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Capítulo 7: Las brumas de anoche

Tras haber dormido con gran placer, Luna despertó muy satisfecha de su sueño. No sabía por qué, pero esa noche había despertado con una felicidad natural. Se sentía mucho más libre al pensar que ya no era engañada por la máscara de Tony y que, a pesar de haberla visto llorar, su Maestro no actuó con un impulso violento contra su hermano. Solo un suceso la tenía ligeramente pensativa... ¿Qué le sucedía a Joshua? El aspecto que poseía al pasar al lado de Luna la noche anterior era nefasto en comparación a la primera impresión que dio en el baile por el despertar de la niña.

Un susurro cortante llegó a los oídos de ella, era la voz de su maestro. Este la llamaba sintiendo la chica el vibrar de su propia mente.

-Luna, ven al salón, debo hablar contigo.- le ordenó su Maestro.

La niña se dirigió directamente al salón al que la había citado su Maestro y, al atravesar las puertas, lo vio. Allí estaba Albert sentado en algo parecido a un trono situado en una esquina de la estancia. Vestía con sus ropajes oscuros habituales y encima de estos una capa de piel color blanco adornada con puntos negros simulando a los reyes de una baraja. La camisa del vampiro estaba abierta dejando a la vista su pecho y destellando sobre su piel de porcelana, un collar plateado con una perla en forma de gota de sangre.
Su hambre había sido saciada recientemente, pues sus ojos brillaban en un natural y hermoso color azul cielo. Era una imagen que combinaba lo extraordinario con lo inquietante, por su expresión se podía saber que la niña se encontraba inquieta y nerviosa ante la imponente y maravillosa presencia de su Maestro.

-Acércate, Luna.- ordenó Albert con su grave voz.

La chica obedeció y caminó a pasos lentos y temerosos. Sentía que había cometido alguna falta y estaba a puntos de recibir una reprimenda de los labios de Albert. Ya frente al vampiro, ella se mantuvo cabizbaja a la espera de que este comenzara a hablar.

-Mírame, Luna.- dijo él a lo que ella sin rechistar ni hacerlo esperar obedeció.

-Dígame, Maestro, ¿necesita algo de mí?- dijo con voz aterciopelada.

-Quiero saber algo de ti.

-Lo que sea.- respondió esta vez con algo más de seguridad.

-¿Me tienes miedo?- fue la pregunta que Albert le hizo a la dulce niña frente a él.

-¿Eh?- quedó petrificada ante la inesperada pregunta.

Luna no quería aceptarlo y mucho menos admitirlo delante de él, pero sí que temía la presencia de Albert en su "vida". Era un miedo de muerte, el que se siente cuando sabes que lo que pasara en ese momento puede ser lo último que verán tus ojos.

-¿Por qué Luna? Eres inmortal ahora, yo te creé así, ¿Por qué iba a querer deshacerme de ti ahora?

-Maestro, yo no soy una vampira por naturaleza como usted, como Tony o como los demás de esta familia. Todos estos años viví como humana y aunque no estuviese todo el tiempo en peligro, aprendí a temerle a la muerte.

-¿Por qué le temes a la muerte? Tú la das, pero ella no te corresponde.

-Por lo que dejo si muero...- Luna volvió a bajar la cabeza fijando su vista en el frío suelo.- No me quejo de mi vida, a pesar de que no fue la mejor, pero tras hacerme revivir como vampira, morí como humana. Dejé a mis amigos, mis sueños para el futuro, dejé a los que me querían atrás por mi partida. Eso duele, Maestro, duele cuando sabes que jamás podrás recuperarlo.

Al levantar la mirada, Luna se percató de un perplejo Albert que la observaba de forma fija. Su expresión había cambiado radicalmente, ahora mostraba un claro interés por el tema de conversación y el rumbo que la jovencita le había dado.

-Eso... ¿Es un sentimiento humano?

-No, Maestro, no es humano. Todos lo tienen, incluso los vampiros pued... podemos tenerlo.

Albert colocó sus manos sobre su cabeza, una fuerte jaqueca lo estaba atacando en esos momentos. En su mente, recordaba algunas imágenes que incluso el tiempo había olvidado, una chica de pelo negro y largo con los ojos color rojo y una aterradora mirada. La imagen era borrosa y los recuerdos más turbios que el agua en terreno pantanoso. El último recuerdo de ella era verla cubierta de sangre en el suelo con una mirada llena de tristeza, su voz melodiosa hablándole antes de morir con una sonrisa entre lágrimas.

-No quiero morir, no quiero que te pongas triste si me voy...

Albert colapsó, sudaba frío... más de lo que él ya era de forma normal. Casi se hiere a sí mismo apretando los dedos contra la su cuero cabelludo.

-Maestro, Maestro, ¿se encuentra bien?- gritaba Luna asustada por esa reacción.

El vampiro despejó la mente al escuchar la voz de la niña. Su jaqueca desapareció y miró a la vampiresa de una forma amenazante, haciendo que ella se asestara retrocediendo.

-Luna, por ahora no te haré más preguntas, pero te ordeno que lo que acaba de acontecer aquí no lo hables con nadie más.

-Sí, claro pero, ¿está usted bien, Maestro?

-Sí, no tienes nada por lo que preocuparte.- dijo el vampiro siendo el que ahora el que evitaba cruzar miradas con Luna.- Puedes retirarte, ve a desayunar.

Luna asintió y caminó hacia la salida. Ya en las puertas su amo le habló nuevamente.

-Luna, no te vuelvas a acercar a Antonio.

-¿Maestro?

-No le he hecho nada, pero me contó lo sucedido. Me gustaría que intercambiaras con Alicia sobre lo que aconteció, pero ella fue la culpable desde un principio.

-Yo no veo culpable de nada, Maestro, fue solo un intento muy generoso de hacerme sentir bien aquí, solo que fallido.

-Aún así, habla con ella si tienes la ocasión.

-Así lo haré. Que tenga una buena noche, Maestro.

Luego de la conversación, Luna se dirigió a desayunar. Ya estaba más o menos adaptada a la rutina para ello, por lo que no le resultó tan desagradable como las veces anteriores. Regresó a la mansión mientras limpiaba sus labios con la ayuda de un pañuelo previamente tomado para el desayuno. Al entrar en el pasillo del recinto se percató de un libro tirado en la cercanía de la puerta de la estancia de Joshua.

Dispuesta a devolverlo, lo recogió, limpió la tapa del mismo con cuidado y dio varios toques en la puerta de la habitación, aunque no obtuvo respuesta ninguna. Tocó nuevamente y notó que estaba abierta. Se asomó con cautela y llamó con una tierna y suave voz.

-¿Joshua? ¿Se encuentra aquí?

Revisando detenidamente por si el vampiro que respondía a dicho nombre estaba dentro, lo encontró, tirado en el suelo como desmayado y como única compañía los libros desperdigados por el suelo.

Lo sacudió varias veces y lo llamó por su nombre, aún así, aquel vampiro no daba ninguna señal de estar consciente. Disponiéndose a acostarlo en la casa, pues este miembro de la familia si conservaba dicho mueble, ella lo levantó y lo cargó en sus brazos.
Sorprendida de la fuerza que poseía, trató de aprovecharla acomodando al muchacho lo más suavemente posible sobre su lecho. Se quedó sentada junto a él mientras miraba con más detalle la habitación.

Estaba llena de libros y papeles viejos por la mayor cantidad de superficie posible, incluso por la cama y el suelo. Un montón de velas en candelabros y pequeños platos estaban desperdigadas por la estancia, encendidas dándole al menos algo de luz. Acariciado por las cortinas, que eran quizás demasiado largas, el suelo se encontraba no solo lleno de libros sino también de cojines formando un rincón de descanso para el furtivo lector. Luna estaba sentada contra la pared del fondo de la estancia cuando...

-¿Quién está ahí?- preguntó la voz adormilada de Joshua que acababa de despertarse.

-Soy yo, Luna, ¿te siente bien?

-¿Luna? Ah, sí, la nueva de mi hermano, ¿Qué haces aquí?

-Vi un libro en el suelo del pasillo y pensé en devolvértelo. Al entrar te encontré en el suelo y me preocupé.

-¿Preocuparse? ¿Eso es parte del amor?

-Em... es posible.

El muchacho dejó atrás su cansancio y debilidad por un momento y se abalanzó sobre Luna. La sostuvo por los hombros y su mirada cobró una pequeña chispa de alegría sincera.

-¿Tú fuiste humana, no? Debes saber entonces cuándo se siente el amor.

-Joshua, me estás asustando, no te entiendo.

-Llevo siglos leyendo libros que hablan sobre el amor. Todos lo ponen y demuestran de una forma distinta. Quiero entenderlo, quiero sentirlo, quiero saber lo que es el amor.

-Joshua, cálmate. Estás muy débil, deberías beber un poco antes de que nos pongamos a conversar. Espera aquí, llamaré a Robert para que te traiga algo.- Dijo la chica casi sin tiempo de levantarse.

La puerta se abrió lentamente y tras esta apareció la figura del mayordomo. Se puso la mano izquierda en el pecho, justo encima del corazón e hizo una leve pero elegante reverencia.

-Dígame, señorita, ¿le traigo uno a usted también?

-Em... no gracias, Robert, solo uno para Joshua.

-Con permiso.- el humano se retiró por el momento.

Luna volvió su vista al moribundo muchacho. A este le costaba mantener sus ojos completamente abiertos y la palidez de su piel era incluso mayor de lo normal en un vampiro, se asemejaba a la blancura de su pelo o como a una estepa recién nevada.

-¿Por qué estás tan interesado en saber y sentir lo que es el amor?- preguntó Luna con una suavidad en la voz tan profunda que mantuvo al sobresaltado vampiro en completa calma.

-Desde el comienzo de la historia, ya sea vampírica o humana, ha existido ese término. Es un sentimiento misterioso para nosotros, pues si el corazón es el que ama, bueno... ya sabes.

-Joshua, los libros dicen lo que sucede cuando sentimos amor. Nos sudan las manos, se nos revuelve el estómago, nos late muy rápido el corazón, nos emocionamos al tener a nuestro lado a quien amamos. Pero sentirlo de verdad es mucho más de lo que dicen los libros.

-¿Qué tanto? ¿Cómo sé que siento amor?

-Cuando recuerdas a la persona a la que amas y suspiras a la vez de añoranza y de felicidad. Al preocuparte porque no le falte de nada y siempre sea feliz. El amor verdadero puede llegar incluso a que des tu vida por la persona amada.

-Es como una lista de tareas, es muy complicado.

-No, Joshua, no es complicado. No es algo que hagas por cumplir, sino algo que nazca de tu ser, de ti mismo, de tu corazón.

-Los vampiros no tenemos corazón.- se decepcionó Joshua.

-Eso no lo sabes, puede ser que tú sí que lo tengas.

Quedándose pensativo por un momento, Joshua reflexionó acerca de la conversación que acababa de tener. Dos toques en la puerta seguidos de la presencia de Robert se hicieron conocer. Este traía un tentempié para el muchacho.

-Te dejo solo para que te alimentes y descanses.- Dijo Luna poniéndose en pie.

-Espera, Luna.- Dijo el vampiro tomándola de la muñeca.- ¿Cómo puedes tú saber tanto sobre el amor si solo eres una niña?

-Aunque nadie lo crea, hasta los niños se enamoran. Además, el amor no se limita a las personas.- le respondió ella saliendo de la habitación.

Al llegar al pasadizo, se percató de que Tony se alejaba de allí disimulando que había escuchado la conversación acontecida hacía unos momentos dentro de la habitación de Joshua. Luna no le dio demasiada importancia y solo se dirigió a su habitación y, al entrar, notó una presencia tras su persona. Al girarse solo vio a Margaret muy preocupada.

-Luna, ¿qué le ocurrió a Albert?

-¿Qué? ¿Por qué? - preguntó la niña sin saber lo que había sucedido.

-No está, no lo encuentro por ninguna parte.

-¿Estás segura?

-Sí, revisé toda la mansión, el jardín, el bosque... ¡NADA!

-Espera, Robert puede saber dónde está.

-Ya le pregunté y dice que no sabía siquiera que se había ido.

-Margaret, ¿él había hecho esto antes?

-La última vez fue hace 15 años, cuando Robert vino a vivir aquí. Esa vez estuvo fuera un mes y regresó lleno de cicatrices. Nadie sabe donde estuve y solo espero que no haya vuelto allí.

-Siento no poder ayudarte, ahora yo también me encuentro preocupada pero no hay nada que podamos hacer. No podemos salir a buscarlo si no sabemos dónde puede estar.- dijo Luna intentando pensar en algo.

-Creo que me quedaré en el techo un rato, por si aparece.

-De acuerdo, y no te preocupes, solo confía en él.

Margaret se apresuró a ir al tejado mientras Luna pensaba un lugar en el que pudiese estar su amo. Se decepcionó al darse cuenta de que no conocía lo suficiente a su Maestro como para poder saber algo tan personal sobre él.

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