Wesley Johnson
Belél había encontrado, con la ayuda de Wilson, alojamiento momentáneo.
No tenía papeles, ni la más remota idea del nombre de la antigua dueña del cuerpo que ahora habitaba, por lo que cuando le preguntó, le respondió el primero que se le vino a la mente al ver un programa de televisión que estaba encendida.
—Entonces, ¿cómo dices que te llamas?
—Martha, Martha Jones.
—Hola, Martha ¿Y qué hacías tan tarde en la calle y con tanto frío?
—Me quedé afuera de mi departamento y estaba buscando a un amigo, pero no estaba.
—Lo bueno que encontraste a otro.
—Sí, supongo.
—¿Supones?
—Sí, supongo.
Wilson se acercó, pero Belél se apartó de inmediato, casi con repugnancia.
—Bueno, pero no estés tan a la defensiva.
—Sí, disculpa. Estoy un poco nerviosa.
—¿Tienes frío?
Preguntó de forma retórica al verla abrazarse a sí misma.
—Sí, mucho.
—Lo bueno de ser vampiro, es que no tengo por qué preocuparme por eso —tanteó colocando una manta que quitó de la cama, sobre sus hombros. Al notar la nula reacción ante su última frase, continuó—: Tuviste mucha suerte de encontrarme, pudiste morir de frío allá afuera.
—Sí, y al parecer nunca te lo agradeceré lo suficiente, ¿verdad? —blanqueó los ojos exasperada.
—Tienes una muy mala actitud, Martha. Y me estás haciendo enojar.
La bruja observó su patético intento por amedrentarlo con su transformación. No solo no obtuvo lo que quería, sino que ella lo miró con sorna.
—¿Y eso qué?
—¿No tienes miedo? Puedo matarte en segundos.
—Adelante, creo en la reencarnación.
Wilson intentó acercarse para morderla, pero se topó con una pared invisible.
—¡Qué bien, aún funciona! ¿Y sabes en qué más creo? En la magia ¡Phasmatos incendia!
Al instante, el cuerpo de Wilson se volvió una antorcha, lo que Belél aprovechó para escapar. Eso sí, con el saco y los zapatos que él por fortuna se había quitado.
—Buena esa, pero ahora tendrás un vampiro loco y muy enojado tras de ti, «Martha Jones» —rio Edward.
—Y por eso debo encontrar a tu viuda cuanto antes, Green.
—¿Por qué si podías hacer fuego, no lo intentaste antes para no congelarte?
—Porque no podía. Pero supongo que los espíritus de mi tierra me están ayudando ahora.
—Wilson te perseguirá.
—Wilson es un pendejo al lado de Klaus y a él también pude frenarlo.
—Tienes razón, pero no lo subestimes.
—Wilson no es puro y voy a aprovechar esa ventaja.
—¿A qué te refieres con puro?
—Frederick podrá ser un Green, pero está muy diluido en el tiempo, más de lo que creí. Había, hay y habrán solo tres puros, tres originales de tu especie: Tú, tu viuda y tu hijo.
—Pero tú dijiste...
—Yo también estoy aprendiendo, Edward. No tengo todas las respuestas.
—¿A dónde vamos?
—A casa de John McDonald ¿Recuerdas dónde es?
—No conozco Edimburgo, pero sí sé que por aquí no es. Mira este lujo, John es un obrero, un montacarguista. Definitivamente, no es por aquí.
Gil estaba dispuesto a marcharse. Estaba muy enojado con ella y no tenía ganas de seguirla viendo. Por alguna razón, Brenda estuvo de acuerdo en que se fuera para pensar las cosas. Además de considerar que lo estaba sobre protegiendo manteniéndolo tan cerca. Tal vez estando lejos, se encontraría a una chica y se olvidaría de esas tonterías incestuosas.
—Mantente comunicado —le suplicó antes de que se bajara en el aeropuerto.
—¿Para qué?
—Por favor.
—Ya veremos.
—Ten cuidado y sigue bebiendo tu medicina todos los días.
—Sí, sí, adiós.
Le dolía que se fuera de esa forma, pero estaba segura de que estando lejos, iba a recapacitar. Aun así, no se fue hasta asegurarse de que abordara el avión.
Cuando el avión despegó, Brenda se fue a buscar un lugar donde vivir. No le agradaban mucho los hoteles sin importar que fueran de lujo. Tenía una manía con la suciedad y estaba segura de que en ningún sitio se esmeraban lo suficiente con la limpieza.
Pensó que lo mejor sería encontrar una vivienda cerca de la casa de su nuevo amigo, así, si algo llegaba a ocurrir, estaría lo suficientemente cerca para protegerlo. Y es que tenía un presentimiento acerca de un peligro que acechaba desde que llegó a tierras escocesas.
Will quitaba un poco el polvo de los muebles. No podía hacer gran cosa con su edad, tampoco era recomendable, ya que cuando John no estaba, prefería no arriesgarse a caer. Bajó las escaleras extremadamente lento al mismo tiempo que pasaba el plumero superficialmente entre los barrotes del pasamanos.
Cuando llegó al último escalón y se dirigió a la sala, casi le da un infarto al ver a la rubia ahí, observando las fotografías en la sala.
—¡Jesucristo! ¡¿Cómo entró aquí?!
—No soy Jesucristo. La puerta estaba abierta, de par en par.
—¡No es cierto!
—Yo no suelo mentir, Will. Podría entrar un ladrón.
—O un demonio chupasangre.
—O un demonio chupasangre, sí —repitió divertida—. Por suerte para ustedes, Will, este demonio chupasangre, llegó para protegerlos.
—¿Ah sí? ¿De qué? ¿O por qué?
—Porque quiero y porque puedo. ¿De quién? Es lo que me falta averiguar.
La conversación la hizo apartar la vista de las fotografías, por lo que no pudo apreciar qué, justo la que tenía enfrente, guardaba para ella una importante revelación.
—¿Dónde se encuentra John ahora, Will?
—¿Para que lo quiere? ¿Para morderlo de nuevo? ¿Para espiarlo mientras se asea?
Si hubiera sido alguien que sintiera pudor, Brenda se habría apenado mucho al saber que Will conocía esos detalles, pero solo sonrió al recordar la hermosa y blanca espalda del obrero. Y ni qué decir de la parte delantera.
—Eso ya lo hice. Solamente me gustaría conversar con él.
—Está trabajando.
—¿Sabe de alguna casa que esté en venta cerca de aquí?
—¿Qué pretende señorita?
—Ya se lo dije, cuidar de ustedes y tal vez, ofrecerle un mejor trabajo a su hijo. Mejor pagado que el que tiene.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Ya le dije que yo no miento.
—¿Y luego va a comernos?
Brenda estalló en una carcajada. Le daba ternura el temor de ese hombre. Al voltear, John estaba de pie a un lado suyo, lo que la sorprendió, cosa que pocos lograban.
—Tiene talento el muchacho —le dijo a Will con cierto orgullo.
—Te dije que no la dejaras entrar.
—Esa es solo una leyenda, como lo de los ajos y las cruces. No funcionan. Tampoco el agua bendita, por si lo estaban pensando.
—Cuando bajé ya estaba aquí.
—¡Llama a la policía, papá!
—Sí, llámela, Will, tengo mucha hambre y los policías son deliciosos. Sobre todo los estadounidenses. Saben a café con donas.
—¡¿Por qué me persigue?! ¡¿Qué busca?!
Estaba por responderle, cuando una fotografía de un joven en uniforme escolar llamó su atención. Lo apartó suavemente para acercarse a ver mejor.
—Qué chico tan lindo... ¿Quién es? ¿Su hijo?
—Ojalá... —murmuró Will.
—Soy yo —respondió John sin apartar la vista de ella.
🌟🌟🌟🌟🌟
Boston,1912
Unos enormes irises color avellana se asomaban detrás de "Lucero de la mañana", el caballo negro sobre el que Emily Rose solía salir a cabalgar cuando estaban en la finca de los Walters.
Wesley Johnson, el mozo de cuadra, se esmeraba en ese equino más que con ningún otro. Contaba con quince años cuando conoció a su primer amor en la persona de la hija de Lord John Walters. Aunque era tan viejo, qué más bien parecía su abuelo. Hombre obeso, presumido y estirado cómo, muchos con los que llegó a tratar. Aunque estaba de acuerdo en que cuidara mucho a esa hermosa florecita rubia de enormes y expresivos ojos.
Lo mejor de todo, era que ella parecía corresponderle. Aunque fue un amor de corta duración, ya que Walters no tardó en darse cuenta del incipiente romance y por supuesto, en tratar de acabar con "esa estupidez", según sus intereses.
Al principio, trató de comprar la voluntad del muchacho ofreciéndole dinero y el traslado a otro estado donde también tenía propiedades en las cuales podía trabajar. Pero Wesley no aceptó. No quería alejarse de Emily Rose y del hermoso sentimiento juvenil que estaba naciendo entre los dos, por lo que Sir John actuó en consecuencia al terminar una fiesta a la que Emily se escapó con él y en la que acordaron fugarse juntos.
Los hombres de confianza de Walters llevaron a Emily de regreso a la mansión, mientras que a Wesley lo desaparecieron, encontrando su cadáver dos días más tarde con un tiro en la cabeza y otro en el pecho.
Las autoridades cerraron la investigación cuando descubrieron que las balas pertenecían al arma de Sir John y encima, ensuciaron la reputación del joven trabajador, declarando un intento de robo como el móvil del homicidio.
Con lágrimas en los ojos, Brenda acarició un instante la cara de John al recordar aquellos hechos que habían estado sepultados en lo más profundo de su memoria. Ahora lo entendía, ahora sabía por qué la vida, la muerte, el tiempo, o lo que fuera, la había llevado a ese lugar con esas personas.
Sin agregar nada, salió de ahí. No el gustaba que la vieran llorar.
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