XVIII - El Secuestro
Luna volvió a su apartamento en compañía de Fabio, que quería protegerla, después de haber oído toda la historia sobre la persecución de los bandidos. Aquella noche, reanudaron su amor.
El muchacho, después de disculparse por sus errores, descubrió que ella ya le había perdonado y sólo quería un tiempo más para pensar. Pero todo había cambiado. Solange había partido, así como Otto.
La pareja se besó, apasionadamente, y él la invitó a vivir en su casa, mientras el peligro aún rondaba la vida de Luna. Ellos sabían que si Otto había dicho la verdad, habría personas capaces de cualquier cosa para conseguir la fórmula del Eternal. La prueba era que el profesor había pagado con la propia vida.
Ambos merendaban y conversaban:
— Creo que aún es peligroso que te quedes en tu casa.
— Pero Paulo también murió en aquella explosión.
— No sabemos si había alguien más, interesado en tu investigación.
— Eso yo lo sé: Heitor. Creo que él no es capaz de hacer ninguna atrocidad para conseguir la fórmula.
— En cuanto a eso, no sé. Tú me dijiste que invadió tu ordenador algunas veces de manera extraña.
Ella abrió su bolso de medicamentos durante la conversación.
— Dicen que bebe mucho y tiene una hija que padece de senilidad juvenil, un síndrome raro.
— No sé qué decir. Pero tú decides y puedes quedarte en mi casa cuanto quieras.
Él la abrazó de modo acogedor. Luna puso la bolsa con los comprimidos sobre la mesa.
— Iba a tomar un ansiolítico ahora, pero me he acordado de que tú y mi madre siempre me ayudasteis a buscar otras maneras de lidiar con las situaciones. Ya había conseguido disminuir las dosis, pero ocurrieron tantos problemas que no he podido resistirme. Perdí el empleo, mi madre e incluso a Otto, a quien empezaba a tomar cariño. En cuanto a nosotros, terminamos la relación y tú me gustas de verdad.
— Perdóname, cariño. Yo te amo y sentí mucho tu falta – él se retractó una vez más.
— No necesitas disculparte de nuevo. La vida está llena de altos y bajos y lo importante es que estamos juntos.
Luna cogió sus pertenencias más importantes en su apartamento y ambos fueron a casa de Fabio.
Sintiéndose un poco más seguros allí, volvieron a conversar, cuando él miró los medicamentos que la joven puso sobre una mesa en el cuarto. Viéndole observar, ella dijo:
— Lo voy a conseguir. No tomaré más esos comprimidos.
— Pero no puedes parar de inmediato. Tienes que hacer un desmame disminuyendo la medicación por la mitad durante dos semanas. Después reduce la dosis por el mismo periodo y alterna los días con las dosis bajas durante las semanas siguientes hasta eliminar la ingestión. Así tu organismo no sentirá más falta del fármaco y no correrás el riesgo de tener un síndrome de abstinencia.
— Ya lo sé. ¿Te has olvidado de que soy farmacéutica?
— Perdona. Sólo quería reforzar la idea. Estaré siempre a tu lado para ayudarte.
— Gracias, amor mío.
— ¡Te amo, Luna! Yo recordaba los momentos que vivimos todas las noches sintiéndome carente de tu piel suave, de tus labios calientes.
Ella le puso la mano en los labios para que parara de hablar y le acercó el rostro besándole fervorosamente, saciando las ganas que tenía de estar más próxima de su amor.
Después fueron a ducharse y durmieron juntos haciendo el amor como nunca lo habían hecho antes.
El lunes, Fabio decidió que la llevaría al laboratorio Urano, antes de ir a su empresa. Estaba muy preocupado con Luna. Decidió que iría a buscarla también, pero con el pasar del tiempo la pareja pensó que ya no había peligro y ella empezó a ir sola.
Mientras tanto, en el laboratorio Titán, Heitor recibía a su nueva patrona, Sandra Sottyo.
— Es un placer tenerla con nosotros, Doña Sandra.
— Bajo circunstancias tan tristes, Heitor.
— Sí señora. En lo que pueda ayudar, estaré siempre a sus órdenes. Ya he puesto las investigaciones en día.
— ¿Y el sistema? Paulo me dijo que estaba todo corrompido.
— Los ingenieros ya lo han arreglado todo.
— Él no quería que yo trabajara, visto que nuestro hijo, Junior, aún es muy pequeño, pero mi madre está cuidando de él junto a la niñera y alguien tiene que cuidar de los negocios aquí. Como sabes, me gradué farmacéutica con él y juntos creamos la Titán. Cuando Junior nació, me dediqué más a criarle y Paulo se encargó de los negocios.
— Haré lo que esté a mi alcance para mantener las cosas a su gusto.
— ¿Y cómo está tu hija?
— Parece que la enfermedad está empeorando. Estamos estudiando un fármaco para intentar salvarla. Vamos a conseguirlo.
— Ya sé. El famoso Eternal... Como Paulo decía, no economices recursos. Gasta lo que sea necesario.
Al llegar a casa aquella noche, Carla hacía el informe nocturno sobre la sobrina Isabela y Heitor escuchaba atento, mientras cenaba. La niña tenía muchos dolores en las articulaciones; oía mal siendo necesario repetir algunas veces la misma frase para que entendiera, además de eso, tenía hernias de disco recurrentes. Las letras empezaban a serpentear cuando leía, mostrando que alguna cosa en su visión estaba equivocada.
Aparecieron también diabetes y dislipidemia, que son alteraciones de los azúcares y grasas en la sangre, respectivamente. El padre decidió que iría personalmente al oftalmólogo con ella, pues la joven necesitaba ver y oír bien, ya que le encantaba leer libros y ver series en la tele. En cuanto a las enfermedades, Isabela tomaba medicinas que las compensaban manteniendo su salud. Heitor pidió un día libre a Sandra Sottyo y ella, prestamente, se lo dio.
Después de hacer un mapeado de retina y un examen de tomografía de coherencia óptica, descubrió que Isabela había desarrollado una degeneración de la mácula de la retina, enfermedad típica de personas ancianas en media con setenta años de edad.
Para curarse, o al menos mejorar su visión, Isabela tendría que recibir algunas inyecciones con medicamentos innovadores dentro de sus vistas, pues las lesiones afectaron ambos ojos de la muchacha.
La adolescente empezó a hacer el tratamiento que era en el centro quirúrgico y la tía Carla la acompañaba, ya que Heitor tenía que trabajar.
Una noche, cuando él llegó del trabajo, Carla le contaba cómo había sido el primer día de tratamiento ocular de Isabela.
— ¡Qué sufrimiento, Carla! – Dijo él al oír el relato con atención. — ¿Estás segura de que es así mismo que se cuida de esta enfermedad? Estoy pensando en ir con vosotras para dar apoyo emocional.
— No es necesario que vayas. Tu hija es fuerte y es capaz de superar esa también. ¡Piensa en cuantas cosas ya le han pasado en la vida! En cuanto al tratamiento, es así que se cuida actualmente. Antes de 2014, utilizaban rayos láser para cauterizar los vasos que crecían en la región lesionada, y aún se usan en algunos casos. Pero la cicatrización dejaba muchas manchas en la visión que llamaban moscas voladoras; las personas se quejaban de ver telas de araña en el campo visual tras el tratamiento.
— ¿Pero ahora, que inyecciones son esas?
— Es un tratamiento carísimo en el cual se utiliza quimioterapia que descubrieron ser muy eficaz en la cura de lesión. Pero no te preocupes que el plan de salud del Titán está pagándolo todo.
— Menos mal. No puedo quejarme de mi empleo. ¿Pero cómo sabes todo eso?
— Además de las explicaciones del oftalmólogo retinólogo, también he investigado. Soy una científica, hermano mío. ¿Te has olvidado de eso? Me gradué en biomedicina y tengo doctorado. Hice mucha investigación en mi vida. Lástima que no conseguí un buen empleo.
— Perdóname por haber tomado el tiempo de tu vida, Carla. Sé que con el pasar de los años conseguirías una buena plaza como profesora o investigadora. Te pedí que cuidaras de Isabela y siempre supe que podía confiar en ti.
— Amo a mi sobrina y la tengo como a una hija. Ella vale más que cualquier cosa de mi vida. Además de eso, tú me criaste cuando era pequeña y perdimos a nuestros padres. Necesito retribuir tu generosidad.
— Hice lo que debía ser hecho. ¡Pero, tú eres genial hermana mía! Explícame mejor... ¿Ella tendrá que ir de nuevo? Vi que sus ojos están rojos, parece que están sangrando...
— Es un efecto pos operatorio de la aplicación. El doctor me explicó que da aquí a algunos días estará mejor. Isa está aplicando dos colirios para evitar cualquier infección o inflamación. Pero, aún tendrá dos sesiones quirúrgicas más para enseguida hacer una reevaluación. Puedes dejarlo de mi cuenta que estoy cuidando de todo muy bien.
— Nunca he oído hablar de eso. ¿Qué medicina es esa que se aplica en los ojos? ¿Y soluciona de verdad? Espero que ella se ponga bien.
— Es una quimioterapia y se llama antiangiogénico, porque evita el crecimiento de los vasos hacia dentro de la retina, cuando ocurre alguna ruptura. Según el médico, la visión tendrá buenas posibilidades de volver a lo normal. Probablemente sin secuelas, que es la mejor parte de este tipo de tratamiento.
— ¿Será que duele mucho? Ya estoy sintiendo los dolores por ella.
— Las enfermeras le ponen una especie de abridor metálico en los ojos para fijar los párpados y el cirujano aplica el medicamento en la esclerótica, ya sabes... en la parte blanca del ojo. Hay un anestesiólogo que acompaña al paciente durante la aplicación de la inyección.
— ¡Gracias a Dios! Me gustan las anestesias a causa de eso.
Heitor empezó a llorar y bajó la cabeza; avergonzado. Carla sacó un pañuelo de su bolso y se lo ofreció.
— ¡Qué sufrimiento! ¿Por qué?
— No llores, Heitor.
— Me siento con las manos atadas viendo la salud de Isa deteriorarse, sin poder hacer nada. A cada momento aparece una enfermedad diferente. Mi esperanza era Luna. Pero ella se fue a causa de mi ambición. ¡Qué idiota fui! No quería ver a mi hija sufrir tanto... Si pudiera, yo recibiría las inyecciones en su lugar.
— Lo siento mucho por nuestra Isa, hermano. Pero tú vas a crear el fármaco Eternal junto a tu equipo. Sé que eres inteligente y lo conseguirás. Vamos a estar al lado de ella siempre – dijo Carla abrazándole, ambos con los ojos llenos de lágrimas.
— Volviendo al Eternal, no estamos consiguiendo progresar. Y yo tengo que parar de beber. Cuando me siento triste, apelo a la bebida y sé que eso no va a resolver mis problemas. Mucho por lo contrario; estorba mi raciocinio y daña mi salud.
— No te olvides de que te amamos y estaré siempre aquí contigo para ayudarte. También amo a mi sobrina.
— ¡También os amo! Voy a intentar parar de beber...
Más tarde, en su ordenador, entró en el sistema nuevo del Titán y verificaba los perfiles de los colaboradores para seleccionar un nuevo equipo. La investigación sobre el cáncer avanzaba, pero él sólo conseguía pensar en el Eternal. El motivo era obvio. Él analizaba y cuando vio la imagen de Luna, observó los cursos que esta había hecho, se acordó de cómo la joven lo sabía todo al respecto del medicamento. Heitor fijó los ojos en ella y dijo alto:
— Es eso.
Decidió que tenía que hacer algo. En este instante, Isabela apareció en la puerta.
— ¿Trabajando hasta tarde, papá? ¿Por qué no descansas?
Heitor se levantó y la abrazó, besándole con cariño la frente arrugada.
— Necesito encontrar algunas respuestas. Ven conmigo. Voy a ponerte en la cama.
Ambos anduvieron por el pasillo, hasta que entraron en el cuarto y ella se acostó. Él la tapo con la manta. Carla apareció en la puerta.
— ¿Está todo bien, Heitor?
— Todo bien, hermana. Quería poner a Isabela a dormir.
— Dormid bien – les deseó ella sonriendo al ver la escena.
Heitor fue a su cuarto y pensó en la única solución que le parecía posible, pues no había tiempo. ¿Cómo abordaría a Luna para que ella le revelara la verdadera fórmula del Eternal? Decidió que la secuestraría y la mantendría presa hasta que le contara todo lo que necesitaba saber.
Al otro día en su despacho, en vez de preocuparse con las investigaciones, empezó a hacer un plan diabólico para alcanzar su objetivo.
Antes del final del expediente, todos los días, Heitor le pedía a Sandra Sottyo salir más temprano. De esta manera, iba a vigilar los pasos de Luna al salir del laboratorio Urano. Se ponía una gorra y una máscara que, sumados a sus gafas, creaban el disfraz perfecto.
Al final de una tarde, la joven farmacéutica estaba arrancando su coche, cuando alguien la llamó.
La joven miró hacia la izquierda y vio la silueta de un hombre que usaba una máscara. Como algunas personas aún utilizaban máscaras a causa del Covid, pensó que era alguien del trabajo queriendo hablar con ella.
No tuvo tiempo de reaccionar; recibió una inyección en el cuello. Su mundo oscureció y no consiguió ver nada más. Quien le inyectara el fármaco sabía bien dónde aplicarlo.
Después de algunas horas, el local donde Luna permanecía desmayada era tomado por la oscuridad. El silencio era como en el espacio sideral, y la joven empezaba a despertar del largo sueño inducido. Ella gimió de dolor, debido a la posición atravesada en que había quedado en el portamaletas del coche de su verdugo. Después se puso la mano en el cuello y en la frente sudada.
"¡Qué dolor de cabeza! ¿Qué ha pasado? Sólo recuerdo de alguien llamándome...", pensó afligida.
Miró a su alrededor y no había nada, sólo brea. Sintió miedo, pues era la primera vez que no tenía la seguridad de la luz. El único sonido que oía era el movimiento de su corazón palpitante amenazado. La piel transpiraba, mientras las pupilas dilatadas buscaban una mínima señal de iluminación.
Extendió la mano, el dolor aún pulsando en la cabeza, y tocó una pared. Tanteó algo liso y húmedo. Pensó en una lagartija, a las cuales les tenía pavor. Soltó un grito corto y retiró la mano, asustada. Continuó andando mientras tanteaba la textura y se dio cuenta de que estaba cerca de una puerta. Agarro el pomo girándolo en el sentido anti horario, pero estaba cerrada, así como parecía su destino.
— ¡Por favor, que alguien me ayude! – Gritó desconsolada, sin éxito.
El recinto donde estaba era protegido por aislamiento acústico, pues era el antiguo local de música que Heitor usaba cuando era joven para tocar la batería. Aquella que su padre le había regalado para el sueño de consumo de casi todo niño que sueña en montar una banda de rock. El farmacéutico ahora consiguiera una utilidad para el ambiente vedado al sonido, abandonado hacía muchos años.
Luna continuó gritando intentando encontrar un alma benévola que la salvara del cautiverio fúnebre. Sin embargo, era un esfuerzo inútil. Palpó un poco más la pared y sintió algo parecido a un interruptor. Lo apretó de súbito y una luz iluminó su retina ávida por ver. Las pupilas se contrajeron rápido y ella cerró un poco los ojos para disminuir el escozor de la luz rara y poder estudiar mejor dónde se encontraba.
Había una cama de madera bajo un colchón blando beige, forrado con una sábana que parecía bien limpia. En el rincón encontró una puerta, que debía ser un baño. Fue a verificar porque lo necesitaba urgentemente. Frente a tanto susto, su vejiga necesitaba aliviar lo que su presión arterial causara. Después, buscó el bolso pensando en el telemóvil, pero sería una ingenuidad enorme creer que un carcelero abastecería a su víctima con tamaña conveniencia benévola.
El hambre apretó y vio un pedazo de pan con mantequilla, acompañado de una taza de café con leche en una mesita. Se sentó en la cama y devoró el bocadillo frío. En seguida, bebió el agua que había sobre la mesa. Miró su bolso de nuevo y pensó en tomar una medicina. Pero no podía relajarse ahora. Necesitaba estar alerta.
Cuando acabó de comer, un ruido diferente la hizo ponerse en pie. Era el crujido de una puerta que denunciaba la edad del inmueble abandonado.
Una mujer parda, bonita, de cabellos rizados, que aparentaba unos 40 años, entró en la habitación donde Luna estaba clausurada. Enseguida detrás de la puerta, cuya cerradura la joven había intentado abrir cuando despertó, había una reja. La desconocida sacó una llave y abrió el candado. Después, cerró la puerta por seguridad.
— ¿Quién eres tú? ¿Y por qué me mantienes aquí presa?
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