15. Luna Llena: El Aguacate
Devocióna lo que no se puede
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Íbamos y veníamos juntos, ya que él no quería dejarme sola, por el hecho de que habían pasado los meses como un relámpago, ya que me encontraba en el último trimestre, ya habían pasado algunos meses y alguien tenía que cuidarme porque era mi primer embarazo y no sabía qué pasaría, además, no quería que mi mamá se diera cuenta de cuando lo iba a tener porque, sin saber, podría secuestrar a la niña y hacerle algo.
Sí, sé que suena paranoico, pero estos casos han sido muy vistos para la época, sin contar que mi hermanita se comportaba un poco rara últimamente entre idas y venidas y sé que los chismes ruedan en un pueblo pequeño, es peor la cosa como dicen por ahí.
Por suerte para ella y mala para mí, Genoveva era mucho más delicada que yo, pues le enseñaron a cocer y ser una excelente ama de casa, sumado al hecho de no gritar y alabar las cosas que hacen los hombres, aunque fuese lo más estúpido y pendejo de su vida.
Contrario a ello, a mí, por ser mujer y la mayor, me dieron un trato más fuerte, más duro y sin calma, siendo Amatista la única que ayudaba a calmarme cada vez que nos encontrábamos y nos abrazábamos y, cuando conocí a Jonás, él fue mi apoyo.
Fue por eso que, cuando a papá se le ocurrió la maravillosa idea de entregarme a Darío, inmediatamente me acosté con Jonás sin importar nada y rogándole al cielo que me dejara preñada, pero, como dije antes, mi suerte no es la mejor a veces y, al mes siguiente, me vino "eso".
Necesitaba volver a mi casa en Manizales e iba a salir para poder llamar a mi esposo cuando Jonás llega a la casa que alquilé y tocó la puerta con desesperación, lo que se me hizo sospechoso y, cuando abrí la puerta, encuentro algo que me partió el corazón: mi esposo estaba todo puteado de los múltiples golpes en los ojos y tenía una ceja rota, ni hablar de la nariz.
Le pregunté rápidamente qué había pasado e hice que se sentara en la cama que estaba en frente de un tocadiscos desde el cual, en ese momento, estaba escuchando a Rodolfo Aicardi y su nuevo LP.
—¡Sagrado rostro! ¿Qué me le pasó? Respóndame. ¿Y cómo es que llegó hasta acá? —estaba totalmente irreconocible, parecía como si le hubieran dado una pela realmente fuerte—. ¿Se puso a pelear, cierto?
Ni cuando mi papá le volvió nada, Casanova se encontraba en un estado de silencio.
—Descubrí quién mató a Aurelio —me sorprendió todavía más, o sea, casi me lo matan por hacer justicia, como todo en este país de mierda.
Guardé silencio para darle un poquito de paz y una oportunidad para hablar, sabía que lo necesitaba.
—Francisco Hoyos fue la cabeza intelectual del asesinato y Darío Benjumea, fue el hijueputa que se lo llevó —limpié sus lágrimas de una manera rápida—. Obvio que me puse a pelear, además de saber las razones por las que ese triple setenta y cinco mil putas lo mató. ¡Me enferma! La persona que me ayudó a salir fue Rosario, a quien le dolió mucho más cuando supo todo eso.
—¿Qué? —pregunté, haciendo que la situación fuera un poco más terrible—. ¿Y ahora qué vamos a hacer? No voy a dejar que usted se vaya para la ciudad y más si corre peligro.
—No lo sé y me preocupa esta señorita —tocó mi vientre—. No puedo dejarlas solas y sin nada que comer.
—Deje de hablar bobadas —le di un golpe para que reaccionara y él, obviamente, se quejó—. Deje de ser chillón.
Saqué una cajita con curitas y otras cosas para hacerle curación.
—Pero, primero, vaya y se cambia, hay que mirar si tiene hematomas en otras partes del cuerpo o si le rompieron alguna costilla para llamar a Jacobo Cruz y hacerle un "emplasto" para mirar si algo malo pasó allí.
Entonces, pregunte mientras él se ponía el pijama —¿Don Daniel sabe lo que está pasando? —ambos suspiramos con dolor y un tris de angustia.
—Sí, y la verdad nunca lo vi de esa manera. Marcia la razón por la cual Francisco mato a mi amigo y colega... fue un crimen pasional.
"¿Qué carajos?"— pensé yo sin disimular nada, mi cara era un porqué.
— Pero ¿Por qué? — pregunte.
A lo que mi marido me respondió
—¿Por qué un hombre enamorado mataría a otro hombre?
—Lógico por una mujer —respondí de inmediato —o sea Rosario le puso el cuerno a Aurelio. —dije con cara de sorpresa.
—No, al contrario —contestó Jonás haciendo caras.
—No entiendo —dije.
—Resulta que la mamá de Rosario y la mamá de Francisco y Aurelio habían arreglado el matrimonio casando a Francisco con Rosario, pero, cuando Aurelio conoció a Rosario, se enamoró perdidamente de ella y le ofreció un poco más de lo que le daría su hermano.
Y yo sabía qué era eso que Aurelio le daría a mi amiga Rosario.
—¿Libertad? —pregunté.
—Tú siempre tan inteligente —dijo él, mirando las gazas vueltas sangre.
Le limpié la cara y vi varias cortadas, su ojo derecho un poco hinchado y su labio inferior dañado.
—Entonces, desde aquí, Rosario se volverá a comprometer con Francisco—dijo Jonás con asco, de solo pensarlo.
—Pero, ¿qué es eso? —dije enojada—. Ella no va a poder escoger su vida según eso.—Aquello lo susurré sin pensar. —¿Y no podemos hacer nada?
—No, no podemos, querida, y menos en estos momentos —nos miramos con algo de desesperación en los ojos.
Era poner en riesgo al bebé y sabíamos que eso no era una opción.
***
¿Qué hubiera pasado si él no me hubiera abierto la puerta, ni se hubiera quedado conmigo? Quizá me hubiera tocado casarme con don Darío y eso sería lo más horrendo de la vida, teniendo en cuenta de que no me iba a rendir y, posiblemente, ya estaría muerta porque, antes de cualquier cosa, me hago matar.
En esos cuatro años que estuve sin Casanova me sentí sucia, como si le estuviera metiendo el cuerno al pendejo que tengo a mi lado.
—Gracias —le hablo mientras me quedo mirando que se está quejando y tocando mi vientre en lo que me envuelve con fuerza para acomodarle todos los huesos que de pronto estuvieron descompuestos, uno nunca sabe.
—No agradezca, que no sabría qué hacer sin usted —dijo ya sentado en la cama.
Fue en ese justo momento de miradas cómplices que llegó Jacobo, quien vivía a unas casas y le había mandado a llamar, ingresó a la casa aprovechando que la puerta de entrada a la casa todavía seguía abierta y, al vernos, no pudo evitar hablar pese al cansancio tras la prisa por llegar.
—Dejen de ser tan empalagosos, por el amor a Dios, me tienen hasta el copete de esa cursilería.
—A ver, a ver, ¿quién es usted, entonces? —pregunté un poco molesta, cómo me va a decir eso "don picaflor"—. Usted no tiene nada que decir ahí, es más coqueto que yo en casi todo y yo no me le burlo de nada.
—No entiendo, ¿por qué les estoy ayudando? —miró directamente a mi esposo.
En ese momento, mi amado contestó de una manera franca y verdadera, como siempre, y, pese a que estaba limpio, se le veía la cara llena de moretones mientras que yo iba a matar a quien se atreviera a molestar.
—Porque usted es nuestro amigo y nos quiere.
—Sí, lo sé... Se aprovechan, de mi don —Jacobo era de esas personas que tenían una sabiduría al tiempo que era discípulo de la mamá de Amatista, lo que le hacía bastante grande, ya que conocía todo tipo de plantas y masajes—. Marcia, ¿para cuándo tiene la cría?
—Para dentro de un mes —dije acostada de lado, por lo que pensé que era idea que me revisara a fin de saber en qué posición estaba la niña y esas cosas—. ¿Me puede ver?
Jonás miraba cómo las manos de Cruz hacían presión y preguntaba por todo.
—¿Cómo está? ¿Tiene algo malo?
—¿Cómo se lo soporta? —dijo el pseudo doctor—. La beba está bien, lo único que puedo dar fe es que está un poco más abajo, lo que quiere decir que, en cualquier momento, puede entrar en parto.
—No me diga —dije un poco asustada.
—Además, creo que no será la única hija que tendrán.
—¿Cómo sabe que queremos tener más hijos? —pregunté.
—Digamos que es intuición y, bueno, como le llamaran —cambiando rápidamente de tema, el chico siempre fue raro y, al ser un año mayor que yo, lo comprendía.
***
La familia Abadía contaba con muchas historias oscuras, tristes y agobiantes, entre las cuales estaba realmente la llegada de esta casta al pueblo, la que, de una forma, también le da importancia a la vida de Amatista, mi hermana del medio, por qué papá no la quería y mamá era así con ella.
Lucía Franco tenía claro que en una burguesía se supone que los hijos mayores tienen que salir hombres para continuar la casta y, al ser yo una mujer, mi papá dejó de verme como su milagro fantasioso, por obvias razones, y empezó a buscar a otras mujeres que eran fuertes y decididas.
Así, sin importar, se trajo a casa a una chica muy joven que, bueno, era la mamá de Amatista y había sido vendida por su tribu a mi papá y sí, seguramente se preguntarán ¿cómo pasaba esto en pleno siglo XX?
Pues, la familia de la mamá de Amatista era pobre, muy pobre, vivían al día y era una familia de muchas niñas. Entonces, unas por otras, a la chica en cuestión les vendieron el mundo a sus pies, pero, cuando llegó a casa, mamá la vio cómo su enemiga íntima, aunque, de cierta manera, sí lo era porque la muchacha quería quedarse con todo. ¡Pobre!
Sin darse cuenta, rápidamente quedó embarazada. ¡Y, oh, sorpresa! Siete meses después nació Amatista y yo no entendía mucho, era una niña pequeña de pocos años más o menos, o sea, no comprendí hasta que la cosa se puso tensa en la casa, ya que mamá decía que tenía que odiar a esa niña. Yo no podía odiarla, nunca pude y jamás la odiaría, pues, Amatista es víctima, también, de la estupidez social de mi época y, lastimosamente, se va a repetir en nuestros hijos y nietos. Eso es algo que tengo claro porque, por cosas de la vida y la existencia, nos echaron una maldición y la cosa viene siendo así.
La sangre se paga con sangre, el odio se paga con más odio y la última generación de lazo Abadía romperá el lazo que ató con fervor a todos los que han hecho daño y los que se creen dueños de la tierra.
Por eso dicen que las cadenas familiares siempre calan hasta las terceras generaciones y que los nietos son las personas que más sufren, por eso es que los hechos contados en la historia de las mujeres Abadía hacen parte de la alegoría a lo que decía el pueblo hasta el último día de la vida.
A raíz de esto, caigo en cuenta, muy a mi pesar, que soy la futura matriarca de un pueblo en las montañas cafeteras en donde el viento es frío y cuenta una historia dentro de la historia de los antepasados y que, curiosamente, estoy viviendo yo.
Amatista Manzano, quien debía tener el mismo apellido que Genoveva y yo, no era una santa, era una mujer de cuchillo y fuerza bruta que a sus diecisiete años le habían enseñado que debía ser fuerte y valiente, si debía sacar un palo para proteger a los suyos, se hacía y listo, sin importar las maldiciones que echaran.»
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