían su muerte, pero ninguno muestra alguna señal que lo delate.

Unas pausadas palmas acompañadas de forzadas sonrisas rompen el silencio, el rostro de Satanachia resplandece en la oscuridad.

—¡Vaya te has superado, hermano! Si la actuación de tu concubina fue buena, este nuevo entretenimiento que nos traes la ha superado. —Hace un receso para medir sus palabras—. De todos los presentes, no me cabe duda del que más ganas quiere tu muerte soy, sin duda, yo. Pero lamentablemente, he de decirte que no he sido el hostigador de tu asesinato. —Se levanta para mutar una vez más su rostro al de demonio—. Porque jamás encargaría a otro este trabajo, ardo en deseos de hacerlo personalmente, nada me gustaría más que arrancarte el corazón de humano que tienes y devorarlo.

—¡No agotes mi paciencia! No estoy para bromas y menos para provocaciones. —Cambia Luz, de igual manera, el rostro al de demonio,  en lo que parece un inevitable enfrentamiento.

—¡Orden, hijos míos, orden!, ¡mantened la calma! y dejad de lado vuestras rencillas y bravuconerías. —Trata una vez más Satanás de detener un enfrentamiento que se antoja inevitable—. Y permitidnos que veamos las pruebas de las que habla Luz. Yo también ardo, al igual que imagino lo hacéis todos vosotros, por saber quién es el instigador del magnicidio. Vamos, no perdamos más tiempo y veamos esas pruebas de las que hablas...

—Está bien, veámoslas... —Recobra Luz su aspecto humano y hace una señal al teniente para que comience—. Columbus, si es tan amable...

—Por supuesto —responde el aludido mientras prepara la cámara montando la cinta para enfocar sobre una de las paredes y ponerla en funcionamiento.

La expectación de todos los presentes torna en risas al visualizar las imágenes en blanco y negro de un grupo de niños jugando y celebrando una fiesta.

—¡Oh, disculpen! Esta no es —se excusa, contrariado, el teniente mientras para la reproducción y saca, con pronunciado nerviosismo, de la cámara la cinta para guardarla en uno de los bolsillos de su gabardina—. Esta es del cumpleaños de mi hijo pequeño.

—Probemos con esta... —Saca otra y la monta de igual manera para reiniciar una nueva reproducción.

Las risas se incrementan ante las nuevas imágenes que se van mostrando sobre la pared y en lo que parece una orgía entre varios humanos y demonios de ambos sexos.

—¡Oh esto es maravilloso! —rompe Lilith en un grito emocionado ante la elocuencia de las imágenes—. Teniente, me ha encandilado con su arte, creo que después de esta demostración tan implícita de una sesión de sexo, le contrataré para que venga a filmar a mi palacio las sesiones grupales de sado que organizo. Sería genial poder conservarlas y revisarlas de vez en cuando. —Estira su mano por la mesa para recoger una de las tarjetas—. Le llamaré, no le quepa duda.

—¡Ya está bien! Empiezo a perder la poca paciencia que tengo. Estoy harto de tantas tonterías, todo esto resulta absurdo —grita Satanás golpeando una vez más sobre la mesa—. Como vuelvas a equivocarte humano, hago que te comas la cámara y todas las películas que lleves encima —recalca.

—Entiendo, señor... —responde el teniente mientras vuelve a sacar la cinta, sus manos temblorosas apenas alcanzan a introducir una nueva en el dispositivo, tras lo cual comienza a reproducir una vez más.

Las nuevas imágenes, en blanco y negro, muestran en un callejón oscuro a una sombra difuminada que espera pacientemente la llegada de otra persona, enciende un pitillo y da algunos pasos de un lado a otro bajo una farola que le delata. No tarda mucho en dibujarse sobre la calzada una nueva sobra de un demonio que se acerca al que espera, iniciando entre ellos una conversación, aunque al permanecer de espaldas el recién llegado no se puede vislumbrar con claridad quién es.

La expectación y la tensión crecen por momentos en la sala, a medida que las imágenes de las dos figuras comienzan a entablar lo que parece una acalorada discusión que acaba en lo que parece un acuerdo al darse ambos la mano.

La expectación se convierte en una sonora exclamación de asombro compartido, al mostrar las imágenes como aquel que llegaba en segundo lugar se daba la vuelta para marchar apresuradamente del callejón.

—¡Tú, padre...! —grita Luz contrariado, buscando con la mirada y el rostro compungido a su progenitor.

—¡Sí, yo! Hijo mío... Yo —Salta el progenitor empujado por sus poderosas pezuñas por encima de la mesa para caer justo al lado de Luz y agarrarle por el cuello, apretando con fuerza.

—¿Por qué, padre? —musita entre dientes el hijo mientras agarra con su mano enguantada a la que aprieta su cuello, tratándose de soltar, pero ni con toda su fuerza parece hacer ceder un ápice la presión sobre su cuello.

—Porque quise poner a prueba a tu sombra, porque él es más valiente y decidido que tú, él no alberga emociones ni sentimientos hacia los humanos, él es resolutivo y eficiente... y tú, tu eres un patán engreído, débil y patético. —Satanás extiende su otra mano hacia el rostro de Luz y con los dedos abre, sin apenas resistencia, su boca para hablar hacia el interior—. Te lo ofrecí todo, todo lo que Luz-Bel es, todo lo que posee, te hubiera aceptado como a mi hijo, pero me has defraudado, me has traicionado y la traición la cobro cara...

Desde el interior del apresado, una voz responde con seguridad y ecuanimidad:

—Mi lealtad hacia Luz es inquebrantable, quizás no esté de acuerdo con él en algunas ocasiones, pero no por ello le abandonaría. Él es mi único amo y señor, él mi verdadero amigo, él sin mí no podría ser en este mundo y yo sin él tampoco. No somos nada, porque somos uno.

—Entonces, morid juntos... —sentencia el juez de esta partida—. Lamento decirte Luz-Bel, hijo mío que, como único miembro del Consejo con derecho a voto, he decidido rechazar todas tus propuestas de reformas...

Corta la conversación un estrepitoso redoble de palmas y gritos de alegría y vítores entre los miembros del Consejo, sorprendidos por la inesperada deriva de los acontecimientos.

Luz en un último intento trata de zafarse de su opresor golpeando con las fuerzas que le quedan contra el rostro de Satanás, sin conseguir siquiera causarle la más mínima molestia.

Satanás, sin soltar del cuello a su presa lanza su otra mano contra el pecho de luz, introduciendo la garra y arrancándole el corazón.

—Ahora, Luz-Bel, hijo mío, ¿tienes algún último deseo antes de que te devore? —recalca con ironía el progenitor.

Luz, con gran esfuerzo, gira levemente la cabeza para buscar a la mujer que todavía en el suelo, junto al ascensor le mira con cara compungida y los ojos envueltos en lágrimas.

—Mon..., no la toquéis ni un pelo —reclama en un último lamento amenazante.

Satanás busca igualmente con la mirada a la aludida, sopesa por un instante.

—Deseo concedido, hijo mío. Aquí quedará hasta tu regreso, sirva de acicate para que vuelvas pronto. —Rompe en una estrepitosa carcajada el progenitor, tras la cual, sin apartar la mirada de su vástago comienza a comer su negro corazón, deleitándose en tan exquisito manjar.

Luz da unas angustiosas bocanadas de aire mientras va cerrando sus ojos. Su asesino suelta su cuerpo que cae a plomo y en una combustión espontánea se convierte en un puñado de cenizas blancas. 

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