24: Tocando el alma
Con la llegada de la noche y después de haber compartido un excelente día, nuestros seis muchachos deciden que es momento de marcharse a casa; porque al siguiente les esperan actividades que solo de pensarlas, resultan realmente cansadas y quieren aprovechar para descansar lo necesario.
—¿Podrías quedarte un momento?, me gustaría conversar contigo —Paulino toma la mano de Alberto deteniendo sus movimientos, pues los demás están a bordo del taxi que los llevará a sus destinos finales.
Nuestro muchacho se sorprende por la repentina reacción de su chico, pero asiente accediendo y despidiéndose de los demás que sonríen cómplices.
—No vayan a hacer cositas malas — comenta Diego en una traviesa sonrisa.
—¡Por favor Paulino!, no entretengas mucho a nuestro amigo y tampoco lo canses demasiado —Dustin asoma la cabeza por la ventana—. Si no mañana ni podrá moverse con facilidad —expresa para provocar fuertes carcajadas dentro del carro, pidiéndole al conductor arrancar antes que el rubio explote contra ellos.
Con los regaños atorados en su garganta, suelta el aire que inconscientemente estaba reteniendo, para observar como el automóvil desaparece entre las oscuras calles de la ciudad, mientras voltea para encontrarse con la avergonzada mirada de su acompañante.
—¿Qué sucede? —pregunta con evidente curiosidad.
—Me preguntaba... —pero el trigueño se muestra demasiado nervioso—. Sucede que mis padres están fuera con mis hermanas hasta mañana al mediodía. Y me preguntaba... ¿si querías quedarte en casa para dormir juntos? —suelta la pregunta tan rápido que se traba en algunas palabras.
Procesando rápido ese mensaje, siente como todo el calor se acumula en sus mejillas, porque entiende que esa invitación indica algo más. Además, los indiscutibles nervios de Paulino lo ponen en evidencia.
—Claro que..., si estás cansado o no deseas, puedo llamar un taxi para llevarte a casa. Podríamos quedar en otro momento porque entiendo... —escucha como se disculpa y busca una excusa, entendiendo que con su comportamiento ha provocado que su novio malinterprete la situación para creer puede estar obligándolo.
«Recuerda que puedes querer mucho a una persona, pero si no le demuestras tus sentimientos con palabras o acciones, nunca te entenderá», esa reflexión que en su momento Dustin le había regalado como regaño, le hacen comprender que dudar no es una opción. Es cierto que aún mantiene cierto miedo, está inseguro del futuro que puede cambiar muchas situaciones o distanciar relaciones; pero gracias a la intervención de sus amigos, puede afirmar que se encuentra más determinado para vivir sin arrepentimientos.
«Quiero que Paulino se quede siempre conmigo, que construyamos juntos nuestro mañana; sin embargo, aceptaré con valentía lo que venga, porque estos momentos ahora son demasiado valiosos para mí», sabe a quién quiere y qué desea su cuerpo entregarle.
—¡Tranquilo!, no me siento cansado —responde anidando el rostro ajeno entre sus manos—. No te sientas mal en pedirme algo, quizá no sea demasiado directo; pero puedo asegurarte que también lo deseo —sorprendiéndolo al unir sus labios en un casto beso.
—¿Eso quiere decir? —pregunta tomándolo de la cintura.
—¡Sí, vamos!, porque recuerda que debo dormir temprano, si quiero rendir bien en los ensayos para no ser regañado por Felipe —agrega en una coqueta sonrisa, para enrumbarse hacia la casa del moreno, tomados de la mano y disfrutando de la compañía del otro.
Aprovechando la calma que les brinda la noche en la ciudad, caminan juntos conversando sobre trivialidades, buscando cada uno la forma de tranquilizar sus nervios que amenazan con delatarlos, cuando sus conciencias notan que están aproximándose a su destino. Prefieren distraerse recordando las divertidas situaciones que pasaron junto a los demás, quienes de seguro estarán ahora en cama buscando algo de serenidad.
—Si es que Osmar y Damián no han preparado otros planes para tus amigos que los tengas entretenidos durante lo que queda de la noche —Paulino comenta divertido, ganándose un pellizco de Alberto que se ríe llamándolo pervertido.
—¡Oh vamos!, que ese par no tiene manos quietas y puedo asegurar que sus mentes está repleta de imágenes de tus amigos. ¿En qué forma?, ¡no sé!, pero eso pude constatarlo esa noche del campamento —narrando como los susodichos suspiraban y se quejaban porque sus planes fueron estropeados.
—¡Ahora entiendo!, con razón los chicos llegan a veces con un notable cansancio y andan buscando momentos para dormir —riendo de esas ocurrencias al imaginarse cómo estarían reaccionando esos dos chicos de escucharse en esa conversación.
Llegando al lugar acordado, el trigueño mueve las llaves para abrir la puerta principal, arrastrando consigo al rubio que inconscientemente ha empezado a temblar ligeramente. «Solo quiero estar contigo abrazado en cama, como la otra noche que te quedaste conmigo; sentir tu compañía y velar por tu sueño», fueron las palabras que utilizó para intentar tranquilizarlo. Pero para su cuerpo, es inevitable mostrar vergüenza.
—¿Quieres algo de tomar?, ¿tal vez comer algo ligero? —Paulino se muestra nervioso, y aunque no pueda observar las expresiones del otro, entiende que debe estar sonrojado.
—¡No, gracias! —responde en un susurro, haciendo presión en el contacto de sus manos.
Entendiendo el mensaje, ambos se dirigen hacia la segunda planta, caminando en silencio uno detrás del otro en medio de la oscuridad, tomados de las manos que se niegan a separarse. Entran en la habitación con sumo cuidado, —no prendas la luz por favor, me va a dar más pena —comenta Alberto al notar como su acompañante busca el interruptor, dejándolo sorprendido.
«¡Recuerda!, si no demuestras tus sentimientos, nunca va a entenderte. Intenta siempre ser sincero, comentarle lo más mínimo, aunque para ti parezca ridículo; solo de esa forma, conocerá tu corazón», esas palabras de Dustin retumban en su cabeza para impulsarlo a tomar una decisión demasiado arriesgada, en su opinión.
Lanzándose contra el cuerpo ajeno, hace que sus labios se unan en un ligero roce, contacto que genera un despertar de sensaciones; con la influencia del lugar donde se encuentran y la oscuridad que permite una unión más profunda, provocan que esa pasión que han estado intenta controlar, se desborde por completo envolviéndolos en una excitación que sus cuerpos piden satisfacer.
—¿Estás seguro de querer hacerlo? —Paulino interrumpe el beso para conectar sus miradas—. Porque si continuamos no podré detenerme y no quisiera las... —es interrumpido por los dedos ajenos, recibiendo un rápido beso en los labios.
—¡No digas nada!, solo sé tú mismo y déjate llevar —suelta en un tono que para el otro suena demasiado sensual y provocador, una invitación para nublar toda su razón y obligarlo a aferrarse a esos deliciosos labios que son su perdición.
Tomándolo de las caderas, lo conduce hasta el borde de la cama, donde delicadamente lo deja caer para observarlo desde arriba. Con ayuda del claro de luna que ingresa por las ventanas, puede deleitarse con ese rostro que muestra diversas expresiones junto a unos mofletes que se tiñen de rojo por la acalorada situación, unos cristalinos ojos ámbar que amenazan con derramar todo ese deseo contenido y unos refinados labios entreabiertos pidiendo ser atendidos. Toda esa imagen lo hace pensar que está ante la más delicada obra de arte que ha podido desear, temiendo dañarla con su desbordada pasión.
Sin poder contenerse, se quita la camisa dejando al descubierto ese tonificado torso que aumenta el vigor de su acompañante, lanzándose para aprisionarlo en un apasionado beso. Con sus manos morenas recorre las caderas ajenas, invadiendo esa tersa piel que se esconde debajo de una molestosa polera, pero que provocan más de un sonoro gemido que en ese momento se convierten en sus mejores notas musicales.
Fastidiado de tan poco contacto, ayuda al rubio a deshacerse de su parte superior, dejándolo descubierto para que sus manos profundicen en una relación más íntima, mientras que sus labios se pierden en ese desprotegido cuello.
Muchas emociones recorren el cuerpo de ambos, aumentando esa libido que grita desesperada pidiendo permiso para explotar. Sus corazones parecen conectarse al compás del otro, palpitando con fuerza ante cada contacto, ante cada gemido que puede escucharse en la profundidad de la habitación. Sus cuerpos se mueven sin autorización buscando más acercamiento, pues sus pensamientos están tan dispersos que ahora no existe la razón. Un extraño cosquilleo también ha invadido sus vientres, sintiendo como si miles de mariposas revolotearan descontroladas. Todas esas sensaciones han generado una presión en sus entrepiernas, que buscan desesperadamente ser liberadas.
—Quiero sentirte, quiero que también disfrutes de este contacto que nos convierte en uno —menciona Paulino tomando la mano de Alberto para llevarla hasta su parte más íntima, obligándolo a hacer presión.
Este roce hace que el rostro del rubio enrojezca como nunca antes, sintiendo como esa parte va endureciendo entre sus dedos y sin evitar inconscientemente hacer más presión.
—Te ves demasiado lindo cuando haces esas expresiones, me descontrolas como no imaginas —susurra cerca de su oído, utilizando su lengua para recorrerlo y terminar con una mordida en el lóbulo que aumenta el contacto entre ambas entrepiernas.
Levantándose, decide quitarse el pantalón para quedar solo en bóxer, notando como su acompañante lo observa fascinado; pues es la primera ocasión que ambos se permiten llegar tan lejos, observase con demasiada cercanía e intimidad.
Acercándose con cuidado, desabrocha la última prenda del contrario, para arrebatársela y dejarlo completamente expuesto, maravillándose con ese cuerpo desnudo que ha venido deseando desde hace tiempo. Lujuria es una palabra que encierra tan poco significado para describir todos esos deseos que saltan en sus pensamientos y que busca satisfacerlos.
—No me observes de esa manera, me da mucha vergüenza que mires tanto mi cuerpo —comenta Alberto intentando cubrirse el rostro, con una voz demasiado delicada para su gusto.
—No tengas vergüenza de tu cuerpo, puedo decirte que es perfecto y que vengo deseándolo desde que nos hicimos novios —responde cerca del oído ajeno para lanzarse nuevamente al ataque.
Esta vez con más libertad para explorar y sin deseos de contenerse, utiliza sus manos para recorrer las piernas del rubio que tiemblan bajo su contacto, llegando hasta esos muslos que disfruta acariciar; mientras sus labios hacen un excelente trabajo en esas delicadas tetillas que saborea con placer. Pero una repentina acción hace que pierda la poca cordura que mantenía, cuando Alberto ha enredado los dedos en sus pelinegros cabellos, acercándose con vergüenza hasta su oreja donde ha plantado una suave mordida.
—¿Estás seguro que quieres continuar? —pregunta con miedo pensando en que puede recibir una respuesta negativa.
—Te dije que no hablaras, solo dejémonos llevar —responde uniendo sus labios en un demandante beso que aumenta de intensidad cuando sus entrepiernas rozan.
Encontrándose completamente descontrolado, moja uno de sus dedos para llevarlo con sumo cuidado hasta esa delicada entrada que espera atención. —¡Relájate por favor! —pide suplicante cuando hace ingresar el primero de un solo empuje, notando como Alberto se retuerce ante la intromisión—. ¿Quieres que me detenga? —pregunta con evidente temor, recibiendo una negativa y permiso para continuar.
Aprovechando su mano libre para estimular la parte más íntima del otro, mientras que sus labios se aferran a los ajenos; mueve su dedo dentro de esa calidez que empieza a dilatarse para abrirse ante el movimiento, permitiéndole más profundidad. Cuando considera necesario, ingresa un segundo dedo que provocan un ahogado grito que se pierde entre la unión de sus labios, haciendo suaves círculos que permitan a esa zona relajarse y adaptarse a la intromisión. Abre y cierra sus dedos como una tijera, percibiendo como poco a poco su acompañante se mueve simulando embestidas, mientras escucha unos sutiles sigue y más.
Es cuando decide agregar un tercer dedo que para su asombro no ha ocasionado ninguna incomodidad; todo lo contrario, es como si el rubio hubiese perdido el control de sus sentidos y de sus pensamientos, pues está demandando por un contacto más profundo. Entendiendo que ha llegado el momento idóneo, se despoja de su última prenda para liberar su adolorida erección que pide con urgencia atención.
Cogiendo un preservativo que rápido abre para colocárselo, toma las piernas de Alberto separándolas un poco, —esto si puede dolerte, solo mantén la calma y regula tu respiración —comenta para acerca su glande hasta esa apretada entrada.
Poco a poco va ingresando, sintiendo como una succión aprieta su miembro, elevando ese frenesí de excitaciones que le piden desbordarse; pero se mantiene tranquilo esperando por una confirmación que le permita continuar. —¡Por favor..., no pares! —escucha la suplicante voz de su chico que termina por enloquecerlo para aumentar el ritmo, maravillando cuando va hundiéndose en esa calidez que lo absorbe por completo.
Iniciando el primer vaivén, Paulino se pierde en un cúmulo de sensaciones que le permiten expresar todo ese amor que necesita el otro reciba, que entienda como ahora están conectados por un vínculo más profundo, tan íntimo que se pertenecen uno al otro, convirtiendo sus almas en una esencia inseparable.
Gemidos y sollozos escapan de sus labios inundando cada rincón de la habitación, generando una perfecta sinfonía que aumenta esa libido que les permite liberar todas esas emociones que se convierten en un solo sentimiento. —¡Pa-Paulino! —menciona Alberto en un susurro al sentir como su interior es invadido de una calidez que le devuelve la razón y calma esa necesidad que tantas angustias le provocaban.
Dejándose caer totalmente agotado a un costado de la cama, nuestro rubio siente como los brazos ajenos se aferran a su cintura en un fuerte abrazo, aprisionándolo contra el torso desnudo de su chico.
—Deberías descansar, creo que me he sobrepasado esta noche —comenta el pelinegro con cierta preocupación, buscando conectar sus miradas.
—¡No te preocupes!, estoy feliz de estar a tu lado —responde escondiendo el rostro entre los brazos de su novio, aspirando ese agradable aroma que emana su cuerpo—. Tal vez sea arriesgado que me quede, debería llamar un taxi para que me lleve a casa —suelta un bostezo sintiendo como sus parpados empieza a pesar.
—Deberías saber que no te permite andar solo a estas horas de la madrugada —Paulino hace presión en el abrazo, sonriendo al notar como el pequeño corresponde el gesto, acomodándose para dejarse caer en un profundo sueño.
—¡Te quiero! —son las últimas palabras que escucha para que los labios ajenos dejen escapar suaves ronquidos.
Con una boba sonrisa, se acomoda al lado de su chico de ojos ámbar para depositarle un beso en la frente, cediendo también al cansancio de su cuerpo y cayendo de inmediato en ese mundo onírico que estaba reclamándolo. Ambos disfrutan de la compañía del otro, pero ese descuido puede ser el origen de un problema que quizá escape de sus manos.
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