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III - El Pasado de Otto

Luna y Fabio se divertían aquella noche. En un clima de romance, charlaban contándose sus vidas el uno al otro.

— Las acciones que negocio en el mercado son las de empresas que invierten en el medio ambiente, como las de industrias que actúan con energía solar, reciclaje de basura, reforestación y asuntos afines.

— Me parece estupendo actuar en el nicho ecológico. ¿Fue idea de tu tío?

— No. Él me dejó la empresa ya estructurada y con gran capital. Yo siempre quise luchar por un mundo mejor y vi en la herencia la oportunidad perfecta para eso.

— Admiro mucho a las personas que piensan de esa manera. ¿Pero y el psicoanálisis? ¿Lo abandonaste definitivamente?

— Puedo volver algún día. ¿Quién sabe? El problema es que mi tiempo está cada vez más escaso y administrar una empresa no es fácil. Hice algunos cursos para aprender más sobre el asunto. A largo plazo, quiero aumentar el capital de la empresa. Pero háblame más sobre ti.

— Soy una farmacéutica recién graduada. Me gusta más el área académica, ya he hecho pasantía en algunos laboratorios, incluso en Titán y siempre he querido trabajar allí. Ellos están haciendo investigaciones de punta en oncología y longevidad. Mi mayor deseo es crear un medicamento que aumente el tiempo de vida de las personas y siento que lo voy a conseguir.

— ¡Qué magnífico! Es una idea maravillosa y espero que lo consigas.

Los ojos de ella estaban lacrimosos, pero no quiso comentar en ese momento sobre el problema de su madre. Aún no confiaba en él al punto de compartir sus mayores dolores.

De repente, Luna miró la hora. Después se puso el dedo índice sobre la arteria carótida en el cuello. Sentía un poco de taquicardia y quiso palpar sus latidos. Abrió el bolso, cogió un ansiolítico y lo ingirió rápido con agua mineral. De alguna forma, no quería que él lo notara, pero como Fabio había trabajado muchos años en la profesión médica, no había manera de que aquella situación pasara desapercibida. Con delicadeza le preguntó:

— ¿Está todo bien, Luna? ¿Puedo ayudarte de alguna forma?

Ella cogió un pañuelo y se secó el sudor mojado de la frente. Respiró hondo intentando superar la crisis.

— Me sentí ansiosa. Cuando me pasa esto, tomo un medicamento que me ayuda.

— Ya me he dado cuenta. No te olvides de que lidié por muchos años con esos problemas y puedo ayudarte, si quieres hablar al respecto. Sería muy bueno que hicieras análisis.

— Te agradezco el consejo, Fabio. En mi profesión aprendí a dosificar las medicinas. Sigo al pie de la letra las posologías de los prospectos. Ya hice tratamiento psicoanalítico hace algún tiempo, pero me siento mejor con los medicamentos.

— Cada persona es diferente, Luna. El psicoanálisis existe para mapear los conflictos y llevar la mente al estado más saludable posible. Decir que alguien pasó por esta pandemia, sumada a los problemas que cada uno enfrenta en la vida, sin sentir alguna alteración psicológica es casi imposible.

— Tienes razón – dijo ella apoyando su mano sobre la de él.

Él le masajeó los dedos.

— Creo que estoy mejor, pero tenemos que irnos. Está haciéndose tarde – ella se tocó la carótida para conferir los latidos una vez más intentando disimular en vano.

— Como quieras. Me han encantado estos momentos contigo.

— A mí también.

Se besaron una vez más antes de pedir la cuenta e irse.

***

En su cama, Otto miraba al techo intentando entregarse al sueño que estaba difícil aquella noche poblada de muchos recuerdos.

Empezó a pensar en todo lo que había dejado atrás. De súbito, las escenas pasaron por su cabeza como en una película.

FUTURO – FIN DEL SIGLO XXI

El campus de la Universidad era enorme. En el centro había varios edificios de arquitectura ultramoderna, que funcionaban con energía suministrada por células fotovoltaicas. Vehículos sobre carriles magnéticos transitaban entre los diversos edificios llevando a profesores, alumnos y colaboradores.

En el Instituto de Física, un científico nervioso, que transpiraba sin parar, bajaba del ascensor y corría hasta el estacionamiento.

Otto entró en el coche y arrancó antes de acelerar y salir quemando neumáticos. Conseguía oír el compás fuerte del corazón impelido por el miedo y, aterrorizado, huyó del lugar en medio de la puesta de sol de la tarde.

Mientras tanto, Paulo Sottyo Junior, el hijo del magnate creador de la empresa Titán, y sus guardias de seguridad vistiendo trajes negros y de armas en mano llegaron enseguida.

Uno de los hombres, que lo miraba todo alrededor, le reportó al empresario:

— ¡Señor! Nuestro sujeto consiguió huir. No ha habido tiempo de bloquear la salida.

— Lo vamos a pillar. No va a escaparse – Paulo sonrió con prepotencia, con la ligera impresión de saber hacia dónde se trasladaba su presa.

Los hombres entraron en los coches y empezaron la persecución.

Otto había desarrollado un proyecto que cambiaría el mundo; un portal capaz de doblar el tejido espacio temporal y llevar al ser humano a cualquier época. Pero alguien de dentro del laboratorio de Física le traicionó revelándole el secreto al empresario, el poderoso hombre que anhelaba volver en el tiempo para vengarse de la muerte de su padre.

Ahora perseguía al científico que, al descubrir la hipocresía de su colega de trabajo, se evadió como un loco por las calles de la capital del Estado de Minas, despistando a los drones que le seguían. Jadeante, usando una máscara de gas que le permitía respirar mejor en medio de la polución, llamó a Bete, la inteligencia artificial de su ordenador virtual, para que le guiara en la fuga.

— ¡Envía el mensaje, rápido!

Instantáneamente, una proyección holográfica con la figura de su madre en realidad aumentada apareció en el panel del vehículo. Al ver la angustia de su hijo Otto, el instinto materno pronto afloró y transbordó preocupación:

— ¿Qué ha pasado, hijo? ¿Por qué estás tan nervioso? ¿Qué confusión es esa? ¿Es la policía quien está detrás de ti? – Preguntó la imagen de una anciana señora negra, que también tenía una máscara de oxígeno cubriéndole el sudado rostro.

— Mamá, coge sólo lo que puedas cargar. Lleva a Gabriel a la casa de campo de la tía Ivonne. Estamos corriendo riesgo de muerte... Te lo explico después – respondió con la voz trémula.

— Santo Dios, hijo, ¿en qué diablos te has metido? Nunca te vi envuelto en problemas, pero puedes quedarte tranquilo que haré lo que me has pedido.

— Necesito que confíes en mí, más que en toda tu vida. Están queriendo robar mi investigación, pero no hay tiempo de explicar nada. Hombres peligrosos están viniendo y tenemos que proteger a Gabriel. Ve a la casa de campo. Yo dejé instrucciones de emergencia en el compartimiento secreto de mi closet. Allí tenéis de todo para vivir por un tiempo. La tía Ivonne cuidará de vosotros. ¡Ve rápido querida madre! Tal vez nunca más nos veamos. Os amo...

— También te amamos, hijo.

En la cama, Gabriel dormía enfermo; su rostro estaba cubierto con una máscara conectada al aparato que le ayudaba a respirar. La abuela despertó al niño y llevó el dispositivo portátil de respiración con ellos, como Otto había pedido.

El físico creía que el mundo iba a acabar y que necesitaba un lugar para que él y su familia sobrevivieran, por eso construyó un bunker en la casa de una tía que vivía aislada y casi nadie conocía. Allí había cilindros extra de oxígeno, agua potable y comida de larga conservación como miel, legumbres secas, arroz blanco, vinagre y chocolate amargo, en caso de que necesitaran algún día pasar por un apocalipsis.

Celina, la esposa del científico, había perdido la vida por una enfermedad respiratoria causada por un virus que se adaptó a la polución del futuro. El hijo, Gabriel, fuera acometido por la misma dolencia viral y corría peligro de muerte. Lo último que el padre quería era perderle de esa manera.

De repente, la voz de Bete sonó impactante:

— Una señal de GPS clandestino fue detectada en el vehículo. Hay un rastreador bajo el coche, cerca de la rueda derecha. Sugiero parar y retirarlo – ella mostró en el panel un punto rojo parpadeando, intermitentemente.

— No hay tiempo, a esta altura ellos ya saben que estoy yendo a casa. Tenemos que darnos prisa. Pensaré en algo.

Otto esquivaba a los otros vehículos, mientras era perseguido por las calles grisáceas y polucionadas de la capital de Minas. Entró en contra dirección para intentar escapar.

Los coches bocinaban desplazándose para evitar la colisión, los drones volaban allá en el cielo por detrás de él y el conductor se topaba con todo lo que aparecía por delante, causando muchos choques y colisionando en las barreras de protección.

— ¡Desgraciado, hijo de mala madre! ¿Quieres matarnos? – Gritó un conductor insultando, furioso con las maniobras peligrosas.

El físico mantenía los ojos vidriosos en el camino, retomando el control tras cada topetazo; el sudor resbalaba por el rostro oscilante, hasta que consiguió coger una carretera hacia la avenida principal.

Se dio cuenta de algunos vehículos acelerando tras él. Cuando pasó por debajo del viaducto, uno de ellos se chocó con violencia en su lateral. Drones colisionaron en la estructura del viaducto despedazándose en el suelo. El científico salió de la pista y volvió después de recuperar la dirección.

Durante la fuga, Otto sólo tenía en mente su objetivo, y haría cualquier cosa para salvar a su hijo, incluso sacrificar la propia vida.

Sabía que Luna había iniciado la investigación del elemento Eternal en el pasado y que los grandes laboratorios desarrollaron el fármaco aumentando su eficacia. Otto intentaría impedirla, si consiguiera viajar en el tiempo.

La señal del rastreador pitaba en el panel holográfico de Paulo mostrando la posición del objetivo, por más que intentase escapar.

El físico se arregló las gafas cuadradas con franjas marrones, que temblaban a cada colisión.

— ¡Bete, muestra una salida, rápido!

La inteligencia artificial indicó una brecha.

Él aceleró por el camino trazado y los perseguidores le dispararon varias veces, agujereando el coche, pero no consiguieron alcanzar al conductor. Los otros vehículos esquivaban para no ser rechazados, hasta que él consiguió engañar a los enemigos sobrepasando una señal roja. La baja visibilidad del humo y del polvo le confería una ventaja frente a sus verdugos y los drones.

En el futuro, la polución era dominante en el medio ambiente, haciendo el aire nublado, seco y difícil de respirar. Otto se arregló la máscara de oxígeno y giró a la derecha entrando en un túnel con cerca de 1,5 kilómetros de largura.

Aprovechando un área de parada, se agachó, quitó el rastreador reconocido por Bete y lo destruyó con un pisotón.

Miró el nivel de oxígeno de su cilindro y restaban sólo quince minutos de gas vital. El científico aprovechó para entrar en un callejón.

— Miserable... ¿Dónde se ha metido? – Paulo reaccionó con furia al perder la pista.

Mientras tanto, jóvenes bebían, charlaban y reían en un bar. Había máscaras de oxígeno y cilindros sobre una mesa cerca de ellos. Alrededor, una arquitectura más antigua denunciaba que estaban en el suburbio de la ciudad. Algunas motos de varias marcas estaban estacionadas. El cilindro de Otto marcaba diez minutos. Miró el tiempo que le restaba y, rápidamente, cambió su cilindro por otro cargado. Así aumentarían sus posibilidades de fuga.

Otto aparcó el coche todo agujereado; cogió su mochila y vio que había motos más lejos de los distraídos dueños.

— ¿Bete, consigues acceso al código de ignición de alguna de ellas?

— Puedes escoger, Otto. ¿Cuál deseas?

— Cualquiera de ellas. Tengo que salir de aquí rápido.

Ella accionó el motor de arranque de una moto roja movida a energía eléctrica. Angustiado, salió disparado sin casco. Bete estaba conectada a su ordenador cuántico en la mochila y Otto se evadió.

— ¡Eh! Hijo de perra... Vuelve aquí con mi moto... ¡Ladrón desgraciado!

Minutos después, los bandidos que le perseguían desde el laboratorio de la Universidad de Belo Horizonte encontraron el coche de Otto abandonado. Uno de ellos buscó el rastreador que habían puesto en el vehículo, pero no lo encontró.

— ¡Ese tipo es listo! Nos ha despistado.

— ¿Vosotros conocéis a aquel hombre que se llevó mi moto? – Preguntó el motorista al grupo de verdugos.

— No debe haber ido lejos. Moveos, idiotas. ¡Vamos tras él! – Dijo Paulo a sus hombres, de espaldas al desconocido, ignorándole.

— ¿Hacia dónde, señor?

— Obvio que ha ido a su casa. ¿Sólo yo pienso aquí? Tiene familia y ese es su punto débil. Rápido, vamos...

Los motoristas subieron a las motos. Uno de ellos al ver que faltaba un cilindro de oxígeno, le pidió uno extra al dueño del bar y le mandó que lo pusiera en su cuenta. El que tuvo la moto afanada, saltó a la grupa del amigo y todos siguieron a los verdugos.

Otto llegó a su casa. Se limpió las lágrimas que le resbalaban por el rostro al pensar en el hijo. En el garaje cogió los componentes semiconductores que faltaban a su experimento.

Confirió el último cálculo matemático para llegar en la época correcta y el algoritmo para que la máquina del tiempo funcionara correctamente.

Allá afuera, miró su antigua casa despidiéndose y se puso la mochila a la espalda con los utensilios para el viaje sin vuelta. Bete le acompañaba como siempre. Vistió su máscara de oxígeno una vez más, subió a la moto y se fue dejándolo todo para atrás.

Minutos después, Paulo llegó con sus hombres; invadieron la residencia. Armados, caminaban con cuidado, ya preparados para cualquier sorpresa. Puntos de láser de las armas marcaban las habitaciones que escudriñaban.

— No hay nadie aquí, doctor – dijo uno de los hombres.

— ¡Aquel científico loco de los infiernos! Es más escurridizo que un pez...

Otto pretendía usar su máquina para viajar al pasado y cambiar los hechos que causaron los daños al medio ambiente. Precisaba impedir la creación del medicamento Eternal que causó superpoblación, hambre y que recrudeció la polución en el planeta.

Paulo Sottyo Junior, que le perseguía, quería usar el invento a toda costa, volver a la época en que su padre muriera para evitar su muerte y matar al asesino de este.

Los motoristas llegaron ansiosos. Los hombres de Paulo estaban del lado de afuera. El líder de los hombres que estaban en las motos dijo:

— Esta vez, no vamos a quedarnos a dos velas. Quiero saber quién robó la motocicleta.

Paulo, al ver aquello, dio la orden.

— No tenemos tiempo. Acabad con ellos.

Los sicarios cogieron sus armas y tiraron contra los hombres que usaban chaquetas de cuero negras con los símbolos de la facción. Sin armas para defenderse, algunos murieron allí mismo, mientras otros huían aterrados. Motos derrapaban y caían junto a los motoristas por el camino.

Mientras tanto, por las calles de la capital, Otto pilotaba la moto con los pensamientos fijos en llegar al laboratorio donde estaba su invento. Llevaba consigo lo que fuera a buscar a su casa.

Cuando, finalmente, paró frente a la garita de seguridad en la Universidad, uno de los guardias preguntó curioso:

— ¿Está todo bien, doctor Otto? ¡No sabía que usted anduviera en moto!

Y el físico, con disimulo, dijo:

— Con este tránsito, es una excelente opción. Olvidé en mi armario unas medicinas de receta controlada que compré para mi hijo, y no voy a encontrar al médico a esta hora. ¿Puedo cogerlas rápidamente en el laboratorio?

— ¡Claro, doctor Otto! Usted tiene autorización para acceso a cualquier hora.

— Gracias, Jardel.

Tal como él entró, el jefe de seguridad hizo una llamada.

— Doctora Bárbara, me pidió que vigilara los pasos del doctor Otto y él está aquí ahora.

— Gracias por la información. Serás bien recompensado.

Inmediatamente, Bárbara colgó e hizo un nuevo contacto. El rostro de la mujer enseguida apareció en la pantalla holográfica del coche de Paulo Sottyo Junior.

— Él está en el laboratorio de la Universidad.

— Entonces nuestro blanco volvió a su escondrijo. Raro no haber huido con la familia. Sólo hay una explicación: Otto quiere usar la máquina del tiempo. Por eso, ha vuelto. Tenemos que pillarle. ¿Puedes ayudarme a entrar allí? – Dijo el empresario ansioso.

— Tendré que sobornar a los guardias – dijo la rubia.

— Eso no es problema... Estoy llegando ahí.

Paulo aparcó enfrente de la casa de ella, y la científica entró en el coche. Él le puso la mano en la pierna a la mujer.

Bárbara le agarró la mano fingiendo resistir y sonrió. Después él abrió un frasco, se echó dos píldoras a la boca y arrancó el coche. Dos automóviles de color negro les seguían.

— ¿No estás exagerando en la dosis de Eternal, Paulo? – Indagó intrigada.

— Esta es la droga perfecta; todos la toman y no hay histórico de efectos colaterales. Me siento como un hombre de menos de cincuenta años.

— Yo puedo afirmar que continúas viril como un joven.

— Si todo sale bien hoy, nos veremos mañana por la noche. Ya le he dicho a Silvia que tendré una reunión de negocios.

Se miraron por algunos segundos con malicia.

Aquella era la medicina de la longevidad, que el Laboratorio Titán había creado en el pasado. Él era uno de los usuarios, así como casi toda la humanidad, y eso le hizo muy rico. Pero quería más... Tenía que tener a Otto en sus manos y usar los conocimientos del científico para viajar al pasado.

Los esbirros de Paulo saltaban las señales y excedían los límites de velocidad cortando las calles en dirección a la Universidad. Los drones de tránsito entraron en alerta y escanearon las matrículas de los coches para avisar a las unidades de patrulla, pero al empresario no le importaba eso, pues tenía todo el sistema bajo su control.

— ¿Estás seguro de que él descubrió cómo viajar en el tiempo? – le preguntó ansioso a la científica.

— Vi a los conejillos de indias dar un salto en el espacio tiempo, cuando realizó el test en el laboratorio. Otto lo mantiene en secreto, pero me reveló que estaba concluyendo los cálculos del algoritmo para estabilizar la fenda.

— ¡Excelente! Voy a invitarle a trabajar para mí; en caso de que se niegue, le arrancaré a aquel imbécil los secretos de la máquina. Entonces voy a acabar con el desgraciado que le quitó la vida a mi padre.

Después de algunos minutos, llegaron al destino. La bella mujer de silueta atrayente se acercó al jefe de seguridad y le metió un dinero en el bolsillo. En seguida le besó el rostro. Este permitió la entrada de Paulo y sus compinches.

Allí adentro, Otto trabajaba en el invento. Encajó los chips con precisión en las posiciones. Había cables que ocupaban buena parte del laboratorio hasta una sala aislada por una espesa pared de vidrio donde se veía una cabina.

Conectó el reactor nuclear y creó energía para la singularidad espacio temporal.

En seguida, insertó en el software del servidor su nuevo algoritmo, que estabilizaba el portal para llevarle al pasado. Ajustó los equipamientos y desconectó el aparato con que controlaba el nivel de energía, lo que en la práctica, ponía la máquina en el modo autodestrucción.

Así nadie más podría utilizarla.

El artefacto empezó a energizarse y poco a poco un agujero de gusano se rasgó dentro de la cabina. Él entró en el portal y miró hacia atrás, triste. Pensó en Gabriel, su madre y todo lo que abandonaría. Pero no había alternativa.

El empresario y sus sicarios forzaron la puerta seguidos de cerca por Bárbara.

— ¿Dónde está? – Paulo miraba hacia todos los lados angustiado.

— Se fue... El pasaje aún está abierto – dijo Bárbara observando los instrumentos con atención.

— ¿Puedo entrar con mis hombres y seguirle?

— No hay tiempo. Observa...

De repente, la abertura se cerró hasta formar un punto en el aire y desaparecer completamente.

Paulo vociferó furioso:

— ¡Hijo de perra! ¡Maldito! ¿Tú sabes usar los tales cálculos que hacen esa jerigonza funcionar?

— Puedo ver las anotaciones en su ordenador cuántico y analizar los datos, pero él no tuvo tiempo de estabilizar el retorno. Recuerdo bien de cuando dijo que necesitaría mucho tiempo para llegar a ese cálculo.

— ¿Dónde está ese dichoso ordenador?

— Generalmente, lo tiene sobre su mesa – respondió ella ya dirigiéndose al lugar.

Bárbara miró por todas partes. Abrió los cajones de la mesa y los armarios. Algunos hombres la ayudaron a buscar.

— Otto se lo llevó consigo – concluyó decepcionada.

En un movimiento rápido, Paulo arrastró la mano sobre la mesa del científico y lo derribó todo.

— ¡Desgraciado! – Gritó. – Voy a entrar en el portal y seguirle. Es la única manera. Le encontraré y le obligaré a traerme de vuelta.

— Otto aún no sabía cómo volver al punto de partida. Es muy peligroso. ¡Puedes no regresar nunca más! – Dijo ella aprensiva.

— Señor, hay una cosa extraña parpadeando allí. Parece un contaje regresivo – dijo perturbado, uno de los secuaces de Paulo.

Todos oyeron una voz avisando:

— ¡Alerta! Límite crítico de energía alcanzado en 20, 19, 18, 17...

Y Bárbara gritó aterrorizada:

— ¡Huiiiiid! ¡Va a estallar todo!

Corrieron atemorizados y, después de algunos segundos, el laboratorio explotó por los aires. Ellos se tiraron al suelo y consiguieron escapar con vida. El personal de seguridad de la Universidad corrió para ayudarles.

— Fue por muy poco... — La mujer suspiró aliviada, aunque tuviera marcas de heridas en el rostro y los brazos.

— ¡Maldito Otto! – El empresario con la cara y los codos lastimados se enfureció.

A lo lejos, se oían las sirenas. Los detectores de incendio fueron accionados y llovía sobre ellos.

— Ustedes necesitan ayuda. Están todos heridos. Qué suerte tuvieron de escapar con vida – comentó uno de los guardias.

La explosión de los materiales químicos causó un incendio en determinados trechos del laboratorio.

— Quitadme vuestras sucias manos de encima – dijo Paulo cuando algunos de sus hombres intentaron levantarle.

Todos observaban asustados su aspereza. A fin de cuentas, él acabara de renacer. Pero el empresario no tenía escrúpulos y pensaba solamente en sí y en el blanco que quería capturar.

— Voy a pedirles a algunos colegas científicos que desarrollen investigación en ese campo para que me ayuden de alguna forma – dijo Bárbara para intentar calmar a su amante.

— ¿Por qué aquel desgraciado tenía que destruirlo todo? – Paulo continuaba rabioso pasándose la mano por la frente.

— Otto tenía manías persecutorias. Dicen que hasta construyó un búnker por seguridad – comentó la científica.

— Eso es cosa de locos. ¡Imagina si el mundo va a acabar! – Dijo el empresario incrédulo.

— Por eso creó la máquina. Él pensaba que podría volver al pasado y arreglar las cosas.

— El primer paso es saber adónde fue. ¿Dónde iría un hombre como él?

Todos se miraron pensativos, sin embargo Otto guardara todo en secreto, así como sus reales intenciones.

De vuelta en sí, en la cama de su cuarto, algunas lágrimas resbalaron de los ojos del profesor de Física al recordar el pasado perdido en el futuro, antes de conciliar el sueño.

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