la brújula que el aire olvidó
✧
❝ No puedo volver a lo que era, desapareció ❞.
Marietta no sabía exactamente cuál de todos los días había sido el peor. El dolor parecía mezclarse y desdibujarse con el paso del tiempo, cada instante más pesado que el anterior. Pero la noche... la noche era su momento más devastador. Cuando el silencio reinaba y la oscuridad se extendían por los rincones, era cuando sus pensamientos, siempre implacables, la atacaban sin piedad.
Todo lo que había perdido regresaba con una claridad hiriente, como si los momentos felices fueran una burla cruel, un recordatorio de lo que ya no existía.
Cada noche volvía a verla. A su madre con esa sonrisa cálida que parecía tener la capacidad de hacer que todo estuviera bien, incluso cuando no lo estaba. A su padre, siempre protector, siempre dispuesto a cargar con el peso de lo que fuera necesario para verla feliz. Y luego, a Viktor, con su mirada que parecía prometer un futuro lleno de ideas, de sueños compartidos. Todos ellos aparecían en su mente, inalcanzables, como un espejismo que sólo la dejaba más vacía.
Algunas noches intentaba contar las grietas del techo o seguir con la mirada la trayectoria de las sombras en las paredes, pero nada la distraía del frío que llevaba dentro.
No sabía si dolía más recordar o intentar no hacerlo. El pasado era un consuelo y una tortura al mismo tiempo. Intentaba aferrarse a los recuerdos, pero cada uno de ellos la hacía sentirse más sola, más consciente de lo irrecuperable.
Las lágrimas no llegaban siempre. Había noches en las que el vacío era tan abrumador que no le dejaba siquiera el alivio de llorar. Y otras en las que el llanto llegaba sin previo aviso, desgarrador, como si su cuerpo no pudiera contener la tristeza por más tiempo.
Marietta se encontraba ahora en el mismo cuarto donde, años atrás, había habitado después del incidente con aquellos adolescentes que la marcaron para siempre. El peso del presente se sumaba al del pasado, como si las paredes mismas estuvieran impregnadas de recuerdos oscuros que se negaban a desaparecer. No solo sus padres y Viktor rondaban su mente; ahora también reaparecían los restos de una época que había tratado de enterrar bajo capas de silencio.
Cada rincón del cuarto le susurraba memorias que preferiría olvidar: la sensación de vulnerabilidad, las lágrimas silenciosas en la oscuridad, y el frío que parecía emanar del suelo mismo, recordándole que, entonces como ahora, estaba sola. Era como si el universo se estuviera asegurando de que no pudiera escapar de su dolor, obligándola a enfrentar todo lo que había intentado ignorar.
Marietta apretó los brazos contra su cuerpo, buscando un calor que no encontraba ni fuera ni dentro de sí misma. ¿Era este su destino? ¿Revivir cada herida, cada pérdida, hasta que no quedara nada más que cicatrices invisibles? La ausencia de sus padres era un abismo, pero la de Viktor... esa dolía de una manera que no podía explicar. Había sido su lugar seguro, su promesa de que la vida podía ser algo más, algo mejor.
En la penumbra del cuarto, la vista de Marietta se clavó en el broche sobre la mesita de noche. Ese broche, regalo de Viktor, parecía observarla desde su lugar, como si guardara en su diminuta forma todos los recuerdos que ella no podía ignorar.
Cuando Darius llegó con sus cosas días después de traerla al burdel, ella había tratado de mantener la compostura. Sin embargo, al ver ese objeto entre las pocas pertenencias que aún conservaba, sintió que algo se rompía dentro de ella. No le había preguntado cómo lo encontró ni por qué lo había traído. Solo lo tomó en silencio, sabiendo que cada vez que lo mirara, sería un recordatorio de lo que ya no tenía, de quien se había ido sin una palabra.
Ahora, ese cuarto se sentía como una celda, como si hubiera retrocedido años en el tiempo. Los fantasmas del pasado se mezclaban con los del presente, creando un caos en su mente que no sabía cómo ordenar. No era solo tristeza; era rabia, frustración, y una sensación de abandono tan profunda que casi podía tocarla.
Su vida ya no tenía sentido. ¿Para qué seguir? ¿Para qué levantarse cada día y enfrentar esta tortura de existir? No había respuestas, solo una tristeza densa que la aplastaba desde adentro. La vida, que una vez estuvo llena de posibilidades, ahora solo le ofrecía una amarga existencia de supervivencia. Cada respiro le dolía, como si el oxígeno mismo fuera venenoso.
El peso del abandono no era solo emocional. Era físico. Su cuerpo sentía la ausencia, cada músculo, cada hueso, como si su ser estuviera en espera de algo que nunca llegaría. La rabia, la frustración, se acumulaban en su pecho, pero no tenía fuerzas para explotar. El dolor no tenía forma, no tenía salida. Se acumulaba, aplacándola lentamente, como si fuera una marea que la arrastraba sin piedad.
Había dejado de comer, no por falta de comida, sino porque simplemente no podía. El hambre, que antes era una necesidad básica, ahora se había convertido en algo irrelevante. Cada bocado era una lucha. La comida ya no sabía a nada; no era más que un obstáculo que su cuerpo tenía que superar para seguir existiendo, y cada vez que lo intentaba, solo conseguía sentir más vacío. El hecho de poder pasar cada bocado, sentía que el conducto se le obstruía, llegando al punto de vomitarlo todo, aunque muchas de esas veces fuera solamente líquidos.
Había días en los que se miraba en el espejo y no se reconocía. El rostro demacrado, los ojos vacíos, y la piel tirante, reflejaban todo lo que ya había perdido, y lo único que quedaba de ella era un cuerpo que seguía funcionando por pura inercia, sin que su alma estuviera realmente ahí. Había perdido la capacidad de sentir hambre, pero también la de sentir algo más.
Se odiaba a sí misma por no haber sido ella quien se fue. Cada vez que pensaba en sus padres, en Viktor, en todo lo que ya no estaba, una oleada de rabia y autocompasión la invadía. ¿Por qué ellos? ¿Por qué no ella? Se repetía una y otra vez, como una obsesión que no podía sacarse de la cabeza. Su madre y su padre, los que siempre estuvieron a su lado, los que lucharon por ella, ahora estaban bajo tierra, y ella seguía ahí, respirando, existiendo, como si fuera un castigo.
El pensamiento de no haber sido capaz de salvarlos, de no haber estado allí en ese momento crítico, la hacía sentir como una traidora. Si hubiera sido más fuerte, más valiente... Si hubiera hecho algo diferente... Tal vez ellos seguirían vivos, tal vez Viktor aún estaría allí, mirándola con esos ojos que tanto le dolían recordar.
Pero existía algo que la confundía aún más, que le carcomía el alma. ¿Y Viktor?
Su presencia, su voz, esos ojos que siempre la comprendían, aunque no se atreviera a decirlo en voz alta. Viktor, el único que parecía entender la tormenta en su cabeza, el único que, incluso en su dolor, parecía luchar a su lado. Pero él ya no estaba. Y eso la desgarraba de una forma que ni siquiera podía entender.
Su corazón, que se había aferrado a la idea de que Viktor nunca la dejaría, ahora se sentía deshecho, arrugado, como un trozo de papel abandonado aún lado de un contenedor de basura que intentó caer en la puntería y no logró llegar.
El pensamiento de que él la había dejado atrás la golpeaba, la hería de una forma que no podía describir. No solo por la traición, sino por la duda que se abría paso: ¿le importaba tanto como ella pensaba? ¿O había sido todo un espejismo, un consuelo momentáneo en medio del caos que compartían?
El recuerdo de esos momentos la envolvía como un abrazo doloroso. Se imaginaba a sí misma en ese instante, los dos sentados juntos, como tantas veces lo hicieron, compartiendo el silencio que no era incómodo, sino cómplice. Los días que pasaban en su compañía, sin hacer nada más que estar ahí, parecían perfectos en su simplicidad. Todo lo demás se desvanecía cuando sus manos se encontraban, cuando las palabras quedaban suspendidas, como si no hiciera falta nada más que su presencia.
Pero lo que más le dolía ahora era la memoria de esos besos. Esos besos que nunca parecían ser suficientes, pero que siempre la dejaban con un sabor a anhelo. Recordaba la sensación de sus labios, ese roce suave, ese toque que tenía el poder de derretir cualquier miedo o inseguridad. Cada uno de esos momentos era un universo, una promesa callada, una unión que se sentía más fuerte que cualquier palabra. Pero había algo en ellos, algo que ahora parecía tan lejano, tan inalcanzable.
Y mientras el recuerdo de esos besos y esos momentos se desvanecía, Marietta no podía evitar preguntarse si alguna vez volvería a sentir algo así, si alguna vez alguien volvería a hacerla sentir esa conexión. O si, simplemente, todo lo que alguna vez tuvo se había desvanecido junto con la sombra de la que ella ahora era prisionera.
「 ༘⋆₊ ⊹★🔭๋࣭ ⭑⋆。˚ 」
La mañana llegó, pero para Marietta era solo otro giro inútil del reloj, otra muestra de que el tiempo seguía avanzando sin ella. Margaret, como cada día, entró al cuarto en silencio, con una bandeja entre las manos. Un plato humeante de sopa de vegetales y un pedazo de pan reposaban sobre ella, como una ofrenda humilde en un altar de desesperanza.
Marietta apenas levantó la cabeza. El olor de la sopa la golpeó como una bofetada. Sintió un nudo en la garganta que rápidamente se transformó en una oleada de náuseas.
━ ¿Vas a intentarlo al menos? ━ preguntó Margaret, dejando la bandeja en la mesita de noche. Su voz era suave, pero firme. No era la primera vez que lidiaba con alguien quebrado, pero con Marietta, todo era distinto.
━ No quiero. ━ La voz de Marietta era un susurro, casi inaudible, cargado de una apatía que parecía tragárselo todo.
━ No es cuestión de querer o no. ━ Margaret se cruzó de brazos, inclinándose ligeramente hacia ella. ━ Es cuestión de que necesitas hacerlo.
Marietta cerró los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera escapar de las palabras, del olor, de todo.
━ No puedo ━ dijo al fin, con un hilo de voz.
━ Claro que puedes. Solo que no quieres. ━ Margaret suspiró profundamente, cansada pero sin intención de rendirse. ━ Pero eso no cambia nada. La sopa se queda aquí. Y yo también, si es necesario.
Marietta no respondió. Sus ojos seguían fijos en un punto indeterminado del suelo, como si ahí pudiera encontrar una respuesta que nadie más tenía para ella. Margaret se quedó unos segundos más, observándola, antes de salir del cuarto en silencio.
La bandeja permaneció en su lugar, el vapor de la sopa disipándose lentamente en el aire frío de la habitación. Marietta no la miró. No podía.
La sopa se enfrió, y con ella, la poca fuerza de voluntad que Marietta podía haber tenido para intentar algo. La habitación comenzó a llenarse de ese olor agrio que tienen las cosas abandonadas, un reflejo perfecto de cómo se sentía por dentro. Todo se acumulaba, todo sobraba, y sin embargo, ella seguía ahí, como una sombra que no sabía desaparecer.
Pasaron horas. El hambre le arañaba el estómago, pero era un dolor que ya no le importaba. Había aprendido a ignorarlo, como ignoraba todo lo que no fuera el eco constante de su pérdida. Se abrazó las piernas, hundiendo la cabeza entre las rodillas, deseando que el tiempo se deshiciera, que todo se detuviera para siempre.
Margaret volvió más tarde, con una expresión más cansada que molesta. Miró el plato intacto, el pan reseco, y suspiró.
━ No puedo obligarte a comer, Marietta, pero si sigues así... ━ su voz se quebró un poco antes de recomponerse. ━ Vas a hacer que me preocupe aún más, niña.
Marietta no respondió. Apenas si levantó la vista. Estaba allí, pero no del todo. Margaret lo sabía, y ese conocimiento la desgarraba. Se acercó con pasos lentos y se sentó al borde de la cama, observando a la chica como si buscara una chispa, cualquier señal de vida en esos ojos vacíos.
━ Comer no te devolverá a nadie. Levantarte no hará que todo sea como antes. Pero quedarse aquí, sin hacer nada... eso solo le da la razón al dolor. Y, maldita sea, Marietta, yo no voy a permitir que eso pase bajo este techo.
La chica apenas parpadeó, pero el peso de las palabras cayó sobre ella como una piedra al fondo de un lago. No tenía fuerzas para discutir, ni siquiera para levantar la mirada. Solo se quedó allí, inmóvil, con las manos apretadas sobre las rodillas.
━ No espero que me contestes, ni que me entiendas. ━ Margaret continuó, cruzando los brazos y manteniendo la mirada fija en la joven. ━ Pero aquí no se muere nadie más, ¿me escuchaste? No mientras yo esté viva.
Su voz tembló en la última palabra, traicionándola.
━ Voy a tomar un baño. ━ contestó por fin.
Hubo un silencio tenso, uno que pareció prolongarse por años. Finalmente, Margaret respondió al levantarse para dirigirse hasta la puerta:
━ Haz lo que necesites, niña. Pero hazlo. ━
El sonido de los pasos alejándose fue lo único que rompió el aire pesado en el cuarto. Marietta se levantó lentamente, como si el simple acto de ponerse de pie requiriera cada pizca de energía que le quedaba. Caminó hacia el baño, con movimientos lentos y pesados, como si un invisible peso la arrastrara hacia el suelo.
El cuarto de baño era pequeño y simple, con una tina que había visto mejores días. Se inclinó sobre el lavabo, dejando correr el agua mientras observaba su reflejo en el espejo. Apenas se reconocía. Su rostro estaba pálido, sus ojos hundidos, rodeados de sombras que no eran solo producto de la falta de sueño.
Miró su barbilla en el reflejo del espejo empañado, notando los pequeños brotes de acné que comenzaban a surgir en su piel. Era un detalle insignificante, pero la visión de esas imperfecciones le resultó extrañamente insoportable. ¿Cómo era posible que su cuerpo siguiera cambiando, creciendo, como si la vida continuara, como si todo estuviera bien?
Pasó un dedo por uno de los brotes, sintiendo el leve dolor que venía con la inflamación. El estrés y la ansiedad la estaban consumiendo poco a poco, reflejándose con totalidad en su cuerpo.
Un nuevo odio había crecido en ella. Odiaba su imagen.
Se deshizo de su ropa como si se despojara de una segunda piel, de algo que ya no le pertenecía. Entró a la tina, dejando que el agua caliente la envolviera, aunque no lograba calmar la tormenta que rugía en su interior.
Marietta se hundió un poco más en la tina, dejando que el agua fría le rodeara el cuerpo. Su mirada se perdió en el techo, en las pequeñas manchas de humedad que parecían extenderse lentamente, como si el lugar también se estuviera desmoronando.
El silencio era su peor enemigo. Cada gota que caía del grifo parecía marcar el paso de algo que no podía detener: el tiempo, la soledad, el vacío. Pensó en lo fácil que sería simplemente... dejar de resistir. No había nadie esperando por ella, nadie que necesitara su presencia, nadie que pudiera devolverle lo que había perdido.
Su mente comenzó a recorrer un camino oscuro, uno que había evitado por días, pero que ahora la abrazaba con fuerza. ¿Qué sentido tenía estar allí? El agua fría se sentía como un peso que la hundía más, como si el mismo mundo estuviera de acuerdo en que no debía seguir. La ausencia de calor en su cuerpo era casi un alivio, un reflejo de lo que sentía dentro.
Imaginó, por un momento, qué dirían si no estuviera. Tal vez nadie lo notaría. Margaret seguiría ayudando con la organización del lugar, Darius volvería a estar ocupado en su oficina, y el mundo seguiría girando, como si su existencia no hubiera dejado más que una sombra.
Marietta cerró los ojos y dejó que el agua cubriera sus oídos. El mundo se volvió aún más silencioso, más distante. Pero ahí, en la quietud del agua, el eco de las voces que había perdido regresó, no como consuelo, sino como un recordatorio punzante de que no estaban allí para detenerla. No estaban allí para nada.
「 ༘⋆₊ ⊹★🔭๋࣭ ⭑⋆。˚ 」
Margaret caminaba con pasos pesados por el pasillo del burdel, su mente llena de pensamientos que no lograban calmarse. Cada paso resonaba en el suelo de madera, marcando el ritmo de una ansiedad que la carcomía por dentro. Sabía que Marietta se encontraba sumida en un pozo oscuro, pero no podía hacer mucho más que intentar que al menos, que saliera de la cama. Sin embargo, el sentimiento de impotencia la ahogaba.
La puerta estaba entreabierta y, al asomarse, vio a Darius sentado en su escritorio, rodeado de papeles y documentos. Estaba sumido en el trabajo, sus manos moviéndose rápidamente entre los papeles como si la ocupación pudiera distraerlo de los pensamientos que lo atormentaban.
Al entrar, Margaret cerró la puerta detrás de sí con un suave crujido. Darius levantó la mirada, parecía exhausto, pero forzaba una sonrisa que no alcanzaba a esconder el agotamiento.
━ ¿Sigues con todo eso? ━ preguntó Margaret, notando cómo el sudor comenzaba a empañar la frente de Darius mientras leía uno de los papeles que no parecía interesarle en lo más mínimo.
Darius soltó un suspiro, y dejó caer la pluma sobre la mesa con suavidad.
━ No puedo dejar de hacerlo. Si me quedo quieto, me encuentro pensando en todo esto... en lo que sucedió... ━ su voz se quebró un poco al decirlo, como si intentara tomar control de un dolor que no podía entender.
Margaret lo observó, viendo cómo la fatiga y la frustración se dibujaban en su rostro. Era evidente que la culpa lo estaba consumiendo, pero no podía salir de ese ciclo de responsabilidad que lo había atrapado.
━ Lo entiendo ━ dijo Margaret, dejándose caer en una silla frente a él. ━ Pero, sabes que no va a mejorar. No hoy, ni mañana, ni probablemente nunca. Lo que ha pasado no se puede arreglar con papeles o contratos. Tienes que dejar de huir de eso.
Darius la miró fijamente, con el ceño fruncido, como si quisiera refutar lo que ella decía, pero no tenía argumentos. La verdad era que no sabía qué hacer, no podía seguir adelante con las mismas rutinas, con el mismo enfoque, cuando todo lo que conocía se había desplomado.
━ No sé cómo hacer esto, Margaret. No sé cómo estar ahí para ella, sin caer yo mismo. ━ susurró, su voz apagada por la incertidumbre.
La mujer suspiró, cruzando los brazos sobre el pecho. Era un hombre de acción, de soluciones rápidas, y esto, todo esto, no tenía solución. No en el sentido que él quería. El sufrimiento no se resolvía con papeles ni con planes, era algo que se debía soportar.
━ Estar ahí para ella, Darius... es lo único que puedes hacer. No tienes que ser su salvador. No lo vas a lograr. Nadie puede salvar a nadie de un dolor así. ━ Margaret lo miró con la misma dureza de siempre, sin suavizar sus palabras. ━ Pero estar con ella, en el silencio, en los momentos que no necesitas decir nada, eso es lo que cuenta. La gente se siente acompañada cuando no está sola en su dolor.
El cerró los ojos por un segundo, asimilando sus palabras. Margaret siempre había sido directa, sin rodeos, pero lo cierto era que sus palabras tenían peso. Tal vez lo que él necesitaba no era arreglarlo todo, sino simplemente estar allí, sin expectativas.
━ ¿Y si no sé cómo hacerlo? ¿Qué pasa si la sigo decepcionando? ━ habló con su voz casi temblando, como si temiera escuchar la respuesta.
━ Nadie espera que lo sepas. Y si la decepcionas, no será el fin. Eso es lo que pasa cuando te dejas arrastrar por la culpa. La gente es imperfecta, Darius, y el dolor es más grande que cualquier palabra. ━ Margaret se levantó de su silla, caminando hacia la puerta. ━ No puedes protegerla de todo. Pero estar presente... eso sí lo puedes hacer.
Asintió lentamente, sabiendo que las palabras de Margaret eran las que necesitaba escuchar, aunque no quería aceptarlo. Su vida había cambiado, el dolor de Marietta lo había cambiado a él también, y ya no podía aferrarse a las mismas soluciones que antes.
━ Gracias, Margaret. ━ murmuró, sin levantar la vista de los papeles en la mesa.
━ No es por mí ━ respondió ella, con una sonrisa cansada. ━ Pero si sigues así, te vas a romper antes que ella.
Margaret se detuvo en la puerta, mirando a Darius
con una expresión seria, casi preocupada.
━ Marietta está en el baño desde hace un rato ━ dijo, observando cómo él seguía inmerso en la pila de papeles. ━ Tal vez sea buen momento para que hables con ella.
Darius levantó la mirada lentamente, sus ojos revelando el conflicto interno que lo atormentaba. Sabía que tenía que hacerlo, pero no estaba seguro de cómo. ¿Qué podría decirle a una chica que había perdido tanto, a alguien que sentía que se le escapaba de las manos?
Se sentía desbordado, pero también sabía que tenía que dar ese paso. No podía esperar más.
━ Vamos entonces ━ dijo finalmente, levantándose de la silla y caminando hacia la puerta.
Ella lo siguió sin decir una palabra más. Juntos se dirigieron al pasillo, hasta el cuarto donde se encontraba Marietta. Cuando llegaron, Margaret se detuvo en la entrada y miró a Darius, dándole una última mirada de apoyo.
━ Voy a tocar. ━ hablo el hombre, ella asintió.
Un toque. Otro toque. De nuevo otro.
Nadie contesto.
Miro la puerta cerrada, el silencio que la rodeaba casi parecía burlarse de él. Golpeó nuevamente, esta vez un poco más fuerte, esperando alguna respuesta. Pero no la hubo. La habitación seguía siendo un muro impenetrable.
━ Niña... ━ dijo, su voz quebrada por la frustración. ━ Marietta, sé que estás ahí. Abre la puerta.
Pero tampoco nadie contesto, la mujer comenzó a sospechar. Paso vario tiempo desde que la joven optó por tomar una ducha. Pasó una mano por su frente, con la preocupación apoderándose de sus pensamientos. Había algo en ese silencio que no le gustaba, algo que no encajaba.
━ Darius... ━ murmuró, su voz, cargada de una inquietud que no se podía disimular. ━ Lleva demasiado rato ahí.
Él la miró, con el rostro marcado por la misma incertidumbre que sentía en ese momento. No necesitaba que le dijeran más, ya lo sabía. Algo no estaba bien.
Margaret no pudo evitarlo e hizo a un lado al hombre.
Abrió la puerta de golpe. Giro a ver a todas partes, pero no había rastro de Marietta, hasta que percibió que algo no estaba bien, giró a ver al baño.
La puerta del baño estaba entreabierta, y el sonido del agua cayendo parecía más fuerte de lo normal, como si estuviera incontrolable. Ambos sintieron que su corazón se aceleraba. Darius se acercó rápidamente, el miedo apoderándose de cada paso. Al llegar a la puerta, la empujó con fuerza, sin pensarlo dos veces.
El agua, que ya había comenzado a desbordarse por el umbral, le salpicaba los zapatos mientras entraba, su mirada buscando en la penumbra. Y ahí estaba, Marietta. Inmóvil en la bañera, con el agua cubriéndole los hombros, su piel pálida contrastando con el líquido turbio. No se movía, no hacía ningún sonido.
Darius avanzó rápidamente, ignorando el agua que empapaba el suelo y subía por sus botas. Se arrodilló junto a la bañera, sus manos temblorosas extendiéndose hacia Marietta. Margaret lo seguía de cerca, su rostro pálido mientras se cubría la boca con una mano.
━ Marietta, niña, mírame ━ dijo Darius firmemente, que apenas ocultaba su miedo.
No hubo respuesta. Sus ojos estaban abiertos, pero vacíos, fijos en un punto inexistente frente a ella. El agua goteaba lentamente de su cabello, que se pegaba a su rostro. Su cuerpo estaba frío, inerte, como si el calor de la vida la hubiera abandonado por completo.
Margaret, con la rapidez de una madre alarmada, corrió a buscar una toalla.
━ Sáquela de ahí. ¡Rápido!
Darius se inclinó hacia la tina, sus manos temblorosas al meterlas bajo los brazos de Marietta. En todo momento, evito mirarla fijamente, pues era un momento muy vulnerable que prefería evitar. Ella no opuso resistencia; su cuerpo parecía el de una muñeca de trapo, vacío, sin peso real, como si ya no le perteneciera a este mundo.
━ Marietta, habla ━ exigió Darius, su voz endurecida por el miedo.
Ella parpadeó lentamente, pero sus ojos seguían vacíos, sin vida. Como si el sonido llegara a oídos sordos, como si su cuerpo estuviera ahí, pero su alma se hubiese quedado atrapada en un lugar que él jamás podría alcanzar.
Margaret regresó corriendo con una toalla.
━ Envuélvela, no la sueltes.
La mujer intentó secarle el rostro con movimientos rápidos y torpes, mientras Darius la sostenía con fuerza contra su pecho. El agua goteaba de su cabello, resbalando por sus manos, pero él no lo sentía. Su mente estaba atrapada en un único pensamiento: la estaba perdiendo.
━ ¿Qué hiciste? ━ Margaret le habló, su voz quebrada. ━ ¿Qué pensabas, niña?
Marietta apenas movió los labios, su voz siendo poco más que un susurro.
━ No pensaba.
El hombre sintió cómo esas palabras lo atravesaban. Las apretó más fuerte contra su pecho, como si con eso pudiera devolverle el calor que parecía haber abandonado su cuerpo.
━ No vuelvas a hacerlo. ¿Me escuchas? No vuelvas a hacer esto. ━ su voz era grave, pero rota, con un filo que él mismo no reconocía.
Ella cerró los ojos, dejando que su cabeza cayera en el hombro de Darius, como si incluso sostenerse fuera demasiado. Margaret se llevó una mano al rostro, intentando ocultar lo húmedos que estaba sus ojos.
━ Dejarla sola fue un error.
Darius no dijo nada. Sólo se quedó allí, el peso de Marietta sobre él, tan ligera y tan pesada a la vez.
━ Si sigues dejando que el dolor te gane, no me quedará nada por salvar ━ murmuró. ━ ¿Quieres eso? ¿Que todos terminemos vacíos, como estás tú ahora?
Pero no hubo respuesta. Sólo un leve temblor en su cuerpo, como si esas palabras hubieran sido demasiado para ella.
La vida no pide permiso para arrancarte lo que amas. No te da advertencias ni señales claras, solo llega y lo hace, dejando un hueco que nadie puede llenar. Te deja ahí, con el peso del vacío y la pregunta que nunca tiene respuesta: ¿Por qué no yo? Pero lo que nadie te dice, lo que nadie se atreve a mencionar, es que ese vacío no desaparece. Aprendes a caminar con él, a respirar mientras te ahoga, a fingir que no está mientras consume cada parte de ti.
Tal vez la crueldad más grande no es la pérdida en sí, sino que sigues vivo después de ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro