confiar en el proceso
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❝ No necesitas más que tu propia luz; el resto es puro adorno ❞.
Marietta se encontraba limpiando la oficina de Darius, como era costumbre cada día sí y cada día no en toda la semana. Un hábito que había tomado por una mezcla de rutina y necesidad, porque ese lugar, aunque no era suyo, era de alguna manera un reflejo de las vidas que orbitaban alrededor del burdel. La habitación siempre estaba desordenada. Una mesa pesada de madera ocupaba el centro, con papeles amontonados al azar, cuentas, listas de suministros, y notas que solo Darius entendía. Había botellas vacías en las esquinas y ceniceros repletos de colillas, testigos del paso de noches largas en ese espacio.
Marietta, moviéndose entre el humo añejo y el aroma a perfume barato que impregnaba las paredes, hacía su tarea sin prisa pero con precisión. En ese caos, había una especie de orden que ella respetaba; sabía bien que mover algo más de la cuenta podía hacer que Darius se quejara después, diciendo que ❝ se lo dejaste más limpio, pero menos útil ❞.
━ ¿Y si no lo logro?
Su voz resonó suave, pero no tanto como para ser tragada por el aire cargado de la oficina. Se detuvo por un momento, con un vaso vacío en la mano, sorprendida de haberse atrevido a darle voz a un pensamiento que había estado evitando. Dejó el vaso sobre la mesa y se quedó mirando su reflejo en un espejo pequeño, decorado con marco dorado, algo desgastado, como si el tiempo le hubiera quitado parte de su brillo.
La pregunta no era nueva. Había estado presente desde el instante en que Darius le había dicho que sería una buena idea intentar ingresar a la Academia de Ciencia de Piltover. Desde entonces, la duda era una sombra constante que la seguía a donde fuera: mientras entrenaba, mientras servía tragos, mientras limpiaba las mesas al amanecer. Pero en ese momento, al escuchar su propia voz romper el silencio de la oficina, la duda se sintió más real, más pesada.
Se inclinó para recoger un cenicero del escritorio. Su movimiento lento, casi medido, reflejaba el peso que llevaba en su interior. ❝ ¿Y si no lo logro? ❞ se preguntó de nuevo, esta vez en silencio. El eco de las palabras permaneció en el aire, mezclándose con los sonidos apagados del burdel en el piso de abajo: risas, música, pasos.
De pronto, aquellos pensamientos que creyó haber dejado en el pasado volvieron, silenciosos y crueles, como un aguijón inesperado. Se aferraron a su mente como si nunca se hubieran ido, envolviéndola en un manto pesado de dudas. Sus manos, que minutos antes se movían con una rutina casi automática, ahora temblaban ligeramente mientras sostenían un trapo. Se quedó quieta, paralizada, mirando el escritorio como si fuese una ventana hacia un abismo que no quería cruzar, pero que la llamaba insistentemente.
Miró sus manos, ásperas por el trabajo constante, marcadas por pequeños cortes y callos. Eran las manos de alguien que había aprendido a sobrevivir, no a soñar. ❝¿Qué hago creyendo que puedo ser alguien más? ¿Qué hago pensando que puedo encajar en un lugar donde no pertenezco?❞ La Academia de Piltover... ese lugar parecía un mundo ajeno, diseñado para mentes brillantes, para jóvenes privilegiados que no conocían el peso de limpiar ceniceros ni de escuchar los sollozos detrás de una puerta cerrada. Y ahí estaba ella, una niña de Zaun que ni siquiera sabía si podía hablar correctamente frente a un grupo de desconocidos sin que la voz se le quebrara.
El espejo en la pared captó su atención de nuevo, y, como si fuera una cruel broma, su reflejo la enfrentó. Vio a una chica que intentaba aparentar una fuerza que no sentía, que llevaba la cabeza en alto porque era lo que se esperaba de ella, pero cuyas grietas eran visibles para quien supiera dónde mirar.
❝¿Esto es todo lo que soy?❞ pensó, mordiéndose el interior de la mejilla para no llorar. La imagen del espejo parecía querer responder, pero ella apartó la mirada, incapaz de soportar lo que podría encontrar en esa versión de sí misma.
Se sentó en una de las sillas, dejando caer el trapo al suelo. La madera crujió bajo su peso, un recordatorio de que incluso el mundo físico parecía estar al borde del colapso junto con ella.
Se llevó las manos al rostro, tratando de calmar el torrente de pensamientos que amenazaba con desbordarla. Respiró profundamente, el aire entrando con dificultad en sus pulmones, como si incluso su cuerpo dudara de su capacidad para seguir adelante. Afuera, las risas del burdel continuaban, indiferentes a su tormenta interna. Eran como un recordatorio cruel de que el mundo seguiría girando, con o sin ella.
Marietta se levantó lentamente de la silla, como si un impulso extraño la hubiera tomado por sorpresa. Sus ojos, todavía pesados por el torbellino de pensamientos, se posaron en el armario que Darius mantenía cerrado con un candado que ya no usaba desde hacía años. La madera vieja del mueble estaba marcada por el tiempo, arañada y descuidada, pero su contenido era lo que siempre había llamado su atención.
No supo por qué, pero aquella tarde sus pies la llevaron hasta allí. Tal vez la curiosidad, tal vez la necesidad de buscar respuestas en lugares insospechados. Marietta estiró la mano y abrió las puertas con un leve chirrido que resonó en la oficina vacía. Allí, entre varias cosas que parecían olvidadas, estaba lo que más destacaba: una escopeta.
El arma, vieja pero claramente funcional, estaba apoyada contra el fondo del mueble. Su cañón era frío, metálico, y tenía grabados desgastados que sugerían un pasado cargado de historias. Darius nunca le había hablado de esa escopeta. A lo sumo, le había mencionado que en Zaun era mejor estar preparado para cualquier cosa, pero jamás había insinuado que la tuviera tan a mano. Ahora, ahí estaba, al alcance de sus dedos.
Marietta observó la escopeta con una intensidad que no había sentido nunca antes. Sus dedos rozaron el cañón frío, temblando ligeramente al imaginar el peso de esa arma en sus manos. El metal parecía reflejar más que su rostro; parecía mostrarle un abismo, un lugar al que no quería caer pero que, por momentos, parecía inevitable.
No era solo el objeto. No era la escopeta en sí. Era lo que representaba: una salida, un fin, un descanso de todo lo que parecía aplastarla día tras día. Su mente, cansada, comenzó a llenarse de preguntas que llevaba mucho tiempo intentando ignorar.
❝¿Qué hago aquí? ¿Qué estoy esperando? ¿Realmente hay algo al final de este camino?❞.
Se dejó caer de rodillas frente al armario, la cabeza inclinada mientras sentía cómo las lágrimas amenazaban con salir. No lloraba, no realmente. Había aprendido a tragarse las lágrimas, a reprimirlas hasta que su pecho dolía, pero ahora... ahora no podía evitarlo. Algo en ella estaba cediendo, desmoronándose, y no sabía cómo detenerlo.
Sus manos, temblorosas, rodearon la madera desgastada del arma. Por un instante, solo un instante, se imaginó levantándola, sosteniéndola firmemente, apuntando hacia... ❝ No. No pienses eso. No lo pienses.❞ Pero el pensamiento ya estaba ahí, como una sombra que no podía apartar.
Quería levantarse. Quería cerrar el armario y alejarse. Quería ser fuerte, como siempre intentaba aparentar, pero ese día no podía. Ese día, el peso era demasiado.
Camino hasta la silla mas cercana y se sentó sobre ella.
Marietta permaneció sentada en la silla, con el arma pesada descansando sobre sus piernas. Sus dedos nerviosos deslizaron el seguro y verificaron el tambor. Las balas estaban allí, reluciendo en la penumbra de la oficina como si fueran pequeñas luces burlonas. La presión de la madera contra su frente era fría, insensible, pero extrañamente reconfortante.
❝ Solo un segundo más ❞, pensó, cerrando los ojos, dejando que el sonido de su respiración pesada llenara el silencio.
El dedo apretó ligeramente el gatillo.
De repente, un destello. Algo rompió la oscuridad en la habitación, un destello de luz que penetró las cortinas polvorientas y se reflejó en el espejo agrietado del escritorio. Marietta abrió los ojos de golpe, su mente desconcertada por la interrupción. Bajó el arma lentamente, el frío del cañón dejando una marca roja en su piel, y se puso de pie, tambaleándose hacia la ventana.
Apartó un poco la cortina, lo suficiente para asomarse sin ser vista. Lo que vio abajo en la calle le cortó la respiración.
Un hombre, envuelto en una capa larga que ocultaba casi todo su cuerpo, caminaba por las sombras como si estuviera buscando algo. La luz provenía de un objeto brillante incrustado en la punta de un bastón que llevaba consigo, un artefacto que parecía pulsar con energía propia, como si tuviera vida. Su rostro estaba completamente cubierto por la sombra de la capa, pero Marietta podía sentir algo inquietante en él, como si supiera que estaba siendo observado.
El hombre se detuvo frente al burdel. Miró hacia arriba, directamente hacia la ventana donde Marietta se escondía. Ella retrocedió, su corazón golpeando contra su pecho.
━ ¿Cómo lo supo?
Su mente ahora llena de preguntas que reemplazaron el vacío anterior. Se agachó detrás de la cortina, esperando que aquel extraño se moviera, que desapareciera, pero cuando volvió a asomarse, seguía allí.
Él levantó el bastón, señalando directamente hacia la ventana. Una vibración atravesó el aire, como un leve zumbido que llegó hasta ella. Era imposible de ignorar, como si le estuviera llamando.
Marietta soltó la escopeta, que cayó con un golpe seco al suelo, y miró sus propias manos, temblorosas. No sabía si era miedo, curiosidad, o ambas cosas lo que la empujaban, pero sintió un impulso irrefrenable de salir y enfrentar aquello, de averiguar quién era ese hombre y qué quería. Durante un instante, una chispa de algo parecido al propósito cruzó por su mente.
Antes de salir de la oficina, echó una última mirada a la escopeta tirada en el suelo. Su peso ahora le parecía casi insignificante en comparación con la intriga que aquel hombre había despertado en ella. Ajustó la cortina una vez más, mirando al desconocido, que seguía allí, esperando.
Marietta bajó las escaleras con pasos apresurados, sintiendo cómo cada crujido bajo sus pies resonaba más fuerte de lo que debería. El aire en el burdel estaba denso, como si la presencia de aquel hombre extraño hubiera alterado la atmósfera. Al llegar a la entrada principal, abrió la puerta con un impulso casi desesperado.
La calle estaba vacía.
La luz de la farola más cercana parpadeaba débilmente, proyectando sombras largas y distorsionadas en los adoquines. Marietta dio un par de pasos hacia el exterior, su mirada recorriendo cada rincón de la calle. Los callejones oscuros parecían vacíos, y no había señales del hombre de la capa ni de su extraño bastón luminoso.
❝ ¿Me lo imaginé? ❞ pensó, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Dio un par de pasos más, acercándose al lugar donde lo había visto por última vez.
Fue entonces cuando una voz suave, como un susurro apenas audible, habló junto a su oído:
❝ Lo más valioso de la vida es aprender a vivir en el momento en que todo parece irse a la deriva.❞
El corazón de Marietta dio un vuelco. Su cuerpo se tensó de inmediato, y se giró bruscamente, buscando el origen de aquella voz. No había nadie.
Respiraba con dificultad mientras miraba a su alrededor, sus ojos escudriñando las sombras que parecían moverse con vida propia. La calle seguía desierta. Sintió que cada músculo de su cuerpo se tensaba, como si algo invisible la estuviera observando desde la oscuridad.
━ ¿Quién está ahí? ━ preguntó con una voz temblorosa, tratando de sonar más firme de lo que realmente se sentía.
No hubo respuesta. Solo el eco de sus palabras rebotando contra las paredes de los edificios cercanos.
El zumbido de un leve viento atravesó la calle, como si la ciudad misma le susurrara secretos que no podía entender.
Marietta se quedó de pie frente al lugar donde había visto al hombre por última vez. La brisa acariciaba su rostro, que apenas y la sentía; estaba demasiado absorta en sus pensamientos. Sus ojos escudriñaban cada rincón oscuro de la calle, buscando alguna señal, un rastro de la figura que había llamado su atención.
La incertidumbre era pesada, pero no lo suficiente como para hacerla volver al interior del burdel. Había algo en el aire que no la dejaba moverse. Sus pies parecían clavados al suelo, como si algo en ese lugar la obligara a quedarse.
A su alrededor, las calles de Zaun se sentían desiertas, con un silencio inusual que hacía eco en su mente. La única compañía que tenía era el distante zumbido de las máquinas que nunca se detenían, el alma incansable de la ciudad.
Marietta apretó los brazos alrededor de su cuerpo, buscando un calor que no era físico. De repente, sus ojos se clavaron en el lugar exacto donde el hombre había estado de pie. El espacio parecía vacío, pero sentía como si algo persistiera allí, una energía invisible que no podía ignorar.
Aquel encuentro fugaz seguía latiendo en su mente, como una melodía que no podía ignorar. Pero no podía quedarse ahí para siempre. Sus piernas, antes rígidas, comenzaron a moverse casi por inercia, llevándola lejos del burdel.
Caminó por las calles de Zaun, entre los callejones estrechos y oscuros que parecían interminables. La humedad en el aire se hacía más densa a medida que se acercaba a las zonas más bajas de la ciudad. No era raro que la gente evitara esas partes; el olor y el peligro eran demasiado para la mayoría. Pero Marietta no se detuvo.
Finalmente, llegó a las aguas fluviales. Aquí, las sustancias químicas teñían el agua con un brillo opaco, reflejando las luces irregulares y parpadeantes de Zaun. El olor metálico y ácido quemaba la garganta y se pegaba a la piel. Las tuberías goteaban constantemente, y el zumbido de máquinas lejanas llenaba el aire, creando una sinfonía discordante.
Marietta avanzó hasta detenerse frente a una pared que parecía insignificante para cualquiera que pasara por ahí. Era vieja, con el concreto desmoronándose en algunos puntos y las marcas del tiempo visibles en su superficie. Pero para ella, ese lugar no era insignificante. Era su lugar, el rincón que había compartido con Viktor cuando ambos eran apenas unos niños atrapados en las circunstancias de Zaun.
El muro estaba cubierto con dibujos desiguales hechos con tizas, carbón y lo que pudieran encontrar en aquellos días. Allí estaban los garabatos de sus sueños infantiles, los bocetos de máquinas imposibles, figuras humanas con rostros exagerados y trazos torpes que imitaban paisajes. En el centro, todavía visible aunque ya desgastado, había un dibujo que había hecho: el barco que dibujó la primera vez que llegaron a trazar algo en esa pared. Le parecía increíble que siguiera aún intacto de cierta forma, los dibujo de palo de ambos, hasta los lunares que dibujo de Viktor seguían allí, ligeramente difuminados, pero permanecían.
Marietta levantó la mano y tocó suavemente el muro, dejando que sus dedos rozaran uno de los dibujos. La tiza que aún quedaba se deshacía ligeramente bajo su toque, dejando un rastro blanco en su piel. Recordó los días en los que ambos pasaban horas aquí, escondidos del resto del mundo, soñando con cosas que parecían inalcanzables. Aquí fue el primer lugar donde compartieron risas, ideas y promesas que, en su momento, parecían eternas.
Se inclinó un poco, observando con más detenimiento. Algunos dibujos ya habían desaparecido, devorados por el tiempo y el descuido. Otros aún resistían, como si se aferraran a la vida tanto como ella se aferraba a esos recuerdos. Allí estaba el boceto de una máquina que Viktor había ideado, acompañado de las notas que ella había añadido al margen. Un poco más abajo, una figura que había intentado ser un sol, pero que terminó pareciendo un extraño engranaje.
Cerró los ojos por un momento, permitiendo que los sonidos de Zaun a su alrededor desaparecieran. Solo quedó el recuerdo de Viktor, de las risas que compartieron y de las esperanzas que habían plasmado en esa pared. Aquellas memorias eran como las líneas de tiza: algunas claras, otras desvanecidas, pero todas imborrables.
Cuando volvió a abrir los ojos, se permitió sonreír ligeramente. Tal vez ese muro era una pequeña prueba de que, a pesar de todo lo que había perdido, todavía quedaban rastros de lo que alguna vez fue importante. Aún existían pedazos de su historia, como este, que resistían al olvido. Y aunque el dolor nunca desaparecía por completo, había algo reconfortante en saber que, al menos en este lugar, el tiempo no había logrado llevárselo todo.
Marietta inhaló profundamente antes de continuar su camino. Dejo el muro detrás, y comenzó a descender por un sendero irregular que serpenteaba entre las sombras de Zaun. Cada paso requería cuidado; las piedras sueltas amenazaban con hacerla resbalar, pero no disminuyó su ritmo. Sabía exactamente a dónde se dirigía.
El aire se volvía más denso a medida que avanzaba, cargado de humedad y el inconfundible olor metálico de las aguas residuales. La luz era escasa, apenas suficiente para guiar sus pasos. El camino la llevó hacia una caverna oculta entre la maraña de estructuras abandonadas y grietas en las paredes de roca. Aquellos que no supieran de su existencia jamás notarían la entrada, disimulada como estaba entre los escombros y las sombras.
Marietta se detuvo al borde de la caverna, mirando hacia su interior. Había pasado años desde la última vez que estuvo allí, pero el lugar seguía igual de imponente. La oscuridad parecía engullirlo todo, excepto por las débiles luces de colores que brillaban intermitentes desde lo más profundo. Era el laboratorio de Singed, un sitio que siempre había considerado inquietante, pero también fascinante.
Con cuidado, comenzó a descender. Sus botas resbalaban ligeramente sobre las piedras húmedas, pero mantuvo el equilibrio. El silencio era casi absoluto, roto solo por el eco de sus pasos y el suave goteo de agua que caía desde alguna grieta en el techo de la caverna.
Cuando llegó al fondo, la entrada del laboratorio apareció frente a ella. La estructura era precaria pero funcional, con la misma gran puerta de madera. De cerca, el zumbido de la maquinaria en el interior era más evidente, un recordatorio de que, a pesar del paso del tiempo, el lugar seguía en funcionamiento.
Marietta empujó la puerta, que se abrió con un chirrido. Al entrar, el olor la golpeó con fuerza: una mezcla de químicos, metal caliente y algo que no podía identificar pero que siempre había estado presente allí. Las luces de colores iluminaban el espacio, proyectando sombras que se movían de forma inquietante sobre las paredes.
━ Sabía que vendrías tarde o temprano. ━ la voz ronca de Singed resonó desde el otro extremo del laboratorio.
Se quedó quieta por un momento, permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la luz. Singed estaba de espaldas a ella, inclinado sobre una mesa de trabajo cubierta de frascos, herramientas y papeles desordenados. A pesar de los años, su silueta seguía siendo inconfundible: delgada, encorvada y rodeada de un aire que combinaba sabiduría y peligro.
━ Han pasado años. ━ la voz de Marietta sonó más firme de lo que esperaba.
Singed giró lentamente, sus ojos brillando a una de las luces verdosas. La miró por un largo momento, evaluándola en silencio.
━ Venía a decirle que... ━ Marietta dudó un instante, mirando hacia el suelo del laboratorio como si en las grietas del piso pudiera encontrar las palabras que buscaba. Su voz, aunque firme, traía consigo una nota de inseguridad. Apretó los puños, tratando de convencerse a sí misma de que lo que estaba por decir era lo correcto.
Singed la observaba en silencio, con una expresión que no delataba emoción alguna. No la interrumpió; sabía que las palabras que estaban por salir eran importantes para ella, y aunque su naturaleza no era la de un hombre paciente, en ese momento supo esperar.
━ Todavía no sé bien qué será de mí o qué quiero ser en el futuro... ━ comenzó Marietta, levantando la mirada hacia él. Sus ojos reflejaban un torbellino de emociones: miedo, esperanza, y esa chispa de determinación que nunca había perdido del todo. ━ Pero creo que al menos sé por dónde empezar.
Singed arqueó una ceja, intrigado. Dio un paso hacia su mesa de trabajo, colocando un frasco lleno de un líquido burbujeante sobre una de las esquinas. La luz verdosa proyectó sombras irregulares en el rostro de Marietta, dándole un aire solemne mientras hablaba.
━ La academia de Piltover... ━ continuó, con algo más de fuerza en su voz. ━ Quiero intentar entrar. Quiero aprender. No solo de ciencia, sino de cómo usarla para algo más grande. Algo que quizás ni yo misma entiendo del todo ahora, pero sé que debo intentarlo.
El laboratorio pareció quedarse en completo silencio, como si incluso las máquinas se hubieran detenido para escucharla. Marietta respiró profundamente, sintiendo cómo el peso de sus propias palabras caía sobre ella. Había dicho lo que durante tanto tiempo había guardado, y aunque el miedo seguía presente, también había una extraña sensación de alivio.
━ ¿Tu propósito? ━ Singed finalmente habló, con una voz que, aunque dura, llevaba un matiz de curiosidad.
━ No sé si llamarlo así todavía... ━ apretó los labios. ━ Pero creo que es una parte de él. Ir a Piltover, aprender, crecer... Tal vez entonces pueda entenderlo.
Singed cruzó los brazos, su mirada fija en ella. No mostró aprobación ni desaprobación, solo una expresión que parecía analizar cada palabra que había dicho.
━ ¿Y qué esperas lograr con eso? ━ preguntó finalmente.
Marietta tragó saliva. La pregunta era sencilla, pero la respuesta no lo era.
━ Tal vez... ayudar. Tal vez... cambiar algo. No lo sé con certeza. Pero lo que sí sé es que aquí no encontraré esas respuestas. Si quiero entender quién soy o qué puedo hacer, necesito ir más allá.
Por un momento, Singed no dijo nada. Su expresión permaneció impasible, pero en sus ojos se podía percibir un destello de algo más. No era fácil impresionar a un hombre como él, pero Marietta, con su sinceridad y su valentía, había conseguido hacerlo.
━ Si crees que ese es el camino, ve. Pero recuerda esto, niña: los propósitos no siempre se encuentran, a veces se construyen. Y, en ese proceso, el precio siempre es alto.
Marietta asintió, sabiendo que sus palabras eran ciertas. Su corazón latía con fuerza, no solo por la satisfacción, sino también por el temor. Sin embargo, sintió que estaba dando un paso en la dirección correcta.
━ La gente que busca oportunidades en Piltover generalmente termina siendo devorada por ellas. Es una ciudad que no tolera la debilidad. ¿Estás lista para eso?
Marietta sostuvo su mirada, recordando todas las veces que había caído, los golpes que había recibido tanto literal como figurativamente, las pérdidas, los cambios.
━ No tengo que estar lista ━ respondió, con una honestidad que parecía desarmar incluso a alguien como Singed. ━ Solo tengo que intentarlo.
Singed volvió a su trabajo, tomando un frasco y agitando su contenido con calma. No dijo nada durante unos segundos, dejando que el eco de sus palabras se asentara en el ambiente. Finalmente, murmuró algo que apenas alcanzó a oír:
━ Quizá tienes más de Zaun en ti de lo que pensaba.
Marietta no preguntó qué quería decir con eso, pero sintió una extraña mezcla de orgullo y desconcierto. Era un comentario que podía tomarse de muchas maneras, y todas parecían ser ciertas al mismo tiempo.
━ Quería también preguntarle si usted podría ayudarme con alguna idea de proyecto para el día de las admisiones, ━ continuó, su voz un poco más suave, pero decidida. ━ Necesito algo que destaque, algo que muestre lo que soy capaz de hacer, algo que me dé la oportunidad de entrar, aunque no sea fácil. ━ Su mirada se endureció por un momento, sabiendo lo que estaba en juego.
━ ¿Qué tipo de proyecto tienes en mente? ━ preguntó, su tono suave pero inquisitivo. Marietta podía sentir la intensidad de su mirada, como si él estuviera leyendo cada pensamiento que cruzaba por su cabeza.
Marietta respiró hondo, mirando hacia el suelo antes de alzar la vista nuevamente.
━ No lo sé. Algo que combine la ciencia con algo práctico, algo que tenga un impacto, no solo en las personas de Piltover, sino también en los de Zaun. ━ La emoción comenzó a filtrarse en su voz mientras hablaba, una mezcla de ansiedad y esperanza. ━ Algo que muestre que no todo en Zaun está perdido. Algo que ayude a ambos lados, aunque sea solo un poco.
━ Podrías pensar en algo que utilice los recursos químicos que tenemos aquí en Zaun, algo que resuelva un problema cotidiano, algo que Piltover no haya considerado aún. ━ Sugirió Singed, su voz ahora un poco más firme, como si estuviera dando una dirección a la que aferrarse.
Marietta frunció el ceño, pero dentro de su mente comenzaban a formarse ideas. Algo que usara lo que Zaun ya tenía, pero que también tuviera un toque de innovación, algo que pudiera cruzar las fronteras entre las dos ciudades. Sin darse cuenta, su mente comenzó a llenarse de posibilidades.
━ Quizás... algo que purifique el agua, ━ murmuró, con una chispa de emoción en su voz. ━ Algo que use los compuestos de Zaun para limpiar el agua contaminada. Si lo hiciera funcionar a pequeña escala, podría expandirse. Podría ayudar a toda la ciudad.
Singed asintió lentamente, como si estuviera evaluando sus palabras.
━ Eso podría funcionar. Pero asegúrate de que sea eficaz y accesible. No se trata solo de tener una idea brillante, sino de llevarla a cabo de forma que impacte, que sea útil. Si logras eso, Piltover no podrá ignorarte. Ven cuando puedas al laboratorio, puedes hacer tu proyecto aquí, hay material que puede servirte.
━ Gracias, doctor. ━ asintió ligeramente.
Justo cuando iba a girarse, el hombre habló.
━ Tendrás que prepararte. No será fácil, y la batalla que enfrentes será tanto interna como externa. Pero si realmente estás dispuesta a tomar el riesgo, entonces hazlo. Encuentra lo que buscas, aunque te cueste todo lo que tienes.
Marietta respiró hondo, la resolución en sus ojos ahora inquebrantable.
━ Lo haré. ━ dijo, casi en un susurro, pero con una firmeza que no había sentido antes.
Sin más palabras, giró sobre sus talones, preparada para lo que fuera que le esperaba fuera de esa caverna. Con cada paso, sentía que se alejaba un poco más del pasado y se acercaba a un futuro incierto, pero que al menos, era suyo.
Volteo hacia su muñeca, que portaba el brazalete de su madre. Marietta, al observar el brazalete de su madre que llevaba en su muñeca, dejó escapar un suspiro, casi como si la pieza de joyería le hablara en silencio, transmitiéndole un mensaje de tiempos pasados. El brazalete, aunque simple en su diseño, estaba cargado de significados para ella. Era lo único que le quedaba de su madre, el recuerdo palpable de una mujer que había hecho sacrificios para ella, un lazo invisible pero indestructible entre su vida y la de su madre.
La mirada de Marietta se suavizó al tocarlo, como si los recuerdos fluyeran hacia ella, sin pedir permiso, haciéndola sentirse vulnerable pero, al mismo tiempo, llena de una profunda fuerza. Su madre siempre había sido su refugio, la que la había guiado cuando todo parecía oscuro, aunque ahora esa figura materna estuviera distante, la esencia de su madre permanecía viva en ese brazalete.
━ Gracias mamá, ━ le hablo al brazalete, como si el objeto fuera un método de mensaje a hacia su madre. ━ prometo que haré lo mejor que pueda, siempre cuando tú me sigas dando fortalezas para esforzarme cada vez más.
Beso el brazalete, y continuó su caminata.
En ese momento, algo en su mente la llevó de nuevo al hombre encapuchado, la figura que había cruzado su camino en el momento más oscuro, el instante en que estuvo a punto de rendirse. No sabía quién era, ni qué lo había impulsado a aparecer justo en ese instante, pero en lo más profundo de su ser, comprendía que sin él, las cosas podrían haber sido diferentes.
El hombre con la capa, ese extraño que había hablado con palabras que resonaban más allá de su entendimiento, había sido la chispa que había encendido algo dentro de ella. No había muchas respuestas sobre él, pero su presencia había tenido un efecto en Marietta que ni ella misma podía explicar. Al principio, la idea de que alguien, incluso un desconocido, pudiera conocer su vulnerabilidad, le resultaba aterradora. Pero ahora, con un poco más de claridad, comprendió que, de alguna manera, aquel encuentro había sido necesario.
Si no fuera por él, no habría llegado a este punto. No habría estado aquí, de pie, con una nueva perspectiva sobre lo que tenía que hacer. Si no fuera por aquel extraño, quizás nunca habría encontrado la fuerza para mirar hacia el futuro, para comenzar a reestructurar su vida de la manera que lo estaba haciendo. De alguna forma, él había jugado un papel clave, un papel que ni siquiera él sabía que estaba desempeñando.
Marietta suspiró y dio un paso hacia adelante. Tal vez nunca sabría quién era ese hombre, o qué lo había motivado a detenerse en su camino. Pero lo que sí sabía era que, en su silencio, en su enigma, le había dado algo que no podía comprar ni encontrar en ninguna otra parte: fortaleza. Y eso, por ahora, era suficiente.
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