XXII - El Premio
Muchos años pasaron.
Una base lunar fue construida por los empresarios multimillonarios que decidieron invertir en la carrera espacial. Marte también empezó a ser colonizado. Varias redomas fueron creadas para sustentar la vida con la atmósfera adecuada y los seres humanos iniciaron la construcción de grandes estaciones espaciales orbitales alrededor de la Tierra. Después de que aprendieran a lidiar con la antigravedad, se hizo aún más fácil vivir fuera del planeta.
El próximo paso sería planear la terraformación de Marte con explosiones de poderosas bombas nucleares. Exoplanetas encontrados en la galaxia Vía Láctea en los sistemas solares cerca del terrestre serían los próximos hábitats, siguiendo la experiencia adquirida en el planeta rojo. Naves movidas con motores de dobla espacial, energía de fusión nuclear y antimateria harían posible los viajes otrora descritos solo en los libros de ciencia ficción.
Luna decidió que, debido a la necesidad de aumentar la población mundial para poblar las colonias fuera del planeta y también los tantos cambios ecológicos prósperos de los seres humanos, era hora de liberar la fórmula del Eternal.
Lucas, el dueño del laboratorio, se puso muy feliz con el descubrimiento y ascendió a Luna a Gerente de Investigaciones. Ella y estaba cerca de jubilarse, pero aceptó la promoción. La empresa pasó a tener fama internacional y varias industrias farmacéuticas empezaron a invertir en la Bolsa de Valores comprando acciones de la empresa Urano, que abrió su capital.
El tiempo fue pasando y Luna, aun anciana, mantenía una buena apariencia debido a la utilización del Eternal, así como la mayoría de las personas que llegando al final de la edad adulta tomaban la píldora de la juventud, como pasó a ser llamado el medicamento. Ella pudo acompañar de cerca al nieto Gabriel seguir la carrera de Otto y convertirse en un gran físico, desarrollando el viaje temporal a partir de los estudios iniciado por el padre.
Gabriel era fanático por fútbol. El mes de julio fue marcado un partido en el Maracaná y los equipos de Brasil y de Argentina disputarían la final de un campeonato. Los jugadores fueron elegidos y el joven, loco de ganas para ver la gran decisión, invitó a la familia para hacerle compañía en el viaje a Río de Janeiro.
— ¿Vamos todos, abuela? Yo estaba esperando mucho tiempo por este partido.
Ocurría una cena en casa de los padres de Gabriel y todos se quedaron mirando a Luna, en la expectativa de ver su reacción. Ellos sabían que a ella no le gustaba mucho salir de casa, aún más para un viaje a otro Estado.
La farmacéutica pensó en todo lo que había vivido y cómo había dedicado su tiempo para ayudar y darles alegría a otras personas.
— Sí que voy. Mira que nunca he ido a un estadio de fútbol en mi vida, ni siquiera aquí en Belo Horizonte.
Todos se pusieron contentos con la respuesta y empezaron a hacer los preparativos del viaje.
El día acordado, allí estaba la familia reunida, disfrutando el momento vibrante en el mayor estadio de Brasil, abarrotado de hinchas.
Gabriel veía atento al partido de los equipos junior que antecedía al juego tan esperado. Luna se puso un poco nerviosa en medio de tanta gente. Sintió un poco de palpitaciones y respiró hondo. En su bolso, llevaba un ansiolítico para esos momentos de emergencia. Por un instante, lo abrió, pero decidió no tomárselo, ni le dijo nada a Fabio. Pensó que no se puede eliminar una emoción, sino que lo importante es aprender a convivir con ella.
Allí en Minas Gerais, en el sofá de su casa, el empresario Paulo Sottyo Junior estaba con su madre Sandra en su mansión, las miradas atentas y los oídos también en dirección a la tele que transmitía el partido. Todas las poblaciones de los países a las que les gustaba el fútbol también acompañaban aquel momento especial.
De repente terminó el pre juego.
De algún modo, los organizadores supieron de la presencia de Luna, la científica lideró la investigación del fármaco de la longevidad.
En una pantalla gigantesca, donde todos los hinchas podían ver, apareció la imagen de ella. Súbitamente, las personas a su alrededor miraron a Luna. Asustada, sin entender lo que ocurría, ella abrió los ojos de par en par.
— ¡Mira, abuela! Estás en las pantallas del Maracaná...
Su familia se quedó perpleja con lo que veía. El silencio curioso fue sustituido por la voz prominente de una oradora:
— Antes de empezar el partido tan aguardado, a los organizadores de la competición les gustaría homenajear a la Doctora Luna Almeyda, presente en las gradas, por los servicios prestados a la salud brasileña y mundial. Con muchos años de dedicación, la científica mostró la fuerza de la mujer para cambiar el mundo. La Doctora Luna inventó el medicamento Eternal, un sueño de muchos seres humanos. Ella ahora será agraciada con el Premio Doctores Científicos de Destaque que será entregado por los directores de evento junto a nuestra medalla de honor. Me gustaría que todos dieran una salva de palmas para aquella que permitió a los seres humanos vivir por mucho más tiempo.
Los representantes ya se acercaban a ella sonriendo con el premio en mano. Todo siendo filmado para todo el mundo.
Luna recibió el trofeo y una medalla, y empezó a llorar; los ojos derramaban lágrimas no sabiendo bien adónde mirar.
Ella se veía en las imágenes transmitidas para el estadio gigante cuando la hinchada empezó a ovacionarla.
— Luna, Luna, Luna... — repercutiendo la gloria de la mujer negra científica brasileña.
Las personas la observaban sonriendo y aplaudiendo junto a su familia que acompañaba la vibración colectiva.
Después, los aficionados empezaron a levantarse uno a uno y, de pie, aplaudieron por un buen tiempo. Fabio le dio un pañuelo y la imagen llorosa de Luna recorría la pantalla del estadio, junto a todos los hogares del planeta.
Paulo Sottyo Junior y su madre miraban llenos de rabia la transmisión; las palabras atragantadas con un nudo en la garganta.
Viendo por la tele la mujer del Estado de Minas Gerais sorprender al mundo, una médica que trabajaba en el aeropuerto de Belo Horizonte descubrió cuál era el vuelo de llegada de Luna y decidió esperarla.
Gabriel apareció en el vestíbulo vistiendo la camisa de Brasil y ondeando la bandera verde y amarilla, celebraba la gran victoria. Al lado de la familia, con la medalla en el cuello sujetando su trofeo, cercada por diversos periodistas de varios medios de comunicación apareció Luna que, de repente, se deparó con la figura de aquella mujer que se puso frente a ella. "¿Quién sería ella?", pensó.
— ¡Luna! ¿No sabes quién soy? ¿Será que he cambiado tanto? Soy Isabela, hija de Heitor del laboratorio Titán. ¿Te acuerdas? Hace mucho tiempo y yo quería verte para agradecerte todo lo que hiciste por mí. El medicamento funcionó como estás viendo... Cuando supe que estarías aquí, decidí verte para agradecerte personalmente.
Ellas se apartaron de la aglomeración y Luna la miró bien, vio que estaba curada y tenía buena apariencia. La Doctora Isabela cogió la mano de la científica y se la pasó sobre la piel. Sintiendo la lisura y suavidad, Luna dijo:
— ¡Cómo me siento feliz por verte! Salió bien... Tú eres la mayor prueba a largo plazo de que el Eternal funciona.
— Gracias por haberme permitido vivir con calidad, Luna. Me gradué en Medicina y ayudo a curar a personas con problemas como el mío.
— No me olvidé de que tú salvaste mi vida. Me acordaré de eso por todos los años que el Eternal permita.
Ambas se abrazaron en llanto, observados por los parientes.
Después, Isabela se dirigió hacia la puerta de la sala de descanso, abrió y llamó a una pareja de jóvenes y al marido.
— Esta es mi familia. Me gustaría que la conocieras. Mis hijos existen gracias a ti.
Ellos con los ojos llorosos, fueron hacia Luna y todos la envolvieron en un abrazo de agradecimiento.
***
Al otro día, por la noche, Luna y la familia cenaban en la mesa y sonreían hablando de amenidades en una Belo Horizonte de noche de luna y el cielo más limpio que nunca. Gabriel miró las estrellas, después a la abuela y le preguntó:
— Abuela, he comprado un ordenador cuántico. ¿Qué nombre te parece que debo darle a la inteligencia artificial? Es una mujer.
— ¿Qué tal Bete?
— ¡Me gusta!
— Luna y Fabio se sonrieron uno al otro.
FIN
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