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Capítulo 07

"Es sencillo hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil hacer que sean sencillas."

Friedrich Nietzsche



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—¡Maldita sea! —grita por el irritación; provoca que el cuerpo ajeno salte del susto. —Encuéntrala, no me importa lo que tengas que hacer. —su rostro se desfigura de la ira que lo aborda. —Deah, es mía, ¡solamente mía!

Fátima engulle su saliva un tanto nerviosa por el arrebato de su hermano, manteniendo sus labios sellados temiendo por sí misma. Había pasado más de una semana desde que las mujeres que mantuvieron cautivas huyeron pero en esa casa ahora reina cierto caos por parte del líder. Desesperado por tener algo que aparentemente cree suyo, había matado a más de veinte lobos por sus búsquedas fallidas. Cada que alguien parte y regresa con las manos vacías, firma su sentencia a muerte.

El mayor se levanta de su asiento para dirigirse a la salida de su despacho, sus pasos son fuertes y retumban en el lugar dejando claro su posición, por lo que las criaturas que esperan órdenes se hacen a un lado para que pase sin interrupción. Una vez en el pasillo extiende la mano recibiendo un cigarrillo de parte de su mucama; ansioso por la situación, su escapatoria consiste en fumar.

—Busca en donde menos crees encontrarla —ordena nuevamente a su hermana quien lo sigue en silencio. —Es una loba débil y sin habilidades, no tiene a dónde ir y mucho menos a quién acudir, está sola. —ladra convencido de sus palabras, calando de su cigarro y expulsando el aire de sus pulmones. —Solo me tiene a mí.


—Te haz acoplado más rápido de lo que pensé. —la voz del tercero ocasiona que la pelirroja levante la mirada. —Y noto que te han estado aconsejando bien.

Sus últimas palabras son dirigidas a su vestimenta, la cual consiste en un vestido largo hasta los tobillos de un color azul oscuro junto a un escote poco pronunciado y mangas largas. Sus zapatos; ya conoce su singular nombre, tienen una ligera cantidad de tacón, dado a que apenas da inicio a la costumbre de usar dicho accesorio.

—Gracias —sonríe levemente con un tono seguro. —Me gusta lo que estoy aprendiendo.

Como anteriormente le habían mostrado, levanta una de sus piernas con sutileza y procede a caminar con cierta elegancia por la estancia, tambaleándose en tanto realiza esa acción. Se encuentra junto a Abrahel, un omega que sirve concretamente al Alfa; quiere decir que en su rango, es el único que posee el privilegio de acercarse a Exael, los demás sirven para otras necesidades que no requieran sobre esfuerzos por su débil cuerpo, esto se lo a explicado el castaño, más es quien se encarga de sus clases de historia y ciencia.

—Me alegra escuchar eso mi Luna. —le muestra una sonrisa en donde se puede apreciar sus dientes. —Le dejé a Rebecca las tareas que debes realizar, por hoy terminamos.

La pelirroja asiente, observando al castaño alejarse en dirección a las casas de madera, seguramente a realizar sus tareas diarias. Agita suavemente y con algo de timidez, su mano en forma de despedida y en cuanto ya no puede visualizar el cuerpo del ajeno, gira sobre sus talones caminando en dirección a la sala de estar con la intención de verificar la hora en un reloj antiguo que aún guardan como decoración.

Aprendió que la manecilla más pequeña marca la hora y hasta que esta no llegue al siguiente número, sigue estando en el número anterior. La manecilla más larga, marca los minutos pero como son líneas diminutas no conoce como descifrar esa área y la manecilla más fina, marca los segundo, por lo tanto le ocurre lo mismo que con la que marca los minutos.

Apenas es la una de la tarde, y con esa información cuenta con los dedos las horas que le faltan para que el reloj marque las tres en tanto camina a las escaleras. Le gusta hacer algo tan sencillo como organizar y aprender sus horarios de estudio, aunque Rebecca le ayuda con la mayoría de sus cosas, se siente útil si tan solo se prepara para tomar la siguiente clase.

Conociendo que dispone de una hora, procede a caminar a su habitación, allí la pequeña Mia debe de estar esperando ya que todos los días se limitó a terminar sus estudios y encerrarse con ella en su recámara para realizar sus tareas pendientes o simplemente hablar.

Por el camino se percata que una puerta doble de madera se encuentra entreabierta y de allí se percibe como las voces se escabullen por la abertura.

La pelirroja no tiene intenciones de escabullirse y escuchar una conversación que le mostraron que es ajena pero en cuanto pasa frente a la madera, su nombre retumba hasta sus oídos, lo que causa que detenga sus pasos.

—Deah es muy capaz. —ataca el pelinegro manteniendo la calma.

La reunión que allí se inició hace ya unos minutos cambió de dirección a una conversación que ya comienza a molestarle. Los ancianos de la manada abordaron el tema sin siquiera avisar o consultar si es o no propio hablarlo a solo una semana y tres días de que la mujer se allá instalado en el lugar, todo lo que hicieron fue mencionarla y los cuchicheos no tardaron en ocupar el silencio de la habitación.

—Creemos que no podrá con el cargo de Luna... mi excelencia. —ataca el anciano Kyle con un tono de voz cuestionable, siendo apoyado por su hermano Mykel.

—Además, no conocemos nada de su pasado, no existe en ningún lugar. —continúa la anciana Hera.

La anciana Dione, permanece en silencio mientras que sus otros dos compañeros; el anciano Aziel y Enzo, apoyan y discuten con los demás sobre lo que Exael debe hacer con Deah.

Dione no está de acuerdo con lo que en esa sala se quiere dar a entender sobre la mujer que es, por derecho, la pareja destinada al pelinegro. Ella más que ningún otro a observado lo mucho que espero por su amada, solo para que ahora unos ancianos busquen el bienestar de la manada y no su felicidad. Exael se entregó desde sus dieciséis años a ese cargo, siendo el más joven lobo que desistió a ser libre.

—Su eminencia —llama con respeto, obteniendo la atención de todos los presentes. —Considero que es apropiado para usted que la señorita Deah permanezca a su lado. —al terminar, se coloca de pie dirigiéndose a sus compañeros. —Es la Luna de esta manada, entiendo nuestras preocupaciones pero le a otorgado las herramientas que necesita para cuidar de todos y como su pareja, merece nuestro respeto. —la anciana Dione se dirige ahora a Exael. —Tengo una petición...

Mientras se daba dicha reunión, una pelirroja que no pudo evitar no escuchar, coloca su espalda contra la pared mientras siente que su corazón va a salir corriendo de su pecho y su respiración se acelera en tanto pasan los segundos. Su cuerpo se enfría pero inexplicablemente comienza a sudar y el almuerzo que había degustado hace más de una hora, sube por su esófago queriendo salir.

Los ojos café de aquel hombre se abren paso en su cabeza, su voz retumba con eco y su fuerte presencia provoca un terror cuyo no puede controlar.

—¿Luna? —Rebecca quien pasa por el lugar se percata del estado de la pelirroja.

No tarda mucho en llegar por completo hasta ella, percatándose también de la puerta entreabierta a su lado. Opta por mantener el silencio tomando una de las manos de la mujer para acompañarla hasta su habitación.

—¿Puedes dejarnos a solas, Mia? —pregunta cautelosa la mujer una vez en la estancia. —Ve a la cocina a pedir té de manzanilla, ¿te parece bien?

La niña rápidamente asiente y desaparece de la habitación; deja su brazo en cuanto Deah toma asiento en el borde de la cama. Sin cuestionar nada comienza el aseo, distrayéndose del manojo de nervios que repentinamente obtuvo su Luna, sin comprender su origen.

—¿Porque no me lo dijo? —la pregunta de la pelirroja llega a sus oídos, con un tono de voz irreconocible.

Le está dando la espalda limpiando el tocador por lo que se da la vuelta para observar mejor a la mujer. Lo que halla es el sombrío rostro de Deah, siendo cubierto por algunos cabellos dado a que esta dejó caer su cabeza.

Su cuerpo ya no se ve tembloroso y se nota en un estado pacifista.

—¿Qué quiere decir, mi Luna? —habla confundida, pues realmente es ajena a lo que sucede.

—¿!Porque no me lo dijo?!

Levanta la cabeza en tanto golpea la cama. En su grito una energía desconocida sacude la habitación, el sonido de las cristaleras se abren paso provocando eco, y los estantes junto a la madera crujen paralizando a la mucama. No a sentido nada igual en muchos años, por lo que también se anonada al no comprende cuál es su origen. El arrebato dura apenas unos segundos, puesto a que la pelirroja cae desmayada al suelo, desapareciendo el aura junto con ella y aún con el susto, Rebecca logra mover su cuerpo a socorrer a su Luna.

—¿Qué diablos sucede? —Exael entra en la estancia acompañado de la pequeña Mia quien trae a una mucama con una taza de té.

En cuanto notan la situación, Exael se precipita al cuerpo, pálido, de Deah.

—Yo... —intenta explicar lo que siente pero las palabras se atoran en su garganta.

La furia que se asoma en la mirada del pelinegro provoca escalofríos en el cuerpo de Rebecca no obstante Exael se limita a mantener el silencio. Coloca sus manos en las mejillas de la pelirroja cerciorándose del cómo se encuentra su estado, notando l- sudoración. Analiza su rostro y parte de su cuello, preocupado de algún golpe que pudo proporcionarse con la caída.

—Llama al médico. —ordena, tomando con cuidado el cuerpo de Deah.

Procede a dejarla reposando sobre la cama en tanto espera a que Rebecca la cual sale de la habitación, se comunique con el médico. Acomoda partes de su rebelde cabello en su lugar, pendiente de cualquier movimiento que haga. Mia se sube a la cama y recuesta su cabeza en una de las almohadas mirando fijamente en la dirección de la ajena, observando al mayor ser cuidadoso con el rostro de Deah.

—Tu madre estará bien. —asegura Exael en tanto aleja sus manos y rebusca en los cajones de la mesita de noche cuyos están junto a él.

—Loco, ella no es mi mamá. —las palabras de la niña detienen los movimientos del mayor. —Mi mamá me vendió a ese señor y ella me cuidó desde ese día.

El silencio inunda la habitación una vez que Mia termina de hablar; analiza sus palabras llegando a la conclusión de que debe encontrarse muy preocupada para dirigirse a él tan abiertamente y comentarle dicha experiencia, algo que extrañamente lo hace sentir aliviado y unos segundos después, voltea su mirada a la menor, suavizando la misma.

—Entonces es tu madre. —aclara, llamando su atención. —Mia, Deah no necesita ser sangre de tu sangre para que sea tu madre. —lo que toma del cajón, que resulta ser una toalla pequeña, lo pasa suavemente por el rostro sudoroso de la pelirroja. —Solo tiene que quererte tal y como eres, y cuidarte es sinónimo de amar.

La niña asiente aligerando las facciones de su rostro. —Iré por mi oso. —informa a lo que mueve su cuerpo, recibiendo un asentimiento como respuesta.

Intuye que de algún modo, ese escape repentino es una respuesta al trauma que vivió, entiende que es una niña por lo que no piensa forzarla a comprender sus palabras.

Por otro lado, en ningún momento deja de observar el rostro peculiar de Deah, hipnotizado por su belleza. Realmente es la mujer más hermosa que haya visto en su vida y la que verá por el resto de ella, así lo espera.

El ambiente tranquilo no dura mucho tiempo, una desagradable rubia que mueve sus caderas exageradamente irrumpe en la estancia siendo acompañada de Ava y Lionel. Al parecer su estado divaga hacía la furiosa; sus ojos buscan el cuerpo fornido del mayor en tanto cruza sus brazos bajo sus pechos redondos.

—¿Qué haces aquí? —ataca mostrando los colmillos.

La castaña intercede. —No debe...

—Cállate Ava. —interrumpe la rubia. —Exael, me debes una explicación, ¿cómo es eso de que ella es tu Luna? —señala a la pelirroja con indignación. —No sabe nada, no conoce na...

Sus palabras quedan en el aire ya que el pelinegro se levanta de su asiento, lo que ocasiona que trague saliva en seco.

—Te veré en mi despacho en cuanto termine aquí. —informa dándose la vuelta para verla al rostro. —Lionel irá por ti.

Su tono pacífico sorprende a los dos presentes cuyos se dedican una mirada de confusión, pues Exael esta siendo amable con Vétala luego de retarlo pero se sorprenden un poco más cuando notan a la pequeña Mia entrar a la estancia trayendo su osito en mano.

—El es Teddy. —le indica a Exael mientras se lo muestra. —Es mi amigo.

La sonrisa que le dedica al de cabellos negros extraña a Vétala, sin comprender que sucede entre esos tres. Este, se coloca en cuclillas dejando asomar una sonrisa genuina como la de ella.

—Es un gusto, Teddy.


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