04: Conociéndose
Intentando escapar de la multitud, los dos muchachos corretean por las calles de la ciudad buscando escabullirse por algún desapercibido lugar donde puedan perderles el rastro. Paulino parece conocer bien cada rincón de la ciudad, porque han logrado adelantarse y esconderse en una tienda de ropa, entre los maniquíes y muchas vestimentas que han disimulado sus figuras; aunque eso no ha evitado que Alberto tropiece en el camino, raspándose ambas rodillas al caer contra el pavimento.
—Sus caras fueron épicas cuando entraron en la tienda y nos buscaron por los alrededores, era como ver a un niño decepcionado al perder un juego —Paulino no puede contener su risa al recordar las expresiones de quienes por un momento se convirtieron en sus acosadores.
—Pues soy alguien realmente importante, debes saberlo para que me tengas bien cuidado —suelta Alberto en un tono engreído, intentando erguirse mientras camina cojeando apoyado en los hombros ajenos.
—Es bueno saberlo joven valioso, porque en mejores manos no ha podido caer —responde el otro provocando una sinfonía de fuertes carcajadas por tales comentarios—. Es la primera vez que me siento como un famoso, imagino que para ustedes debe ser pesadilla de todos los días, ¿o me equivoco? — pregunta con mucha curiosidad porque si la respuesta es afirmativa, entonces no quiere estar en esos zapatos.
—Si te soy sincero, con nuestros admiradores tenemos códigos de respeto, quiere decir que nos permiten tener espacio para mantener nuestra privacidad —confiesa ante las intrigas que está mostrando su acompañante mientras gira las llaves para abrir la puerta—. Pero sucede que a veces esa emoción rebalsa y situaciones como estas aparecen —agrega con una sonrisa, adentrándose en el interior de la vivienda.
Con sumo cuidado, Alberto toma asiento en un largo mueble blanco mientras que Paulino le pide esperarlo para salir en busca de un botiquín. Aunque suene exagerado, el pelinegro lo ha invitado hasta su casa para curarle esas heridas y evitar infecciones; a pesar de haberse opuesto pues podía regresar a la empresa o a su mismo hogar, la insistencia del otro le ha hecho ceder y aceptar la propuesta.
—Además he escuchado que tu jefe es un renegón y vengativo en extremo, no quiero imaginarme que me sucedería si se entera que he descuidado a su niño —fueron esas palabras las que terminaron por confirmarle que alguno de los chicos ha vuelto a hablar de más, provocando el mismo miedo que todos le tienen a su desconocido manager.
El lugar donde ahora se encuentra es realmente acogedor, una pequeña sala donde resalta bastante el color blanco que le da al ambiente un toque de tranquilidad, «da la sensación de estar entre las nubes», suelta una risa graciosa ante semejante idea. Por las paredes puede apreciarse como decoraciones, bastantes fotos familiares junto a varias reliquias católicas que más destacan, por estar esparcidas hasta en la cocina, deduciendo que la familia tiene una fuerte creencia religiosa; situación no tan extraña por ser muy frecuente en la mayor parte de los hogares de este país.
Recorriendo la habitación con la mirada, se maravilla con las fotografías que están posicionadas según un avance cronológico de acuerdo a momentos de la familia, como el crecimiento de Paulino o el nacimiento de sus menores hermanas. Es gracioso imaginarse al trigueño siendo un niño, «seguro era todo un travieso que no les dejaba ni un respiro a sus padres», porque pensarlo como alguien tranquilo o retraído está muy lejos de la realidad.
Pero una foto en especial capta su atención, tomándola entre sus manos para observarla de cerca, encontrándose con un gracioso Paulino de unos diez años sonriendo junto a dos pequeñas de un año aproximadamente y dos adultos que supone son sus padres.
—¿Te estás divirtiendo espiando en mi privacidad? —al escuchar esa voz y al saberse descubierto, coloca el portarretrato en su lugar para hallar a su sonriente acompañante enseñarle un botiquín—. Mamá lo tenía escondido en su armario, fue el último lugar donde pensé en buscar —agrega mientras se sienta a un costado.
—En verdad no es necesario que te molestes, no es más que un simple raspón —responde restándole importancia al asunto, aunque no quiera admitir que ha empezado a doler.
—Deja que repare mi error y no digas más, si no tendré que obligarte a estar sentado —suelta el moreno cerca de su rostro, provocándole una emoción recorrer su cuerpo que ha teñido ligeramente sus mofletes, acto que ha pasado desapercibido por el culpable al estar revolviendo el interior del botiquín y sacando unos implementos.
Mientras Paulino decide empezar con un poco de agua oxigenada para limpiar y desinfectar la herida, ambos conversan sobre cosas triviales que les permiten acercarse un poco más; ya saben, lo típico en todo adolescente. Conocer un poco de la familia, los gustos del otro, pasatiempos frecuentes, profesión que eligieron y por qué estudiarla. Hasta sin proponérselo hablaron un poco sobre sentimientos, aunque eso ha generado algo de incomodidad en cada uno.
Es extraño decirlo, pero contando esta ocasión es la tercera oportunidad que se encuentran y no han tenido mucho tiempo para conocerse. En la fiesta sorpresa de Serena, estuvieran más riendo de las locuras de Diego y Dustin, que no dejaban de fastidiarse entre ellos y contando algunas anécdotas graciosas del grupo. Es cuando Alberto se dio cuenta que le agradaba la compañía del otro, pensando que quizá podrían ser buenos amigos; o eso intenta creerse porque no quiere aceptar conscientemente que la cercanía del otro suele mover muchas sensaciones que no se asemejan a una amistad. Y como dicen por ahí, es mejor ignorar esos sentimientos que empiezan a molestar, en vez de aceptar que tal vez..., ya saben.
Pero el alcohol sobre sus rodillas le hace soltar un gritillo que interrumpe sus pensamientos y genera la risa del trigueño que empieza a burlarse de su adolorida expresión.
—Mira que eres un tremendo idiota —suelta Alberto reprochándole a su "enfermero" por la poca sensibilidad que demuestra ante un lesionado—. Déjame decirte que como médico te morirías de hambre —comenta fingiendo sentirse adolorido, ante la expectativa mirada y risas de su acompañante por semejante improvisación.
—En cambio, a ti te caería a la perfección el trabajo de actor en novelas dramáticas, esas donde hay traición y mucho sufrimiento. Podrías volverte millonario, mucho más que como cantante —Paulino arroja otro poco de alcohol, ganándose un nuevo insulto por su insolencia.
—¿Estás insinuando que canto mal? —pregunta con cierto desdén en la mirada—. Mira que tienes mal gusto, mi público ama la dulzura de mi voz —agrega con cierto aire de grandeza, resaltando sus propias cualidades.
Los dos muchachos se observan entretenidos y empiezan a reír de las ocurrencias del otro, molestándose lo que pueden. Paulino aprovechándose de su ventaja como "médico" y Alberto de su fama como cantante y futuro reconocido compositor, como humildemente se señala.
—Veo que tu familia es religiosa, ¿alguna en especial? —pregunta nuestro muchacho mostrando su curiosidad al percatarse de la pequeña cruz que trae colgada en el pecho.
—¡Oh!, si te refieres a esto —responde Paulino señalando el collar —, lo tengo porque es un regalo de alguien muy especial —y esas palabras junto a esa emocionante sonrisa, provocan una sensación de malestar en el rubio, arrepintiéndose por haber preguntado—. Pero no te voy a negar que mis padres son muy religiosos, eso les viene desde familia e intentan hacer lo mismo con nosotros —señala el obvio lugar.
—Mis padres también son religiosos, aunque no de esos que van a misa todos los domingos —aclara nuestro chico—. Pero mis hermanos mayores y yo nos profesamos creyentes, no soy mucho de seguir una iglesia porque pienso que hay muchos temas delicados a las cuales no le demuestran flexibilidad.
—Si mis padres te escucharan seguro me pedirían alejarme de ti, porque te tacharían como el pecado en persona —suelta Paulino en una risa—. Además que la imagen que representan tú y tus amigos en la agrupación, haría que los vean como el mismísimo demonio.
Alberto se tensa con ese comentario, imaginándose una situación similar. Pues aunque a sus propios padres no pareció gustarles la idea de pertenecer al BL801, es algo que han ido aceptando con el tiempo; más bien fingiendo como si realmente no sucediera. No es usual que sus progenitores le acompañen a los conciertos o viajes del grupo como hacen otras familias, suelen conversar sobre sus actividades en el trabajo mientras no se toque el verdadero trasfondo, el mensaje que intentan transmitir con sus canciones, la aceptación y la tolerancia.
—Pero no te estreses que no pienso igual a ellos —Paulino le revuelve el cabello para calmarlo—. Digamos que intentan inculcárselo a mis pequeñas, conmigo no pueden porque he pedido respeto por mis propias decisiones, aunque eso me haya ganado muchos problemas al inicio —agrega señalando que él tampoco entraría en el molde que profesan las religiones—. Creo que en la primera confesión terminarían echándome.
Ambos jóvenes ríen por esas repentinas ocurrencias, —¿es que nunca puedes tener una conversación realmente seria? —sintiéndose de cierta manera conectados porque se han dado cuenta que comparten muchas similitudes. Es como esa satisfacción que te invade cuando sabes que el destino se ha movido para juntarte con alguien que comparte algunas de tus aficiones, forma de pensar o de ver la vida; haciéndolos conocerse y compenetrar en todo momento. Como esos inevitables encuentros que suceden con personas que se convierten en tus mejores amigos, aunque los sentimientos no sean los mismos.
Alberto no entiende qué le sucede, pero tiene un repentino capricho por conocer más sobre el chico que tiene al frente; y aunque suene egoísta, hacerlo parte indispensable de su vida.
Entre risas y conversaciones graciosas, sucede un momento inquietante para ambos, porque sin proponérselo sus miradas se han conectado y toda palabra ha desaparecido de sus labios. Una repentina emoción se alberga en sus pechos, expandiéndose por todo el cuerpo y llegando hasta sus mejillas que empiezan a calentarse, sufriendo también sus estómagos con ciertos revoloteos como si millones de mariposas estuvieran inquietándose.
El rubio no comprende cómo puede hipnotizarse con solo observar esa mirada de tono gris que lo transporta a un momento de completa calma, como si algo en ella le dijera que todo va a estar bien, borrándole todo pensamiento de preocupación.
Y sin percatarse, su cuerpo ha empezado a acercarse al ajeno mientras sus miradas se mantienen conectadas, como si se necesitaran una a otra. Pude sentir la respiración del otro sobre su rostro, estando a escasos centímetros de volver a unir sus labios. «¿Qué sucede?, ¿por qué?, ¡no quiero!, ¿realmente no quiero?», su cabeza es una confusión de pensamientos y confesiones que solo provocan que sus nervios vuelvan a dispararse. Aunque su salvación es el repentino gua gua junto a la aparición de un gigantesco perro que se abalanza sobre ellos, haciéndolos reaccionar para dejarlos con un fuerte rubor en sus mofletes y una apresurada aceleración de sus corazones.
—E-este es mi travieso Bobby —suelta Paulino trabándose un poco en sus palabras, mientras intenta disimularlo acariciando la cabeza de su enorme Bobtail que le regala a nuestro protagonista una lamida de bienvenida—. Siempre hace eso con los nuevos que le caen bien, así que debes sentirte afortunado —agrega presionándole el parche en una sus rodillas, enviándole un dolor que le hace cambiar de expresión.
—¡Eres un canalla! —suelta Alberto conteniéndose de gritar, mientras su acompañante se burla sin compasión.
El perro intenta captar su atención subiendo y saltando del mueble, moviéndola la cola y ladrando con fuerza, entendiendo su dueño que desea. —¡Es hora del paseo! —menciona tomando la correa y provocando que el cachorro se coloque frente a la puerta, manteniéndose quieto para no causar un arrepentimiento que lo condene a mantenerse en casa.
Alberto sonríe gracioso al notar como Paulino habla con su mascota pidiéndole portarse bien durante el paseo, como si estuviese conversando con un pequeño de cinco años, a quien le das las recomendaciones antes de salir de casa. Sintiéndose mejor, decide acompañarlos.
Pero grave error, al inicio del paseo como para convencerlos, Bobby sigue los pasos de ambos, olfateando todo a su paso. Acepta caminar tranquilamente por las calles cercanas a la casa, el inconveniente se desata al llegar al parque donde un grupo de personas se encuentran reunidos junto a otros canes que están jugando. El gigante Bobtail no demora en acelerar el paso, tomando desprevenido al trigueño a quien arrastra consigo en una rápida carrera que termina con el chico dentro de un pozo de barro.
Alberto se acerca demasiado para observar la situación, realmente esforzándose por contener su risa al notar como el pelinegro intenta levantarse con todo ese peso encima. —¡No es gracioso! —suelta en una pícara sonrisa para coger al rubio de la pierna y con un solo jalón tirarlo con él, terminando ambos igual de sucios.
—No entiendo porque estoy contigo, si las personas chinches como tú me caen mal —resopla nuestro protagonista buscando levantarse, pero sus pies le juegan una mala jugada haciéndolo tropezar para caer de bruces contra el fango.
—¿En serio no sabes? —pregunta con una pícara sonrisa—. Creo que entiendes bien porque andas conmigo, es porque... —utiliza un tono demasiado sensual que es callado con un pellizco, porque el rubio está sintiendo nuevamente como emociones amenazan con descontrolarse.
Al observarse en esa graciosa situación, sueltan unas fuertes carcajadas que sorprenden a las personas que pasan cerca de ellos, extrañándose por ese raro comportamiento; pues tal vez deberían estar enfadados por haberse caído en todo ese lodo. Pero a ellos parece no importarles, solo están perdidos en una conversación que tiene como objetivo elegir al más oloroso.
—No puedo creer que tu perro tenga tantos implementos para el baño —dice Alberto extrayendo de una pequeña caja un champú, un acondicionador y unas cremas que se utilizan para mantenerle un pelo sedoso.
—A mis hermanas les encanta bañarlo y después echarse abrazadas a él, por eso mis padres compran todo eso para complacerlas —responde Paulino conectando la manguera que utilizaran para quitarle ese mal olor a Bobby. Y por qué no, aprovechar para también limpiarse ellos.
—A parte de ustedes solo conozco a un obsesionado por el pelo de sus macotas —nuestro muchacho comenta que su amigo Dustin tiene cinco perros, a quienes ayuda a bañar todos los meses; sorprendiendo al trigueño que solo con uno está volviéndose loco, pues no podría imaginarse con cuatro más.
—Por eso acepto gustoso tu ayuda, mi lindo chico—responde logrando conectar la manguera, pero enviando el primer chorro equivocadamente hacia Alberto que cae de bruces.
Decidiendo que la zona del jardín es la correcta para bañar a tremendo perro, Paulino lanza otro chorro que esta vez cae sobre Bobby que al recibirlo se mantiene tranquilo sintiendo como su cuerpo se va enfriando en esa tarde de verano, relajándose también con las caricias de ese par al aplicarle el champú, rascando y rascando intentando quitarle toda la suciedad de encima. Pero confiarse no es correcto, pues el cachorro los ha traicionado al repentinamente sacudirse, llenándolos de espuma y un poco de agua que ha terminado por empaparlos. Intentan calmarlo, el rubio corriendo detrás de él mientras que el incansable animal se mueve de un lado a otro.
—¡Es extraño!, nunca ha sido tan inquieto con las visitas —menciona el pelinegro buscando alcanzarlo con chorros de agua, pero sin percatarse que su mascota ha corrido alrededor de él haciéndole enredarse en la manguera, tropezando y cayendo sobre un desprevenido Alberto que estaba cerca.
Paulino está encima de nuestro protagonista que lo observa impaciente, sintiendo como esas sensaciones vuelven a invadirlo mientras que sus miradas se conectan enviándolo a esa inmensidad que solo uno al otro pueden brindarse. Bum-bum, pueden escuchar el resonar del corazón del otro, generándole más inquietud a cada uno.
Pero un repentino splash sobre el rostro del rubio junto a una carcajada le hace levantarse apresurado, pues su acompañante se ha atrevido a lanzarle un chorro de agua sin consideración.
—Eres un idiota, me las pagaras —menciona tomando la manguera, lanzándole chorros y chorros que el otro esquiva con facilidad.
Es un momento de diversión para ambos, perdiéndose entre mojadas, bastante champú y algo de acondicionador para perro; junto con risas y ladridos, divirtiéndose siendo y estando solo ellos dos, una tarde que es seguro ambos atesoraran.
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