Cuando abrí mis ojos, lo primero que vi fue Luz, y esa no era la luz que me llevaría a la muerte, era la que me llevaría a la vida.

Delante de mis ojos había una joven, de tez clara, cabello castaño, lo tenía suelto y sólo con un pañuelo en su cabeza se lo sujetaba, tenía algunas pecas y unos ojos de color avellana verdosos con unas pestañas largas y arqueadas que me estaban mirando, y al ver que desperté, se le formó una sonrisa en su rostro, para ser sincero, la sonrisa más linda que vi en mi vida. Recuerdo que no llevaba más que un poco de brillo en los labios.

Por la puerta que estaba enfrente entró un médico, alto y robusto que se acercó a mí y me revisó. Me pregunto si estaba bien, si sabía que día era ese y mi nombre.

Eran muchas preguntas y ninguna respondí.

Escuché que le dijo a ella:

“Luz llama a sus padres"

Luz

Ese era su nombre, Luz.

¿Esa era la luz que vería con la muerte?

Lo primero que había visto al despertar había sido a ella.

¿Era sólo coincidencia?

Mis padres entraron a la habitación, mi madre no dejaba de llorar, mi padre se lo notaba fuerte, pero también había llorado.

Todos me estaban hablando, pero no respondí nada.

Empecé a mirar a mi alrededor, para poder comprender que era lo que había pasado, el por qué no había muerto.

Una pequeña habitación con las paredes de color amarillo pastel, había una ventana a mi derecha, pero la persiana estaba cerrada, por lo que no pude saber si era de día o de noche.

Me miré, intenté entender que me había pasado, pero no pude…

En ese momento había empezado a llorar, estaba desesperado, no podía aceptarlo.

Una vértebra rota.

Dos operaciones.

Tres meses en coma.

Cuatro huesos fracturados.

Cinco costillas fisuradas.

Un millón de días en cama.

Y una vida entera en silla de ruedas.

Ese era el pronóstico que tuve cuando desperté, sumado a un traumatismo de cráneo.

Después de que el médico me dijo todo eso, ni siquiera sabía si quería seguir viviendo, de ahí en adelante iba a ser todo difícil.

Y lo fue.

Mis padres estuvieron mucho tiempo en la habitación, me hablaban, preguntaban cosas, lloraban, se abrazaban y luego a mí.

Pero no hablé. Podría decir que, a ese punto, tenía muchos sentimientos encontrados, y si llegaba a decir algo, empezaría a llorar, a gritar o romper cosas.

Al otro día volvió el médico, pero acompañado de otro, y éste me explicó científicamente porque no podía sentir mis piernas.
Habló como por dos horas. Mis padres estuvieron en todo momento mirándome, esperando a ver mi reacción a las explicaciones, pero dentro de mí ya no había nada. Por más explicación que me diese no podría volver a caminar, me había roto una vértebra importante, según la explicación de los expertos, era irremediable.

Luego de unas horas, ella volvió y entró en la habitación.

Me dijo que se llamaba Luz, que ella era terapeuta ocupacional y me ayudaría con la rehabilitación.
Y aunque aún no lo sabía, ella había estado a mi lado desde el primer día que llegue allí, todos los días iba dos o tres veces a movilizar mis músculos, y eso era lo que tenía que hacer ahora, también ayudarme a levantarme, moverme, a poder ser independiente.

Pero terminó ayudándome más de lo que debía, ella me sacó adelante.