X - El Legado de Otto
BELO HORIZONTE, FINAL DEL SIGLO XXI
Muchos años en el futuro, la escasez de agua y oxígeno asolaba el mundo. En Brasil, no era diferente. Incluso con el mayor bioma del mundo, la población sufría con los ínfimos recursos de estos elementos vitales. La dejadez con el medio ambiente se había apoderado del planeta.
La destrucción de las florestas alteró los ciclos de las lluvias generando inundaciones y ondas de calor. Las estaciones irregulares del año se confundían. La polución de los mares, ríos y lagos destruyó buena parte de las algas necesarias a la producción de oxígeno, perjudicando la sobrevivencia de los seres vivos. Cada vez más eran detectadas partículas de nano plásticos en la corriente sanguínea humana alterando los procesos biológicos. Muchas especies fueron extintas, y si el hombre no tomara providencias, la próxima sería la propia.
En este escenario caótico, varios científicos, biólogos, ingenieros ambientales y forestales estudiaban maneras de recuperar la naturaleza.
Empresas de tecnología y gobiernos mundiales buscaban en otros planetas la posibilidad de fuga para los problemas humanos usando telescopios cada vez más sofisticados o, quién sabe, planeaban llevar las industrias pesadas con sus contaminantes fuera del globo terrestre.
Tal vez, de esa manera, dieran tiempo para que el planeta Tierra, la joya rara del Cosmos, se recuperara de los estragos que la humanidad le impusiera.
El turismo espacial fue sustituido por misiones en busca de exoplanetas para sobrevivencia de la especie.
En medio de las frecuentes pandemias, debido al desequilibrio ambiental y el oportunismo de microorganismos mutantes, en la capital del estado de Minas Gerais, un investigador estaba a punto de hacer un gran descubrimiento. Otto trabajaba en su proyecto todas las noches incansablemente, para encontrar una forma de salvar la vida de su hijo enfermo.
Había creado un agujero de gusano en el laboratorio de Física de la Universidad donde trabajaba. El evento de la singularidad había sido pasajero, casi instantáneo, él se prometió a sí mismo que continuaría la investigación hasta conseguir estabilizar el pasaje y viajar en el tiempo. Temía que el hijo tuviera el mismo destino que la madre, que había perdido la vida por una enfermedad viral, y ahora él vivía cada minuto de su vida buscando una salida para salvar al chico.
En su laboratorio, mientras trabajaba, Otto observaba un vídeo holográfico de la farmacéutica Luna que, en el inicio del siglo XXI, daba una entrevista sobre el medicamento de la longevidad, a una famosa red de televisión brasileña. De repente, se acordó de la consulta de su hijo Gabriel con el neumólogo, el mismo médico que cuidara de su mujer.
— El niño también está sufriendo disturbios respiratorios causados por el virus. Vamos a cuidar de él con mucha atención, pero la situación es delicada. Tú recuerdas lo que ocurrió con su madre.
— Haré todo lo que esté a mi alcance, doctor – y bajo la cabeza entristecido.
Y allí estaba el físico Otto de vuelta a la investigación. Después de muchos estudios cuánticos y gravitacionales, consiguió calibrar su máquina del tiempo, y tras testarla varias veces, decidió que había creado la invención más sensacional de su época, una singularidad.
El objeto creaba ondas electromagnéticas capaces de distorsionar el espacio tiempo. Lo testó poniendo ratones para que atravesaran la anomalía y vio que estos habían dado un salto temporal. Hacía incansables cálculos matemáticos para que permitieran comprobar teóricamente el fenómeno científico que estaba creando; el punto de llegada al otro lado del túnel, tal vez la parte más difícil de la ecuación del tiempo.
Vio la oportunidad de ir al pasado, a fin de impedir la creación del fármaco Eternal, que causó superpoblación recrudeciendo los problemas ambientales.
Después de dar una clase de Física en la facultad, Otto fue a la biblioteca holográfica para saber más sobre los hechos que pretendía cambiar en el pasado. Se encontró con el coordinador de investigaciones que, al verle, dijo:
— ¿Qué tal, amigo mío?
— Quitando los problemas de salud de Gabriel, tirando...
— Lo siento mucho. ¡Espero que se ponga bueno! ¿Y tú? ¿Has decidido hacer investigaciones por aquí? Casi no te veo por este lugar.
— Necesito algunas respuestas. Me pareció que este sería el sitio ideal.
— ¿Quieres un café?
Él le ofreció la bebida que tomaba sentado en una mesa en medio del salón.
— Gracias, Álvaro. Necesito quedarme despierto esta noche. Tengo mucho trabajo que hacer cuando llegue a casa.
— Voy a pedir uno más entonces – miró a la camarera. – Fernanda, traiga una taza de café caliente para don Otto, por favor.
— Sí, profesor.
Otto necesitaba algunas respuestas y aquella biblioteca tenía un vasto conocimiento. Pero su suerte fue encontrar al amigo que era prácticamente un aplicativo de búsquedas ambulante.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Sabes cuándo fue registrada la patente del medicamento Eternal?
— Claro que sí. ¿Cómo podría olvidar la píldora que me mantiene más joven a cada día? Además de eso, fue tema de mi Tesis de Doctorado.
Otto, curioso, se quedó observando al amigo para saber la respuesta.
— Fue en el año 2024. El laboratorio que registró la patente fue Titán, aquí de la capital. Pero hubo una serie de negociaciones con industrias europeas que se interesaron por el desarrollo del fármaco. Todos ganaron mucho con eso, digo, económicamente – él sonrió antes de completar. – Yo también lucré con un mayor tiempo de vida.
— Leí alguna cosa al respecto. Quería saber con precisión lo que de hecho ocurrió.
— Algunos del medio científico atribuyen la degradación ambiental de nuestros días a la superpoblación generada por este medicamento. Yo, particularmente, creo que un día el hombre construirá estaciones orbitales habitables y bases con ecosistemas en otros planetas. Va a faltar gente para tanto espacio...
— Estoy de acuerdo en que la evolución del conocimiento llevará la humanidad al hiperespacio, pero no hay necesidad de destruir la naturaleza. Muchos pueden ser felices aquí.
— Pero dime, amigo. ¿Por qué quieres esta información? ¿Algún proyecto que yo no esté sabiendo? Sabes que los presupuestos para las investigaciones están cortos y necesitamos seleccionar las mejores.
— Tiene que ver con aquel agujero de gusano artificial que estoy creando, pero la idea aún está madurando...
— ¡Cuánto misterio, Otto! ¿No vas a decirme lo que pasa por tu cabeza de genio?
— Creo que volveremos a conversar en breve... He pensado mucho si la superpoblación causada por la utilización desenfrenada del Eternal, sumada a la cura de diversas enfermedades, creó este caos ambiental que vivimos hoy.
— Ya que has tocado en el asunto ecológico, puedo decir que también defiendo la preservación del medio ambiente. Creo que no es sólo el fármaco; la negligencia de la humanidad es la mayor culpada. Lo peor es que no hay como reverter esa polución a corto plazo. Las florestas protegen los ríos, y las algas necesitan equilibrio para mantener el ciclo de vida y oxigenar el planeta. El hombre reforesta, pero llegar a los niveles de los ecosistemas del principio del siglo es casi imposible. ¿Y cómo eliminar la polución de los mares si la mayoría de la población mundial siempre tiró los desechos en ellos? Arrojaron desperdicios no tratados, plásticos, restos industriales, fertilizantes agrícolas, productos de limpieza como cloro y soda cáustica; además de destruir la mata ciliar, intensificando el proceso erosivo. Amigo mío, somos infantes ecológicos y espaciales. E problema es que en ese inmenso parvulario global, no hay adultos sanos. Como no vamos a conseguir colonizar Marte ni la Luna tan temprano, creo que el futuro de la humanidad es incierto. Piensan en terraformar planetas, pero aún estamos lejos de eso.
— Y la población no para de crecer agotando aún más los recursos. Ya somos quince mil millones con la longevidad que el Eternal proporcionó. Creo que la única salida sería volver en el tiempo y arreglar las cosas – comentó Otto con una mirada misteriosa.
— ¡Me parece casi imposible! Tú me has hecho una pregunta, pero parece que estás más enterado de ese asunto que yo.
— Álvaro, tal vez algún día el hombre consiga viajar en el tiempo para arreglar las desgracias que causó.
— Espero que sí y que no sea demasiado tarde.
— Una cosa más... ¿Cómo se llamaba el empresario dueño del laboratorio Titán que citaste?
— Si no estoy equivocado... Paulo Sottyo. Déjame verlo en la nube – Álvaro se puso las gafas de Realidad Virtual y buscó en la nube cibernética con el wyfi 12G del edificio. – Lo encontré, el nombre es ese mismo. Hasta que no estoy mal de memoria después de los 60 – el profesor se quitó las gafas y sonrió. – Su hijo es el dueño actual del Laboratorio Titán y heredó las empresas del padre. Se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo.
Álvaro paró por un instante y sacó una medicina del bolsillo. Se tomó un comprimido con un trago de agua que había en un vaso sobre la mesa.
— Hablando de eso, estaba olvidando de tomar mi dosis diaria. Quiero llegar a los 200 años.
— ¿A ti no te parece que la naturaleza se quedará sin recursos para sustentar a las personas viviendo tanto, casi el doble de lo que era normal antes de ese fármaco?
— Claro que no hay recursos. Eso es un factor más a tener en cuenta, pero yo nunca voy a dejar de tomar mi Eternal. Las otras generaciones deben encontrar una manera de curar el medio ambiente.
— Amigo mío, fue pensando así como llegamos aquí; al caos completo. No habrá nuevas generaciones si acabamos con el mundo.
Mientras conversaban, alguien abrió la puerta de vidrio que daba a la calle. Un hombre sintiéndose mal fue cargado hacia adentro por otras personas. Se puso las manos sobre el cuello y parecía sofocado, casi sin poder respirar, las narinas empezaron a sangrar. Una chica le acompañaba sujetándole la mano.
La dependienta de la cantina que había en la biblioteca apretó un botón de pánico que estaba debajo del mostrador. La hija le abanicaba sin éxito, mientras le limpiaba la nariz con un pañuelo que enseguida se quedó ensangrentado.
— ¡Por favor, papá, respira hondo! –Ella ya estaba entrando en desespero.
El aire hacía un ruido seco como si no supliera los pulmones del hombre con el oxígeno.
— Por favor, ayúdenme. Soy alumna de la Universidad. Mi padre se ha puesto malo con el aire polucionado de ahí fuera. Creo que el oxígeno de su cilindro se ha acabado. Debía haber algún defecto en el marcador. Corrí hasta el coche, pero él se olvidó de traer el de reserva cuando vino a buscarme.
Álvaro y Otto corrieron para ayudar y acostaron al hombre en el suelo. Le desabotonaron la camisa para empezar un masaje cardíaco.
— ¿Tienes un desfibrilador? Le pidió Otto a la dependienta.
La chica trajo el equipamiento automático obligatorio en todos los establecimientos públicos, visto que salvaba la vida de muchas personas.
Otto se lo puso en el pecho al hombre, lo ajustó y apretó el botón. Los masajes se hicieron acompasados hasta la llegada de la ayuda médica.
Prontamente, los paramédicos del hospital de la facultad de Medicina de la Universidad entraron. Le pusieron una mascarilla de oxígeno sobre las narinas al enfermo, que aspiró el aire como nunca antes para, esta vez, nutrir los pulmones y abastecer las células. Después le llevaron al hospital universitario.
— ¡Gracias a Dios, llegaron con los cilindros! – Dijo Otto asustado, observado por todos.
— Gracias por ayudar a mi padre. – La joven estudiante juntó las manos como en una oración.
— De nada. Podría ser cualquiera de nosotros – dijo Álvaro, con alivio.
— Él ha estado teniendo mucha dificultad para respirar. Voy a llevarle al médico lo más rápido posible para hacer un chequeo.
— Haga eso, joven. La salud es muy valiosa – dijo Otto mirando al hombre que era llevado de allí.
Los dos profesores se estrecharon las manos en despedida. Así que salieron, se pusieron sus máscaras para respirar mejor, pues el aire de afuera no era tratado como el de adentro.
Otto volvió a casa. Al llegar, después de guardar el coche en el garaje, fue al cuarto de su hijo y le besó la frente sintiendo la respiración difícil, jadeante. El científico se puso triste, pensativo, los ojos humedecidos. Se duchó y se preparaba para dormir cuando decidió ir a su laboratorio improvisado en el garaje. Pensó por algunos minutos sobre el destino del mundo, que parecía no tener solución. Se acordó del hijo, del hombre enfermo en la cantina de la facultad, de las personas que transitaban con máscaras y cilindros de oxígeno por las calles de la ciudad.
El planeta destinado a la destrucción ante los parcos recursos de subsistencia y la ignorancia de la humanidad.
De repente tuvo una idea.
"Voy a terminar los cálculos del viaje de ida y esta vez, voy a entrar yo mismo en el portal del tiempo" – se dijo a sí mismo, con una mezcla de esperanza y desesperación. "Iré al pasado, intentaré cambiar las cosas y salvaré la vida de mi hijo."
Al otro día, del otro lado de la ciudad, en el auditorio de la Universidad de Belo Horizonte, varios científicos estaban reunidos para una convención mundial sobre cómo salvar el medio ambiente. Había un cartel grande en la entrada: ¡Salven el planeta!
El primer orador tomó la palabra allí en el púlpito:
— Aún vamos a tardar para la constitución de colonias fuera del planeta y estaciones orbitales habitables. Necesitamos mejorar con urgencia el medio ambiente donde vivimos o la humanidad perecerá. Juntos encontraremos una solución para estos terribles problemas.
Otto estaba en la platea al lado del amigo Álvaro, el mismo que le diera explicaciones el otro día. El físico le miró y comentó:
— Estos tipos no se dan cuenta de que la avaricia está destruyéndolo todo. La polución no tiene remedio y la superpoblación decretó el empeoramiento de las condiciones de vida en el planeta.
— La idea aquí es justamente buscar la solución para esos problemas.
Ambos miraron hacia la tribuna cuando el conferenciante dijo, enfáticamente:
— Ahora vamos a llamar el científico PhD en Física, Doctor Otto Lauttys.
— Adelante amigo, déjales con la boca abierta – Álvaro le dio una palmada en la espalda antes de que iniciaran una salva de palmas.
Ovacionado, Otto subió las escaleras de la tribuna y fue hasta el púlpito.
— Señoras y señores, gracias por la invitación. Sabemos que es necesario encontrar una solución para el planeta. No podemos quedarnos sólo en el discurso ecológico que suena bien a los oídos. Las naciones de todo el mundo deben unirse, y tenemos que interrumpir la utilización del Eternal. El planeta no soporta tanta población.
Esta vez, los oyentes abuchearon protestando. Uno de ellos gritó desde el medio de la platea:
— ¿Estás loco, profesor?
— ¡Nadie está de acuerdo! – Otro vociferó rabioso. — ¡Con mi Eternal nadie se mete!
Otto ignoró los comentarios y continuó:
— Al limitar la superpoblación y recuperar las algas productoras de oxígeno de los océanos, así como de las florestas, conseguiremos salvar a los seres humanos. Les daremos una oportunidad a nuestros niños.
— ¡Sal de ahí! Déjanos en paz... — vociferó otro allí abajo. – Doctor imbécil...
Otto se dio cuenta de que no había manera de que continuara. El público presente no haría esfuerzo alguno para entender sus intenciones si la vida larga proporcionada por el medicamento de la longevidad fuera amenazada.
Él, entonces, bajó la cabeza, descendió de la tribuna y se sentó al lado de Álvaro bajo todas las miradas. Se encogió en la silla para no ser visto.
— No hay manera, Otto – dijo Álvaro intentando consolar al amigo.
— Estoy de acuerdo. Si los científicos no ven, ¿qué haremos? Sólo faltó tirarme tomates y huevos podridos. Son todos negacionistas. Parece que están viciados en el Eternal.
— No es para menos. ¿Quién no quiere vivir casi 200 años? – Dijo Álvaro entusiasmado. – En este caso, también quiero.
— Pero, calidad de vida es más importante y nadie vivirá si todo acaba. Basta observar... No hay alimento, agua u oxígeno suficiente.
— Es la pura verdad.
— Voy a salir de aquí antes de que decidan lincharme. Te veo mañana.
— Nos tropezaremos en la cantina o en la biblioteca. Sabes dónde encontrarme. Si necesitas algo, búscame en la sala de la coordinación.
Con discreción, Otto se agachó y salió, mientras otro orador tomó la palabra redirigiendo la atención del público.
Algunos días después, en el laboratorio de Física de la Universidad, él hacía un teste más al lado de su asistente Bárbara y consiguió de nuevo crear una pequeña singularidad. Meneó la cabeza en un movimiento de acierto. Se miraron el uno al otro con miradas de satisfacción.
De repente el coordinador de investigaciones le llamó.
— Hola, ¿Álvaro? ¿Qué quieres?
— Otto, sé que estás empeñado hace muchos años, pero el rector ha disminuido los presupuestos de todas las investigaciones para la contención de gastos y la tuya ha sido suspendida.
El científico que estaba casi consiguiendo finalizar su intento, respondió:
— Debes estar cachondeándote de mí. Después de años de estudio y testes, estoy muy cerca de un gran descubrimiento.
— Todos tendrán que adaptarse. Las investigaciones más importantes serán las de los nuevos métodos de producción de oxígeno y agua.
— Falta muy poco para que presentemos los resultados de nuestros estudios. No te imaginas cómo son animadores – comentó Otto entusiasmado intentando cambiar la opinión y el direccionamiento de los presupuestos.
— ¡Lo siento mucho, Otto! Pero, órdenes son órdenes. Hay personas muriendo allí afuera. Tenemos que hacer algo.
El físico se irritó, amenazó golpear la mesa, pero se contuvo y dijo con una gentileza artificial:
— ¿Pero, puedo al menos continuar trabajando en el laboratorio después del horario?
— Claro que puedes. Tú siempre alargas tu turno de todas maneras.
Álvaro se despidió y Otto le contó a Bárbara lo que había ocurrido.
Al otro día, el teléfono de Bárbara sonó en el laboratorio. Ella intercambió mensajes...
— ¿Alguna novedad?
— Estoy vigilando cada paso de él. Descubriré dónde guarda los archivos de la investigación y te los enviaré. Le han cortado el presupuesto. Creo que será fácil para ti ofrecerle los recursos para continuar el proyecto en un laboratorio particular.
— Excelente noticia. Continúa pegada a él. Es tonto y va a caer en la trampa facilito – era la voz del empresario Paulo Sottyo Junior.
Ella respondió con voz seductora:
— Quiero encontrarte. Te echo de menos.
— Voy a encontrar la manera. Mi mujer no me quita el ojo. Está cada día más celosa... También quiero verte de nuevo... Después te llamo, está llegando alguien.
Al otro día por la mañana, el físico fue a la Universidad a dar clases. Bárbara le encontró en el pasillo y fue entrando con él en la sala de clase aún vacía.
— Otto, que bueno verte.
— Pero, nos vemos todos los días.
Ella sonrió con el comentario.
— Me gustaría salir contigo y repetir aquel momento maravilloso de aquel día. ¿Te gustó? – Ella tenía una mirada persuasiva.
— Claro que me gustó. Nunca imaginé que pudiera ocurrir. Pero tenemos que evitar hablar de eso aquí.
— Por eso te estoy pidiendo que salgamos. – susurro ella con voz sensual.
— Está bien. Vamos a quedar, pero he andado bastante ocupado con la investigación. Estoy casi terminando... Creo que me dará tiempo hasta que se agoten los últimos recursos reservados.
— No hay prisa. Lo importante es que sea bueno cuando estemos juntos. ¿Entonces? ¿Ya has descubierto alguna cosa más sobre el viaje en el tiempo?
— No he dormido en toda la noche y ya tengo la ecuación llave de ida. He encontrado el algoritmo. Falta calcular el retorno.
— ¡Enhorabuena, Otto! Eso es increíble. ¡Eres un genio! ¡Y cómo eres esforzado! Vas a ganar el Nobel de Física un día.
— Gracias. Pero quiero ganar una cosa mucho más importante.
— ¿Qué quieres decir? – Su ego hinchado pensó que este estaba refiriéndose a ella.
Él se quedó en silencio y pensó en qué decir, pues sus planes no podían ser amenazados por nada.
— En el momento apropiado te lo digo. Nos vemos por la tarde para continuar el proyecto.
— Hasta luego...
Bárbara se volvió y fue al laboratorio. Cogió su telemóvil y, cuando iba a llamar a Paulo, la energía de la batería acabó. El cargador estaba en su coche. Ansiosa por hablar con él, conectó el ordenador de trabajo del laboratorio y emitió un mensaje por holograma.
— Otto consiguió los cálculos para usar la máquina del tiempo. Pensé que te haría feliz saberlo.
— Entonces, lo consiguió. Voy a colocar al tonto a trabajar para mí. Mis hombres y yo estamos yendo ahí a cogerle. Entretenle por algún tiempo. Usa tu atractivo.
— Déjalo de mi cuenta – respondió ella con una sonrisa maliciosa antes de desconectar el ordenador principal.
Enseguida, fue a ver dónde estaba Otto a fin de vigilarle para su comparsa. Cuando llegó a la sala de clase, el profesor había terminado de impartir su materia. Él había ido al laboratorio, pues había dejado a Bete conectada haciendo un download completo de la investigación.
Otto observó si el ordenador cuántico estaba terminando.
— Muestra cuánto falta para terminar, Bete. Tengo que comer. Estoy muriéndome de hambre.
— 5 minutos, Otto.
— Continúa... Vuelvo de aquí a poco. ¿Algún mensaje para mí?
— Voy a conferirlo.
En el holograma muchos caracteres digitales pasaban cuando ella paró.
— Ningún mensaje, pero veo uno enviado hace poco desde nuestro sistema que menciona tu nombre.
Curioso, él ordenó:
— ¡Enséñamelo!
Después de oír atentamente la traición de la asistente, miró al suelo decepcionado. ¡Qué difícil era confiar en las personas!
Pocos minutos después...
— Finalmente te encontré – dijo ella al entrar sin desconfiar de nada.
Otto la miró con rabia.
— ¿Quieres hablar conmigo?
— Iba a llamarte para que fuéramos juntos a comer un bocadillo. Ya es casi la hora de cerrar el expediente. Pero estoy segura de que tú te quedarás hasta más tarde como todos los días.
— He olvidado mi carpeta en la sala de clase. La necesito mucho. Después hablamos – él se quedó preocupado con lo que supo por Bete.
— ¿Dónde vas a estar si necesito hablar contigo?
— Voy a corregir algunos exámenes en la sala de Física. Si quieres pasar después para que comamos en la cantina, estaré allí.
— ¡Hasta luego, querido! Te veo de aquí a media hora.
— De acuerdo.
Otto fue a la secretaría. Dijo que no se encontraba bien y no podría volver. Salió disparado.
Bárbara digitó otro mensaje.
— Él está aquí. Parece un tonto, pero es un genio. Le admiro mucho.
— ¿Qué charla es esa? Intenta mantenerle ahí. Mis hombres y yo estamos yendo ahora. Vamos a cogerle. Tú serás bien recompensada.
Un grupo de hombres comandados por el empresario fue a la Universidad tras Otto.
En el presente, el profesor de Física descansó sus pensamientos y adormeció en la cama de su apartamento.
***
Luna conversaba con su madre por la mañana antes del trabajo.
— ¿Mamá, has visto mi bolsa de medicinas?
— La guardé, hija mía, y me parece que ayer ni lo notaste. ¡Cómo estás diferente desde que empezaste a salir con Fabio!
— Él me ayuda bastante. Siempre me desahogo sobre mis problemas con él y hasta me olvido de las medicinas. Tomo sólo los que no puedo parar de inmediato. Empecé a disminuir las dosis para hacer el desmame.
Solange meneó la cabeza con admiración y buscó en el armario. Le entregó el paquete a la hija.
Después de guardarlos en su bolso sin ingerir ninguno, Luna dijo:
— ¿Sabes que Fabio quiere que nos comprometamos?
— Pero son pocos meses saliendo juntos.
— También me parece apresurado. Pero me gusta él.
— ¿Y su empresa? ¿Cómo está yendo?
— Está facturando mucho. Como sabes, él aplica en empresas que valorizan el medio ambiente. Mira que interesante, esas empresas reciben incentivos fiscales por reducir los impactos ambientales y con ese márquetin sustentable mejoran sus ventas. Me explicó que también hay casos de constructoras, por ejemplo, que por hacer obras en lugares preservados, son obligadas a invertir en acciones compensatorias, como limpieza de algún lago, manejo de animales junto a biólogos, replantación de árboles nativos... Sus ojos casi brillan al hablar de las acciones. Por eso, él dice que el tiempo está propicio para que vivamos juntos. Pero te prometo que nunca te abandonaré.
— No te preocupes conmigo, hija mía. Yo vivo para que tú seas feliz.
Se abrazaron.
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