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20. Luna Menguante: La piragua


Tener la oportunidad y tomarnos de las manos... para seguir caminando felices.


—Debió dolerle. —dijo Alana con voz compasiva... —Yo lo intenté. Intenté dejar a Borges y terminé siendo esclava de mi propio suplicio, por eso la entiendo perfectamente, abue. Como usted, yo también, pensé que iba a estar mejor sin mí, pero resulta que no, que no iba a estar bien con nadie más, antes de volver a la silla volví con él, no podía dejarlo y ahora es parte de mi vida—la escritora dejo un suspiro en el aire —y ahora amar a Daniel y a Borges, se ha convertido en el mejor regalo que la vida me pudo haber dado.

"¡No jodas! Es que hasta en eso nos parecemos" —creyó la más adulta admirándola, sonriendo.

—Hasta en eso nos parecemos mucho, mi niña —sonriendo cada una individualmente —. Usted no tiene idea de cuánto me dolió caer en los juegos de esa estúpida niña rica. —Alana guardó silencio pasmada, nunca había escuchado hablar de alguien así. —Mariela es del pueblo y siempre quiso ser como yo.

Entonces Alana sonrió engreídamente, siendo la sorpresa de su abuela

—Para ser como usted mita, a esa señora le tocaba volver a nacer. Y téngalo por seguro que no llegaba a su nivel —hablo muy segura de sí misma —. Además, me dejo de llamar Alana Marco Casanova, si la señora fuese mi mita.

—Deje de hablar de pendejadas —dijo la señora un poco feliz—. Creo que su abuelito la hubiese matado

—Yo también lo creo y hasta yo misma le hubiera ayudado —la chica se colocó el cabello detrás de las orejas —. Además, no son pendejadas, abue usted me salvó la vida y eso siempre lo voy a tener presente.

—Si es así, entonces luché por ser feliz —la más joven asintió haciendo caras silenciosas, para continuar con la lectura. Faltaban pocas hojas, para terminar.

—Lo voy a ser, con todo y locura —soltó una buena carcajada desde adentro.

—¿Más? —, preguntó la abuela en forma de chiste.

De momento volvió la letra de un solo color y una sola forma.

***

«1999.

La inocencia de mis hijos y el amor de Marcia curaron todas las heridas de un pasado, ese pasado de juventud... En el que no sabía qué hacer y la incertidumbre me agotaba, no quería saber nada más y solo tener una botella de ron para olvidar a la mujer inolvidable a la que ahora tenía al lado mío viendo los pajaritos cantar en la casa de mi abuelo... Lo único bueno que me dejo es la casa y los ojos azules.

Aunque no se crea e indudablemente, repetiría todo esto, puede que suene un poco crudo y triste. Solamente espero que las generaciones siguientes encuentren su felicidad, su camino y su destino sin mirar a quién ayudar, simplemente dar la mano y agradecer por todo. Deseo fuertemente que mis nietos y bisnietos sean igualmente fuertes y valientes, abriendo las posibilidades al mundo que les rodea, sin miedo y sin presión, solamente viviendo, existiendo, respirando, soñando y amando con todo el corazón

Los niños me llenaron la vida y, me convirtieron en un mejor hombre, pues según lo que había aprendido de la psicóloga de cabecera de la familia, decía que el reflejo que yo haga con mi esposa iba a ser lo que mis hijas iban a buscar en una pareja y para la gracia divina tenía tres niñas muy hermosas, aunque diferentes entre sí, eso sí.

Pero bueno, las cuidaré y protegeré hasta que sean adultas o sean conscientes de su poder, espero que se demoren algunos años más, para poder ser su guía, esa persona que necesita en protegerse. Comprendiendo que las situaciones que vivirán serán muy diferentes.

Pues Laica es una niña inteligente, muy rápida de mente, pero tiene algo de Genoveva, Violeta es la más calmada de todas, Violeta es la voz de razón muchas veces de sus hermanas, aún más cuando las otras dos pelean y mi pequeña Gretta la que se parece más a mí, en definitivamente esa niña me iba a sacar canas verdes o azules o fucsias de una vez.

Gretta era muy feliz, aunque mucho un poquito más libre que sus otros dos hermanos, era un poco más similar a Marcia, y definitivamente podría tener conversaciones con ella hasta echarnos a dormir viendo las estrellas y el pequeño Rogelio, Rogelio, el pequeño, el niño y solo podía alcahuetear.»

***

Después de esas penúltimas letras que Alana leyó atentamente en el cuaderno con sus anotaciones y sus colores, letras y diferencias de distancia temporal, se quedó aplastada encima del sofá de color rojo, pensando y analizando cómo podría ayudar a sus amados, pues ya no era uno, ni dos, ni tres, ahora era una familia, un hogar que se había constituido en contra de un estatuto social normal.

Los chicos y ella de por sí eran diferentes y cada uno había tomado la vida de una manera tan única, tan pasional y creativa que no podrían decir que los tres seres convergían por separado, pues antes, al contrario, eran de un mismo andar, una misma energía. Alana era de Daniel, sencillo como eso, era fiel a su corazón, a su instinto animal, ya que él le había enseñado desde hace tres años y se quedó en lo más profundo del ser, pero Derek fue su inicio, su intención, su inocencia como siempre lo proclamó.

En esos momentos, ella no podría pelear con ninguno sin que se vieran afectados por las decisiones de ella y de su mujer.

La abuela, la mujer que crio a la señorita Marco directamente, ya estaba involucrada en las decisiones de su nieta y sabía que aquel cuaderno se convertiría en la herramienta más factible para ella, para que aprendiera a tomar sus decisiones en cuanto lo que quería hacer con vida.

Alana tomaría una decisión en la que no se sentiría incómoda y sin siquiera pedir permiso a nadie, pues, además, yo no había que pedirlo. Ya estaba ahí la emoción, el sentimiento, el vínculo, por lo que no había marcha atrás, aunque tuviera miedo por el peligro de que su nieta corría. Marcia confiaba ciegamente en esa muchacha, la cual siempre salía adelante y, con esto, ahora solo faltaba el último tiro de gracia para poder enfrentar a Francisco, el malnacido que mató al amigo y a Rosario, su vieja amiga de la universidad en la época en la que se reencontró con su gran amor, el papá de sus hijos y el abuelo de sus nietos, Jonás.

Cuando tocaron la puerta de la casa, doña Marcia estaba tomando café con queso mientras terminaba de consolar a su nieta y dándole razón en que la decisión que ella tomara era suya y de nadie más.

Dos cabezas buscaban con intensidad a la chica, Daniel y Derek, quienes anduvieron por cielo y tierra en Manizales cuando recibieron la llamada de la Mita de Alana. Preguntaron a sus amigas y Gaby, casi las vuelve a matar... Podrían hablar como tres adultos responsables, aunque de adultos responsables no tuvieran nada, pues, la calidad humana era más indispensable en estos momentos.

—Amada mía —llamó el chico de ojos azules con un nudo duro en la garganta, como si las ganas de llorar fueran del mismo tamaño que su amor.

—Ángel —mencionó la joven mientras que Derek se aferraba por la espalda de ella y le daba besos en la nuca—. Mi rey, tengo mucho miedo...

Los dos se aferraban al pequeño cuerpo de la joven, cubriendo la sensación de perdida.

—Ya estamos aquí, no tengas miedo, Ali —habló Daniel, besando la boca de Alana—. Estabas tomando café sin mí. —sonrió desde el alma.

—No te vayas a ir—pidió el "lobo" de Alana.

—No podría irme, sin ustedes.

***

Al ver esto, Marcia, salió de la casa. No quería saber lo que esos tres harían, no necesitaba traumas y menos mal que Alana tenía un cuarto propio, por lo que decidió caminar hasta la casa de una persona que también admiraba y que, por una pequeña parte, le debía la vida a su nieta.

La señora Inés y la señora Marcia habían entendido después del nacimiento de la chica que sus hijos no eran muy responsables, ambos eran adolescentes y bueno, eso se notaba, aún todavía.

Ellas velarían hacia la protección de esa pequeña y, muy a pesar de que Jonás no quería que su hija ni su nieta estuvieran con la familia Marco, pues entendió que la vida era así porque sabía que Inés no tenía mucha culpa en ello. Antes, al contrario, también fue víctima de la sociedad y de la terca manera de ser.

Alana heredó eso. Entre ellas había respeto, admiración y, debía admitir, compartía a dos pequeños no tan pequeños. Marcia siempre velaría por el bienestar de sus nietos, de la buena educación, buenas costumbres y de la fuerza interna de cada uno, pues, para ella, era bastante importante como para todos los que conformaban el núcleo familiar, las personas que llegaban de fuera, los novios, los amigos, las amigas y, sin dudarlo, ahora los chicos que estaban detrás de su amada Alana.

Antes de llegar a la casa, compró un pan tibio para compartir, pues ella decía que, para contar algo importante o solamente un chiste o un chisme, era necesario un buen café y pan.

No importaba la hora ni la distancia, el problema ameritaba y es que era un gran motivo.

—Buenas tardes —saludó Marcia con un abrazo y un beso en la mejilla a modo de cariño y respeto.

—Ese milagro que la señora de Casanova esté por acá —Abadía solamente sonrió y contestó como cuando eran más jóvenes y tenían que solucionar ese pequeño problema, de unos ojos claritos y una melena suavecita llamada Alana Marco.

—Su nieta, nuestra chica, está en un gran dilema y no sabe cómo solucionarlo de la mejor manera.

—No me diga que la cirugía no sirvió y le encontraron otra cosa mala —la más baja dijo.

—No, si fuera eso, no estaría tan preocupada.

Marcia se dedicó a contarle con pelos y señales cómo la joven había llegado a su casa, lo que había pasado y la conversación, además de la confesión de su nieta que, para ella, era totalmente satisfactoria en una rebelde, con una causa, por su propia búsqueda de libertad tan sangrada y personal que Inés reconocía bastante bien que su nieta, gracias al cielo, no iba a seguir los mismos conceptos que sus otras nietas: ella lo iba a hacer totalmente distinto y, si tenían un hijo, iba a ser totalmente distinto a sus otros bisnietos.

Entonces, la viuda de Marco contestó aún con una interrogación en la mirada, porque sentía que a la mujer en frente suyo le faltaba más por contar.

—Sabíamos que esa niña iba a ser una revolucionaria desde que tomó aquella decisión tan dolorosa para ella y para nosotros.

Ambas bajaron la mirada, recordando con exagerados detalles todo lo pasado por esa pequeña.

—No más lo recuerdo, Inés, sus ojos eran melancolía. La niña hubiese preferido tenerlo con ella, pero físicamente era imposible. Todavía se arrepiento de lo que hizo, aunque ella lo aparenta y sabe que no debe decirle a nadie —susurró en voz baja mientras miraba el café—. Puede sentir por su energía que, si hubiese hecho eso ahora que volvió con él, creo que hubieran sido padres excelentes.

—¿Cómo así? —Inés preguntó preocupada y algo asustada por lo que su nieta había hecho, tomó agua de panela con pan.

Abadía le habló, aún más preocupada, de lo normal.

—Uno de los chicos con los que está Alana es el papá del bebé que ella tuvo cuando tenía dieciséis años —Inés tenía una expresión dura y casi siniestra—. No sé qué carajos hizo ella para que esos dos se unieran y estén juntos, pero considero que mi nieta es la reencarnación de Beatriz por todo lo que ella hace, cómo actúa, cómo es. Y el otro chico es nada más ni nada menos que de la familia del buffet donde mi esposo trabajaba como abogado.

Bueno, aunque tenía algunas cosas de su madre atormentada.

—Posiblemente, Marcia, posiblemente —dándole la razón—. Ahora no sabemos qué va a pasar con ella, ¿cierto?

La otra anciana preguntó, añorando que su nieta mayor tuviera una razón más para vivir.

—Usted sabe, María Inés, que Alana es como mi esposo en cierta manera y, si yo le digo dónde está el hijo de ellos, se van a querer ir tras el pequeño para conocerlo, quererlo otra vez y volverse a dañar nuevamente.

—Pero ella no puede hacer eso, ¿cierto? —preguntó la dueña de casa. —Es que esa niña que está loca.

—No, la verdad, no pueden hacerlo. legalmente, la niña entregó al niño unas horas antes de que él naciera, pero ella lo sabe y por eso prefirió ocultárselo a Derek para que nadie sufra.

—Aunque todo el mundo aquí sufrió.

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