08: Paulino
—A pesar de los años sigo recorriendo las mismas calles, me parece escuchar tu voz, puedo sentir la calidez de tu caricia; son recuerdos que aun inquietan a este tonto corazón porque el tiempo no podrá borrarlos, permanecerán y permanecerán... —empezando a fastidiarse, de un solo manotazo silencia las voces que se reproducen en la radio; pues esa canción no es de su completo agrado porque le hace revivir recuerdos que pensaba olvidados, enterrados.
Tomando la camisa para terminar de alistarse, observa el enorme ventanal en donde se agitan las celestes cortinas que decoran la habitación, bailando al compás de la suave brisa del viento. Paulino se pierde en un punto cualquiera, realmente su atención no está en ese movimiento, sino en la canción de hace unos momentos; reconoce las voces de los intérpretes y ellos no le desagradan, es solo que su nueva canción...
«Pensé que podía superarte, pero creo que tu recuerdo seguirá doliendo un poco más», se dice a sí mismo, soltando un pesado suspiro y sacudiendo la cabeza para despejar esas ideas que cada mañana lo atormentan. Pues lo que menos quiere es volver a esos días depresivos donde solo andaba encerrado en su habitación o en algún bar rodeado de alcohol hasta altas horas de la noche, por culpa de una historia de amor que sin importar los largos años, no ha logrado superar.
Pero el ring ring del celular termina por traerlo de vuelta a la realidad, cogiéndolo y sorprendiéndose al no reconocer el número, decidiendo igual tomar la llamada.
—¿¡Hola!? —pregunta en tono cauteloso a la espera de una respuesta.
—¡Oye Paulino!, ¡hola! —la alegre voz del otro lado de la línea lo asombra, no entiende como esa persona ha encontrado su número—. Seguro te suena raro que esté llamándote sin que me hayas dado tu número, no soy un acosador ni nada de eso —la chillona voz de Diego se mueve rápido a través del teléfono—. Es solo que Alberto está duchándose y me pidió que te llamara, tenemos un ensayo y queremos que vengas a acompañarnos.
En justificación de Diego, es el entrenamiento final para la presentación que el grupo tendrá en menos de una semana, donde lanzarán públicamente la canción compuesta por Alberto y quieren opiniones de personas cercanas para saber en qué pueden mejorar antes de arriesgarse ante su enorme público.
Paulino conoce esos detalles por las conversaciones que mantiene con el rubio, habiendo escuchado más de tres veces esa canción que debe admitir es hermosa; pero que como ha dicho, no le trae buenos recuerdos.
La verdad quisiera aprovechar su día de descanso para asistir y tener la oportunidad de encontrarse con su chico de ojos ámbar, a quien no visto en una semana por esos cansadas prácticas que tienen. El inconveniente, es que ha quedado con unos amigos para ir a tontear a los videojuegos.
—¡Oh, no te preocupes!, puedes venir con compañía. También vendrán otros chicos, así que es una oportunidad para agrandar tu círculo social —pero ese pequeño que está hablándole a través del teléfono, es una persona difícil de persuadir—. No te puedes negar porque eso traerá consecuencias, Alberto se enojará e incluido en el paquete perderás la amistad de muchachos lindos como nosotros —y sin darle oportunidad a negarse, escucha el biip indicando que la llamada a terminado.
Soltando un suspiro se resigna a su inesperada mañana, pues no ha podido encontrar el momento ni las palabras adecuadas para negarse; además, con lo poco que conoce a ese pequeño terremoto, sabe que es capaz de buscarlo por toda la ciudad con tal de cumplir con su invitación. Y aunque no quiera admitirlo, de cierta manera le causa satisfacción la repentina llamada, porque tendrá la oportunidad de encontrarse con el chico que últimamente le ha robado los pensamientos, aunque también ha logrado confundirlo; pero eso es asunto aparte.
—Paulino..., los chicos acaban de llegar, te esperaran en la sala porque voy de salida —escucha desde la primera planta, la voz de su madre junto al sonido de la puerta cerrarse.
Colocando la fotografía que trae en las manos a un costado de su cama, coge sus pertenencias y sale de la habitación para dirigirse a donde indica el mensaje que acaba de llegarle. Aunque tal vez, lo más difícil será convencer a ese par que están esperándolo.
—¿En serio vamos a estar sentados por horas viendo a unos hombres bailarnos de forma provocativa? —pregunta un muchacho de cabello castaño que camina junto a Paulino y otro acompañante.
—¡Vamos André!, será divertido —responde el tercero moviendo las cejas con picardía—. Después de todo, se trata del grupo popular del momento. Y quién sabe, a lo mejor terminas enamorándote de uno de esas ricuras —suelta entre risas, provocándole un escalofrío al mencionado.
—¡Cállate idiota!, sabes que lo mío son las mujeres con buena pechonalidad, no las piernas con sorpresa —responde André provocando una carcajada en su amigo—. Tal vez tú, mi querido Héctor hayas heredado los mismos gustos de tu primo —dice abrazándolo mientras le pica una mejilla.
—El malogrado del cerebro eres tú, sabes que tengo novia y estamos felices en una relación de tres años, ¡baboso! —comenta un enojado Héctor, zafándose del agarre para seguir los pasos de un fastidiado Paulino.
Aunque la opinión de ambos muchachos cambia al detenerse frente a un imponente edificio, donde resalta los lujos que pueden darse algunos trabajadores de importantes empresas. Y la situación mejora, cuando sus miradas se encuentran con la radiante sonrisa de la recepcionista, dándoles los buenos días.
—¡Hola guapa!, creo que no es la primera vez que nos encontramos. Tu rostro me es muy familiar y espero puedas sacarme de esa duda —comenta un coqueto André, añadiendo un sensual guiño que la muchacha responde con otra sonrisa; pues esos chicos pícaros aparecen seguidos por ahí y ha aprendido bien a manejarlos.
Paulino escucha como la joven los invita a sentarse, mientras ella toma el teléfono para avisar de su llegada, señalando unos muebles junto a un chico de cabellera negra y profundos ojos negros que los observa extrañado.
De pronto, se escuchan unas rápidas pisadas acercarse hacia la recepción, sorprendiéndose al notar como el muchacho deja la revista que tiene en las manos sobre la mesa, levantándose para recibir entre sus brazos a una pequeña figura que se ha lanzado sobre él, terminando en un profundo beso que todos presencian. Aunque escucha el desagradable hiuc por parte de sus acompañantes.
Diego que acaba de aparecer, se suelta de los brazos de quien parece ser su novio, Paulino deduce eso al verlos tomarse de la mano. El pequeño terremoto como lo ha bautizado, saluda a los presentes con esa sonrisa que irradia ternura; aunque su acompañante mantiene una extraña inexpresión que penetra hasta los huesos, como si estuviera amenazándolos con la mirada. Pues hasta sus amigos parecen temerle.
—¡Él es Damián, mi novio! —comenta el menor confirmando las sospechas de los presentes—. Alberto y los demás nos están esperando, es mejor apurarnos para no hacer enojar a Felipe que está a poco de convertirse en un ogro —suelta en una divertida risa, indicándoles el camino y dando unas indicaciones a la recepcionista.
Nuestro trigueño se encuentra algo nervioso, bueno no es la primera vez que le sucede. Nunca ha sido un chico tímido ni nada que se le parezca; todo lo contrario, siempre ha destacado por su personalidad empática y carismática. Es solo que...
«No quisiera lastimar a Alberto, sobre todo ahora que me he dado cuenta que sus sentimientos están cambiado», piensa para sí mismo, recordando el motivo por el cual se acercó al muchacho. Si bien es cierto quería ayudarlo, también tiene otro motivo que puede no agradarle.
Además, siente que no es momento para enredarse en algo que se relacione con el amor o algo que se le parezca, porque sus pensamientos están hechos un caos y no quiere confundirse ni lastimar a terceros. Aunque también, sabe que es tarde para esas ideas, cuando en dos ocasiones ha cedido a sus impulsos.
El din del elevador lo despierta de su ensoñación, caminando junto a los demás por un largo pasillo que muestra a lo lejos un enorme portón abierto, en donde se reproduce una suave melodía.
—¡Vamos rápido! —se escucha la voz de Diego mientras arrastra al larguirucho que lo acompaña, desapareciendo dentro de la habitación; aunque él se detiene al escuchar detrás unas conocidas voces, volteando para encontrarse con la persona culpable de su revuelo de sentimientos.
—¡Oye Alberto!, ¿cómo te va? —saluda intentando sonar lo más casual posible, sonriendo como en todo encuentro, aunque no obtiene respuesta.
Al lado del rubio se encuentra Dustin que viene tomado de la mano con otro muchacho un poco más alto, ambos amigos parecen sorprendidos y hasta confundidos de verlo ahí. En cuestión de segundos, observa como el pelinegro mueve la cabeza desesperando negando algo que Alberto parece reclamarle y que le genera preocupación.
Al ver esa reacción de desesperación, piensa que tal vez no ha sido buena idea llegar sin avisarle al rubio, así haya sido invitado por uno de los chicos. —¡Oye Alberto...! —intenta intervenir en la conversación, pero la chillona voz de Diego los interrumpe apareciendo la mitad de su cuerpo por la puerta.
—¿Qué hacen parados ahí?, el ensayo es adentro y nos están esperando —siente como el pequeño lo toma del brazo para de un jalón arrastrarlo al interior, sin darle oportunidad de oponerse.
Diego les señala unas banquetas donde se encuentra el aterrador novio junto al muchacho que acompañaba a Dustin y con quien debe mantener la misma relación. Pues ha escuchado de Alberto que solo esos dos están en un noviazgo.
Junto a sus acompañantes toma asiento donde le indican, regañándose mentalmente por dejarse engañar y por no oponerse a las peticiones del menor. Porque parece que su rubio no está muy feliz de verlo, y eso aunque no lo comprende, lo desmotiva un poco. Pero bueno, ahora se encuentra metido en ese problema y nada puede hacer, solo disfrutar del momento como se propuso en un inicio.
Los chicos del BL801 están atentos a las instrucciones de un delgado hombre que les señala unas posiciones que cada uno va tomando, quedando frente a una gigantesca pared formada de espejos que les permite analizar sus movimientos y expresiones.
—¿Ustedes están saliendo con esos chicos que traían de la mano? —la voz de su primo capta su atención, viendo como intenta entablar conversación con los otros dos muchachos que están a su lado. A decir verdad, sus dos acompañantes suelen pecar de indiscretos en algunos momentos.
—¡Sí!, me llamo Osmar y soy el afortunado novio de Dustin —responde el más sonriente señalando hacia el pelinegro que parece ahogarse en sus carcajadas—. Y este chico aunque parezca terriblemente malo, no deben temer porque es inofensivo. Él es el novio de Diego —completa su respuesta señalando hacia el mencionado que está avergonzado junto a Alberto, mientras parecen ser regañados por su coreógrafo.
—¡Oigan!, y ustedes... —la voz de su amigo le hace comprender hacia donde quiere seguir la conversación—. ¿Hacen esas cosas?, ¿cómo todas las parejas? —soltando un suspiro al escuchar la fuerte carcajada de Osmar.
André y Héctor se muestran pálidos como si sus almas hubiesen abandonado sus cuerpos al sentir la asesina mirada de Damián; que como dicen, si las miradas mataran esos dos chismosos estuvieran enterrados bajos varios metros bajo tierra.
—Si te refieres a besos, caricias, citas y todo eso... —Osmar parece estar pensando en su respuesta—. Puedo decir que sí, son nuestros novios —agrega con una sonrisa que demuestra su felicidad—. ¿Acaso ustedes no son gais?
Ante esa pregunta, los dos muchachos parecen ahogarse en sus palabras, provocándole a Paulino una risotada que todos escuchan. Y es que ese par no son homofóbicos, nada de eso. Son personas muy cercanas al trigueño y que saben de su gusto por los chicos, aceptándolo desde el primer momento.
Con Héctor se ha criado desde pequeño porque ambos son hijos únicos, así que se tratan más como hermanos que como primos, comprendiéndose y ayudándose en todo momento. André es un buen amigo de la infancia que también ha crecido con ellos, volviéndose inseparables. Es un chico bastante sociable y con una mentalidad bien actualizada, solo que este tipo de temas suele picarle la curiosidad, yéndose a veces por las ramas y quedando como un curioso. La gente suele malinterpretarlo por su comportamiento coqueto y fastidioso, pero nada peligroso.
—Si no cierran la boca terminaré por lanzarlos desde este piso —se escucha por primera vez la voz de Damián, mostrando incomodidad por tanta pregunta, tan aterradora como su mirada.
Paulino sonríe satisfecho al notar como sus compañeros han encajado rápido en el grupo, decidiendo que mejor es concentrarse en la silueta que se mueve frente a sus ojos. La melodía suave del piano entra por sus oídos, jugando con su imaginación y transportándolo a un lugar de completa tranquilidad.
Además que las voces de los chicos combinan perfectamente, entre notas suaves y delicadas, llegando hasta altas que muestran la potencia de sus sentimientos.
—La suave brisa del viento me hace recordar esos momentos, cuando nos conocimos, cuando te conocí mi amor... —la tranquila voz de Alberto le transmite felicidad, apartándolo de una realidad donde no existen los pesares ni los malos recuerdos. Quisiera aferrarse a esa voz, a esa sensación de bienestar, pero las memorias golpean sus pensamientos regresándolo a una realidad que ha intentado escapar.
No va a negar que la canción es perfecta, aunque para una persona que ha sufrido por amor de la manera más cruel y vil como le sucedió, no podría encontrar hermoso el mensaje que intentan transmitir.
—Si no hubiese tenido miedo y te hubiera dicho me gustas...
—Me pregunto, ¿si me hubiese convertido en tu persona especial...?
Esas frases entonadas por Jun, seguido de Alberto le hacen despertar de su ensimismamiento, percatándose que el pasado nunca lo dejará y que deberá vivir arrastrando ese dolor combinado con culpa. Tal vez amar no es lo suyo, siempre lo supo y ahora puede confirmarlo.
Unos fuertes aplausos invaden la habitación, escuchando como Felipe felicita al grupo por tan buena interpretación. —Estamos listos para aparecer en esa presentación y arrasar son todas las miradas —suelta con alegría, dando saltitos de emoción—. En todas las cámaras estarán ustedes junto a mí, seremos admirados por millones de personas que pedirán más de nuestro trabajo —los chicos del BL801 ríen ante las efusivas palabras de su entrenador, que les ordena posicionarse para continuar ensayando los pasos que la complementarían.
Paulino le sonríe a Alberto al descubrirlo observando a través del espejo, sonriendo al ver sus mejillas sonrojadas intentando ocultar su rostro entre los cuerpos de sus amigos. «Si tan solo pudiera dejarlo atrás, estoy seguro que serías el indicado», se dice a sí mismo cuando centra su atención en las palabras de Felipe, que ordena silencio para mantener la concentración de sus chicos.
Las siguientes horas fueron de total cansancio para los pobres muchachos, pues su entrenamiento no solo consiste en bailar y cantar sus propias canciones; ante los arrebatos de su entrenador, deben realizar duras rutinas de ejercicio para "mantenerse en forma", algo que puede sonar un poco exagerado por la buena contextura que mantienen los seis. Después de todo, la zumba que realizan diario para flexibilizar el cuerpo, muestra sus buenos resultados.
Es cuando Paulino entiende la visita de terceros. Algunos sirven de motivación como los novios de Dustin y Diego, otros como él y sus acompañantes, son simplemente "las herramientas" para facilitar los ejercicios.
No pensaba quedarse todo el día, pero debe admitir que ha sido divertido ver las sonrisas de Alberto o sus momentos en aprieto. Es la primera vez que lo admira de cerca en su lugar de trabajo, disfrutando lo que hace. Su primo y su amigo tuvieron que retirarse pasada la hora del almuerzo, porque ambos trabajan por las noches en una discoteca. En cambio él, debe agradecer que este día terminó compensándolo, por sacrificar uno de sus días de descanso al ayudar a un amigo.
Pasada las diez de la noche, los muchachos salen y empiezan a despedirse, cada quien tomando su camino a casa; dejándolo solo con Alberto, a quien sus amigos le han pedido cuide hasta llegar a casa. Hace unos minutos que se han alejado del edificio y el ambiente entre ellos se mantiene tenso, ninguno de ambos ha soltado palabra.
El rubio camina cabizbajo, jugueteando con las manos, expresión que le demuestra lo nervioso que se encuentra, como si algo estuviese rondando en sus pensamientos.
—¡Oye Paulino!, ¿estás enfadado? —la suave voz de su compañía le alerta, encontrándose con una mirada preocupada que le provoca un vuelco en el pecho, como si miles de sensaciones le generaran una descontrolada felicidad.
—Pensé que estabas incómodo conmigo en la misma habitación, me sentí como un intruso —sonríe al notar las mejillas rojas del rubio, que niega descontroladamente.
—¡No!, ¡no es eso! —Alberto se apresura a responder—. Es solo que me sorprendió tu llegada, además que me enojé con Diego por ser tan atrevido —vuelve a perder la mirada en sus manos—. Aunque debo admitir que también me alegré de su atrevimiento.
—Pues a mí también me alegra que ese amigo tuyo sea un pequeño metiche —Paulino enreda sus largos dedos en los cabellos del otro, revolviéndole hasta sacarle una sonrisa y hacer que sus miradas se conecten.
Sintiendo el mismo impulso de aquellas veces anteriores, coloca su mano en la cintura de Alberto, atrayéndolo hacia él para unir sus labios en un casto beso que al inicio es solo un roce; pero que genera unas emociones que los hace perderse en una profundidad que van aumentando.
Paulino siente como su espalda golpea contra la pared, mientras aprisiona al más bajo para sentir su calor. «¡Por favor!, nunca me olvides», pero esa voz vuelve a resonar en sus pensamientos, provocándole una extraña culpa junto a una sensación de traición que lo hace alejarse de un avergonzado rubio.
Cuando escucha su nombre de esos delgados labios que le provocan sensaciones confusas, cuando observa los orbes ámbar del rubio, se percata de sus intenciones y le coloca un dedo para prohibirle soltar alguna palabra que termine por arruinar el momento. Aunque comprende que es inevitable, es mejor sincerarse.
—¡No lo digas por favor! —se aleja un poco dejando una expresión de desconcierto en su acompañante que no entiende sus palabras.
—¿Por qué? —pero la curiosidad se hace presente.
—¡Lo siento!, pero mi corazón le pertenece a otra persona —suelta con dificultad cada una de esas palabras, como si un nudo se le formara en la garganta, prohibiéndoles el paso. Siente como un gran peso atrapa a su corazón, mientras observa esos cristalinos ojos ámbar que desde el primer encuentro prometió proteger.
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