capíтυlo 42
Los días se me hicieron eternos. Había acomodado mi cuarto unas cinco veces, cambiado de opinión respecto a que ropa me pondría otras diez y otras miles de veces más, le había explicado a mi madre que no me molestaba quedarme con Luz.
Mis padres estaban preparados para irse. Y como todo padre protector anotaban teléfonos de emergencia y me dejaban plata para sobrevivir. Escuché que se estacionaba un carro fuera de casa, así que me apresuré a la puerta para atender cuando sonara el timbre. Tomé rápidamente una sartén que anteriormente había apartado y avancé a darle la bienvenida.
- ¡Buenas noches! – dije al abrir.
- ¡Buenas noches Tebbo! ¿Debo preguntar por qué tienes eso en la mano? – refiriéndose sin dudas a la sartén.
- Ten. – Extendiéndolo hacia ella. Y sin dudarlo lo tomó. – Si me vas cuidar, tienes que estar preparada para cualquier acontecimiento inesperado. Eso es por si alguien quiere entrar a la casa o algún monstruo aparece. – Sonriéndole.
- ¿Entonces sólo le pego con esto y escapamos? Perfecto. Me aseguraré de dejar a mano algunos cuchillos de la cocina también. Tengo que cuidarte bien. – Continúo con la broma.
Después de muchos besos de parte de mi madre antes de emprender su viaje, Luz y yo nos quedamos solos.
-Dime… ¿Qué quieres que hagamos? – me preguntó – ¿Vemos una película? ¿Qué tienes en mente?
- Tú dime. – actitud evasiva a su primera pregunta.
- ¿Qué cenaremos? – tampoco respondió a su propia pregunta.
- Hoy probarás el manjar más delicioso de tu vida. Mi especialidad spaghetti a la boloñesa - ¿Qué mayor agasajo que cocinarle?
- ¿Cocinaras tú? – sorprendida. - ¡Oh por dios! No puedo esperar a probar.
- ¡Verás cómo te sorprendo!
-Ya me sorprendí con el nombre. Todo un chef – dijo entre risas mientras caminaba por el lugar. Se sentó junto a la cocina y siguió con la mirada cada movimiento que yo hiciese, casi como un niño curioso.
- Esto es algo nuevo…
- ¿Qué cosa?
- ¡Que cocines! – riendo.
- No me conoces, Luz.
- Ni tu a mí. – me desafió.
- Tienes razón. Entonces cuéntame algo de ti que no sepa.
- Que la cebolla no la corto así – dijo levantándose y quitándome el cuchillo de la mano. – ¿Qué quieres saber? –mientras me ayudaba con el vegetal.
- ¿Cuál fue el sueño más estúpido que tenías cuando eras niña? – esa pregunta surgió de mi sin ninguna razón, pero la verdad es que esperaba que la respuesta de ella estuviera a la altura.
Se quedó en silencio unos minutos. Yo la observaba y notaba como se le formó una sonrisa antes de responder. – Cuando era pequeña quería ser domadora de dinosaurios – y comenzó a reírse tan espontáneamente que incluso yo, me uní a ella.
No la dejé de mirar, como sus ojos se cerraban y su sonrisa se ampliaba. Estaba seguro que contemplaba a una diosa mucho más hermosa que las griegas o egipcia, porque no había otra explicación para alguien tan perfecta como ella. Dejó de reír y aún alegre me dirigió la mirada a la cebolla.
- ¿Y ahora chef?
Volví rápidamente a la realidad.
–Permíteme. – colocando la verdura en una cacerola al fuego.
A medida que mezclaba ingredientes iba explicándole la receta como lo haría cualquier profesional culinario en la televisión. Sabía su vocabulario porque muchas veces me quedaba junto a mi madre a ver que tan bien preparaban los platillos. Y ella ahí, atenta a mis palabras, mis tonterías y movimientos. Cada tanto podía notar como su mirada estaba clavada en mí, sentía que no estaba parpadeando y a su vez como el calor subía por mis mejillas. Intenté evitarlo, pero seguro era evidente por el color que iban tomando.
La cena iba tomando forma. Ya se podía sentir su olorcito. Condimenté y Luz se acercó con una cuchara a probar. Tenía confianza en que estaba deliciosa, pero me puse nervioso de igual forma, como para no estarlo…
¡Luz me iba a dar su opinión!
Sumergió levemente el utensilio en la salsa y luego se lo acercó a sus labios para soplarlo un poco. Mi mirada se entró en ellos. El rosáceo natural de aquellos, con apenas un brillo para resaltarlos. Tan simple como Luz en todo su esplendor.
Estaba hipnotizado.
- ¡Está deliciosa!
- ¿Qué? – estoy seguro que di un brinco al escucharla hablar.
- ¿Te sorprendes de que esté rico?
- ¿Qué? No, no. – tratando de disimular. – Sólo quería escuchártelo decir. No tenías confianza en mis dotes culinarios. –le brindé una sonrisa de medio lado.
- Engreído. – dijo antes de empezar a reír. - ¡Vamos a poner la mesa!
A la salsa le faltaba unos minutos así que puse el agua para los fideos a calentar y bajé la presión del fuego y me dirigí a preparar la mesa para cenar.
Luz se ocupó de buscar las cosas en donde yo le señalaba y me las alcanzaba. Estaba justo acomodando las cosas mientras me distraje a mirarla. A pesar de que su altura no es tanta, sentado todo tiene otra perspectiva. Se veía esbelta, elegante y sin dudas muy hermosa. La manera en la que su cabello caía por su rostro hasta un poco más debajo de sus hombros.
¿Podía ser posible que hoy se viera más hermosa que nunca? Yo me había arreglado bastante por ella, pero ¿Luz había hecho lo mismo?
Me concentré en como plegaba las servilletas, en como sus dedos repasaban las líneas. Intentaba dejar de mirarla, pero es que se veía tan bien y, cuando menos me di cuenta, Luz llamó mi atención – ¿Te vas a quedar sin hacer nada?
Me asusté. El sólo pensar que podía haber visto mi cara de bobo acosador, me dio miedo. Me puse tan nervioso que me apresuré a acomodar los cubiertos, pero mis manos temblaban de tal manera que acabé tirando un par al suelo. Quise inclinarme para alcanzarlos, pero era en vano. Mi movilidad se reducía muchísimo en aquella silla; y Luz rápidamente notó mi agobio. Caminó hacia mí y se agachó a juntar los cubiertos, luego se estiró sobre mí para dejarlos sobre la mesa.
Sentí que aquel momento pasó en cámara lenta, porque ella se giró hacia mi, nuestras miradas se conectaron. Sus ojos. Mierda que hermosos ojos. Su nariz, sus pómulos y su sonrisa eran la combinación perfecta. Y ahí estaba, a pocos centímetros de mí, como si esperara a que tomara la iniciativa de algo. ¿Y si estaba mal? ¿Y si arruinaba las cosas? Ya no importaba nada, la tenía en frente. Delante de mí la mujer que me cautivó no sólo con su belleza, si no con su bondad, su sentido del humor, su inteligencia y…
- ¿Eso es olor a quemado? – dijo apartándose de mi rápidamente.
Aparté mis pensamientos de ella por un instante para notar que en la cocina había humo. Nos apresuramos en ir hacia allí.
- ¡Voy a abrir las ventanas! – dijo corriendo. – Apaga las hornallas.
Obedecí rápidamente y noté que mi salsa ya no podía considerarse como tal. Estaba negra. Quemada y totalmente asquerosa.
- ¿Qué pasó? – acercándose.
- Mi salsa. – intenté no sonar desilusionado, pero fue imposible. Quería sorprenderla con una rica cena hecha por mí y ahora no había nada.
Me di cuenta que nunca había bajado el calor de la cacerola, sino al contrario, lo había aumentado. Sin nadie que la revolviera era predecible lo que ocurriría.
- ¡Lo siento! – estaba un poco enojado conmigo mismo.
-Oye, no es tu culpa. – si lo era. – No pasa nada. Además, supe que estaba realmente deliciosa. No tienes que ponerte mal.
- Ésta no era mi idea de cena. ¿Fideos con salsa carbonizada? – hice que empezara a reír y pronto comencé a hacer lo mismo.
- ¿Delivery?
- Delivery. – dirigiéndome al refrigerador en donde pegaban todos los números importantes, y con eso me refiero a todos los restaurantes de comida rápida.
Terminamos pidiendo pizza. La típica cena nada especial. No se acercaba ni un poco a lo que tenía planeado, y por eso estaba enojado. Me decepcionaba de mí mismo. Pero de a poco aquel enfado absurdo se me iba olvidando al recordar los labios de Luz cerca de los míos. Ninguno de los dos mencionó aquel momento durante la noche. Lo ignoramos como si hubiera sido algo normal o simplemente casual, pero no.
Vimos una película, bebimos unas cervezas, hicimos algunas bromas hasta que se hizo tarde.
- ¿Estarás bien solo esta noche? – sonaba un proco preocupada.
- No será la primera vez.
- De Tebbo, sí.
- ¿Se sabrá cuidar solo Tebbo?
-No lo sé. Es un misterio. – levantándose del sillón y volviendo rápidamente. – Pero tienes un sartén para cualquier emergencia – dijo riendo.
- Perfecto. Si entra alguien, ¡le golpeo las rodillas con esto! – maniobrando el utensilio de cocina como si fuera un bate de béisbol.
Nuestras risas se conectaron. Me di cuenta que tuvimos una linda noche porque, sin pensarlo, terminábamos siendo uno.
- ¿Seguro que no quieres que me quede? Puedo dormir aquí en el sillón.
- Aunque me encanta la idea de que te quedes… - No en el sillón, claro está. – No quiero que descanses mal. Mañana tienes trabajo.
- No quiero abandonarte…
- No me abandonas – riendo. – Luz, te estoy eternamente agradecido. Nunca me abandonarías ni, aunque quisieras. – me dirigí hacia ella para dejarle un suave beso sobre su mejilla izquierda.
- ¿Eternamente?
- Si, pero no importa ahora – vacilé.
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