Lurk.
"I'm thinking we should ride
To a place that we don't know
To a place where no one has seen us before
I'm thinking, you and I"
Lurk; the neighbourhood.
Jugueteó con el lápiz en su mano golpeando la punta de la goma de borrar repetidamente contra el escritorio, creando una melodía que no podía escuchar en su totalidad.
Bajo uno de sus mechones rubios y la mano sobre su mejilla, ocultaba un audífono con el volumen bajo.
Éste temblaba al ritmo de un clásico de los ochenta que su repiqueteo insistente sobre la madera dejaba a la vista.
La universidad era basura. Lo era si no tenía permitido estudiar lo que le venía en gana como el resto de sus compañeros.
No le interesaba administración de empresas ni mucho menos.
Pero mami y papi no escuchaban. Mamá se las vivía en el salón de belleza, afilando sus uñas color caramelo para enterrarlas en la espalda del amante que él sabía que tenía. Le había cruzado en el pasillo de su casa una vez. Recibió un billete generoso por la promesa de no decir ni una palabra.
Y papá estaba trabajando. Viajando, cerrando tratos y fumando como una chimenea. No tiene pasatiempos favoritos y solo recuerda que tiene un hijo porque es quien lo heredará todo cuando a causa de su vicio, sus pulmones no le permitan mayor movilidad para hacerse cargo de la empresa familiar.
Así que ahí estaba, cumpliendo caprichos absurdos por el bien de la familia.
A él no le interesaban esas cosas; solía hacer todo lo que ellos mencionaban en la mesa que estaba mal, cosas que los niños de bien no debían frecuentar.
Tenía un descapotable rojo que le compró a un amigo y se las vivía allí arriba, atravesando las rutas peligrosas con el máximo de velocidad que su chatarra le permitía.
Había robado dos veces en una tienda donde los dueños siquiera tenían la decencia de tratar bien a sus clientes; no más que algún dulce que no valía ni la mitad de lo que llevaba en la cartera.
Fumaba a escondidas en su cuarto con la ventana abierta y tenía unos bonitos tatuajes decorando su cuerpo, unos que solo sus amantes de turno tenían el privilegio de conocer.
Se acostaba con todas las personas que encontraba atractivas y no volvía a llamar a ninguna.
Pero bueno; siempre había excepciones.
-¿Alguna pregunta?
Sí. Podía decirse que tenía muchas escritas en el anotador invisible de su cabeza. Las llevaba enumeradas y con letras de colores.
Se preguntaba qué podía encontrarle de especial a un hombre mayor que vivía de pésimo humor. O como lograba que su aburrido atuendo pudiera hacerle ver como la cosa más interesante del mundo.
Pasó los ojos descarados por la punta de sus dedos hasta llegar a sus trabajados antebrazos cruzados entre sí, que dejaban la piel expuesta al tener la camisa arremangada.
Despegó los labios, tomándose su tiempo.
-¿Es pelirrojo natural, profesor?
Hacerle masticar su minúscula paciencia era de sus cosas favoritas de casi todos los días. El profesor Todoroki tenía muy mal genio y no le agradaba que le hicieran perder el tiempo con tonterías. Por puro protocolo, no podía responderle de la manera grosera que acostumbraba cuando nadie podía verles.
-De la clase, mocoso.
-Ah, nada.
Era lo más cariñoso que podía recibir mientras sus compañeros reían por lo bajo ante su descaro.
Él solía reírse de ellos en su interior porque había tanto que no sabían. Sentía que él y su profesor favorito eran la personificación de la burla piadosa.
Tomaban sus papeles como profesionales entrenados y se ignoraban durante toda la clase, menos al final, donde él le asaltaba con preguntas propias de un adolescente y el mayor respondía cortante, mirándole enojado y prometiéndole un castigo por lo mismo.
El timbre les liberó de la batalla graciosa de miradas que siempre compartían, con el resto del alumnado poniéndose desprolijamente de pie mientras comenzaban a hacer un ruido que Enji consideraba innecesario.
-La clase que viene es el examen. Estudien o van a salir carbonizados del salón y del semestre.
El "Sí profesor" fue general y con variados tonos de voz. El suyo, fue prácticamente otra burla más.
Se quedó sentado en su asiento al fondo del salón sin guardar sus útiles, disfrutando como el lugar quedaba cada vez más vacío.
-¿Vienes? Vamos por hamburguesas.
-Nah, luego. Tengo algo que hacer.
-Me cuentas luego- Rumi era la única en toda la clase que no era engañada por su comportamiento, así que le permitió el chisme con una sonrisa.
Para cuando al fin quedó tan solo como esperaba, comenzó a guardar sus cosas. Siquiera llevaba un estuche para sus bolígrafos; solo los metía sueltos con su cuaderno lleno de garabatos artísticos que prometían ser una de sus grandes vocaciones.
-No prestaste atención a la clase.
Cierto, nunca se quedaba completamente solo. Quedarse de último con la excusa de necesitar ayuda con los temas de la clase, era una costumbre cada vez más constante. Era increíble que solo su mejor amiga se diera cuenta.
-No, me aburría.
-Ese es tu problema, mocoso.
Nunca prestaba atención; había abandonado algunas clases hacía bastante rato y estaba en dirección a reprobar el semestre completo, otra vez. Sería otra mirada de desprecio de mamá y un nuevo golpe en el rostro, cortesía de su progenitor.
Se convencía de que si no se sentaban a escucharle, entonces sus acciones le comunicarían lo que con urgencia necesitaban saber.
Están desperdiciando dinero en una carrera que no pienso terminar.
-También es tu problema, profe.
El señor Todoroki no era sólo el profesor de matemáticas empresariales; también era el director de aquel lugar. Suplantaba al profesor Toshinori desde hacía aproximadamente medio año; comenzaba a sospechar que le había despedido sólo para poder dar su clase.
-No soy yo quien jamás obtendrá su título.
-No soy yo quien deberá quedarse luego de clases a explicarme lo que no entendí.
La única razón por la cual seguía asistiendo era la más obvia, pero no lo suficiente como para intentar apresarse a aquellas cuatro paredes más tiempo del que disponía.
Cuando le abrieran la ventana saldría volando a la primera oportunidad, importándole nada dejar todo lo demás atrás.
-¿Siempre tienes que decirme "mocoso" frente a las chicas lindas del salón?-debía aprovechar el tiempo y hacerle rabiar todo lo que podía. Era estimulante discutir con él, que llevaba el cabello rojo crispado casi como si fuese fuego ardiendo. El motor de todo lo que les competía se hallaba en cada rasgo suyo de ser un mocoso insoportable, arrogante y hablador. Nunca levantaba la voz, porque no lo necesitaba para obligarle a sentarle sobre el escritorio sin ninguna delicadeza.
-Te llamo por lo que eres.
Tenía veintidós años, la cantidad suficiente de vida para ser llamado solo por su nombre. Pero el hombre a su frente tenía cuarenta y cinco y contando, lo cual le daba el derecho a decirle como le viniera en gana.
Se había prometido acabar con ello muchas más veces de las que podía recordar en la mañana, pero siempre era igual. El mocoso rubio le tentaba con su sonrisa bonita y le desafiaba frente a toda la clase con preguntas estúpidas, prácticamente obligándole a hacer lo que siempre hacía.
-Entonces te comenzaré a llamar viejo de nuevo, ¿Qué te parece?-en las primeras clases se llevaban fatal. Enji no podía simpatizar con él pese que el muchacho solía tratar así a todos los profesores, esperando que le echaran de la clase.
Y el director había oído las quejas de los profesores que terminaban con toda la clase distraída, riendo con las preguntas incómodas del más bonito de todos. Y si bien le habían quitado de la mayoría de las clases, el mayor se mantenía firme en su decisión de ser más listo que él, como si aquello realmente fuese posible.
-Me parece una mierda, Hawks.
El muchacho sonríe entre dientes, bien sentado en donde le había dejado. Tiene el atrevimiento de abrazarle con sus piernas y desacomodar el nudo de su corbata negra-Te quejas, te quejas. Pero cuando me vaya...
-Me encantaría que algún día cerraras la boca.
Detiene el juego con sus dedos y termina de quitar el accesorio sin ningún cuidado. Sabe que su esposa plancha todo muy bonito, así que en las noches mientras fuma un cigarro, le gusta imaginar que excusa se inventaría el mayor al llegar con la misma toda arrugada -Tú sabes cómo hacer eso. No sé qué te detiene tanto.
Por una cuestión de nostalgia autodestructiva, Enji se decía todos los días que desistirá de caer en la provocación. Que ignoraría como el muchacho desastre de su universidad miraba por la ventana con ganas y desperdiciaba todas las clases con música tapándole los oídos.
Era un adulto amargado y él era un joven entristecido. Su chispita radiante solía emerger solo cuando cerraba con llave la puerta del salón y mandaba a la mierda los papeles de su escritorio para recostarle en él, intentando mostrarle todo lo que podría tener si tan solo se resignaba a continuar allí los años que correspondían de carrera.
Al mismo tiempo, sentía que era absurdo.
Hawks era un muchacho libre. No tenía la presión de un matrimonio arreglado a sus espaldas ni más hijos de los que hubiese querido tener. Era joven, apuesto y con muchas cosas buenas que ofrecerle al mundo.
Y el muchacho sabía que la única pequeña cadena que le mantenía atado a aquel lugar, era la que le unía a quien palmeaba su espalda cuando tenía un mal día o le avisaba disimuladamente cuando habrían piezas de pollo rostizado en la cafetería, reservándole una porción por si llegaba tarde.
Callaba los suspiros cansados con sus labios y le daba sus respectivos azotes cuando era un maleducado.
Acariciaba el tatuaje enorme en su espalda, donde dos alas rojas cruzadas la decoraban, amenazando con abrirse en cualquier momento y tomar vida para sacarle de allí.
Jalaba su cabello cuando le hacía poner el rostro sobre el escritorio y se movía más fuerte cuando le veía sonreír como el maldito masoquista que era.
Su mundo estaba pausado por él. Todos sus planes de salir corriendo de lo que sería la peor versión de sí mismo, estaban momentáneamente escondidos dentro de su mochila.
Y allí se quedarían, al menos hasta dentro de dos meses, cuando mamá y papá se enteraran que habían apostado un dineral en educación que había sido desperdiciada. Sería el momento decisivo donde podrían obligarle a volver o le escucharían y comprenderían que no pensaba desperdiciar su vida sentado tras un escritorio.
Una de las dos opciones significaba otro semestre esclavo, molestando profesores y desperdiciando días en los que podría estar buscando un empleo de tiempo completo hasta saber que quería estudiar con exactitud.
La otra, un mundo de posibilidades. Cadenas afuera, el tatuaje al aire libre y mil rutas por explorar.
Al mismo tiempo, una significaba seguir disfrutando encuentros pasionales con su persona favorita en la tierra, que era tan bueno en la cama como siendo un terrible esposo. Y la otra, significaba dejarle atrás.
Tenia la edad suficiente para entender que no podía tenerse todo en la vida. Y si se sentaba a enfrentar la realidad con la frialdad de un adulto podría ver que eligiera lo que eligiera, todo acabaría de igual modo.
Lo asumía como las consecuencias de enamorarse de un hombre mucho mayor que él, casado y con hijos.
También como la desgracia de ser tan malditamente joven. De atreverse a nacer tan tarde; de que Enji quisiera conocer el mundo desde tan temprano.
No podían tenerse. Quedarse con las migajas era indigno para cualquiera de ambos, pero era más de lo que podían permitirse.
Así que Enji prefería apresar sus caderas con fuerza, morder su cuello y jalar su cabello sin delicadeza alguna, mientras la otra mano sostiene su hombro. Su misión egoísta era enviarle tantas sensaciones juntas que él no supiera por cuál suplicaba más.
Marearle y tatuarse en cada pedacito de su cuerpo, esperando que cada toque prevaleciera en el recuerdo, inclusive hasta años luego de que todo hubiese acabado.
Al final de cuentas, siempre sería así. Él se acomodaría los pantalones y el cabello mientras el mayor dejaba el escritorio en condiciones óptimas nuevamente. Tomarían sus respectivas cosas y saldrían de allí como si fuesen dos desconocidos.
Porque para el resto del mundo, solo eran un estudiante rebelde y un profesor con mal genio. Y fuera de las cuatro paredes decoradas con estadísticas e imágenes de grandes pensadores, no había lugar para un amor como el suyo.
Enji le recordaría como una pequeña estrella fugaz que se había atrevido a iluminar su vida por un pequeño instante. Que le había concedido un deseo y luego había desaparecido tan rápido como vino.
Y Hawks podría decir que recordaría al profesor Todoroki como todo aquello que hubiese querido tener sobre su descapotable rojo. Conduciendo por rutas sin final y deteniéndose a un costado solo para sentirle de nuevo. Soñaría con él todas las noches y sonreiría cada vez que no entendiera como realizar una cuenta matemática.
Se despidieron otra vez con un vago gesto desinteresado y continuaron sus caminos por separado. Porque de momento, solo les quedaba esperar.
Deseas que sea tuyo.
Y espero que seas mío.
Primer EndeHawks :') necesito aclarar que no leo el manga, así que no estoy segura de haberlo hecho muy bien; pero decidí arriesgarme de todas formas.
¡Gracias a quienes se animaron a leerlo!
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