1. Luna Nueva: Entre la espada y la pared
Entre la espada y la pared
Los últimos rayos del sol, se van perdiendo..., cuando los cielos dicen tu nombre.
La escritora llegó a casa de la señora Marcia, tiritaba de frío con la duda en la ventana de la cordura y unas ganas de abandonar la existencia, como una vez pasó cuando tenía quince años. La mujer que abrió la puerta solamente la abrazó como siempre al entender que la chica necesitaba tiempo y espacio para sobrellevar los cambios venideros, pues Alana no daba pie a la interpretación de las personas que decían amarla y adorarla, sencillamente le parecía doloroso tener que ocultar el amor que esas dos personas le profesaban: Daniel y Derek. Y es que ellos se habían transformado en su todo, corazón, instinto y ternura tras un amor juvenil sin remedio, pero, dada a la esperanza, cada uno representaba algo importante: Hoyos era su guardián –el hombre que protegía sus sueños y el que, por cosas de la vida, fue su anhelado-, mientras que Derek era su rey –su primera vez, su inocencia.
Ella sabía que debía compartirlo y, además, debía hacerlo presente en su vida, ya que no eran dos, sino tres, todos con las llagas de una familia despedazada y sin remedio. Eran tres que intentaban congregarse alrededor: primero por protección, después por lujuria y, finalmente, por un compromiso eterno además de un amor casi de ensueño.
Ninguno de los tres creyó convertirse en la Luna, el Sol y las Estrellas que podrían acabar con cualquier tristeza, amargura o dolor. Fue por eso fue que, cuando se atrevió a pedir más de ellos, estos cedieron sin pensarlo mucho.
—Mita, tengo algo que contarle, algo importante —Alana decía con un poco de dolor en el pecho y con grandes lágrimas en los ojos, de miedo—. Me enamoré de dos hombres.
Doña Marcia Abadía, esposa de Jonás Casanova, no había encontrado las palabras adecuadas para animar a su pequeña, a su primera nieta y la única de su matrimonio que, al confesarse, creyó que lo que sentía en ese momento estaba mal. La mujer que ahora recibía a la joven tenía el alma partida y sentía que su trabajo como abuela y matriarca de la familia no fue del todo bueno.
Ella solo se encargó de darle amor, paciencia y fuerza, pero nunca le dio perspicacia y esa parte tan de su esposo, a pesar de que Alana Marco Casanova, hubiese vivido con su abuelo, prácticamente toda su existencia tendría rezagos de la familia Marco, lo que, para bien o para mal, era también parte de su familia.
—Abu, ¿qué voy a hacer? —preguntó la joven—. Sé muy bien qué está muy mal y lo que para la sociedad resulta ser mal visto, a mí no me importa.—Alana habló con una ira indiscreta, tomando aire y respondiéndose a su forma.—Lo que me importa es lo que diga usted, mi mamá y mi familia, en lo que respecta al resto sabe que no es como que voy a cambiar mi decisión de estar con ellos dos.
Sonrió mientras se limpiaba los ojos y trataba de disimular orgullo en lo que trataba de sacar ese lado de Jonás que tanto amaba aquella adulta.
—Nadie, absolutamente nadie ha dicho que usted deba dejarlos, sino que, al contrario, creo que, si los deja a estas alturas, le estaría dando la razón a la gente que no quiere verlos contentos, felices y amados.
Miró a la joven para hacer que le correspondiera con toda sinceridad para hablar.
—Mita, ¿por qué dice eso? —la muchacha de ojos verdes, iguales a los de su abuela, suspiró en medio de la pregunta.
—Le voy a contar una historia importante sobre la primera mujer Abadía que tocó estas tierras –habló la señora, sentada con un café y un cigarrillo en la mano mientras soplaba y tiraba humo disimuladamente para hipnotizar a su nieta y tranquilizarla, pues lo que estaba viviendo era totalmente normal en la familia o, por lo menos, por el lado de ella y la abuela.
En el pueblo se decía que las mujeres Abadía, o, mejor dicho, la familia en cuestión, no era de fiar y no era porque ellos hubieran hecho algo malo, sino que era un simple pensamiento de la gente del lugar. Y es que Beatriz Abadía de Montenegro había llegado en un barco como misionera desde España en la penúltima coleta de los españoles después de que "Cristóbal Colón", descubrió América. Las personas decían que esta mujer era fuerte, con una belleza exponencialmente divina y que había crecido entre la gente de África y Asia, sabía muy bien sobre cosas que otras mujeres no entendían.
También poseía conocimientos bastante elevados en comparación a sus compañeras, sobre armas, medicina y capacidad mental, era manipuladora, fuerte, veraz y no le importaba golpear a un hombre, aun cuando le partieran la cara después."
La señora contó un poco entusiasmada al ver a su joven nieta escucharla tan pacientemente.
—Aunque también, de pronto, abusaban de la joven española—prosiguió.
—Como siempre—dijo la escritora, tomando un poco de aire.
—Sí, mi pequeña, como siempre –Marcia le daba la razón.
(Lo malditamente común..., de hecho, la historia que las mujeres era un instrumento o para las sociedades de alta alcurnia o herramientas de para la guerra y pues para entretenimiento de los hombres blancos y muy "heterosexuales.")
"Pero todo cambio, cuando sus ojos vieron por primera vez a una mujer desnuda en medio de un río, de piel morena, era indígena, una hermosa indígena, qué estaba bañando en el río. Mientras que su joven marido pescaba a orillas del otro lado, dicen que la mujer vio a Beatriz y los ojos de ambas brillaron como si se reconocieran entre sí y así al fin creyó en los mitos asiáticos, que hablaban en los recuerdos de las diosas y los inmortales.
Lo que más le cautivo a la joven española, era sentirse lujuriosa y, por primera vez en la vida, Beatriz sintió envidia y ganas de ser de ellos, de ser parte de algo así...
En ese momento decidió protegerlos a los dos y, sin explicación alguna, se acercó a esas dos personas haciendo uso de su lengua para advertirles que debían alejarse de allí porque había muchos como ella y que bien podrían hacerles daño, lo que ella misma no permitiría."
La joven escritora estaba maravillada por la historia, sus ancestros eran un ejemplo de una rebeldía bastante fuerte y a ellos les agradó bastante la vida. La abuela continuó con una sonrisa al ver a su nieta más tranquila y más abierta a ese cambio que estaba viviendo.
"La leyenda dice que, inmediatamente, la pareja se acercó a ella y se arrodilló para besarles los pies a modo de agradecimiento por la ayuda, pues sus paisanos querían esclavizarlos. Beatriz se ensució al levantarlos porque ella no quería eso, sino que la vieran normal como parte de su vida, pues no los estaba salvando ni encarcelarlos y tampoco hacerlos sus esclavos, sino que dejarlos libre y así corresponder a un amor mutuo entre ellos.
Sinceramente, la mujer Abadía no pensaba dañarlos, pues jamás lo pensó, ella movería cielo y tierra para verlos bien.
Por ello es que, cuando la joven pareja se levantó del suelo, ella besó la mejilla de la mujer y el dorso de la mano izquierda de la dominante de Beatriz. Tras ese acto, entendió que ellos sabían lo que estaba haciendo, pues todos los días les iba a —proteger y la habían visto, pero ahora era lo menos importante, ya que se volvió su Dios sin reflexionarlo. Ambos la tomaron de la mano y la llevaron hacia un bosque para enseñarle más cosas sobre el amor, la convivencia y la entrega total, queriéndola y consintiéndola de verdad, naciendo así el abuelo de mi abuelo y fue así como nació todo esto."
—Abue y entonces, ¿qué pasó después? –preguntó la chica que aún estaba más interesada en la historia.
—Espere y verá —continuó tranquilamente.
—Bueno, mita me va a dar tinto —Alana pidió nada disimulada las ganas de café, hecho por su abuela.
—Es que sus noviecitos, me la dan muy poquito o ¿qué? —la escritora sonrió entendiendo la insinuación. Esa frase hizo que Alana riera en medio de sus lágrimas.
— No, mita en eso soy muy buenos. —la señora Marcia también soltó una carcajada —es que me hace mucha falta su café. —En ese momento la abuela de Alana tomó una olleta de color azul y vertió un poco de café, antes de escuchar hablar—, si no estuviera operada, estoy muy segura que tendría algunos meses de embarazo.
—Tan chistosa —, le dio una sonrisa amenazante.— Pero si hubiese llegado a pasar, nos hubiéramos asegurado de que el padre de la criatura, los amara a los dos.
—Estoy segura que eso hubiese pasado, de eso no se preocupe.
Término confirmándole lo obvio a su abuelita, para continuar escuchando a su abuelita.
Sus acompañantes y colegas no podían explicar su ausencia porque una noche después ella había llegado muy feliz, se encontraba acompañada de dos personas que estaban tapados hasta la cabeza y no se dejaron ver las caras. Ambos sacaron las pertenencias personales de ella y dio las gracias a sus acompañantes prometiendo que jamás la iban a volver a ver porque había encontrado parte del corazón. Dicen que Beatriz desapareció y que murió en medio de caníbales, pero, realmente, no fue así, ya que vivió muchísimos años en una aldea que sería luego la ciudad de Manizales antes de que llegasen los colonos antioqueños.
—Me imagino que Beatriz y esas dos personas estuvieron juntas y tanto Beatriz como la otra mujer tuvieron hijos del hombre –concluyó Alana, nada sorprendida.
—Se podría decir que pasó así y que los hijos de las dos mujeres adoptaron el apellido Abadía para tener más y mejores oportunidades—Marcia le pasó un retrato a la joven— . El padre siempre estuvo al lado de Beatriz y de su esposa original.
—Dicen también que, por eso, Rogelio, mi padre, odiaba tanto a las raíces que nos dieron la vida porque, como usted sabe, los hombres cambiaron mucho y ahora son más moralistas que en esa época... Mi padre siempre sintió vergüenza de ser mestizo—, afirmo la anciana.
—Entiendo, Mita —la chica dijo de forma desmedida, más aún todavía cuando su abue entraba a la habitación y sacó una caja de madera llena de fotografías antiguas en blanco y negro, además de fotos de sus tías, su madre y el abuelo Jonás y ella misma estando jóvenes.
En el fondo de la caja había un cuaderno con portada café y hojas amarillas, se notaba viejo, pero, al mismo tiempo, tan moderno como los cuadernos que ella tenía en su habitación. En la primera hoja decía año 66 como si marcara una fecha en específico y, sin ningún remedio ni remordimiento, empezó a leer algo importante. Se trataba de la sagrada vida de sus abuelos antes de la llegada de su mamá a Risaralda, entre la tinta de color azul de una pluma líquida cara y el lapicero de color negro sencillo, sus abuelos, definitivamente.
«1966
El día en que la mamá de Amatista murió, el cielo lloró su pérdida, aquella mujer era una artista de las hierbas, una curandera y alguien a quien se le podría confiar la vida mil veces más fácil que a cualquier doctor de la medicina moderna.
No podría decir cuál de las dos lloró más, si mi novia o mi cuñada, pero lo único que yo entendía era que a mi Marcia le iba a tocar muchísimo más duro de lo que ya y solo dependía de ella cambiar el borde de las cosas.
Nunca fue fácil para ella darse un lugar en el cafetal porque, aunque era fuerte, aprender a distinguir los granos de café, desgranarlos y limpiarlos era un proceso bastante largo, pues, incluso, debía escoger los granos para hacer y para dar. No menor, lo pesado era que el café debía ser llevado en costal y todo esto tenía relación con doña Lucía, la mamá de la mamá de Marcia y que sería un completo desastre.»
—Abue, déjeme decirle que usted es mi inspiración en todo esto...
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