23. Luna Menguante: Enamorada estoy
Nuestra realidad es bastante clara, soy más tuyo, que ...... y eso me encanta.
Daniel junto a Derek querían meterla en un joyero para protegerla de cualquier palabra dura que pudieran decir las señoras, Pero ellos sabían que cualquiera podía decir de todo y ella no presentaría atención, la cosa era tan diferente con esas dos señoras, prácticamente eran su todo... tanto o más que ellos. Entonces se escuchó un hilo de voz, que salió de la garganta de la mujer más joven.
Le atormentaba sobremanera lo que dijeran las adultas, pues no quería separarse de ellos, y tampoco quería excluirlas de todo lo que ahora había construido, por ende, tomó el ejemplo de Pía y habló, hablo desde el punto de sus sueños, de lo que había pasado en su infancia y entonces lo que lastimosamente jamás iba a poder sanarse.
—Mita Inés —exclamó la joven con los ojos desorbitados de la vergüenza. Separándose de los dos lentamente, y pensando en cómo huir, esperaba que Daniel hubiese traído su auto. No quería enfrentar a sus abuelas, pero eran tan diferentes, como el agua y el aceite, por eso le daba un poquito más de miedo que estuvieran juntas. —¿Qué hacen ustedes juntas?
Los dos chicos estaban detrás de Alana muy preocupados y hasta asustados por la situación que estaban viviendo en ese momento, pues sí había conocido a la señora Marcia y la admiraban con fervor, pero nunca creyeron tener a las dos mujeres que prácticamente criaron a la señorita Alana. Su novia les había contado cómo eran importantes las dos, por ende tenían que estar atentos a cualquier cosa, que pudiera ocurrir. No querían que Patricio y si era algo ni tampoco su suegro que la tenía entre cejas y más el descubrir que ya había estado metida en las cosas del paro
La señora Marcia y la señora Inés miraban esta situación un poco burlona, pues les parecía chistoso ver a dos hombres gigantes con tanto miedo al tenerlas presentes, Doña Marcia se sentó en el comedor a esperar con qué iban a salir esos tres y mientras que doña Inés se cruzaba las manos imitando a una persona que no iba a escuchar razones ni motivos.
El clima de Risaralda, era verdaderamente frío y constantemente fuerte, para nadie era un secreto qué de cierta manera aquel clima le hacía mucho daño la escritora, eso lo sabían ambos, pero todo era aún más difícil para ella, y más saberlo llevar, pues, el cáncer, le había dejado secuelas a pesar de los cuidados de los chicos. Las dos mujeres miraban y le hacían con la mirada una dispuesta a su nieta, que en ese momento era un mar de intensidad. No quería tener su primera pelea con sus dos pilares de vida, por una decisión tan de ella, pues era algo tan propio... que, por primera vez en mucho tiempo, no les iba a hacer caso a ninguna de las dos.
—Acaso usted, no me iba a contar que está en una relación de concubinato pecaminoso —alego la matriarca de la familia Marco. —Usted sabe que eso no es de Dios, no le voy a decir lo que va a pasar con su alma porque usted ya lo sabe bastante bien que se lo he dicho Alana Marco.
Antes de que la chica hablara y se disculpara con sus abuelas, Daniel le agarró de los brazos y le sonrió dándole un poco de tranquilidad, mientras que Derek, buscaba acercarse y no crear más problemas... En parte no era un problema grande en dentro de sus casas, la señora Inés era netamente cristiana y doña Marcia era católica, a pesar de ello, entendían la situación y siempre habían sabido que su primera nieta, era radicalmente diferente lastimosamente por el resto del mundo y para sus otros hijos y nietos, no iba a ser bien visto por lo menos Gretta ya lo sabía o lo intuía e Isaías no podía opinar absolutamente nada en las decisiones de su hija.
«Estos niños, están demasiado embobados por esa niña» pensaron las dos adultas.
Alana Marco tomó aire rápido y comentó: —Mita Inés, lo siento mucho... pero le presento a Derek Borges, él fue mi primer novio y la primera persona que ame con el alma y al que todavía sigo amando como la primera vez. —Miró al pianista, suspiró—, y usted ya conoce a Daniel, ¿cierto?
Daniel, no podía estar más maravillado con lo dicho por la chica.
Sabía que una vez hace tiempo atrás, la sola idea de compartir a la chica y aún más con Derek Borges, le causaba náuseas, repudio, pero después de todo lo pasado, del atentado y el cáncer, del descubrimiento de la apuesta y que la joven casi muriera por tener que ver y sentir la sensación horrible al separarse para dejar de ser una familia, era doloroso a la milésima potencia, los tres ya habían pasado por eso, y no querían volver a lo mismo. Gracias.
Eso era lo mínimo y la cuestión era que sinceramente era que ya no era doloroso, antes, al contrario, le gustaba verla feliz y ser parte de esa felicidad le gustaba más que cualquier malestar que pudieran tener.
—Con su permiso voy a seguir leyendo—, se volvió a sentar al lado de sus hombres sin quitarle la importancia al hecho— terminó esto y nos vamos para la casa. — los miro a los cuatro y se concentró en la lectura.
***
«2003
Alana tuvo la suerte de ser llevada al médico rápido, aunque realmente no sabíamos qué iba a pasar, pues no nos daban respuesta. Aquello era causa de preocupación y de dilemas existenciales en la familia. No se sabía si era una meningitis, no se sabía si era una polio o mal de ojo, esto lo dijo Amatista, al llamarla para contarle todo. Lo único que sí teníamos claro era que toda la vaina era algo cerebral. Pero sin respuesta, no podríamos decir cuál era el paso a seguir; fue por eso que tomé la determinación de la vida.
El presente de Alana era lo más importante, esa pequeña cosa nos dio una grata sorpresa cuando abrió sus ojos estando conectada de todos los cables.
Era tan pequeña y tan fuerte que, en ese instante, fue tomar la decisión más importante de esta larga historia; le iba a heredar todos mis bienes a la niña. Entonces el buffet de abogados y hablé con la secretaria.
La primera, secretaria que tuvimos y la única que íbamos a tener hasta que ella muriera, en ese entonces tenía unos 40 años, le hacía perfecta para el trabajo, era estilizada, bondadosa, capaz, estricta consigo misma y con nosotros también y aquello era necesario, bueno, hasta que Aurelio murió.
—Buenas tardes, doctor Jonás —Cielo me saludó con una sonrisa bien puesta. Iba vestida con un traje azul y su pelo ya pintaba algunas canas.
—Mejor, querida amiga —aún estaba abrumado, por todo lo que sucedió con la bebé. —Sabes, ya soy abuelo y me parece increíble —le hice el comentario suelto, mientras que me tomaba el tinto, que ofreció Cielo.
—¿De quién? —preguntó la mujer. Mirando la hoja de escribir, que estaba insertada en la máquina, se notaba que estaba algo ajetreada.
—De la más niña —, hable con tranquilidad, la mujer quedó sorprendida por mi tranquilidad, pero ya había entendido qué es la vida era un giro grande y que a pesar de que no quería aceptarlo ya era parte de mí Alana Marco era mi amada nieta y mi primera princesa ya sus tías y su mamá era en otro cuento—Cielo, te pregunto ¿el pendejo de Francisco está por aquí? Es que no lo quiero ver, podría matarlo —la mujer solo negó con la cabeza asustada por mi actitud—, volví a preguntar —¿la chapa de mi oficina fue cambiada?
—No, señor, es más, yo soy quien mantengo esa oficina limpia, por si en algún día puede regresar.
—Tú sabes que, aunque quisiera regresar, pero no puedo —mis ojos azules le daban una clara evidencia de la razón —, no mientras el pendejo de Francisco esté vivo, y más ahora que debo de velar por el bienestar de Alana.
Mi sueño había sido reemplazado, me encantaba ser abogado, me encantaba ayudar y realmente extrañaba a mi mejor aliado, extrañaba la corte de justicia, extrañaba el buffet, pero la responsabilidad es algo que se carga con honor.
—Su nieta se llama así, ¿verdad? —habló la señora —. Es un nombre muy bonito.
—Significa armonía —la mujer sonrió. — curiosamente, lo escogí el mismo día que me di cuenta de que mi hija estaba en embarazo.
—Doctor, tenemos que hablar sobre algo —se paró de su puesto y puso un cartel en la recepción.
"Me fui al baño"
Cuando estábamos en la oficina, ella se sentó y yo me quedé parado.
—Don Daniel, el señor Francisco, tiene un hijo, por fuera de la señorita Helena y el señorito Francisco —Cielo era exageradamente prudente —y es de una jovencita un poco mayor que la señorita Laica—, eso sí, me hizo una sorpresa.
—¿Cómo así? —pregunté, lleno de preguntas. Que la mujer de vestido verde me respondería.
—Sí, el doctor Francisco, le ha hecho mucho daño a la señora Rosario. Y más desde que usted se fue para su pueblo —yo solo cerré los ojos, lo quería matar y degollar lentamente, hipócrita Francisco era un hipócrita que se jactaba diciendo ser fiel a Rosario, era tan hipócrita que tenía una amante y la mantenía y tenía un hijo, un niño pequeño, que del cual él no debería ser su papá. Sabía esto por las muchas entrevistas que el maldito perro hacía por la radio y los dos canales nacionales. —El doctor tiene un hijo con una chica de Honduras, al que no quiere ni un poquito, tanto que lleva como un año sin verlos.
—¿Cómo se mantienen? —preguntando y mirando la hora de vuelta. La señora Cielo Gutiérrez, espero una respuesta a lo que estaba mirando yo en la pared —es que mi nieta está en el hospital, parece que tiene una infección, debemos de hacer tratamientos para ver cómo evoluciona.
—Pues el doctor Daniel —el padre de Aurelio—les mantiene. El pobre niño nació prematuro y bueno, no tuvo mucho oxígeno al nacer, ahora es un niño bastante enfermizo y curiosamente se parece bastante a don Aurelio, que en paz descanse.
—Primero, me voy a comunicar con Rosario —me dije sacando una carpeta negra del archivero, privado que se abría con la fecha de mi matrimonio con Marcia —, y después voy a ver a esa jovencita. ¿Tienes los números de ambas? —pregunté al devolverme a la sala de esperar.
—Sí, claro —sacó un papelito de color crema y escribió dos números.
—Don Jonás, me gustaría ir a visitar a su nieta.
—Claro que sí, Alanita estará hasta que le encontremos lo que tiene.
Al terminar la visita, me fui a la primera cabina telefónica y me permití llamar a una vieja amiga. hable con Rosario, me di cuenta de lo triste y agotada que estaba. Le dije que nos viéramos en la cafetería del hospital, donde necesitaba pedirle ayuda a ella precisamente. Al llegar, ella me esperaba algo abrumada, pues en el teléfono le conté la razón.
—¿Cómo está tu pequeña nieta? — preguntó ella con un ojo y tapado y unas gafas gigantes. Realmente no quería saberlo, pero si lo sabía, iba a ir a matar a alguien.
—Tal parece que tiene meningitis. Y me duele como no tienes idea —Rosario se quedó en silencio, esperando a ver qué salía de mi boca—. Necesitaba que me sirvas de testigo.
Por obvias razones, había algo muy en el fondo que Rosario no me quería contar; quizás, era lo que la secretaria me había comentado.
—No me digas que te separaras de la Abadía—, casi grita horrorizada y con unas ganas de matarme, pues cualquiera lo haría. Era la mujer de mi vida, de esa vida que estaba tratando de llevar bien.
—No, querida Rosario, no podría separarme de ella. No puedo y no quiero —ella me miró más tranquila —, lo que pasa, es que voy a darle todo lo que tengo a mi niña.
Alana necesitará de todo, y yo sé que, como buenas administradoras, ellas Marcia y Gretta, serán capaz de llevar a cabo todo lo que necesita mi hermosa nieta.»
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