capíтυlo 47
Estaba en mi cuarto. La tenue luz de mi lámpara de noche iluminaba aquel paquetito que tenía sobre mi regazo y a mí, mirándolo carente de todo vigor de poder tomarlo. Sabía que todo aquello era un error. Quería poder detener mis impulsos, pero la culpa y la incertidumbre no me dejaban de atormentar.
¿Y si todo aquello era cierto?
¿Cómo podía borrar aquellas ideas de mi mente?
¿Cómo podía no recordar todo lo que hice?
¿Qué hice?
En un impulso de olvidarme de todos mis remordimientos, tomé aquello y lo preparé, para que en cuestión de minutos tirase a la mierda todo lo que había intentado cambiar de mí. Aquel volvía a ser Tadeo, el mismo de siempre. El que comete errores y nunca piensa en sus consecuencias, el que cree que es mejor olvidarse de todo antes de tener que hacerle frente a sus propios miedos y fracasos.
Nunca había consumido tanto de una sola vez y solo, pero ese día sí. No puedo negar que me hubiera gustado tener alguna otra cosa más, que pensé mucho en no seguir ahí, en mi casa, en mis zapatos.
Pensé en el suicidio como una opción para poder terminar con esos demonios que me consumían desde dentro, pero por más que lo anhelara muchísimo, sabía que esa no era la salida correcta. Aunque en realidad no lo hice porque sigo siendo un cobarde, como siempre.
Ojalá pudiera decir que esa fue la última vez que la cagué, pero no es cierto.
Entre sollozos de lamento y el olor invasivo en mi habitación, logré conciliar el sueño por el resto de la noche.
Dormí profundamente, tanto así que ni Luz, tres horas después de aquello, logró despertarme. Mi madre volvió tiempo después, preocupada por mi estado de salud, pero tampoco pudo lograr ningún cambio.
Desperté por la tarde, ya se podía notar al sol ocultarse. Al lado de mi cama había comida fría por el tiempo que llevaba ahí. No me importaban si creían que estaba enfermo, o si ya me había vuelto loco. La culpa se apoderaba de mí y ya no sabía cómo responder a mis propios impulsos.
Mi consciencia se ocupaba de hacerme recordar toda la conversación de mi sueño, de las palabras de mi madre y de mi promesa de que no volvería a tocar la marihuana.
Sé que la marihuana no es una droga de las peores que hay, que tal vez eso es algo bueno, porque siempre pienso que todo podría haber sido peor. Pero ¿y si es cierto de que no sólo fue marihuana?
No tenía idea cuanto debía confiar en lo que Camila me había explicado. Nunca fue de confiar, y lo sé, pero estaba tan seria y podía notar que estaba muy incómoda al tener que decírmelo. Los primeros mensajes estaban ahí, en mi teléfono, recordándome lo mucho que cagué un viaje divertido de amigos. También estaba ahí el registro de la llamaba que hice, tal vez para pedirle más, o sólo para saber en cuanto llegaba. No lo recordaba.
Creía que todo lo que recordaba de aquella noche era lo que había pasado, que no había olvidado ningún detalle, pero al parecer muchas cosas se borraron o simplemente las ignoré. ¿Cómo se dice? ¿Shock postraumático? ¿Qué tu mente luego de un suceso trágico borra los recuerdos feos? ¿Por qué borraría sólo algunos?
Necesitaba pensar, aclarar mis ideas e intentar recordar lo que realmente había ocurrido. Necesitaba respuestas, pero no conocía el camino para obtenerlas.
Me di un largo baño esperando que éste me iluminara o despejara la mente, pero después de cuarenta minutos me di cuenta que no estaba funcionando. Salir de ahí fue para que mis padres se abalanzaran hacia mí con preguntas. Estaban preocupados, no los culpo, pero no tenía la intención de responderlas. No quería hablar, no podía decirles todo lo que pasaba en aquel momento por mi mente, porque ni yo sabía lo que realmente estaba ocurriendo.
Mis respuestas fueron frías, cortas y tajantes, mientras me dirigía a mi habitación sin detenerme a mirarlos a los ojos. Cerré la puerta tras mi ingreso y me puse a garabatear algunas cosas sin sentido mientras escuchaba música. Una y otra vez reproduje la misma melodía esperando a que me recordara algo de lo que ocurrió.
Nada. Absolutamente nada más de lo que daba por sabido. Nada fuera de lo que yo consideraría normal. No podía entender como podría ser verdad la terrible acusación que Camila me había confesado por la noche.
Sé que la rebeldía se había vuelto una de mis pasiones y que sólo para divertirme había consumido y comportándome de manera incorrecta, pero yo siempre le fui fiel a mis principios. Tenía límites.
No fui consciente del tiempo que pasé encerrado inserto en la música, pero cuando levanté la vista de aquellos trazos dibujados, noté que era de noche. Me quedé contemplando en la oscuridad aquellas estrellas que asomaban por el cielo y la luna menguante que apenas trasmitía una tenue luz a mi habitación. El silencio me ponía incomodo, le daba lugar a mis pensamientos a que se manifestaran y me recordaran todo una y otra vez.
Busqué lo último que me quedaba en aquella cajita de metal y no me detuve hasta que quedó vacía. De a poco sentía como esa voz dentro de mí se acallaba y dejaba de torturarme, como lo malo se transformaba en bueno y comenzaba a disfrutar un poco de la noche.
El sábado no fue muy diferente, salvo por la parte en la que Luz pasó para ver cómo estaba. No quería que creyera que estaba enojado con ella, o que tenía la más mínima culpa en mi nada envidiable humor, pero tampoco quería hablar y explicarle lo que me estaba ahogando.
No puedo entender como hay personas que le es tan fácil abrirse y contar todo lo que le ocurre, ¿Cómo pueden hablarlo? Escupir toda la mierda y liberarse de ella. Nunca pude. No imagino el gran peso que me quitaría de encima si yo lo pudiera hacer.
- ¡Oye! – entrando lentamente luego de haber golpeado suavemente la puerta para anunciar su llegada -. ¿Cómo estás? ¿Necesitas hablar?
Apenas la miré. No me hizo falta mucho tiempo para darme cuenta el motivo por el que estaba ahí. – ¡No necesito sermones!
-Sólo quiero saber cómo estas. Me han dicho que estas un poco callado últimamente, y tal vez pensé en...
-No quiero hacer nada. No necesito hablar contigo, ni con nadie – no fui capaz de mirarla, pero tampoco tenía la fuerza para poder explicarle toda la confusión que había en ese momento en mi cabeza.
-No te entiendo – negó con la cabeza. - ¿Por qué? ¿Por qué de vuelta? – sin importarle nada se acercó a mí y tomó asiento en los pies de mi cama. - ¿Te estás dando cuenta lo que estás haciendo? – la ignoré – ¡Te estas alejando! ¡Nos estás alejando!
– ¡Nunca les pedí que se acercaran! – solté sin considerar aquellas palabras – Sólo quiero que me dejen en paz, necesito pensar, necesito entenderlo. ¿Tanto les cuesta dejarme solo? ¿Tan difícil es?
–Tu familia y yo estamos preocupados por ti. Sólo es eso. – su voz sonaba serena a comparación del tono que yo estaba empleando – Estamos para ayudarte desde el comienzo y para escucharte si lo necesitas. ¡Te queremos!
–No tienen por qué quererme. – Con todas mis fuerzas intentaba reprimir aquel nudo que se formó en mi garganta, que apenas me dejaba formular palabras y aquellos sentimientos que comprimían mi pecho – ¡No lo merezco!
–¡Explícame que ocurre!
–¡No! – tras mi grito sabía que no había vuelta atrás. – No lo comprenderían, ni tu ni nadie. No quiero hablarlo, sólo quiero que te vayas, por favor.
–Teb...
–Por favor, vete.
Creí que lo comprendería, que no haría falta mucho más para que me diera un espacio. Necesitaba aclarar mi mente, poner mis ideas en orden y comprender que era lo que había ocurrido, pero no. Antes de llegar a la salida conectó su mirada en la mía y de alguna manera me hizo ver mi realidad.
–No puedo asimilar la idea de que creí que cambiarias, que habías cambiado. ¿Te das cuenta que estás igual que antes? Eres pesimista, no quieres que te ayudemos y eres totalmente neurótico. – suspiró – Me atrevería a decir que hasta egoísta, porque estás pensando en tu dolor y no en el de tu familia, tus amigos, o en mí. Creí que eras diferente, Tadeo.
–Yo... – no sé qué era lo que seguiría después, porque no sabía cómo enfrentar el dolor con el que Luz se refería a mí, pero antes de buscar las palabras correctas ella me miró desilusionada y salió sin volver a mirar atrás.
Si su intención había sido ayudarme, no pudo conseguirlo. Me sentía peor que antes. Era cierto, estaba causando dolor en todos los que me rodeaban. Mamá, Papá, Joel, Albano y ahora Luz. Mis malas decisiones siempre destruyen lo poco que me queda y cada vez que alguien confía en mi termino defraudándolos.
¡Que desastre de ser humano soy!
Tendría que haber ido tras ella, pedirle disculpas, explicarle lo que ocurre y esperar sus consejos y abrazos como siempre lo hace. Pero no, por supuesto que no hice eso.
¿Qué tan difícil es poder decirle a alguien que realmente te quiere, lo que sucede dentro de uno? ¿Para qué me guardo el dolor?
Si les dijera a mis padres que había muchas probabilidades de que la culpa del accidente fuera mía y que no era sólo marihuana lo que habíamos consumido aquella noche, sumándole que había roto mi promesa y que había vuelto a fumar ¿Cómo reaccionarían? Y si todo eso se lo dijera directamente a Luz ¿Me seguiría queriendo? ¿Arruinaría lo poco que tenemos?
No. No podía. Tenía que luchar contra mis demonios solo.
Despuésde lo que venía siendo una discusión con Luz, mis padres no tocaron ni una sola vez la puerta de mi habitación en todo el día. Seguramente no hizo falta que ella les contara lo que hablamos porque las paredes resultan ser muy delgadas como para tener privacidad. Tal vez quisieron evitarse una controversia conmigo. Sea cual sea su razón estaba bien. Preferí que no estuvieran encima preguntando si estaba bien, porque no, no lo estaba.
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