toca discos
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❝ ain't no mountain high enough❞.
3 AÑOS DESPUÉS...
El bar subterráneo del burdel de Darius siempre abría puntualmente a las siete de la noche, como un reloj que marcaba el inicio de una rutina inevitable. Las puertas de metal, oxidadas pero firmes, se deslizaban con un chirrido que anunciaba la llegada de una noche más de bullicio y desenfreno. Nunca había un día en que aquel lugar no estuviera repleto de gente, hombres y mujeres por igual, buscando perderse entre copas de licor barato y risas forzadas, tan necesarias como el aire en ese rincón olvidado de la ciudad.
Las mesas, desgastadas y llenas de marcas de cuchillos y quemaduras de cigarro, eran testigos mudos de discusiones acaloradas, apuestas desesperadas y confesiones que solo el alcohol se atrevía a arrancar.
Marietta, desde el día en que empezó a trabajar en el burdel y descubrió el bar subterráneo, no pudo resistir la tentación de escabullirse ahí en cuanto tenía oportunidad. Apenas había puesto un pie en ese lugar por primera vez, las risas se le escaparon sin poder contenerlas. No por la rudeza del ambiente, ni por el caos que a veces dominaba las mesas, sino por las tontadas que decían y hacían aquellos borrachos que apenas podían sostenerse en pie.
Aún recordaba a un hombre robusto, con una chaqueta que parecía haber sobrevivido mil peleas, tratando de convencer a su compañero de que podía "calcular la distancia a cualquier estrella con solo mirar el vaso de licor en su mano". O a otro, un flacucho que llevaba los zapatos puestos al revés, declarándole su amor eterno a la lámpara del rincón, seguro de que esta le había devuelto una mirada cómplice.
Pero lo que más le gustaba a Marietta, lo que realmente hacía que su alma se emocionara cada vez que se escabullía al bar, era el viejo tocadiscos que Darius había conseguido tiempo atrás.
Desde el día en que Darius lo instaló en un rincón, la atmósfera del bar cambió. Entre las risas estridentes, las discusiones acaloradas y el tintineo de los vasos, la música que surgía del tocadiscos tenía un efecto casi hipnótico. Había algo en sus melodías que conseguía apaciguar el bullicio, arrancando suspiros y recuerdos en quienes se dejaban llevar por sus notas. Algunos se animaban a tararear las canciones, otros intentaban bailar con pasos torpes que arrancaban carcajadas entre los presentes, y otros simplemente cerraban los ojos, como si la música les permitiera escapar a otro lugar.
No sabía de dónde Darius había conseguido tantos vinilos, ni se atrevía a preguntárselo. Era un misterio que prefería dejar intacto, porque parte del encanto era precisamente no saberlo. Solo sabía que, cada vez que la aguja del tocadiscos tocaba un nuevo disco, su corazón latía un poco más rápido, como si cada canción contuviera secretos que ella estaba a punto de descubrir.
Amaba cada uno de esos vinilos, sin importar si eran hits de moda o álbumes que solo unos pocos conocían. Había algo mágico en cómo la música llenaba el espacio, envolviendo cada rincón del bar con historias que parecían hablar directamente a su alma.
Lo que más le fascinaba eran los discos de épocas pasadas, aquellos que parecían haber llegado al bar por error o por puro capricho del destino. Eran canciones que Darius, con un brillo nostálgico en los ojos, reconocía al instante, porque le recordaban a su juventud. A Marietta no le importaba que fueran viejos; no le disgustaban en absoluto. Por el contrario, las amaba. Había en esas canciones una calidez que no encontraba en las más modernas, una forma de contar historias que la hacía sentir que estaba conectada con un tiempo que no había vivido, pero que podía imaginar con claridad.
Aún recordaba con nitidez la primera vez que Darius le recomendó uno de los vinilos que tenía cuidadosamente guardados en una pila ordenada, casi reverenciada, en el rincón más limpio del bar. Era curioso cómo, en un lugar donde el polvo y el caos parecían reinar, aquel pequeño espacio se mantenía impecable, como si fuera un santuario dedicado a algo sagrado.
❝ Estas son las buenas, niña ❞. Dijo una vez Darius, al verla completamente absorta mientras sonaba una melodía de un disco.
La primera canción que le enseñó fue "Uptown Girl" de Billy Joel. Marietta no sabía quién era aquel tal Billy Joel, ni entendía del todo la letra, pero en cuanto comenzó a sonar, se quedó completamente inmóvil, con los ojos bien abiertos y una sonrisa creciente que no podía ocultar. La melodía alegre y vibrante parecía llenar cada rincón del bar, como si empujara las sombras y el cansancio hacia afuera, dejando solo luz y energía en su lugar.
Desde ese día, "Uptown Girl" se convirtió en uno de sus tesoros favoritos. Cada vez que sonaba, Marietta sentía que todo era posible, como si el mundo no fuera tan grande ni sus problemas tan insuperables. Esa primera canción marcó el inicio de una tradición no escrita entre ella y Darius: cada tanto, él sacaba uno de sus vinilos "especiales" y se lo mostraba, compartiendo con ella un pedazo de su vida y de sus recuerdos.
Y hoy no era la excepción para Marietta. Apenas tuvo la oportunidad al llegar al bar a limpiar la suciedad del día anterior, buscó entre los discos con la familiaridad de quien ya conocía el lugar como la palma de su mano.
Ahora, con 14 años, Marietta era una adolescente que empezaba a descubrirse, a encontrarse entre las luces y oscuridad de su entorno. Ya no era la niña que se escabullía para escuchar música a escondidas; ahora era la joven que, sin pedir permiso, se adueñaba del tocadiscos cada vez que quería llenar el ambiente con las canciones que le daban vida.
En ese momento, el bar estaba siendo solo para ella misma. Faltaba una media hora para que el lugar abriera, y en ese intervalo, Marietta se permitía disfrutar de un lujo que pocas veces tenía: el espacio en silencio, el bar vacío, y el tiempo para ser ella misma, sin máscaras ni interrupciones.
Con calma, encendió el tocadiscos y dejó que la aguja cayera suavemente sobre uno de sus discos favoritos. La melodía comenzó a llenar el aire, se reprodujo "Come on Eileen", acariciando las paredes del lugar como un susurro familiar. Marietta cerró los ojos por un momento, dejando que la música la envolviera.
Marietta tomó una escoba que descansaba cerca de la barra y, con un movimiento rápido, la convirtió en su improvisada pareja de baile. Envolvió un trapo en su hombro, como si fuera un chal elegante, y comenzó a moverse al ritmo de la música que inundaba el bar vacío.
Sus pasos eran ligeros, casi despreocupados, y cada giro que daba hacía que el trapo ondeara como si formara parte de algún vestido imaginario. Cerró los ojos por un momento, dejando que su imaginación la llevara lejos de ese lugar. En su mente, no estaba en un bar subterráneo; estaba en un salón brillante, con un suelo que reflejaba las luces, rodeada de rostros sonrientes y música que parecía hecha solo para ella.
Marietta recorrió el bar con pasos ligeros, brincando y girando como si el suelo fuera su escenario personal. La escoba seguía siendo su cómplice, sostenida con gracia mientras improvisaba pequeños giros y piruetas entre las mesas vacías.
Puso una silla frente a la barra, con la seguridad de quien no necesita permiso para transformar un espacio cotidiano en su propio escenario. Subió a la misma con una facilidad que solo los años de conocer cada rincón del lugar le podían otorgar. El ritmo de la canción comenzó a ralentizarse, y Marietta, ahora recargando sus pies sobre la silla, balanceó sus pies de un lado a otro, dejándose llevar por la melodía.
Sus labios comenzaron a moverse al compás de la letra, primero en un murmullo, luego en voz más clara. Cerró los ojos, como si cada palabra la transportara a un lugar más cálido, más ligero.
Mientras sus pies seguían moviéndose al compás, la figura en la puerta se quedó inmóvil, admirando la escena con una mezcla de sorpresa y fascinación. La suavidad con la que Marietta se movía, su total entrega a la música, lo envolvieron en un instante de quietud.
Viktor, ahora ya más alto y con sus rasgos un tanto más masculinos, debido a la adolescencia se encontraba parado en la entrada del bar sin que Marietta lo hubiera notado. Había crecido en estatura, y su figura, aunque aún delgada, empezaba a mostrar los cambios propios de su edad. Sus facciones, antes suavemente juveniles, se estaban esculpiendo de una manera más definida, pero sus ojos seguían siendo los mismos.
━ Veo que la limpieza te mantiene ocupada. ━ se atrevió a intervenir en el baile de la joven.
Marietta se detuvo abruptamente al escuchar la voz de Viktor, desconcertada al principio. Sus ojos se abrieron al reconocerlo, y la sorpresa se reflejó en su rostro. No lo había notado entrar, y la presencia de él, tan inesperada en ese momento, la hizo sentir como si el mundo de fantasía que había creado se desmoronara en un instante.
Sin embargo, su incomodidad fue breve. Tras unos segundos, la sonrisa regresó a su rostro, esa sonrisa que solo Viktor podía provocar, y la risa salió de sus labios con una ligereza que parecía borrar cualquier rastro de tensión.
━ ¿Y tú? ¿Acaso vienes a verme bailar, Viktor?Cobro por espectáculo, así que espero que traigas algunas monedas. ━dijo jugando, pero sin perder la compostura.
Se bajó de la silla lentamente, el trapo en su hombro aún colgando de forma desordenada. No le importaba que él la hubiera visto en su momento de locura, porque sabía que, con Viktor, no tenía que preocuparse de parecer perfecta. Él la conocía, y aún así, la veía con una especie de ternura que Marietta empezaba a reconocer como algo especial.
━ ¿Te fue bien hoy en el taller?
Viktor había conseguido trabajo hace pocos meses en un pequeño taller de reparaciones, uno de esos lugares que, aunque no destacaban por su lujo, eran esenciales en la vida de Zaun. El taller se especializaba en analizar y reparar artefactos y maquinaria de las fábricas que nunca dejaban de funcionar. Cada día, se enfrentaba a piezas rotas, engranajes desvencijados, y mecanismos que no hacían más que exigir su atención, pero a Viktor no le importaba. Sabía que ese trabajo le ofrecía algo que necesitaba: un propósito, y una forma de ayudar a su madre, aunque fuera de manera modesta.
━ Bien, supongo. El señor Corwin me dejó la última hora para continuar con el robot que estaba haciendo ━ dijo Viktor mientras se acomodaba en su asiento, con las manos aún cubiertas un poco de aceite y polvo de metal.
━ ¿Como lo habías llamado? ¿Blitz? ━ se estiró hacia la mesa reposando sus codos en esta.
Tomó la mano de Viktor con suavidad, como si estuviera manejando algo frágil. Sus dedos, aún un poco manchados, contrastaban con la delicadeza con la que ella sostenía de esta. La textura áspera de la piel de Viktor no parecía importarle.
Su pulso se aceleró levemente, y sus pensamientos se mezclaron. Intentó mantener la compostura, pero el nerviosismo lo hacía sentir como si todo fuera un poco más intenso de lo que debía ser. Aunque Marietta no parecía darse cuenta, Viktor se sintió vulnerable, como si ese simple gesto pudiera descubrir más de él de lo que estaba dispuesto a mostrar.
━ Sí... sí, se llama Blitzcrank.
━ Bonito nombre.
Viktor sonrió levemente, un poco aliviado por la reacción de Marietta, aunque aún sentía esa tensión extraña en el aire.
Ella acariciaba delicadamente el lunar en su mano izquierda, un gesto tan sutil que Viktor casi no lo notó al principio, pero cuando sus ojos se posaron en su mano, la vio claramente. La forma en que tocaba ese pequeño detalle parecía casi casual, pero había algo en la forma en que lo hacía, una suavidad que lo hizo sentirse un poco más expuesto de lo que normalmente era.
Por un momento, Viktor se quedó allí, observando cómo Marietta mantenía su dedo sobre el lunar. No sabía si estaba buscando algún tipo de conexión o si era solo un gesto espontáneo, pero el hecho de que sus manos estuvieran tan cerca lo hacía sentir algo incómodo, algo que no podía describir.
━ Tengo muchos lunares. ━ mencionó.
Viktor no tuvo idea de por qué había dicho eso. Tal vez fue por la incomodidad repentina o por la sensación extraña que le provocaba el toque de Marietta, algo que no sabía cómo manejar. Quizás simplemente no sabía qué más decir en ese momento. La pregunta salió sin pensar, como un intento de llenar el silencio que se había formado entre ellos.
━ Eres como una tortilla de harina. ━ río Marietta.
Soltó su mano con delicadeza.
Tomo una silla y la posición al lado de Viktor.
Se quedó mirando a Marietta, desconcertado por la comparación. Sus palabras lo tomaron por sorpresa, y por un momento, no supo si debía sentirse aliviado o aún más nervioso.
━ ¿Una tortilla de harina? ━ repitió, con una ligera sonrisa, un poco confundido pero intrigado. ━ ¿Eso es... algo bueno?
━ No te preocupes, no es nada malo. ━ dijo con una sonrisa, señalando con su dedo índice el lunar en su mano. ━ Tus lunares me recuerdan a una tortilla de harina, con sus pequeñas manchitas. Son parte de ti, ¿sabes?
Viktor no supo cómo reaccionar, pero sin duda, no esperaba que sus lunares fueran un detalle tan relevante.
━ Yo no tengo muchos,━ dijo. ━ el único que se resalta más es este.
Señaló un poco más abajo de su mandíbula, donde un lunar bastante notorio se encontraba, justo en el borde de su cuello. Su dedo se detuvo allí por un momento, como si el pequeño punto negro tuviera un significado especial, algo que merecía ser observado con más atención.
Viktor observó el lunar más de cerca, notando algo que nunca había percibido antes. Tenía una forma ligeramente peculiar, casi como un pequeño corazón.
━ Tiene forma de corazón. ━ murmuró Viktor.
━ ¿Tu crees? Jamás lo había percibido así. ━ se quedó pensando. ━ Supongo que en mi vida pasada, la persona que fue mi pareja quería mucho esa parte de mi cuerpo.
━ ¿Qué?
━ Margaret me lo dijo una vez,━ dijo. ━ dicen que si alguien tiene un lunar o varios, significa que en su vida pasada, su pareja le tenía mucho cariño. Es algo raro que escuché cuando estaba más pequeña, pero me pareció curioso. Dice que cada beso que daba esa persona a su pareja, le impregnaba una nueva estrellita a su cuerpo, convirtiendo su universo estrellado.
La imagen que ella describía, aunque un tanto poética y fuera de lo común, tenía algo encantador. No era lo que esperaba escuchar, pero de alguna manera, sus palabras encajaban con la atmósfera tranquila que se había formado entre ellos.
━ Parece ser que a ti te quisieron mucho en tu vida pasada. ━ observó su rostro. ━ Estabas con una persona muy besucona al parecer, mira como te dejo. ━ bromeó.
━ Si eso es cierto, ━ dijo entre risas, mirando el lunar como si de repente le viera con nuevos ojos, ━ entonces me deben haber dado un montón de besos. Quizás por eso soy tan... peculiar.
━ Peculiar... eso explica muchas cosas entonces. Creo que esa persona te quiso dar una señal de que en su próxima vida, te volvería a buscar.
Viktor la miró, sorprendido por la respuesta, mientras una sonrisa se asomaba a sus labios. Las palabras de Marietta parecían estar teñidas de una extraña ternura, como si, de alguna manera, todo eso tuviera más sentido de lo que él imaginaba.
Cuando estuvo a punto de contestarle, la música comenzó a sonar nuevamente, interrumpiendo el momento. Era una melodía que Marietta conocía muy bien, una que siempre había logrado captar su atención de inmediato. La primera parte de la canción llenó el aire, y sus ojos se iluminaron al instante al escuchar las primeras notas.
❝ Ain't no mountain high enough ❞.
Marietta se levantó de su silla. Su cuerpo, aunque algo torpe, se movía con una energía contagiosa, como si la música la hubiera tomado por completo. No se preocupaba por los pasos perfectos, y esa imperfección solo hacía que su baile fuera más auténtico, más suyo.
Viktor la observó, primero con algo de sorpresa, pero pronto con una sonrisa divertida. Marietta no tenía miedo de parecer torpe, y su risa contagiosa llenó el espacio mientras daba giros torpes y movimientos descoordinados al ritmo de la melodía.
Marietta, atrapada en la emoción del momento, se acercó a Viktor mientras continuaba bailando con energía. Viktor, sin embargo, se tensó al verla acercarse, un pequeño nudo formándose en su estómago. La proximidad inesperada, el ritmo desenfrenado de la música, todo eso lo hizo sentir incómodo.
Cuando Viktor quiso negarse, debido a hacer algo mal, ella lo interrumpió:
━ No tienes que hacer nada perfecto. Solo... disfruta el momento.
Lo ayudo a levantarse, alejándolo un poco más de la silla.
Marietta, con una sonrisa amplia, tomó suavemente las manos de Viktor, guiándolo con naturalidad. No había prisa ni expectativas, solo el deseo de compartir ese momento sin preocupaciones. Viktor, aunque al principio tenso, comenzó a relajarse lentamente, siguiendo el ritmo sin presionarse, moviéndose al compás de la melodía que llenaba el aire.
Mientras tanto, ella cantaba con alegría cada línea de la canción, su voz fluyendo libremente, completamente inmersa en la música. A veces, su canto era suave, otras más fuerte, pero siempre lleno de energía, como si la canción fuera una extensión de ella misma.
━ "Ain't no mountain high enough..." ━ cantó Marietta, mientras sus ojos brillaban. Viktor no pudo evitar sonreír, sintiendo que la tensión que había acumulado en su cuerpo se desvanecía con cada paso que daba.
Aunque sus movimientos eran más torpes y más lentos que los de Marietta, Viktor comenzó a encontrar su propio ritmo, su cuerpo poco a poco conectándose con el de ella en una danza sencilla pero llena de complicidad. No necesitaba hacerlo bien, solo estar presente, y eso le daba una sensación de libertad que no había experimentado en mucho tiempo.
Y esa canción, se había convertido en su canción. Solamente suya.
¡Buenas tardes a todos!
¿Cómo se encuentran? Yo espero que increible te bien.
Solo pasaba para desearles una bonita noche buena y navidad 💓, espero la pasen muy bien con sus familiares o amigos. Recuerden que son personitas muy especiales y merecen disfrutar estas fiestas como nunca.
Cuídense y no exploten cohetes, recuerden que los animales sufren mucho, piensen en ellos por fi ❤️.
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