LOS SOBREVIVIENTES,
capitulo cero: ahogarse en las propias penas!
Libia, Norte de África — Octubre de 2011
EL TINTINEO DE LAS CHAPAS QUE COLGABAN EN SU CUELLO ERA LA ÚNICA COSA QUE LA MANTENÍA CUERDA, sumida en la tierra y enfocada en el mundo real. El aire se mostraba denso, sofocante, pero era al mismo tiempo tan filoso como un cuchillo, teniendo en cuenta de que estaban haciendo la transición del invierno a la primavera. Las calles estaban desiertas, silenciosas, reflejando fantasmas como también al peligro que las tropas norteamericanas se estaban enfrentando. Ojos color avellana claro recorrieron el lugar atentamente, buscando amenazas, buscando movimiento que rompa aquel silencio nada prometedor; para así ser acompañado con las balas y el constante esparcimiento de pólvora en las manos enguantadas que portaban las armas como una cruz. Había viento, el cual levantaba tierra y se tapó los ojos, avanzando en silencio junto con sus compañeros — así aprovechando la gran manta de humo que se había alzado para ellos, protegiéndolos del enemigo y de su propia perdición. Chocó contra otro cuerpo y soltó un gruñido en voz baja, disculpándose para seguir caminando, escuchando como el tanque que venía detrás de ellos aceleraba de a poco.
Escuchó algo en sus comunicadores, pero prefirió hacerles caso a sus propios instintos.
—Águila 6 a Nido Madre—espetó un hombre por los comunicadores, lo suficientemente fuerte para romperle los tímpanos—. Estamos llegando al punto de reunión con los sobrevivientes de Águila 5. ¿Hubo alguna baja?
—Aguila 6, este es Nido Madre. Puede avanzar con cautela—anunció el comando central norteamericano—. El capitán de Águila 5 y dos francotiradores están heridos, por lo demás, todo normal. ¿Tienen apoyo médico en su pelotón?
—Afirmativo, Nido Madre. Tenemos a la cabo Lansdale con nosotros.
Ella alzó la mirada, topándose con la de su capitán y asintió hacia el hombre de rangos más altos. La muchacha africana mantuvo el rifle de asalto apuntando a todos lados en todo momento, procediendo a avanzar otra vez con su pelotón. La tensión que había en el aire era inmenso, palpable y absolutamente tangible, provocando que todo soldado se contagiase de ese sentimiento — esparciéndolo como si se tratase de un maldito virus, creando infecciones, calando huesos y despedazando corazones. Petra Lansdale sabía que no debía permitir que ocurriese tal acto en su ser y en su moralidad, dejando que este corrompiese su espíritu como esta guerra lo hacía.
Petra esperaba que su hermano estuviese bien.
—A punto de hacer contacto con Águila 5 en tres minutos—declaró el teniente del pelotón—. ¿Estás preparada, Petra?
—Estaba lista ayer, señor—respondió la muchacha con confianza.
—Avancen.
Ingresaron a una plazoleta, donde se toparon con cuatro soldados vigilando el perímetro y el equipo se hizo señas entre ellos para poder reconocerse entre tropas norteamericanas. En cuanto lo hicieron, el capitán del pelotón le hizo señas a Petra para que lo acompañase al lugar donde estaban los heridos. Ella se colgó el rifle de asalto en el hombro y corrió para alcanzar a su superior, ambos entrando en un edificio asegurado con más soldados. La africana se quitó el casco para dejarlo a un lado, moviéndose rápidamente para quitarse sus guantes mientras que el capitán le decía cualquier detalle relevante hasta que se toparon con otro hombre — quien resultaba ser el teniente.
—¿Trajo al apoyo médico, capitán?
Petra se puso firme—Yo soy el apoyo médico, señor. Cabo Petra Lansdale, señor, médica militar a su servicio.
El teniente la miró por un segundo, antes de volver su mirada al capitán, pensando que se trataba de un chiste.
—¿Es todo el apoyo médico que tiene, capitán?—insistió.
Petra apretó sus puños a sus costados.
Odiaba a ese tipo de personas.
—Sí, teniente, la soldado Lansdale es la mejor en estos terrenos—sentenció entonces el capitán de la muchacha, su mirada quemando hoyos en el cuerpo del teniente—. Y es el único apoyo médico que tiene a mano en este momento. Si la vida de su capitán y sus mejores francotiradores está en riesgo, le sugiero que se haga a un lado y le permita a la señorita trabajar. ¿Entendido?
El teniente pareció sentirse intimidado por el tono que utilizó el superior de la africana y asintió—Sí, señor. Disculpe mi intromisión.
—No tiene que disculparse conmigo, teniente. Si no con ella.
Petra alzó su mano, haciendo que el capitán y el teniente se detuviesen. Ella se relamió los labios antes de alternar su mirada en ambos. Su padre, el coronel Jack Lansdale, siempre les enseñó a sus hijos que nunca debían guardarle rencor a las personas que eran idiotas — que no valía la pena concentrar tales pensamientos negativos en su cabeza, si no que había que utilizar esa energía en algo que verdaderamente valiese la pena.
Ella no debía perder tiempo.
—Mientras más tiempo perdamos, es muy probable que estos tres hombres terminen muertos—señaló ella con su mano alzada—. Me pondré a trabajar ahora mismo, si me disculpan.
Petra caminó rápidamente en dirección a las camillas, donde se encontraban los heridos y dejó su mochila a un lado. Procedió a abrirla, buscando unos guantes de látex color blanco y una mascarilla para ponerse, junto con su equipo médico el cual tenía varios bisturís, vendajes y otros instrumentos quirúrgicos viables para poder atender — así acercándose finalmente a la primera camilla. Un hombre que estaba en sus cincuentas miró a la muchacha africana parándose a su lado, sus ojos avellana claro mirando las posibles heridas de su cuerpo y logró ver dos fuentes donde había más rastros de sangre: en el hombro y en el muslo.
—¿Capitán...?—empezó ella.
—Capitán Dion Emerson.
Ella sonrió a través de la mascarilla—Es un placer conocerlo, capitán. Soy la cabo Lansdale. ¿Podría decirme en pocas palabras qué fue lo que lo abatió, señor?
—Dos balas, disparadas de un flanco izquierdo. No había visto a esos bastardos—gruñó el capitán Emerson—. No ha parado de sangrar.
Petra asintió antes de levantar un poco la pierna que tenía la bala, luego el hombro y el capitán volvió a gruñir del dolor.
No tenían orificio de salida.
—Mierda—masculló la muchacha.
—Creo que con esa palabra nos quedamos muy cortos—dijo Emerson soltando una carcajada amarga—. Es malo, ¿verdad?
—La bala no dejó orificio de salida, señor. Tendré que retraer la bala—espetó ella antes de mirarlo a los ojos—. Si no la quito, es muy probable que muera de una infección o que se deba amputar.
—Diablos, entonces creo que necesito un trago.
—Haré todo lo posible para evitar eso, capitán—dijo Petra luego de soltar una carcajada—. Le administraré una anestesia local para alivianar el dolor, pero no le prometo nada de que no le dolerá.
—Estoy en este conflicto desde marzo, cielo, creo que ya pasé por todas las etapas de dolor.
Petra rodó los ojos, preparando la jeringa con la dosis exacta de lidocaína—Después no lo quiero ver lloriqueando, señor, yo se lo advertí.
—Anotado.
Al poner la anestesia local en la parte de la pierna y en el hombro, Petra esperó tres minutos antes de correr en dirección a la mochila con instrumentos quirúrgicos. Ella sabía perfectamente que tenía al menos una duración de treinta minutos previos a que el efecto produzca una resección y la zona empiece a conectar con conexiones neuronales del dolor. Primero quitaría la bala de la pierna, detendría la hemorragia y lo vendaría para así darle movimiento al capitán para poder continuar con su misión — sería una solución bastante sólida antes de que lo envíen a un hospital de verdad con equipamiento para poder mejorar su salud.
Todo en la guerra, según aprendió ella, estaba a merced de la suerte.
Y ella lo conoció muy bien durante esos meses entre líneas enemigas.
Entre el fuego cruzado.
Se requerían soluciones temporales a problemas graves y Petra era muy buena en dar soluciones temporales, al menos hasta que se debía obligar a dictar la hora de muerte. Lo poco que había estudiado en la escuela de medicina militar era abrumador, pero ayudaba a entender al mundo y a la muerte mucho mejor.
Como también a apreciar la vida.
Petra tomó las pinzas y una linterna que tenía colgada en su clavícula de manera muy habilidosa, iluminando la zona que ella debía encontrar — con lentitud, procedió a abrir el orificio que había hecho la bala para abrirse paso a la carne y a las arterias junto con vasos sanguíneos para poder romperlos y provocar problemas. Ella respiró hondo y se acercó más, el separador abriendo un poco más para notar una parte brillosa: la bala.
—La encontré.
Con la pinza, tomó dicho pequeño objeto metálico y lo extrajo lentamente, dejándolo en una bandeja metálica al lado.
Limpió la herida con alcohol y procedió a parcharla con vendajes sencillos.
Se le estaba acabando el tiempo.
Procedió con la otra herida, descartando los diez minutos que le tomó eso y empezó la cuenta atrás de quince minutos más para que se acabe el efecto de la anestesia. Utilizó el mismo procedimiento y por un momento sus orbes avellana miraron el rostro del capitán, quien mantenía su mirada en el techo, aun respirando.
—Disculpe la pregunta, capitán—dijo la africana continuando con su procedimiento—. ¿Pero qué le pasó al médico de su pelotón?
—Una bomba explotó a su lado, lo destrozó en miles de pedazos—respondió el capitán Emerson—. Junto con los suministros médicos que teníamos.
—Oh.
—Sí, es una maldita mierda.
Petra extrajo la bala y la colocó junto a la otra en la bandeja, así continuando con detener la hemorragia; sacándole un gruñido de dolor al capitán. Ella apretó los dientes, dándose cuenta de que se había tomado mucho tiempo en quitar la bala y limpiar la sangre que estaba empezando a secarse. Finalizó con vendarle la herida y movió sus cosas hacia el siguiente soldado, uno de los dos francotiradores que tenía sangre cayéndose al suelo como un cuentagotas. Petra maldijo en voz baja y procedió a atenderlo, buscando conversación con el soldado — pero este estaba inconsciente.
—Debe ser por el shock del tiro...—murmuró ella.
Varios disparos se escucharon fuera y Petra levantó la mirada.
Gritos se escuchaban camuflados, mezclados con horror y desesperación.
—¡NOS ATACAN!
—¡ABRAN FUEGO POR EL FLANCO DERECHO!¡DERRÍBENLOS!
—¡NECESITAMOS APOYO AEREO, SEÑOR!
Un estruendo.
Otro.
Los estaban atacando y parecía ser que las fuerzas norteamericanas no eran suficientes para poder detener la maldita guerra. Petra sintió los tiros más cerca que antes y al ver que estaba a punto de morir en una lluvia de balas, ella corrió hacia la camilla donde se encontraba el capitán Dion Emerson y la bajó a un nivel muy bajo cuando entraron dos soldados de la oposición, abriendo fuego instantáneamente. Lansdale se tapó los oídos por un momento, intentando de olvidar esa sensación de pánico alojada en su pecho y cerró los ojos con fuerza — claramente evidenciando que había decidido rescatar al capitán y no a los dos francotiradores, quienes recibieron más balas de las que ya tenían antes.
Estaban muertos.
Tal vez, eso era lo mejor en aquellos momentos.
Petra, cubierta de polvo, sangre de sus guantes y eufórica, sacó su arma para poder asomarse un poco — descubriendo que los dos soldados estaban dispuestos a entrar para asegurarse de que no había rastros de vida allí. La muchacha castaña, lentamente, buscó su cuchillo en su bota izquierda y caminó en cuclillas hasta uno de los hombres; incrustó el cuchillo en la arteria carótida, rasgando la carne antes de apuntar su pistola hacia el segundo: justo en la cabeza. Los dos cuerpos cayeron al suelo con un ruido seco y Petra bajó ambas manos.
Para saber cómo salvar vidas, ella también era muy buena quitándolas.
Una gran ironía amarga que tenía que cargar en su conciencia.
—La que tiene el verdadero conflicto eres tú—espetó Dion a sus espaldas y ella se giró—. Sabes cómo salvar vidas, como la mía. Pero también sabes acabarlas, como la de ellos.
—Siempre hay personas que están al acecho, capitán—respondió ella guardando sus cosas—. Uno debe hacer algo para mantenerse de pie—miró en dirección a los dos francotiradores—. Lamento no haberlos salvado.
—Ellos ya estaban sentenciados a esa suerte, Lansdale.
Petra quería saber si ella estaba sentenciada a algo, pero aquello debería esperar por un par de horas más; hasta llegar a un lugar seguro y acabar con esta guerra.
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Washington D.C, Estados Unidos — Agosto de 2013, dos años después
Petra soñaba a veces con su hermano, como una memoria que podía ser tangible, que ella podía tocarlo y él estaría justo frente a ella — con su sonrisa socarrona y su gran ímpetu de meterla en problemas justo como cuando eran niños. A pesar de ser hermanos adoptivos, a pesar de tener sus diferencias en cuanto a color de piel, Petra adoraba a su hermano mayor Cameron — quien en un principio se había vuelto celoso de ella cuando vino por primera vez a su casa a la edad de dos años. Petra le esbozó una sonrisa con sus dientecitos blancos y ojos avellana brillando ante la idea de tener a un hermano mayor. Jack y Jocelyn Lansdale estaban maravillados con la presencia de la niña, quien estaba ansiosa por aprender exactamente todo sobre su vida y eso molestó al mayor. A pesar de que a él no le agradaba Petra, Cameron Lansdale se tomó muy en serio su rol como hermano mayor el día que vio a otra niña golpear a su hermana adoptiva y gritarle todo tipo de cosas que se merecía una gran bofetada cuando las dijo.
Cameron no golpeaba a las niñas, al menos eso se lo enseñaron.
Terminó empujándola antes de pararse frente a Petra.
Jack admiró la escena desde lejos, observando como el niño de cinco años con cabellos castaños estaba plantado frente a su hermana menor, Petra estaba llorando en el suelo, pasándose una mano por la cara para poder mirar en dirección al castaño — quien miraba con mucho enojo a la niña de tez pálida. El coronel salió de su claro escondite para poder así enfrentarse a la furia de una madre que parecía ser la madre de la criatura y estaba dispuesta a matar a su hijo con la mirada.
—¿Quién diablos te crees que eres?—le gritó la madre de la niña.
—¡Ella le pegó a mi hermana!¡Es mala!
Cameron claramente tenía el espíritu de luchador que su padre.
Jack se apresuró a llegar al lugar y se puso frente a los dos niños, así creando una barrera más alta para proteger a Petra. Cameron la ayudó a ponerse de pie y ella se pegó a él mientras que los dos adultos discutían.
Petra nunca se olvidó aquel gesto.
Como nunca olvidaría el vínculo que había creado con Cameron desde ese día.
En los momentos difíciles, ambos estaban junto al otro, ambos estaban para el otro y así se unieron más cuando Jocelyn Lansdale se enfermó de cáncer pulmonar en 2005. Eso destrozó a Cameron más de la cuenta y su hermana podía percibirlo con tal claridad que, a pesar de que él intentase alejarse solo un poco, ella lo seguía. Nunca vio a Cameron llorar tan fuerte como lo hizo cuando ella murió en la mesa del operatorio y allí se dio cuenta de su verdadera vocación: la medicina. Empezó su preparación en la universidad, antes de que su padre la convenciese a que se una a su hermano en el ejército.
Así fue como ambos terminaron siguiendo el camino de su padre mucho después de haber perdido a Jocelyn en sus vidas.
Jack estaba orgulloso de sus dos hijos.
(A pesar del miedo de saber que podría perderlos en cualquier momento.)
Y fue a finales de Octubre del 2011 que Petra obtuvo la noticia que su hermano, Cameron Lansdale, había muerto en acción durante un asalto entre las líneas enemigas.
La persona que la protegió.
La persona que siempre estuvo allí.
Ya no estaba.
Ni siquiera había podido despedirse de él.
Ni siquiera un "adiós".
—No permitas que nadie cuestione quién eres, mocosa—solía decirle él.
Petra nunca había llorado tan fuerte.
Su padre, al ser el segundo en enterarse de la gran tragedia (ya que sí, se trataba de una mísera tragedia), no logró detener a su hija cuando ella salió corriendo a buscar el cadáver de su hermano en las bolsas de plástico color negras. El corazón bombeándole de manera descontrolada, el miedo corriéndole por las venas y sus ojos llenándose de lágrimas agrias, parecía cual cantico de una tormenta que azotaba contra un pueblo en guerra — como ella lo estuvo viviendo por meses. Buscó cada nombre, cada etiqueta que había en las bolsas, deseando con todas sus fuerzas que no fuese cierto. Se detuvo en el soldado número 2557 de los cuatro mil cadáveres que se encontraban reposando en aquel pabellón en la base. Abrió la bolsa y soltó un jadeo cuando vio su cara, la cual estaba completamente cubierta con cortes, tierra y sangre seca.
Sus ojos estaban cerrados, como si él estuviese durmiendo plácidamente.
Cuando ella había abierto el resto del cierre, sus lágrimas empezaron a caer como una cascada.
Ella estaba más que acostumbrada a ver cadáveres, diablos, ella estuvo junto a ellos desde el primer año de la escuela de medicina. Hasta incluso almorzó con un cadáver por una semana entera luego de haber perdido una apuesta con sus compañeros de curso. Había perdido el pudor de ver cuerpos sin vida, mutilados o gravemente heridos — pero eso no le quitaba el dolor de que una vida se había perdido por completo.
Esto la destrozó por completo.
Cameron tenía un gran hueco a partir de su pectoral mayor, recorriendo así los músculos del recto abdominal, oblicuo externo del abdomen, todo el camino hasta el abductor largo en su parte izquierda. El uniforme permanecía cubriendo su cuerpo y el olor fétido a material orgánico en descomposición era bastante fuerte. Ni siquiera él iba a ser capaz de ser un donador de órganos como lo había dicho en un principio y solo había sido reducido a un simple hombre servido para ser carne de cañón.
Jack no sabía cómo sostenerla.
En toda su carrera, él había visto caer a muchos soldados y había sostenido a otros que sobrevivían en el intento — hasta que llegó la hora de sostener a su hija, a la persona que él junto con Jocelyn habían decidido traer a sus vidas para amarla y contenerla. Se dio cuenta de que no sabía cómo sostener a su propia hija. Ella se derrumbó a sus pies mientras que él la agarraba, desbordándose en un llanto tan amargo e incontrolable.
Implacable.
Y ella, buscando la única forma de sobrellevar aquel duelo, fue meterse dentro de cualquier programa de cirugía de trauma — redobló sus esfuerzos, sumiéndose entre tanto trabajo, tanta sabiduría y tanta sangre mezclada que terminó por consumirla. Hasta que tuvo una gran falla, intentando de salvar a un capitán en una misión furtiva, había examinado la herida y en un movimiento rápido e imprudente cortó una vena que no debía cortar; así provocando que el capitán se desangre y ella terminase decretando la hora de muerte poco después de no poder reparar la herida hecha por su mano.
Sus emociones estaban tan a flote.
Fue un mal movimiento y después de eso, sería una mala praxis.
Petra sabía que eso había sido por su culpa y aceptó ir a una corte marcial donde un consejo médico estuvo presente para evaluar la situación de la menor de los Lansdale. Ella nunca había sentido tanto miedo como en ese día, ya que toda su carrera (desde los 19 años) fue entregada a la medicina y a ser militar, donde su habilitación le permitía ejercer el arte de curar a los humanos — como también matarlos. Los miembros del consejo médicos miraron en dirección a la africana y estipularon en voz alta:
—Sabemos que su acto no fue una negligencia, señorita Lansdale, pero eso que ocurrió fue un error que no debería repetirse bajo ningún concepto—declaró la presidenta del consejo—. Los doctores somos seres empáticos, pero también debemos saber controlar nuestras emociones para que estas no nublen nuestro juicio en las decisiones más difíciles—sentenció esta y Petra asintió—. Por esta misma razón, señorita Lansdale, no se le revocará su habilitación médica. Será suspendida por un tiempo de quince meses donde no podrá ejercer ninguna práctica.
—¿Ni siquiera las de una especialización en curso como estudiante?—preguntó ella intentando de que no se le quebrara su voz.
La mujer percibió ese miedo y negó con la cabeza—Podrá hacer sus prácticas, señorita. Tendrán que ser sumamente supervisadas, de eso no se preocupe.
A la salida de la sesión, su padre la esperó en la salida y ella temió ver su rostro mezclado con dolor y posiblemente decepción hacia sus acciones — pero él la recibió con una sonrisa esperanzadora. Petra sonrió de manera triste antes de abrazarlo por un lado y ambos bajaron las escaleras de la entrada al edificio que estaba dentro de la base militar.
—Eso ha sido bastante suave, a diferencia de otras cortes que había visto antes—dijo Jack a su lado.
—Huh, yo esperaba la mirada decepcionada que usabas siempre con Cameron—espetó la castaña—. Pero supongo que esto es algo bueno, ¿verdad?
Jack le miró con sus ojos azules—Es más que bueno, Petra. Normalmente una corte marcial es cruel para los soldados que cometieron errores más graves del que tú cometiste. Esto solo fue una palmadita.
—¿Y si no puedo volver a ponerme de pie, papá?—le preguntó Petra, súbitamente sintiéndose como una niña.
—Eres humana, como todos. Podrás volver a eso, cielo, solo busca otra manera de afrontar lo que le pasa al músculo que bombea sangre en tu pecho—declaró el coronel dándole toquecitos a su pecho para énfasis.
Sin embargo, antes los mejores intentos y las mejores intenciones, Petra Lansdale no afrontó eso; si no que empezó a hundirse. El alcohol empezó siendo como su propia anestesia general, sumiéndola a un estado de tanta pérdida, drogándola en las peores maneras posibles y haciendo que se sumiese en su propia miseria y melancolía. Era aterrorizante el poder que tenía un líquido que corroía el espíritu y oxidaba las sensaciones — hasta el punto de encerrar a una persona que una vez estuvo en contra de todo eso.
Ella estaba perdida.
Ella estaba desolada.
¿Qué era lo que ella podía hacer para traer a su hermano de vuelta y curar la herida?
Nada, absolutamente nada.
Y todo llegaba hasta el día de hoy.
Petra estaba sentada frente a la lápida de Cameron, con unas flores hermosas descansando en su regazo. Su mirada se perdía entre las letras talladas y sus palabras se encontraban atascadas en su garganta, como un nudo que le costaba desatar y que la amarraba a aguas profundas — simplemente hundiéndola hasta que sus huesos se rompiesen solos y todos sus órganos exploten por la cantidad de agua acumulada.
—Ya me imaginaba que estabas aquí, panquecito—dijo una voz masculina a un lado.
Petra levantó la mirada.
Conrad Roth, gran amigo de la familia y fue un gran mentor para ella en sus años en las fuerzas armadas, se encontraba de pie a pocos metros de ella vistiendo con pantalones oscuros acompañado por una chaqueta color verde. Conociéndola desde muy pequeña, él le había dado ese sobrenombre luego de que el fue testigo de cómo sus panqueques se quemaron cuando Cameron y ella estuvieron a cargo de la cocina hacía años. La última vez que lo había visto fue en el funeral que se había hecho para los caídos en 2011 y ella simplemente se aisló por completo. Él también era un gran amigo y mentor para su hermano, un hombre que tenía una excelente carrera como Marine — antes de retirarse, claro.
Ella sonrió un poco—Hey.
Con un suave toque en su cabeza, ella podía sentir la familiaridad de tenerlo cerca.
—Tu padre me dijo que podría encontrarte aquí en estas horas—dijo Roth ya tomando asiento.
—¿Te dio otra razón para que estés aquí?
—Él sabe que no estás bien, Petra.
—Es lo que siempre dice—se quejó la muchacha africana—. ¿Por esa razón él te envió aquí?
Conrad chasqueó su lengua—También vine por cuenta propia, para ver si lo que decía tu padre era verdaderamente cierto.
—¿Y tú conclusión es...?
—Estás destrozada.
Bueno, al menos él es honesto, pensó la muchacha Lansdale.
—¿A qué has venido, Con?—le preguntó Petra sin más preámbulos, deseosa de estar sola otra vez—. ¿A darme un sermón como cuando era una cadete?¿O solamente a ver como doy pena?
—Ya estás demasiado grande para que te de sermones, a punto de cumplir los veinticuatro en cuatro meses—sentenció el ex marine alzando una ceja—. Una médica con rama en cirugía de trauma, lo mejor de lo mejor y repentinamente te veo aquí—señaló la lápida—. Hundiéndote como un barco. ¿Qué fue lo que te pasó, Petra?
Hasta incluso ella se hacía esa misma pregunta.
¿Qué fue lo que pasó con ella?
—Soy una Petra diferente ahora, Roth, eso es todo.
—Pienso que esa es una estupidez.
—¿Ya vas a decirme qué es lo que quieres?—preguntó Petra de manera hostil.
—En dos semanas me estaré embarcando a aguas japonesas para buscar la isla de Yamatai—declaró el hombre poniéndose de pie—. Y nos falta una médica especializada como tú, además de tener experiencia militar. Tu padre me dijo que esa sería una buena oportunidad para que vuelvas al ruedo, probar que eres capaz de poner en control tu vida.
—Gracias, pero no.
—Solo...piénsalo, Petra y llámame.
—Hmmm.
—Bien, esa fue una gran charla. Nos vemos, panquecito.
Cuando sintió que él empezaba a alejarse, ella devolvió su mirada a la lápida. Conrad se detuvo, su mirada al frente.
—No permitas que nadie cuestione quién eres, Petra.
Los orbes avellanos de la africana se abrieron de golpe y miró en dirección hacia donde estaba Roth — pero él ya estaba bastante alejado de ella, dejándola sola en aquel entorno con muertos a su alrededor.
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