11. Luna Creciente: La más bella herejía
La más bella herejía
En ese instante, cuando necesitaba todo el amor de la vida, se descubría a sí misma en su abuela, eran similares porque todo el mundo decía lo mismo: que Alana Marco era más Abadía que cualquiera y, de los otros tres apellidos que tenía, no se mostraban tanto, ella se enorgullecía bastante de que le dijeran aquello. Más también la ponía entre la espada y la pared al amar a Daniel y a Borges, los amaba a ambos y por eso creyó pertinente contarle a su abuelita, quien conocía las llamas en el interior que podría acarrear el amor desenfrenado, loco y pasional, pues parecía que ella había pasado exactamente lo mismo con su abuelo.
—¿Ellos la hacen feliz? —preguntó la abuela con un cigarrillo en la mano asomada en la ventana, mirando el verde de su casa, el hermoso paisaje cafetero.
—Si abue, pero me da miedo que en algún momento vuelva a pasar lo que pasó usted y mi abuelo —bajé la mirada un momento—. No quisiera que mi familia se derrumbara por mis cosas locas.
Marcia solo sonrió entendiendo a su pequeña.
—Cuando Jonás escribió esto, sabía que era para una de sus nietas —Alana Marco sonrió con un poco de tristeza combinada con amor y admiración profundo—. Es un fragmento de nuestra vida juntos.
La abue de la escritora comentaba con paciencia y cariño.
—Alana,sea cual sea la decisión que usted tome, quiero que sepa que cuenta conmigo ycon mi casa para cubrirse y cuidarse de cualquier mal que llegue —se acercó ala chica, besando su frente—. Ya hemos sufrido bastante y ustedes tambiénhabían sufrido mucho, creo que usted es la única, con sus primas, que puederomper la maldición que la mamá de Amatista impuso el día de morirse.
«26 de octubre
Y sí, nos casamos en la primera notaría que apareció frente a nuestras narices el martes, 26 de octubre a las 5:00 p.m. en la ciudad de Manizales, Caldas. Y, obviamente, ese día obligué a Aurelio a acompañarme junto a Rosario, siendo bonito verlos juntos y resultaba algo impresionante verlos tan dulces, demostrándose afecto, siendo testigos de este amor.
Yo sabía de primera mano que se atraían, que se gustaban, pero nunca pensé verlos entrar al sitio tomados de la mano y combinando sus ropas como las cosas de la vida.
Ellos estaban demasiado distinguidos como siempre, eran de la crema innata de la sociedad manizaleña, definitivamente, mientras que Marcia, por otro lado, había conseguido una tela brillante en satín de color marfil para hacerse el vestido de novia, según lo que me contó, aunque yo lo veía blanco y con tacones de igual color, el pelo siempre suelto y un poquito de rubor.
¿Por qué las mujeres no necesitan de mucho cuando son seguras de sí mismas?
Me sorprende cómo es de linda, sin tanta cosa, tan perfecta como siempre, al punto de que el juez no le quitaba los ojos de encima durante la ceremonia y me estaban dando unas ganas de darle un puño para que dejara de ser tan atrevido, más, al menos, mi amigo y compadre estaba cerca y me salvó la vida. El descaro pasó entre el resto de novios que estaban esperando para casarse, pues también la miraban como si no existiera la otra persona con la que se iban a casar, siendo por eso que digo pobre los hombres que quieran estar con mis hijas y nietas porque les va a tocar muy duro.
(¡Me lo juras, Jonás! Eso mismo se lo hubiera dicho a un par de pendejos y a un tal Montero. Es que si Don Jonás hubiera visto todo el desastre... les daría una paliza a esos muchachos, que realmente no quisiera ver)
Aurelio sucumbió en los ojos de una linda mujer, experta en psicología y Rosario le pidió nuestros anillos, siguiendo una celebración algo pequeña, dado que solo estábamos los cuatro junto al papá del testigo en la hacienda Hoyos, llamada "La Pradera", ubicada cerca de la Nubia y cuya edificación era de estilo colonial bastante atrayente y, en cierto modo, inspiraba respeto. Tras entrar al sitio, nos encontramos con un banquete que hizo sonrojar mucho a la mujer que tenía al lado, viéndose demasiado bonita para mí guste, pues, la verdad, aquello fue un regalo de Rosario.
Aurelio también estaba maravillado, Rosario era una buena mujer en muchos aspectos.
—Rosario, cuando termine todo esto nos vamos a casar—, la joven solo sonrió mirando a nosotros y suspirando.
Yo rogaba al cielo que así fuera.
Al rato nos sentamos y comenzamos una charla amena, Marcia ya conocía a mis amigos y, realmente, le caían bien, siendo muy extraño porque no sucede tan rápido con otras personas y es que, no menor, ella conocía a las personas de la ciudad y, a veces, no eran tan bonito como lo hacían ver en las novelas.
Al rato, Don Daniel comenzó a decir algunas cosas un poco fuera de contexto.
—¿Sabes, Jonás? —habló el hombre más grande—. Te casaste con una mujer bastante especial y sé que tu esposa tiene una buena herencia. —Conocía a Don Daniel y sabía que esto lo decía con el afán de mirar cómo íbamos a empatizar con los cambios que estarían por parte y parte. Mientras que Rosario solo pudo contener su risa, ella conocía el genio tan particular de la niña en cuestión.
Como si yo no pudiera conseguir dinero por mi cuenta, aquello me hizo sentir tan mal que, inmediatamente a pesar de que era una prueba, Marcia lo paró y eso generó que el sujeto muriera de la pena, aunque era necesario... Sí, ella sabía mejor que nadie mis intenciones en todo aspecto y sé que, si fuera por el dinero, me hubiera matado, literalmente, pues ella vio a sus padres casarse y estar juntos por comodidad, por algo llamado "prestigio" y dinero, don Rogelio, nunca amo a su esposa.
Eso yo lo tenía bien claro y, de cierto modo, era lo que nos diferenciaba del resto de parejas jóvenes que nos frecuentaban porque éramos diferentes, ya que teníamos ese ideal de casarnos para formar una familia o, por lo menos, lo queremos mucho, como se debería. Ambos habíamos vivido cosas diferentes, cosas malucas y que, de cierta manera, nos hizo aprender que no todo en la vida es dinero.
—Usted puede ser muy casi jefe de mi esposo —me miró y Don Daniel guardó silencio—, pero no le voy a permitir que insinué cosas que no son. Jonás es un hombre exageradamente honorable y respetuoso. Lo conozco desde que éramos adolescentes, y no parece justo que lo diga.
Yo solo sonreí, me estaba defendiendo de una persona que realmente respeto demasiado y esa escena fue la mejor manera de demostrar que me amaba, defendiendo y mostrándome que no habíamos cometido ningún error en querernos pese a que, en ocasiones, pensaba que habíamos metido la pata porque éramos totalmente distintos. Yo era tranquilidad, de esa racional que se creía todo antes de actuar, mientras que ella era tormenta, de esas que dan frescura que uno nunca deja de esperar cuando existe sequía y, de ese modo, construimos nuestra relación, tan compleja y completa que, a esas alturas del partido, no importaba lo que pasara, pues estamos juntos hasta el día de la muerte.
***
(Los chicos le dan toda la razón, mirando a: Alana, Rubí y Alma)
En suma, como estaban las cosas, posiblemente, podrían matar a uno de los dos o a ambos, ya que Colombia entraba en una guerra bastante cruel que ya habíamos previsto desde hacía rato, pues mi querido suegro tenía que ver con eso, lo cual sabía y, aunque fuera poco, me preocupó bastante. Volviendo a la cena de matrimonio, Don Daniel se paró y habló con una solemnidad que solamente dan los años.
—Discúlpeme usted. Señora, no era mi intensión que malinterpretara las cosas —dijo—, pero es que yo vi a este muchacho casi muerto por el dolor de perderla.
Rápidamente, ella bajó el rostro y, casi instantáneo, le tomé del mentón a fin de darle unas gracias solo con la mirada.
—Sí, se enamoró —habló mi amigo, sentado al otro lado de la mesa, sin advertirme que la joven amada mía me miraba con un encanto particular.
—Obvio, mijo. —sonreía tan feliz como la primera vez que nos besamos hace algunos años.
Cuando bailamos, le canté un par de canciones de Camilo Sesto, unas de Janet y de Leo Dan, estando tan felices hasta que decidimos irnos a la casa, pues quería embriagarme de otra manera, un poco más sana, dentro de ella.
***
Llegando al apartamento, el cual vendería muy pronto para conseguir una casa más grande, decidí cargarla como una princesa hasta la cama, donde todo era un tiradero, dado que, si bien organizamos la mayor parte de cosas en el lugar, no podíamos llegar al turno de la notaría para casarnos, lo importante en ese momento era estar juntos y preguntarle si se había arrepentido porque las cosas no iban a ser fáciles. Éramos dos jóvenes, pero estábamos llenos de sueños y metas, de cosas inconclusas que nuestras familias nos habían dejado para hacerlas nosotros mismos.
—¿Usted está segura de querer esto? —pregunté y no porque ella quisiera cambiar de opinión, sino porque necesitaba confirmar lo obvio.
Fue entonces que ella, con su arrebato, me vuelve a hablar tal como la primera vez que volvimos a estar juntos y me besa con la pasión e inocencia más bella que puede tener.
—¿Y usted cree que no lo quiero? —, no podía creerlo, ahora si era mi esposa. La única mujer que me gobernaría la vida sin remedio y con mucha razón—. Si no lo amara tanto, no estaría aquí, míreme Jonás. Esta es la vida que quiero, es la vida que escogí y la que amo, porque usted está en ella.
Habló en un tono acorde a su temperamento.
—Se lo dije hace unos meses, yo estaría en otro país trabajando como administradora, no aquí buscando un trabajo porque mi carrera no es para mujeres en un país como este: Sociedad machista.
Hablamos sobre el tema del machismo de la sociedad, de lo ingrato que es ser mujer en un mundo en el que te matan por protestar y yo solo pensaba en mis hijos, los hijos de Aurelio y los hijos de Francisco. ¿Qué va a pasar con ellos? Y, sobre todo, creía en mis nietos y en ella, la nietecita, qué deseo tener.
(Don Jonás, ella lo hará, no se preocupe, que la chica en cuestión es bastante gritona y también le dará una bisnieta bien rota y enamorada como usted.)
—Usted no me va a cortar las alas. ¿Cierto? —preguntó ella.
—No, como se le ocurre eso —dije mientras besaba su cuello—. Yo solamente le ayudaré para que vuele a donde quiera volar.
—Eso me gusta más —susurro en lo que me quitó la corbata para ponerla de sombrero —se ve bonito así...
Ella se puso a reír bastante fuerte y me hizo tan feliz. «Qué bonita risa» y pienso decidido en hacerla reír
—Sí. ¿Le parece que me veo bien así? —quizás estaba loco por ella porque me gobernaba muy a su manera, consintiendo todo a su alrededor—. A usted la amo y no puedo creer que usted está aquí conmigo.
Sus ojos me pertenecían de todas las formas posibles, al tiempo que su cuerpo era lo más delicado y lindo que mi sueño adorado.
—Lo amo, gracias por no dejarme ahí tirada en la calle, vagando sin saber a quién recurrir.
Resulta ser extraño cuando la vida te pone en frente a una persona como ella, tan loca y, a ratos, antojada, pues así es como nacieron necesidades, una pasión y, finalmente, un "nosotros".
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