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Vidas pasadas


Contento por haber escapado de su hermano, pero extrañado por la manera, Frederick meditaba acerca de lo sucedido.

—Creí que quedamos en que querías ver a tu hijo.

—Si, por supuesto que sí. A mi hijo y a mi esposa.

El chofer observaba a Frederick de vez en cuando. Al principio pensó que hablaba por teléfono, pero más bien parecía que dialogaba con alguien a quien solo él podía ver y eso lo alarmó. Sobre todo, pero como lo vio comportarse antes de subir. Aceleró para llegar más pronto al aeropuerto, y bajar a ese desquiciado.

—Ya no es tu esposa, es tu viuda —aclaró—. Es libre de andar con quien quiera.

—¿Y tú supones que va a querer andar contigo?

—Igual y sí.

—Igual y te arranca la tráquea a mordidas para que dejes de fregar.

—Si hubiera querido hacerlo, lo habría hecho.

—Seguramente acababa de comer. Además, te dijo que te fueras.

—Y me fui. Espero que lo de la inseguridad ya se haya arreglado.

—Ya debe haberlo arreglado.

—¿Ella? ¿Trabaja en la policía?

—Algo así. Y es muy efectiva en lo que hace; muy dedicada a su trabajo. Toda una artista —sonrió lleno de orgullo.

—Vaya, eso me gusta. Me encantan las mujeres inteligentes y trabajadoras. Además de bonita.

—¿Bonita? Te quedaste muy corto, baboso. Bella, hermosa, tierna, adorable, generosa... No se podía esperar otra cosa de la señora Green. ¡Una verdadera reina! Su majestad, para ti, por cierto.

—¿Green has dicho? —preguntó entre sorprendido y angustiado.

—Así es.

Frederick solía tener un sueño donde alguien lo llamaba, pero no podía ver quien. Solo escuchaba un nombre con insistencia, incluso, estando despierto.

"Despierta, Albert", "Albert Green, debes despertar, es muy importante que lo hagas".

Pero, ¿quién era Albert Green? Además de un tipo que parecía estar muerto sobre una cama, cubierto con una sábana.

Varias veces en su sueño, había intentado acercarse y descubrir al misterioso hombre, pero jamás podía, siempre despertaba antes de hacerlo. Aunque cada vez que tenía ese sueño, parecía estar más cerca de descubrirlo.


Después del incidente del disparo, Brenda se sintió tan culpable, que no permitió que Gil la acompañara otra vez. Además, obstaculizaba su creatividad pues, a pesar de fanfarronear con el castigo que les daría, siempre terminaba partiéndoles el cuello cuando el joven estaba presente. Consideraba que Gil era un alma sensible que no toleraría toda la violencia de la que ella era capaz.

Por su parte, el muchacho se sentía un tanto desilusionado por el proceder de "La Bremily", como le había dado por llamarla cuando no la escuchaba. Muy en el fondo, él quería ver eso que ella tanto pregonaba. Los había escuchado gritar desde varias cuadras, pero cuando llegaba, solo encontraba masas sanguinolentas de lo que había sido un humano alguna vez. Sin embargo, frente a él no lo hacía y detestaba que lo tratara como al mocoso de ocho años que ella conoció.

A veces, al recordar al obeso rodando por las escaleras, le daba un ataque de risa. No sentía ninguna culpa por haberlo hecho y ahora, a la distancia, le parecía una estupidez haber pretendido entregarse a las autoridades. El gordo era el que debió estar tras las rejas y nunca lo estuvo, a pesar de que el mismo Gilberto acompañó a sus compañeras a denunciarlo y lo único que consiguieron, fue la humillación y el despido.

Así que lo hizo, lo lanzó por las escaleras, o más bien, lo rodó hasta que se partió el cuello contra la pared y después salió como si nada.

Así era el joven Green. Había en su interior una eterna lucha entre lo que sabía era lo correcto y lo que su instinto le decía que era.

Aparte, estaban todas esas visiones y sueños horribles, tristes y confusos, que lo asediaban día y noche.

Se preguntaba si su padre padecía lo mismo. Pero era muy hermético. No demostraba nada y al igual que ella, ponía mucho esfuerzo en ocultar lo que era, como si eso les avergonzara.

Hasta la fecha, Gil seguía sin poder probar el agua de jamaica real. No después de probar la que su padre guardaba en el refrigerador del departamento. Ese líquido asqueroso y espeso con sabor metálico. La parte desagradable de ser hijo de un vampiro, pensó.

—Hijo de un vampiro... ¿Cómo es eso posible? —Pensó en voz alta.

—No trates de entenderlo, querido. Existen cosas que no tienen explicación.

—¿Y tú eres...?

—Belél. Tú y yo ya nos conocemos, mi querido niño, solo que tú no lo recuerdas.

—No, créeme que te recordaría. 

—No de esta vida, sino de una anterior.

—Lo que tú digas.

Belél sonrió benévola.

—Ya lo recordarás, pero no importa si no lo haces. Lo importante es que sepas que yo soy tu aliada incondicional.

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