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3. Luna Nueva: No renunciaré

No renunciaré.

El fuego verde de sus ojos.

-Abue, ¿qué le puedo decir? -La escritora solo miraba el vasto paisaje cafetero. Entonces la chica sonrió de una manera traviesa -ya sabemos de dónde saqué lo apasionada.

-Alana, no se haga pegar -la adulta tuvo una mueca de frustración, su nieta se encontraba mofándose de la adulta -. Usted es como descarada.

-Lo aprendí del mejor abuelo de esta vida. -continuó leyendo.

«En menos de cinco minutos me encontraba en mi hogar, ella se paró con una dificultad apremiante, dándome a entender que no tenía fuerzas suficientes para comportarse como una dama, como en lo que se transformó para él.

Le ayudé a acomodarse en un sillón largo y su olor hormonal seguía igual, ese que era mi delirio y que, a pesar de que Mariela me quisiera mucho, no podía corresponderle como mujer, no podía verla como mujer. Lo había intentado mil veces, pero no me daba la cabeza para estar con alguien a quien no veía para mí y más con alguien que siempre quiso ser la copia barata de la mujer que tengo a mi lado.

- ¡Jonás! -me llamó, en lo que fui a dejar su tula en la cama para luego dirigir mis pies a la cocina por un vaso de agua.

-¿Dime? -, pregunté con la mirada puesta en ella por instinto, preocupado de mil maneras, buscando la manera de hablar sin herir más de lo que ya había hecho.

-Siéntate, por favor -le hago caso. Por primera vez, desde que terminamos hace bastantes años, unos cuatro más o menos. Era siempre como un perro faldero alrededor de su dueña. Si ese era yo, entonces trate de presentarle atención. Como sabía que lo necesitaba- lo que te diré puede que cambie o no las cosas en nuestras vidas...

Abro los ojos bien grandes. ¿Será que está embarazada o descubrió que de verdad esa no era ella? En mi cabeza circulaban mil preguntas, por lo que me quedé en su mirada verde extremadamente clara y, pese a la oscuridad, se notaba lo turbio que se veía por la tristeza subyugada a lo que no se entiende.

Comenzó diciendo:

-No estoy embarazada-suspiró tras confesar-. Darío no puede y, si pudiera, no le daría un vástago por gusto. Primero me mato.

Con que el imbécil ese es estéril, qué información más interesante, pero no digo nada por respeto y por la "semillita", se encontraba conmocionada por algo. De repente, ella tomó la falda del vestido y retuerce la tela para fijar allí su ansiedad. Ese acto es tan de ella, mirar hacia el piso para luego delimitar sus manos al brazalete que le di hace tiempo cuando vivíamos en el pueblo, haciéndome sentir bien, tan solo con saber que lo conservó con tanto cariño y amor.

-Casanova, nos han engañado -ella tomó el vaso de agua que estaba en la mesa del centro de la sala para hablar con desdén-. Los malparidos de Darío Benjumea y Mariela Granada hicieron que me separara de ti luego de que ella me confesara que tú la adorabas y que yo era un juego hijo de puta para ti.

Granada no pudo hacer eso, ya que, en el tiempo que estuvimos juntos, ella se la pasaba... Ya lo veo.

- Con razón -mi voz se recorta a un aullido de lobo que ella entendía bastante bien-. Mariela me comentó que tú te acostaste con "Don Darío" justo después de que yo te hice... Además, tu papá deseaba que te casaras con ese sujeto para mantener el "estatus" de la familia.

La mayor de las hijas de Rogelio Abadía lo negó con una sarcástica sonrisa. ¿Cómo le pude creer a Mariela si ni siquiera me agradaba? Sí, era bonita, pero no era Marcia, no era la mujer que tenía los ojos de "fuego verde".

- ¿Cómo pensaste eso? -dijo doblemente desilusionada-. No confiaste en mí. ¿En qué cabeza retorcida cabe que, justo después de que me hicieras tuya, iba a poder estar con alguien más? Yo no podría para ese entonces, ya que estaba totalmente enamorada de ti.

Volvió hacia mí, con sus ojos verdes, dolidos y amados.

- ¡Dios! Sí que estaba enamorada, tanto que me peleé con don Rogelio por ti -se refería al ex suegro-. Y con más ganas me mandó a la puta mierda a los brazos de Darío.

Cerré los ojos dándome cuenta de que, después de cuatro años, sin su piel llena de pecas, ni sus ojos verdes que me volvían loco en cualquier momento, ni su voz nada delicada al gritarme que la amara sin freno, me estaba matando de una manera muy pendeja. ¡Palabra de Dios! ¿Por qué me dejé llevar por cuentos de una sardina idiota que jugó, en cierto modo, a ser el papel de "niña buena, casta y pura"? Ese papel, ese papelón, se lo dejó a mi cuñada, la menor Genoveva Abadía...

- Por idiota. Creí esas mentiras y te perdí, la verdad soy muy marica por dejarme manipular de esa manera -respondí, con una mirada igual a la de un cachorro.

Miro sus manos queriendo tocarlas para ponerlas encima de mi pecho, siendo la afirmación de su recuerdo por este apartamento, pero me muestro duro y sin explicación. No le iba a dar el gusto así de fácil, tenía que darle un poco de dolor de cabeza... ahora era yo el que era medio pendejo.

- ¿Por qué crees que a mí me importaría? -digo hablando como si no me importara, cosa falsa, pues la verdad es que estar con ella y saber que todo eso había pasado viviendo engañada me dolía.

- Vean, pues, así que al señor no le importa -sonrió en lo que me vio mientras cogía la mentira-. No seas mentiroso, sé lo que te hago sentir.

- Sí, lo sabes y también sabes todo lo que he pasado sin ti -muestro los pedazos de las botellas regadas por el departamento-, que estoy al límite de volverme en alcohólico por ti.

- Lo noté cuando sentí tu piel -su mirada estaba opaca y triste-, sé que, sin dudarlo, se arrepintió de todo lo que pasamos-. Siento tanto el infierno que has vivido.

Se tocó el pecho con pesadez.

- Pero yo también me he ganado un lugar en el averno.

- Pues no parece -blanqueé los ojos en lo que me acerqué a ella cuál león, ese símbolo de supremacía inherente a la pendejada del horóscopo. Pues, a continuación, le dije algo que la hizo llorar -. La verdad, una vez quise que estuvieras muerta.

Las lágrimas no se hicieron esperar.

- No te culpo, yo tampoco quería vivir. Me estaba trasformando en una "muñeca de porcelana" -aquello fue, definitivamente, un golpe en la cara.

Suspiro, mientras tanto, tratando de calmarme y dejar pasar el sacrilegio rechinante de no verla, recordando cómo es morir de amor y lujuria por Marcia. En ese momento es que mis ojos lloraban por el simple hecho de saber que fue una artimaña. Esa vieja me va a escuchar y se arrepentirá de haberse metido con nosotros y a Darío se la voy a meter al fondo, pa' que respete.

- Dime, abogado, ¿me ayudarías a desenmascarar a Darío? -preguntó con unas ganas de besarme y sentarse encima para recordarme que soy de ella.

Entonces arriesgándome, pues ella tenía la última palabra.

- Dame un beso y hablamos -dije, abrazándola y enterrando mi cara en su pecho, dando pequeños besos en la parte del medio.

- Exactamente, eso era lo que te iba a decir -me contestó sin pretensión a ser lo que era, parte de mi sol y la loca que puso mi vida de cabeza.

(Don Jonás, dicen Dan y Derek... ¡Don Jonás tiene toda la razón!)

Mi atención era ella, la cual me pide ser besada y encaramada en mí. Besándola y obedeciendo como su fiel esclavo, la encaramo encima y deslizo mi mano derecha por la falda de fantasía que trae puesta hasta poder sentir sus nalgas y, con la otra mano, reviento el escote. Mientras tanto, ella, como siempre, busca el resorte de mi pantalón e intenta quitarlo con tanto afán que solo me levantó un poco mis caderas para hacerle mucho más fácil el trabajo y, sin pedir permiso, me secuestra de modo literal, pues comenzó a moverse sin siquiera darme cuenta.

-¡Oh Dios! -Se escucha un grito apasionado que me encarcela más. Sus adentros calientes, sus ojos en mi boca y nuestros corazones latiendo a un millar de fantasías -no recordaba lo mucho que me gusta estar encima.

Sin darme cuenta, ya estaba dentro de ella, siendo entonces que le volvía a ver a los ojos que me derriten y comencé a moverme de una manera lenta, además de concisa, aunque ella llevara el verraco ritmo de sus caderas. Mientras me besaba, descubrí que le di excelentes clases en el amor a esta niña que me envuelve cada vez más fuerte.

-Venga, vamos pa la pieza -tiré los pantalones lejos y la cargué hasta la cama.

Es tan común poseer a esa muchacha, cogerla y mostrarle que, si ella me pide saltar por un puente, lo haré sin pensarlo, estaba totalmente enamorado de ella, sin que ella se diera cuenta, no sé, parecía un sueño, un sueño que me gustaría tener a mi lado por siempre y para siempre, eso de enfrentar lo que sea por ella.

Ya en el cuarto, subí una de sus piernas a mi hombro y me moví tan rápido que me daría una felicitación después. Y es que es tan profundo, tan exquisito, que de aquí no sale esta mujer, hasta que me dé su mano y vayamos donde don Rogelio y me mate, cosa que ni importa porque, para ese entonces, estará más que preñada.

(Hoyos y Borges toman nota, subrayan y aprenden atentos...)

- Dígame, que se quedara conmigo -le dije, besándole de nuevo en el cuello, en lo que tocó su profundidad con una gran medida.

- Aja, ahora usted se hará cargo de todo. ¿Verdad? -decía en susurro mientras me mordía el cuello.

- Así será, si así quiere -le habló mientras le atravieso tan fuerte como es posible. »

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