19: Momento juntos
Alberto se encuentra en el portal de la casa de Paulino, observando hacia un punto cualquiera mientras se debate entre avisar o no al timbre. Pues como quedaron para su cumpleaños, este fin de semana los papás del moreno realizarían un viaje hacia un pueblo y podrían aprovechar ambos días para pasarla juntos.
«¡Pasarla juntos!», esas palabras retumban en su cabeza como una pelota de pimpón que ha sido golpeada con fuerza y no hay cuando se detenga. Porque además sus recuerdos le han traicionado con las palabras que recibió en su onomástico, «¡por fin eres legal!, ya no existirán los arrepentimientos»; sumándole los últimos acontecimientos en el campamento que tuvieron.
—¡Esto es demasiado vergonzoso! —suelta de repente cuando siente que sus mejillas han empezado a cambiar de temperatura, junto a cada parte de su cuerpo que recibió las caricias ajenas—. ¿Qué hubiese sucedido si Dustin y Diego no llegaban?, ¿habríamos continuado? —se pregunta imaginándose semejante situación, elevando su vergüenza al pensar en un detalle que según muchas revistas que ha releído en los últimos días, sin importar los cuidados igual terminará doliendo. Porque imagina que Paulino será quien termine arriba, ¿verdad?
—Tal vez deba fingir una fuerte gripe y una voz muy apagada para justificar mi cobardía de no llamar a la puerta —es la primera idea que sus pensamientos le brindan como alternativa, pero entiende que eso no sería lo correcto
El vibrar de su celular hace que despierte de sus fantasías, percatándose de las dos llamadas perdidas junto a un reciente mensaje.
PAULINO _ 10:46
¿Por dónde estás?, ¿cuánto demoraras?, estoy ansioso por verte :P
Soltando un pesado suspiro que le genera la culpa de haber pensado en escapar, decide responder avisando que acaba de llegar. No lo malentiendan, no es que no desee ese tipo de contacto; todo lo contrario, su cuerpo está gritando por sentirse entre esos brazos y disfrutar de esa desbordante pasión que solo el pelinegro puede brindarle. Solo sucede que piensa no encontrarse listo y todo por llenarse de tontas ideas por culpa del internet.
«Solo espero que este fin de semana podamos mantenernos tranquilos», se anima a sí mismo rogando tener más tiempo para prepararse y no quedar mal ante Paulino, porque tal vez pueda dejarlo de querer si no se comporta a la altura, ¿o está equivocado?
Cuando escucha el giii de la puerta, vuelve a la realidad para sorprenderse al sentir esos fuertes brazos rodearlo en un efusivo abrazo, provocando que sus emociones se descontrolen más que hace unos instantes.
—Pensé que te habías arrepentido —comenta el moreno en cierto tono de preocupación.
—¡He!, no seas tonto —responde aferrándose al abrazo—. Solo me demoré un poco porque desperté fuera de hora, el despertador me volvió a traicionar —agrega con una divertida risa, causando el mismo efecto en su acompañante.
Con sus miradas conectadas y estando sus rostros tan cerca, Paulino se atreve a poseer esos delgados labios rosados que están pidiéndole atención, humedeciéndoles con su sabor y con el amor que quiere expresar en ese contacto. Alberto se remueve entre esos brazos logrando que sus cuerpos estén más cerca, empujándolos hacia ese límite que tienen permitido.
—Creo que es mejor entrar —el trigueño rompe el beso cuando sus pulmones exigen algo de aire, toma la mano del rubio e ingresan.
Caminando por un pequeño jardín que se conecta con la cochera, ingresan por un ventanal para que nuestro muchacho se dirija hacia la sala donde estuvo hace unos meses, observando como su anfitrión desaparece escaleras arriba con la mochila que ha traído. El lugar no ha cambiado, le transmite la misma tranquilidad que sintió en aquella ocasión, un ambiente bastante familiar y armonioso rodeado de muchos recuerdos de una infancia feliz.
—¿Por qué te has quedado dormido?, ¿otra vez están siendo explotados por Felipe? —Paulino aparece en las escaleras, bajando a paso rápido para lanzarse al mueble junto a su invitado—. ¿Pudiste entregar la canción que estaba pendiente? —pregunta con evidente curiosidad.
—¡Sí!, al jefe le ha gustado y hasta Felipe ha estado de acuerdo —responde sintiendo como se ha quitado un peso de encima—. Ya hemos comenzado con las grabaciones y a elaborar la coreografía —contando como el grupo está preparándose para el concierto del año y como esperan con ansias las presentaciones que se están preparando en países vecinos.
—¿Y ahora sobre que trata la letra?, ¿otro amor imposible? —mueve las cejas coqueto intentando obtener alguna información.
Esa pregunta le hace recordar un detalle, que el mensaje de esa composición también está dirigida a él. —E-eso no te lo puedo decir, es información clasificada —contesta evadiéndole la mirada e intentando concentrarse en alguna fotografía, para que las súplicas del otro no lo hagan ceder a confesar.
Y es que para el rubio es demasiado bochornoso comentarle que cuando compuso esa nueva letra, pensó exclusivamente en él. Todo sucedió después del campamento, cuando le quedó ese deseo de seguir experimentando y de descubrir ese elixir que le sabe tan prohibido. Como quedaron en él unas ansias de no separarse nunca de su lado y buscar la forma de unirse en uno solo. Puede sonar exagerado o hasta cursi, pero ahora esos son sus sentimientos y ha terminado expresándolos en una canción que le han hecho ganarse más de una molesta broma por parte de sus amigos.
—Eso quiere decir que van a tener un año demasiado ocupado —suelta Paulino imaginándose lo complicado que resultará para los seis muchachos manejarse entre tantas actividades.
—¡Pues sí!, pero digamos que siempre tendremos tiempo para relajarnos —agrega con una sonrisa, transmitiéndole esa misma sensación al moreno.
Perdiéndose entre conversaciones triviales que buscan aligerar un poco la incomodidad del ambiente, porque aunque Paulino no haya comentado, la cercanía del rubio revive sin su consentimiento el momento que compartieron en el campamento, un contacto mucho más íntimo que le ha dejado con una necesidad de pertenencia que no está seguro poder reprimir por mucho más tiempo. Y de Alberto ni que decir, continúa en un debate mental sobre cómo reaccionar cuando vuelva a repetirse esa situación.
Sus nervios son evidentes y sus expresiones delatan sus más profundos pensamientos, además que raramente pueden mantener la mirada en el otro sin llegar a acalorarse, cuando este era su pasatiempo favorito. Los pocos minutos de silencio y las exclamaciones que pretenden buscar algún tema para continuar su diálogo, los hace comprender qué está sucediendo y sin esperarlo unas risas escapan de sus labios.
—Creo que debemos vernos demasiado tontos estando tan nerviosos, es la primera vez que no comprendo qué debo hacer —Paulino decide a tomar la palabra, levantándose y estirándose como si sintiera su cuerpo pesado.
—Mejor olvidemos de las presiones y disfrutemos del día, ¿qué te parece? —Alberto se estira en su asiento, intentando que todas sus vanas preocupaciones desaparezcan.
—¡Tienes razón! —responde el moreno extendiéndole la mano, para juntos marcharse hacia otro ventanal—. Tengo todo preparado para más tarde cocinar una deliciosa parrilla, pero pensé que sería genial primero disfrutar un rato de la piscina —expresa señalando una hermosa zona ubicada en el patio trasero.
Nuestro protagonista observa maravillado una extensa piscina de aguas cristalinas que irradian con el poco sol que está surcando los cielos, rodeada de pequeños jardines que muestran una variedad de flores bien cuidadas. Emocionado se dispone a responderle a su anfitrión para felicitarlo por esa genial idea, pero su mandíbula cae formando una pequeña oh en sus labios, cuando lo encuentra vistiendo solo una bermuda, dejando al descubierto su tan bien trabajado cuerpo.
Ni en sus mejores sueños pensó encontrarse con esa imagen de Paulino semidesnudo frente a él, mostrándole ese trigueño torso bien cuidado; no como alguien que va al gimnasio todos los días, pero para sus ojos es lo más cercano a la perfección. Esos gruesos brazos que más de una vez lo han sostenido junto a esos largos dedos que despiertan miles de corrientes cuando entran en contacto con su piel.
Su corazón ha vuelto a alocarse, sus piernas flaquean y sus pensamientos se encuentran alborotados entrando en un estado de completa inercia. Parece como si la sangre se hubiese acumulado en todo su rostro, pues más caliente no puede encontrarse y está seguro que debe estar tornándose de varios colores.
—¿En qué estás pensando pervertido?, cierra la boca que las moscas se van a aprovechar —la voz de Paulino lo hacen reaccionar, para verse rápidamente atrapado entre sus brazos, cargado al estilo princesa—. ¡Venga!, mejor disfrutemos de la mañana —no tiene tiempo de replicar, cuando en menos de tres segundos se encuentra sumergido en la piscina, sintiendo como la fría temperatura calma todas sus emociones.
—¡Eres un tonto!, casi terminas ahogándome y ni siquiera me he cambiado —suelta intentando recuperar la respiración, mientras el otro se carcajea de esa reacción. Mostrándose molesto, se acerca hasta su anfitrión para saltar sobre sus hombros e intentar zambullirlo, iniciando de esta manera su mañana de diversión.
Por unas cuantas horas aprovechan la calidez de la mañana para lanzarse chapuzones en la piscina, cayendo como bombas en el agua y realizando competencias o saltos buscando demostrar quién se maneja mejor en ese elemento. Claro que el resultado es obvio, porque Paulino es de los chicos que está en constante contacto con los deportes; a diferencia de Alberto que es la otra cara de la realidad, siendo el baile su única fuente de actividad. Por eso, ha terminado humillado en más de una ocasión.
Cuando sienten que sus cuerpos están demasiados húmedos como para continuar mojándose, deciden tomar un descanso enrumbándose hacia la parrillera para preparar lo necesario y cocinar; si es que no quieren quedarse de hambre o terminar ordenando alguna comida chatarra.
Alberto está aprovechando este momento para descubrir nuevas cualidades en Paulino, pues hasta él puede llegar a comportarse de manera infantil cuando no obtiene lo que consigue, como engañarlo con tiernos pucheros para mancharle el rostro con algo de condimento y sacarle una fotografía contra su voluntad. Claro que eso ha iniciado una guerra de manchas que los ha llevado a retrasar la preparación de su delicioso almuerzo, terminando a las finales comiendo pasada las tres de la tarde.
Otro punto a favor del trigueño es su buena sazón en las carnes, algo que nuestro muchacho agradece, porque él es pésimo en la cocina; hasta el agua termina evaporándosele o el arroz aguachentado por no controlar las medidas de los ingredientes.
—Me halaga que hayas acabado hasta el último bocado de lo que con tanto amor preparé para ti —ahora se encuentran caminando hacia el parque cerca de la casa; porque cuando se disponían a descansar de tanta glotonería, apareció Beethoven que entre ladridos y muchas lamidas, terminó por convencerlos de llevarlo a pasear un momento.
—Debes sentirte afortunado —responde estirándose para alejarse la pereza de su cuerpo—. Soy alguien realmente exquisito con la comida y pocos tienen el privilegio que me agraden —añade con cierta altanería para ganarse unas cuantas cosquillas en la cintura.
—Mañana te tocará preparar el almuerzo, quiero probar esa sazón que será mi sustento en el futuro —comenta regalándole un guiño que provocan un tartamudeo que el rubio no puede controlar, soltando unas carcajadas descontroladas por esa reacción.
Cuando Alberto se dispone a defenderse por sentirse burlado, observa como Paulino desaparece de su vista a una velocidad impresionante; pues Beethoven ha terminado jaloneándolo cuando se encontraban cerca de un grupo de perros que con ladridos lo han llamado, como si estuvieran esperándolo. —Perro mañoso —suelta en una risa para ahora disfrutar de su venganza burlándose por un rato.
El paseo al parque resultó más agotador de lo planeado, porque por un momento el enorme Bobtail terminó escapándose detrás de una perra, teniendo ambos que correr para tenderle una trampa y poder atraparlo antes que se aleje por más cuadras. Lo bueno es que aprovecharan el restante de la tarde para entretenerse tranquilamente con una película que Alberto ha insistido ver, porque sus amigos le han recomendado como una de las mejores en romances de cuentos clásicos; además que los comentarios de las criticas también son favorables.
—Nunca pensé que eras tan sensible con una película romántica —expresa Paulino cuando el filme está mostrando los créditos finales—. Te has pasado llorando desde la mitad—sin ocultar sus carcajadas que solo consiguen aumente la vergüenza ajena.
—Es que..., es que..., nunca pensé que el chico la rechazaría de esa forma, humillándola delante de todos los invitados y que después su madrastra la vendiera como si se tratara de un inservible objeto —responde en su defensa secándose las lágrimas e intentando regular su respiración—. Es la versión más triste que he visto de ese cuento —agrega soltando varios suspiros de resignación.
—Si tus amigos te la han recomendado, me los imagino llorando con quienes tengan al costado —Paulino intenta recrear esa escena—. Los seis juntos deben verse realmente tiernos entre lágrimas y sollozos mientras se aferran en un abrazo —su risa no se apaga, ganándose un cojín como golpe.
—¡Cállate!, mejor déjame buscar la serie que me han recomendado Diego y Dustin —comenta volteando el rostro para ocultar su sonrojo, tomando el control para machucar unos botones—. Dicen que es tan cursi que llega a enamorarte de tanta ternura —dice para sorprenderse cuando la pantalla de la televisión, al igual que las luces de la casa se apagan.
—¡Maldición!, parece que se ha ido la luz —comenta Paulino levantándose—. No te muevas y espérame aquí sentado —agrega para desaparecer entre la oscuridad en busca de una linterna, sin escuchar los reclamos del rubio en no dejarlo solo.
—¡Oh, no! —esa exclamación no le presagia nada bueno, sobre todo cuando un repentino miedo ha invadido cada parte de su cuerpo, porque parece que hasta el cielo se ha puesto cómplice para someterlo en la oscuridad.
Repitiéndose palabras de ánimo para obtener la valentía que se ha esfumado, menciona el nombre del trigueño en medio de toda la sala, pero no recibe respuesta y solo se escuchan los cri-cri de los grillos.
—¡Debes ser valiente!, no te puede pasar nada malo —suelta en un susurro para levantarse del mueble y acercarse temeroso hacia las escaleras donde le parece que Paulino se ha perdido.
Con voz suave vuelve a mencionar el nombre de su acompañante, la situación es la misma, solo se escuchan el cantar de los grillos. Muy poco convencido, se arma de valor para dar un primer paso e intentar subir unos cuantos escalones, pero se detiene cuando siente una respiración cerca de su cuello. Por pequeñas fracciones de segundo, recuerda su fatídico recorrido por el túnel del terror donde terminó con pesadillas por dos noches seguidas, sintiendo como ese caliente aliento resopla en su cuello cada vez con más insistencia.
De pronto, unos fríos dedos invaden el interior de su camiseta, chocando contra su tibia piel que le provocan un escalofrío que lo petrifica en su lugar. Un sonoro buu junto a una baba que recorre toda su pantorrilla, hacen que su cuerpo de un brinco como resorte para salir corriendo hacia el jardín de la casa, con la intención de alejarse de aquella criatura que haya estado acosándolo.
Durante unos segundos su respiración se agita al observar el interior, cuando su expresión cambia al escuchar unas conocidas carcajadas junto a una repentina luz amarilla que muestran la figura de un Paulino divirtiéndose por la situación.
—¡Joder!, me asustaste cabrón —grita en un tono demasiado alto como consecuencia del miedo que aún está controlándolo.
—¡Lo siento!, ¡lo siento!, nunca pensé que te asustarías tanto, sabías que yo también estaba en la casa —Paulino intenta excusarse, pero su burlesca risa logra controlarlo—. Hasta Beethoven se ha unido a la broma —señala al perro que sale corriendo de la casa meneando la cola como si entendiera la situación.
—Que les den a los dos, no me interesa escucharlos —se voltea fingiendo molestia, pues en estos momentos solo le ha invadido una terrible vergüenza por su cobarde reacción.
—¡Lo siento cariño!, pero no te enojes conmigo, sabes que no soporto verte con esos pucheritos si no son para seducirme —comenta hincándole la mejilla y abrazándolo con ternura, colocando su mentón sobre el hombro ajeno haciéndole pequeños círculos y utilizando su voz más inocente para conseguir su objetivo.
—Sabes que soy un poco temeroso —suelte entre dientes esquivando la mirada contraria para que no se percate de su vergüenza, observando como Beethoven se une a las disculpas mostrando una carita apenada—. Son tal para cual, por algo eres su dueño —agrega para empezar a reír armonizando el ambiente.
—Para que mi amor este contento, déjame ir a buscar unas velas —Paulino suelta un beso en la mejilla del otro, pidiéndole a su mascota que se quede con su chico a cuidarlo—. No demoro ni cinco minutos —desapareciendo en el interior de la casa.
Alberto sonríe ante las ocurrencias de ese muchacho, que a pesar de todo debe admitir no logra fastidiarlo ni molestarlo; todo lo contrario, es como si toda acción estuviera dirigida a conquistarlo y enloquecerlo más, sintiendo que cada día se está volviendo indispensable en su vida.
—¡Vamos Alberto!, ya no eres un niño —suelta en un suspiro para agacharse y acariciar la cabeza del Bobtail mientras esperan que Paulino regrese para acompañarlos.
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