la llama de la libertad
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❝ La libertad no se da, se conquista. No se pide, se gana ❞.
La rebelión en Zaun se gestaba en un ambiente tenso, donde la desigualdad y la opresión se habían convertido en el pan de cada día. Vander, un hombre de gran corazón y fortaleza, observaba cómo la riqueza de Piltover brillaba en el horizonte, mientras su pueblo luchaba por sobrevivir en las profundidades. La injusticia calaba hondo, y cada historia de sufrimiento era un eco que resonaba en su conciencia
La razón detrás de la rebelión no era solo un deseo de venganza, sino una búsqueda de dignidad.
Los habitantes de Zaun habían sido silenciados, despojados de sus derechos y sueños. La represión constante alimentaba un fuego interno, una necesidad de cambiar el rumbo de su destino. Vander entendía que era vital unir a su gente, para mostrarles que la esperanza no estaba muerta, sino latente, lista para ser despertada.
Habían reuniones clandestinas en los callejones o en el bar del líder de la rebelión, "La última gota", se convirtieron en el refugio donde las ideas tomaban forma. Allí, entre susurros y miradas enérgicas, los jóvenes discutían sobre cómo desafiar el sistema. La figura de Vander se erguía como un símbolo de resistencia, alentando a cada uno a recordar que la lucha no solo era por ellos, sino por un futuro donde sus hijos pudieran vivir sin miedo ni hambre.
La rebelión era, en esencia, una manifestación de amor por su comunidad. Era la promesa de que no se quedarían callados ante la injusticia. Cada miembro del movimiento llevaba en su corazón el deseo de un cambio tangible, un grito por ser vistos y escuchados. La unión de sus voces se transformaba en un poderoso canto de esperanza, y así, la rebelión comenzaba a tomar forma, no como un acto destructivo, sino como una creación, un renacer de la dignidad de Zaun.
La gran noche había llegado, y la mayoría de las personas involucradas en la rebelión empezaban a prepararse para reunirse en el punto clave: el puente que conectaba a Zaun con Piltover. Era un símbolo tan poderoso como peligroso. El puente representaba la frontera entre dos mundos, el abismo entre la riqueza y la miseria, entre quienes ostentaban el poder y quienes lo sufrían en silencio. Ahora, sería el escenario donde ese silencio se rompería.
━ Cariño, que no se te olviden los cascos ni las gafas. ━ dijo la madre de Marietta, lanzando una mirada rápida a su esposo, que revisaba sus herramientas cerca de la puerta.
━ No se me olvida nada, mujer. ━ respondió él pacientemente, mientras ajustaba las correas de los cascos y se aseguraba de que las gafas protectoras estuvieran en perfecto estado.
Marietta, que observaba la escena desde la mesa, sintió un nudo en el estómago. Sabía que esa noche no era como las demás, aunque nadie se lo había dicho directamente. Todo en la manera en que sus padres se preparaban hablaba de lo importante y peligroso que era lo que estaban a punto de hacer.
━ ¿Están seguros de que no puedo ir con ustedes? ━ preguntó, su voz un hilo que apenas se atrevía a interrumpir el silencio tenso de la habitación.
━ No, Marietta. Ya lo hablamos. Tú te quedas aquí. ━ respondió su padre, sin siquiera girarse para mirarla.
━ Pero puedo ayudar... ━ insistió, poniéndose de pie, buscando los ojos de su madre.
━ No esta vez, hija. ━ dijo la mujer con suavidad, acercándose a ella y colocando una mano en su mejilla. ━ Alguien tiene que quedarse para cuidar este hogar.
━ ¿Cuidar de qué? No hay nada que robar aquí. ━ replicó Marietta con frustración, pero su madre la interrumpió antes de que pudiera continuar.
━ Cuidar de ti misma. Eso es lo más importante.
La chica apretó los labios, intentando no discutir más. Sabía que no iba a ganar esa pelea, pero eso no hacía que fuera más fácil aceptar quedarse atrás mientras sus padres se adentraban en el corazón de la rebelión.
La madre regresó junto a su esposo y, después de revisar que todo estuviera en orden, se colocó un delgado abrigo que apenas parecía capaz de protegerla del frío que ya se colaba por las ventanas.
━ ¿Llevas las provisiones?
━ Sí. Y no pienso quedarme más tiempo del necesario. Esto será rápido. ━ respondió él, ajustándose la vieja bolsa con pequeños agujeros que había llenado con herramientas, tuercas y lo poco de comida que podían compartir con los demás rebeldes.
━ ¿Y si esta noche... no vuelven? ━ soltó de repente la hija, incapaz de contener la pregunta que había estado mordiéndose los labios para no hacer.
Ambos padres se detuvieron. Su madre fue la primera en girarse hacia ella, con los ojos llenos de una ternura que dolía.
━ Volveremos, hija. ━ respondió, inclinándose para ponerse a su altura. ━ Siempre lo hacemos porque sabemos que tú nos esperas aquí.
━ Pero esta vez es diferente, ¿verdad? ━ insistió, sintiendo que su voz se quebraba. ━ Lo puedo sentir.
━ Todo siempre es diferente y, al mismo tiempo, igual. ━ dijo su padre, cruzando los brazos con un aire de seguridad. ━ No se trata de nosotros. Se trata de lo que debemos hacer.
La madre tomó las manos de Marietta entre las suyas, apretándolas con fuerza.
━ Lo que hacemos no es solo para nosotros, hija. Es para ti. Para que tengas algo mejor. Para que un día, cuando mires hacia atrás, sepas que no nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo nos arrebataban la vida.
━ Pero yo también quiero luchar. ━ respondió Marietta, con una mezcla de frustración y tristeza. ━ Quiero estar ahí con ustedes.
Su padre soltó un suspiro profundo, caminando hacia ella con pasos pesados. Colocó una mano firme en su hombro y habló con la voz grave que usaba solo en los momentos más importantes.
━ Tu lucha es diferente, Marietta. Tu lucha es crecer, aprender, soñar. Nuestra lucha es asegurarnos de que tengas la oportunidad de hacer eso sin miedo.
La joven bajó la mirada, mordiéndose el labio para no replicar.
━ Además, alguien tiene que quedarse y cuidar este hogar. ━ añadió su madre, con una sonrisa suave. ━ No queremos regresar y encontrarnos con que has dejado entrar a medio Zaun a la sala.
Marietta dejó escapar una pequeña risa, aunque las lágrimas seguían latentes en sus ojos.
━ Prométeme que volverán. ━ murmuró.
Su madre acarició su rostro con delicadeza, mientras el padre apretaba suavemente su hombro.
━ Siempre volvemos. ━ repitió la madre con firmeza. ━ El sol siempre sale después de la noche, ¿no?
━ Y cuando eso pase, quiero verte sonriendo, ━ añadió su padre. ━ porque entonces sabrás que hicimos lo correcto.
Con esas palabras, ambos se dirigieron hacia la puerta. La madre se detuvo un momento, como si quisiera grabarse el rostro de Marietta antes de salir.
━ La luna cuidará de nosotros. Buenas noches, hija.
━ Buenas noches, los amo. ━ respondió Marietta en un susurro, viendo cómo la puerta se cerraba tras ellos, llevándose su calor, pero dejando el eco de sus promesas.
Marietta permaneció inmóvil durante varios minutos, mirando la puerta cerrada como si aún pudiera alcanzarlos con la fuerza de su pensamiento. El silencio de la casa parecía más pesado que nunca, interrumpido solo por el sonido distante de las máquinas de Zaun y el murmullo lejano de la vida nocturna.
Se sentó junto a la mesa, con los codos apoyados y las manos entrelazadas bajo el mentón. El olor a la cena que habían compartido aún flotaba en el aire, un recordatorio de que hacía tan solo un momento todo parecía casi normal. "Siempre volvemos", se repitió en voz baja, como si al decirlo pudiera transformar esas palabras en una certeza absoluta.
Pero la incertidumbre mordía. Por más que intentaba distraerse, su mente regresaba al mismo punto: sus padres, atravesando las sombras de Zaun hacia el puente, arriesgándolo todo por un ideal que no dejaba de admirar, pero que también le daba miedo.
Decidió moverse, hacer algo que la apartara de la inquietud. Recorrió la pequeña casa, ajustando cosas que no necesitaban ser ajustadas, ordenando lo que ya estaba en su sitio. Pasó la mano por las superficies desgastadas, sintiendo las texturas que eran tan familiares como las líneas de su propia palma. Finalmente, se detuvo frente a una vieja fotografía que colgaba de la pared. En ella, su familia estaba junta, sonriente, mucho antes de que la vida se complicara tanto.
━ ¿Por qué siempre tienen que ser ustedes los valientes? ━ murmuró, como si la imagen pudiera responderle.
Sin poder evitarlo, se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver un pedazo de la ciudad, iluminada por las luces intermitentes y el brillo enfermizo de las fábricas. Pero también, en esa noche fría y despejada, podía ver la luna. Grande, redonda y resplandeciente, como si estuviera ahí para recordarle que, aunque el caos dominara Zaun, había cosas que permanecían inmutables.
Se envolvió en su abrigo y abrió la ventana de la sala. El aire era gélido, pero Marietta no le dio importancia. Miró la luna con intensidad, como si buscara en ella las respuestas que nadie más le daba.
━ Mamá siempre dice que el sol sale después de la noche... ━ susurró, cruzando los brazos. ━ Pero tú, luna, tú nunca te vas del todo, ¿verdad? Siempre estás ahí, incluso cuando no te podemos ver.
Marietta cerró los ojos, recordando las palabras de su madre, el tono firme y dulce con el que había prometido regresar. Una parte de ella quería creer con todo su corazón, pero otra, más oscura, temía que esa promesa se rompiera con el primer sonido de un disparo en el puente.
Entonces, como si la luna le hablara, una idea se plantó en su mente. Era un pensamiento audaz, casi temerario, pero no podía ignorarlo. Si no podía ir con ellos, si no podía luchar como lo hacían, al menos podía hacer algo.
Cerró la ventana con una decisión grabada en el corazón. Buscó entre sus cosas hasta encontrar un pequeño trozo de papel y un lápiz casi acabado. Se sentó junto a la mesa y, con manos temblorosas, comenzó a escribir.
❝ Querida mamá, querido papá...❞.
Las palabras fluían como un torrente, llenando el papel con todo lo que sentía, todo lo que temía y todo lo que esperaba. Les habló de su admiración, de su amor y de cómo, pase lo que pase, siempre estaría esperando su regreso. Cuando terminó, dobló cuidadosamente la hoja y la colocó bajo la taza que su madre había usado durante la cena. Era un mensaje para cuando regresaran, un recordatorio de que ella creía en ellos, incluso en los momentos en que el miedo la superaba.
Luego, se quedó en silencio, mirando la luna desde la ventana.
━ Cuídalos, por favor. ━ dijo en voz baja, como si las estrellas pudieran escucharla.
El frío de la noche se filtraba por las rendijas de la ventana, envolviendo la habitación en un silencio que solo rompía el tic-tac pausado de un viejo reloj de pared. Marietta, con la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados en la mesa, luchó por mantenerse despierta. Había prometido esperarlos. No importaba cuánto tardaran, quería estar allí cuando volvieran, como si su vigilia pudiera protegerlos de los peligros que acechaban en las sombras de Zaun.
Sin embargo, la espera pesaba como una manta de plomo sobre sus párpados. La danza lenta de la llama en la lámpara de aceite frente a ella, combinada con el cansancio acumulado de días de incertidumbre, terminó venciendo su determinación. Lentamente, sin siquiera darse cuenta, el sueño la fue acunando en su abrazo.
El tenue sonido del viento golpeando contra la ventana pareció transformarse en un arrullo. En su mente, las preocupaciones se desvanecieron, reemplazadas por imágenes difusas de un lugar tranquilo, lleno de luz y calor. La mesa, con sus bordes desgastados por el tiempo, se convirtió en el soporte de un sueño más amable: su madre riendo doblaba la ropa, su padre tarareando una vieja canción mientras le ayudaba a su esposa, y ella, en medio de ellos, sin prisas ni miedos.
Su cabello oscuro caía desordenado sobre su rostro, suave como la sombra de una nube sobre el agua. La respiración de Marietta se volvió lenta y profunda, un contraste con la tensión que había marcado su rostro momentos antes. La serenidad aparente de su sueño no lograba borrar por completo la línea de preocupación en su ceño, como si incluso en ese refugio inconsciente, una parte de ella siguiera aguardando.
Aunque ella dormía, su cuerpo parecía conservar la memoria de su preocupación. Sus dedos se movieron débilmente, como si buscaran algo que no encontraban. Tal vez un abrazo, tal vez la seguridad que se había ido con sus padres esa noche.
Y mientras la casa seguía inmersa en esa calma inquietante, el tiempo pasaba, arrastrando con él las esperanzas y los temores de quienes aguardaban un futuro diferente.
El sueño de Marietta se rompió abruptamente. Su cuerpo se sacudió cuando se escuchó un estruendo, como si el sonido hubiera hecho eco en su pecho antes que en sus oídos. El golpe había sido tan potente que las ventanas vibraron, y la lámpara de aceite titiló con fuerza, amenazando con apagarse.
Se levantó de golpe, sus ojos aún nublados por el sueño pero llenos de pánico. El aire parecía más denso, cargado de un presagio que no podía ignorar. Corrió hacia la ventana y apartó las cortinas con manos temblorosas. Afuera, en la lejanía, un resplandor rojizo iluminaba el cielo oscuro de Zaun. Humo, como una serpiente retorciéndose, ascendía en el horizonte, y su corazón dio un vuelco al reconocer la dirección: el puente.
Marietta retrocedió lentamente, sintiendo que el mundo se inclinaba bajo sus pies. El puente... era allí donde sus padres habían ido, donde tantos como ellos se habían reunido esa noche para luchar. Pero ahora, en vez de esperanza, el lugar parecía envuelto en caos.
El ruido de pasos apresurados en las calles comenzó a llenar el aire, voces que gritaban órdenes y advertencias, mezcladas con el llanto de niños y el murmullo de quienes despertaban al desastre. Cada sonido se sentía como un golpe en su pecho, como si el universo conspirara para aplastar su frágil fe en que todo saldría bien.
Marietta salió de la casa como un vendaval, el aire frío golpeándole el rostro y acelerando aún más el latido errático de su corazón. Sus pies parecían llevarla solos, guiados por el instinto y el miedo, siempre hacia la dirección del puente.
El humo, que se alzaba como una cicatriz en el cielo, se volvía más denso a medida que avanzaba. El resplandor de color iluminaba las esquinas oscuras, y su aliento, entrecortado por el esfuerzo, formaba nubes efímeras en el aire helado. Su abrigo delgado apenas protegía su cuerpo, pero el frío era un enemigo menor comparado con la angustia que la empujaba hacia adelante.
A medida que se acercaba al corazón de la rebelión, la ciudad comenzaba a transformarse. Los callejones desiertos se llenaban de sombras humanas, algunas apenas visibles, otras arrastrándose con dificultad. Personas con rostros cubiertos de hollín y miradas cargadas de miedo y agotamiento cruzaban frente a ella. Se escuchaban gemidos, jadeos y voces que apenas lograban romper el pesado silencio que había dejado el estruendo.
Marietta frenó en seco cuando vio a una mujer sentada en el suelo, teniendo en brazos a un hombre con la cara desfigurada con totalidad. A su lado, alguien intentaba vendar a otro una herida con una camisa hecha jirones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no solo eran víctimas; eran rostros conocidos, vecinos que había visto pasar por su calle, rostros que compartían la misma desilusión que ella ahora sentía en el pecho.
❝ Esto no debería estar pasando ❞, pensó mientras sus ojos buscaban con ansias algún indicio de sus padres. Pero no podía detenerse. Tenía que llegar al puente. Allí estarían, tenía que ser así.
Cada paso la acercaba más al epicentro del caos, y aunque su instinto le pedía detenerse y socorrer a los heridos, su corazón la empujaba hacia adelante.
En la atmósfera comenzaba a llenarse de un olor metálico y acre, una mezcla de sangre y el humo que se alzaba en columnas grises desde los alrededores. Más adelante, las luces parpadeantes de los faroles desgastados de Zaun se fundían con destellos intermitentes provenientes del puente. La silueta del imponente arco que conectaba Zaun con Piltover se hacía más nítida a medida que avanzaba, y con ello, el sonido de gritos lejanos y el eco de pisadas apresuradas que venían de todas direcciones.
A medida que se acercaba al puente, todo se volvía más denso, y la destrucción comenzaba a manifestarse con más claridad: restos de estructuras colapsadas, herramientas abandonadas, y manchas oscuras que manchaban el suelo, imposibles de ignorar.
Llegó hasta el puente, donde el aura de esta se convirtió en rojo vibrante, era como si el mismo infierno estuviera siendo tocado por sus mismos pies.
Su mirada se movía de un lado a otro, buscando, rezando por no encontrar lo que más temía. Su corazón latía con fuerza desmedida, marcando un ritmo que no podía ignorar. Cada paso la acercaba más a la verdad, aunque todo en su interior le pedía que se detuviera.
Finalmente, sus ojos captaron algo familiar. Allí, entre los escombros y las sombras, distinguió las figuras de sus padres. Estaban juntos, tendidos como si hubieran querido protegerse mutuamente. Marietta sintió que el mundo se detenía.
Se acercó lentamente, como si el peso de lo que veía pudiera aplastarla en cualquier momento. Al llegar junto a ellos, se arrodilló, dejando que sus manos temblorosas los tocaran.
No obtuvo ninguna respuesta. Los miró incrédula y desamparada, incapaz de procesar lo que sus ojos le mostraban. El silencio a su alrededor se volvió ensordecedor, y el rojo del puente ya no era el de las llamas, sino el reflejo de un dolor que nunca podría borrar.
No lloró, no gritó, ni siquiera tembló. Era como si su mente hubiese puesto un muro entre ella y la realidad que se desplegaba ante sus ojos.
Miró las manos de su madre, aún aferradas a las de su padre, como si incluso en ese último momento hubieran querido sostenerse el uno al otro. La familiaridad de ese gesto debería haberle reconfortado, pero no podía sentir nada. Solo un vacío inmenso y pesado que la mantenía inmóvil.
Permaneció ahí, inmóvil, bloqueada, como si su cuerpo y su mente se hubieran apagado al mismo tiempo. El aire seguía cargado de cenizas y polvo, pero ella apenas lo notaba. El puente, con sus tonos rojos y sus sombras alargadas, se alzaba a su alrededor como un escenario surrealista.
Se quedó un momento observándolos, ahí, seguían juntos, incluso en la muerte, como si ni siquiera eso pudiera separarlos. Marietta apenas podía entender lo que sentía; el silencio en su interior era abrumador, pesado, como si el mundo entero hubiera dejado de girar.
De la poca consciencia que tenía en ese momento, tomó un brazalete que tenía su madre, que había sido un regalo de su padre cuando eran novios. Por su parte, de su padre tomó su chaqueta, que desde a una distancia considerable, aún tenía su olor impregnado en ella.
Beso sus mejillas lentamente, deseando que el tiempo se detuviera en ese instante y jamás volver a activarse.
Tomó valor y se levantó, dándoles una última mirada, llena de una mezcla de amor, gratitud y una profunda tristeza que no podía expresar con palabras. Sus ojos recorrieron cada detalle, grabando en su memoria las líneas de sus rostros, el singular bigote de su padre y la bonita cara de su mamá, la serenidad que parecía haberlos alcanzado en sus últimos momentos.
El brazalete de su madre, ahora enredado en sus dedos, era más que un simple objeto; era un vínculo, un fragmento de los recuerdos que había compartido con ella. La chaqueta de su padre, pesada y cálida, se convirtió en una armadura, como si al llevarla pudiera protegerse de la realidad que se avecinaba.
Marietta se dio la vuelta lentamente, sus piernas temblorosas pero decididas a sacarla de aquel lugar. No miró atrás, no porque no quisiera, sino porque sabía que si lo hacía, no podría irse. Cada paso que daba parecía un acto de traición, pero también uno de supervivencia.
Comenzó a correr, sin mirar atrás, como si huir fuera la única opción que quedaba. Cada paso la acercaba más a un vacío del que no quería ser consciente. No pensaba, no razonaba, solo corría. Las calles de Zaun parecían difuminarse a su alrededor, pero no sentía el cansancio, ni el frío. La necesidad de alejarse, de escapar de lo que había visto, la impulsaba con fuerza.
Ella, aún respirando entrecortadamente, se dirigió a su único refugio. Había un lugar que siempre se sentía segura. Sabía adónde ir. Sin pensarlo dos veces, siguió corriendo, tambaleante y con pasos rápidos, hasta llegar a donde Viktor solía estar.
Viktor siempre había sido su refugio secreto. El era ese lugar donde, aunque la realidad siempre tuviera su peso, todo se sentía más liviano a su lado. Sabía que, aunque él no podía protegerla de todo, su cercanía siempre le había ofrecido consuelo. Había muchas veces que se había encontrado con él sin previo aviso, charlando, compartiendo, incluso en silencio, sin necesidad de que las palabras fueran suficientes.
Cuando llegó a la casa de Viktor, la luz de afuera estaba apagada. Un presagio que la hizo sentir un nudo en el estómago. Miró hacia la puerta, como si fuera a encontrar respuestas a través de esa entrada cerrada, pero no las vio.
Se acercó a la puerta, dudando por un momento. Su mano temblorosa tocó la puerta varias veces, insistente, pero no hubo respuesta. De repente, la quietud de la noche comenzó a engullirla. Golpeó la puerta con más fuerza, con más desesperación, pero no hubo sonido del otro lado, solo el eco vacío que resonaba en su cabeza.
¿Por qué no había respuesta? ¿Dónde estaba Viktor? ¿Por qué todo estaba tan extraño?
De repente, algo dentro de ella la impulsó a actuar. Sin pensarlo más, empujó la puerta. Estaba abierta. No era común. Viktor siempre se aseguraba de cerrarla bien, como si fuera una de sus pocas costumbres de cuidar lo que quería. Pero esta vez, la puerta cedió fácilmente. Se sintió raro al entrar, como si estuviera violando algo más que las normas de la casa. Pero el impulso era más fuerte.
La luz apagada, los muebles en su lugar, las sombras que se alargaban sin ninguna fuente de iluminación, todo tenía un aire extraño. Un aire pesado que la hizo sentir como si el espacio le estuviera apretando el pecho.
Corrió a la sala, y la vio vacía. La cocina, donde alguna vez había charlado con Viktor y su madre, estaba desordenada, pero vacía. No había rastro de vida. Nadie en el pasillo. Nadie en ningún lado.
En ese momento, una sensación de soledad la invadió completamente. Era como si todo lo que había conocido aquí hubiera desaparecido, dejando atrás una quietud que no lograba comprender. Viktor no estaba allí.
De pronto, se le ocurrió ir al cuarto de su amigo, quizás podría haber alguna señal. Se dirigió desesperada a este, pero, había algo extraño. Reviso todo, y se dio cuenta de que faltaba algo, algo que nunca podía faltar en ese lugar ya que Viktor solía cuidarlo con su vida. Sus creaciones.
Busco el bote que iba con él desde el primer día que se conocieron. Busco entre cajones y debajo de su cama. Nada.
De repente, Marietta entendió que no estaba buscando a Viktor, sino a una presencia que ya no estaba. No había señales de su vida aquí, ni un rastro de su paso.
Sus piernas no pudieron sostenerla más, y cayó de rodillas al suelo, su respiración entrecortada mientras intentaba procesar lo que estaba sintiendo. Pero no podía. Era un caos, un torbellino de emociones tan intensas que no sabía cuál prevalecía: la tristeza, la ira, el miedo... o simplemente el vacío.
El llanto se apoderó de ella por completo, desgarrador y crudo. No eran solo lágrimas de tristeza; eran lágrimas de pérdida, de desesperación, de abandono. Marietta lloraba por todo: por sus padres, por Viktor, por el caos en el que su vida se había convertido.
Hace unas cuantas semanas, todo parecía estar en su lugar. La vida, aunque modesta y llena de dificultades, tenía una cierta armonía. Las cenas en casa, iluminadas por la tenue luz de la lámpara de aceite, estaban llenas de risas entre su madre, su padre y ella. Las conversaciones, aunque a menudo giraban en torno a las dificultades de Zaun, siempre encontraban espacio para un comentario cálido o una anécdota que hacía olvidar, al menos por un momento, las sombras que los rodeaban.
Viktor, con su presencia tranquila y sus sueños ambiciosos, era otro de los pilares de esa paz. Había noches en las que los dos compartían estadías atrás de la casa de Marietta, hablando de todo y de nada, o a veces, estar simplemente tomados de la mano, y, si es que el momento se los permitía, robarse unos cuantos besos entre ellos.
La cabeza de Marietta llegó a un punto en el que el simple acto de pensar se convirtió en un martirio. Cada pensamiento que surgía, cada recuerdo que intentaba revivir, le provocaba un punzante dolor, como si su propia mente estuviera en su contra. Comenzó a golpearse la cabeza con ambos puños, esperando que esa acción logrará callar las voces que no paraban de molestarla.
━ Cállense, por favor ━ sollozaba en voz baja mientras se daba cada golpe.
Esa noche, se quedó en ese mismo lugar, ¿qué más tenía que perder? Ya no le quedaba nada, estaba sola.
Con el cuerpo pesado por el cansancio y la pesadumbre, se recostó en el suelo, abrazando sus piernas contra su pecho. Cerró los ojos con fuerza, intentando buscar consuelo en los recuerdos que aún habitaban en su mente. En su imaginación, se veía de niña, envuelta en el calor de los brazos de su madre.
Y es ahí que, a veces, no hay más remedio que perderlo todo para aprender a vivir.
¡Hola mis bellos lectorxs!
¿Como están?
Yo se que algunas personas no se van a encontrar tan bien después de este capítulo... lo entiendo sinceramente, pero créanme que esto es fundamental para la historia de Marietta y tendrá que ver con Viktor y Marietta.
Ténganme fe, y no me odien chicuelos :(.
Tampoco me tiren sillas ni mesas, pls.
Por el momento, nos enfocaremos un poco más en Marietta y cómo va creciendo. Tampoco pienso alargar tanto, solamente será lo esencial para llegar a la parte que me muero ya por escribir <3.
Espero que tengan un buen resto del día, tomen agua y cuídense 💖.
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