Gulf sintió que todo su cuerpo comenzaba a temblar; su corazón se aceleró en su pecho y la vista se le nubló. Sabía perfectamente lo que eso significaba. Había sufrido infinidad de ataques de pánico como para saber cómo empezaban.
En teoría, por lo que había leído e investigado, sabía lo que tenía que hacer pero aquella situación lo sobrepasaba. Sintió que, hiciera lo que hiciera, no serviría.
Dos de las cosas a las que más le temía se habían juntado como una maldita broma del Destino: Gulf le tenía pánico a Mew y también a los lugares cerrados.
Su mente impiadosa lo arrastró al recuerdo de cuando apenas era un niño y su padrastro lo encerró, por primera vez, en el sótano de la vieja casa, todo un día y toda una noche, sin agua, sin comida, con ratas, y sumido en una inquietante oscuridad.
"Igual que ahora...", pensó temblando.
Corrió hacia la puerta y comenzó a darle golpes, intentando abrirla, con desesperación, con llanto, pero no lo logró.
Gritando fuerte, comenzó a arañar con sus cortas uñas el metal, y no paró hasta que sintió dos manos fuertes que lo sujetaban por los hombros, y lo arrastraron hasta un oscuro rincón.
Gulf temió lo peor. Seguramente, aquel loco homofóbico lo golpearía hasta que perdiera el conocimiento.
"Tal vez fuera mejor que quedara inconsciente", pensó.
Las manos fuertes lo hicieron girar. Gulf esperó temblando el primer golpe. Pero lo que llegó fue una voz muy dulce que le aseguraba que todo iba a estar muy bien.
Gulf creyó que ya estaba inconsciente el piso, soñando. Porque no podía ser cierto que fuera Mew quien lo estuviera consolando. Levantó la mirada y se encontró con unos ojos brillantes.
– Tranquilo, Gulf. Estoy aquí, contigo. Sólo debes respirar.
Muchas veces antes le habían dicho que lo que tenía que hacer ante esos ataques era concentrarse en su respiración. Pero nunca le había funcionado...hasta ese momento.
Bastaron sólo tres inspiraciones profundas para que el corazón de Gulf se tranquilizara. Inconscientemente, se frotó las manos buscando entrar en calor. Y entonces, sintió las manos de Mew envolviendo las suyas, con calidez y dulzura.
– Definitivamente... – balbuceó Gulf– estoy inconsciente, en coma irreversible...
– No, no lo estás... Estás despierto y estoy aquí contigo...
Y entonces sucedió lo imposible: Mew le regaló la primera sonrisa dulce que Gulf recibiera en toda su corta y lastimada vida.
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