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1| Desde el primer momento yo siempre te he mirado


—¡Alaric! ¡Alaric! ¡Mírame!—gritó Eirian mientras lanzaba un bolígrafo al aire con su mano derecha y lo atrapaba con la izquierda, repitiendo el proceso una y otra vez con otros dos objetos de tamaño similares, haciendo malabares que se acompañaban con las sonoras carcajadas que salían de su garganta. Sin embargo, el joven cuya atención buscaba obtener a penas si le dirigió una mirada fugaz antes de volver la vista a las escrituras que tenía frente a sí.

        Eirian, aburrido de ser ignorado, dejó los objetos de lado y caminó balanceándose de un lado a otro hasta situarse atrás de Alaric, cuya esbelta espalda se mantenía firmemente erecta y pegada al respaldo de la silla, manteniendo una posición recta que formaba un ángulo de noventa grados exactos —Eirian ya había medido su postura en una ocasión, con transportador y todo—, proyectando una imagen de disciplina pura y digna del internado Musique du Paradis, imagen que el director Bauer había intentado imponer en Eirian los últimos meses... cosa que no había tenido los resultados esperados.

        La situación en sí misma era un ejemplo de esto último, ya que, tras haber ocasionado un disturbio en clase, el joven alegre de cabello negro y facciones finas había sido desterrado a la biblioteca de la escuela encomendado a copiar veinte veces las más de tres mil reglas —en realidad no eran tantas, pero a los ojos de Eirian la cantidad de órdenes a seguir en el internado era descomunal—, que regulaban a los estudiantes para potenciar su desempeño, mientras reflexionaba sobre su comportamiento inapropiado.

      Sobra decir que no llevaba ni la mitad del trabajo.

       —Deja de reír, en Paradis, el ruido está prohibido—comentó Alaric, sin despegar la vista de sus lecturas, simplemente escuchando al chico a sus espaldas.

       Para Eirian esta era la regla más absurda. ¿Quién prohíbe el ruido en una academia de música?

        —Será mejor que termines de hacer tu trabajo, si no quieres que te ordenen hacer otras diez repeticiones más—siguió diciendo el joven con su rostro imperturbable.

        —Hacer otras diez repeticiones implicaría pasar más tiempo contigo ¿no? Entonces no me molestaría hacer incluso cien más—se burló el joven, posando sus brazos sobre el respaldo de la silla, recargando su peso sobre la superficie acolchonada y sujetando con sus dedos un mechón del suave pelo de Alaric, quien, al sentir el contacto, movió su cabeza con brusquedad, haciendo que los cabellos escurrieran de las finas manos de su compañero.

        No era la primera vez que bromeaba así, le gustaba burlarse del recatado joven, discípulo favorito del director Bauer y uno de sus dos sobrinos ejemplares que siempre destacaba por su bien parecido, carácter tranquilo y amabilidad nata. No obstante, al igual que en todas las veces anteriores, la reacción por parte del otro fue nula. No importaba cuantas provocaciones, malos comportamientos o burlas incesantes hiciera Eirian, el otro joven jamás reaccionaba en absoluto, cuestión que solo alentaba al juguetón muchacho, cuyo objetivo era, por alguna extraña razón, terminar con la seriedad que Alaric siempre traía consigo.

       —Siéntate a cumplir tu castigo—regañó el serio joven, sin verse afectado por el comentario anterior.

        Eirian hizo lo que se le ordenó, bueno, más bien parcialmente, ya que, en lugar de sentarse y escribir, solo se sentó y siguió molestando a su compañero, que había sido encargado por su tío con la tarea de vigilar que el castigo se llevara a cabo.

        —Alaric—lo llamó una vez—, Alaric—volvió a decir—, Alaric—insistió alargando la primera letra, sin tener respuesta—. Alaric, Alaric, Alaric, Alaric—siguió repitiendo el nombre, pero el otro joven simplemente dio vuelta a la página del libro que estaba leyendo, ignorándolo por completo.

        Eirian siguió llamándolo un par de veces más pero después de ser ignorado por segunda ocasión, hizo un puchero con los labios y arregló su postura antes de tomar uno de los bolígrafos con los que había estado jugado antes y ponerse a escribir las reglas en unas hojas en blanco que se le habían otorgado previamente.

        No hizo más que dos repeticiones cuando empujó al escritorio frente a él con sus manos y echó su silla hacia atrás, inclinándola levemente mientras levantaba sus piernas del suelo y suspiraba profundamente.

        —Esto es tan aburrido—bostezó alargando la tercera palabra y estirando sus brazos hacia arriba—. Alaric, ¿no te cansas de permanecer aquí en silencio? ¿Por qué no hablamos de algo?

        —Escribiste mal la cuarta regla—dijo el mencionado, señalando una frase en las hojas que Eirian acababa de cubrir con inclinados trazos elaborados flojamente.

        —Estoy cansado. La muñeca me duele—se quejó con una mueca—, incluso truena si la muevo de esta manera.—Acercó su muñeca a la oreja izquierda de Alaric, quien permanecía mirando su lectura, pero que en realidad estaba prestándole atención, porque, según pudo ver Eirian, no había cambiado de página en un largo rato. Sin embargo, cualquiera que fuera el sonido que esperaba escuchar, no percibió nada y en su lugar simplemente fue despojado de las gafas metálicas que siempre descansaban cuidadosamente sobre el puente de su nariz, al menos cuando estaba fuera del escenario, donde solía usar lentes de contacto.

        —¿Qué estás haciendo?—cuestionó con el ceño fruncido al ver que el joven problemático tomaba sus gafas y las colocaba sobre su propia nariz.

        —Vaya, Alaric, sí que estas ciego, ja, ja, ja—se burló el otro después de haber volteado de un lado al otro con los lentes puestos, como si quisiera ver el mundo de la forma en que lo hacía su compañero—. Pero ni si quiera con este aumento puedo ver porque es necesario que copie las reglas tantas veces.

        —Devuélvelas—la orden salió de los labios Alaric de forma autoritaria pero pacífica, como si aún no hubiera alcanzado el punto máximo de su paciencia pero empezara a molestarse de verdad. Ni si quiera esperó a que el chico problemático dijera algo y acercó su propia mano al rostro del otro, quitándole las gafas cuidadosamente pero de un solo movimiento. Volvió a colocarlas en su lugar y regresó a su tarea inicial.

       Eirian suspiró cansado y recargó su cabeza sobre la mesa, haciendo una almohada con sus brazos. Al cabo de unos segundos sintió unos golpes en su cabeza y cuando alzó la mirada se topó de lleno con los ojos azules de Alaric, que lo miraba sin expresión alguna, como si las puertas de su alma no fueran capaces de mostrar lo que estaba en su interior.

      —Termina de copiar—dijo.

     Eirian parpadeó lentamente y volvió a trazar garabatos sobre la hoja en blanco, negado completamente a terminar de escribir las reglas. Transcurrió una hora de completo silencio y a Alaric le sorprendió que su compañero repentinamente decidiera comportarse, por lo que alzó la mirada y sus ojos cayeron en el pedazo de papel que mantenía el cien por ciento de la atención del joven, sin embargo este estaba cubierto por los brazos del mismo, como si no quisiera que viera lo que estaba haciendo.

     —¿Qué tienes ahí?—preguntó Alaric, intrigado.

     —Espera, ya casi lo termino—respondió el chico, sin alzar la vista.

     Tal como dijo, en cuestión de un par de minutos levantó la cabeza con una deslumbrante sonrisa, después, con una mirada llena de orgullo, alzó la hoja de papel que había mantenido su atención la última hora. Cuando Alaric vio lo que era no supo qué pensar.

      Ahí, en las manos de Eirian estaba un dibujo de sí mismo, realizado con trazos bien cuidados y lo suficientemente detallados como para haber sido hechos por un joven de quince años recién cumplidos. Incluso sus gafas estaban dibujadas, delicadamente descansando frente a sus ojos, con un par de mechones de cabello cayendo en su frente. Alaric se sorprendió y un sonrojo empezó a esparcirse en su rostro cuando siguió observando el dibujo y sus ojos llegaron al libro que su yo de la ilustración estaba leyendo. A diferencia de la vida real, este libro no era de La Historia de la teoría musical, sino un dibujo obsceno con un título aún más obsceno, que ni si quiera se atrevía a pronunciar en voz alta.

       La mirada de incredulidad dio paso a una completamente enfurecida y avergonzada, pues el dibujo creaba un contraste extraño, ya que el joven de la ilustración conservaba un rostro completamente serio mientras leía cosas inmencionables.

      —¡Eirian!—regañó completamente enfadado.

      El otro simplemente estalló en carcajadas.

      —¡Deberías ver tu cara justo ahora! Ja, ja, ja—rió tan fuerte que incluso se cayó de la silla. Tirado de espaldas contra el suelo siguió mostrando con orgullo la obra maestra que había hecho.

      —¡¿Cómo puedes ser tan desvergonzado?!—gritó el joven que finalmente había perdido su paciencia. Se precipitó sobre Eirian para intentar quitarle el dibujo, pero este extendió su brazo en un movimiento rápido, evitando que el otro chico lo alcanzara y en su lugar terminara de horcajadas sobre su regazo.

      —¡Alaric! ¡Alaric!—dijo riendo— No seas así, no es como que nunca hayas visto algo así antes ¿o me equivoco? ¿A poco si eres tan inocente como aparentas?

      Alaric, cuyo rostro ya se encontraba completamente rojo para este punto, evitó responder y en su lugar siguió forcejeando para conseguir el dibujo, sin embargo, el otro chico era igual de insistente y penas si pudo tomar una esquina del papel antes de que Eirian lo jalara hacía sí mismo, ocasionando que la hoja se rompiera en dos.

     —¡No!—exclamó decepcionado— Me tomó mucho tiempo hacerlo—agregó con pesar mirando el pedazo de papel con el que se había quedado, era la parte obscena del dibujo.

      —¡Ahora copiarás las reglas quince veces más!—le gritó Alaric, completamente sulfúrico, mientras se ponía de pie y salía de la biblioteca aún con la otra mitad del papel en mano.

      —¡Espera! ¿A caso tienes la autoridad para ordenar algo así?—reclamó Eirian en voz alta, pero ya era demasiado tarde, el otro chico ya se había esfumado de la habitación.

     Esa noche Eirian copió las reglas un total de treinta y cinco veces.

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      Alaric se despertó jadeando, estaba empapado en sudor y cuando se removió en la cama se dio cuenta que había tirado todas las sabanas al suelo. Sintió sus mejillas húmedas y se percató de que estaba llorando.

       No sabía porque había soñado con ese recuerdo en particular, pero el mirar alrededor de su pequeño departamento le hizo volver al presente y recordar la cantidad de alcohol que había bebido el día anterior. Ni si quiera recordaba como había llegado a casa, aunque seguramente su hermano Antxon era el responsable al que debía agradecer.

       Con leves temblores de su cuerpo se repuso y agarró su celular para ver la hora. Eran las siete de la mañana. Afortunadamente, a pesar de todo, su reloj biológico no se veía afectado y seguía levantándose a la hora adecuada. Suspiró profundamente y secó las lágrimas de sus mejillas, después se levantó y se metió al baño para tomar una ducha rápida, ya que ese día tenía que ir a una prueba de sonido para su próxima presentación, que tomaría lugar dentro de dos días.

       Alaric nunca llegaba tarde a sus citas y está no sería la primera ocasión, con resaca o sin ella, iría a la reunión que su tío había preparado con meses de anticipación. Salió de su departamento exactamente a las siete con treinta y, tras asegurarse de cargar con sus pertenencias más importantes —estuche de chelo con el instrumento, teléfono celular y billetera con un arrugado pedazo de papel dentro, que llevaba guardando desde hace muchos años en un lugar al que pudiera acceder fácilmente—, cerró con llave la puerta de su vivienda y caminó rumbo al ascensor del edificio en el que residía.

       Llegó al final del pasillo y presionó el botón. En cuestión de segundos un par de puertas se abrieron y dieron paso al elevador; cuando Alaric entró vio a dos chicas jóvenes que se dirigían a la planta baja, al igual que él.

       —¿Sabías que hoy se cumple un año de la muerte de Eirian Hayes?—comentó una de ellas, mirando atentamente su teléfono celular.

       —¿En serio? ¿Tan rápido ya pasó un año? Recuerdo esa noticia estando por todas partes como si hubiera ocurrido tan solo hace unos meses—respondió la otra, acercándose a su acompañante para ver la pantalla de su celular también—. Es una pena lo que le pasó, me gustaba mucho su música—agregó con profundo pesar.

       —Lo sé, a mí también. Parece que siempre es lo mismo con los famosos, ¿por qué siempre que se vuelven populares les pasa algo trágico?

       —Pero en su caso todo fue desde mucho antes, ¿no supiste qué...?

       En ese momento el ascensor llegó al piso inferior y Alaric se apresuró a salir y abandonar el edifico. No quería seguir escuchando esa conversación.

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Fairytale — Alexander Rybak

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