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Toda una celebridad

Frederick miraba atónito las imágenes que pasaban en la televisión.

—Es horrible... ¿Por qué? ¿Quiénes pudieron haber hecho algo así?

—¡¿Qué, Wilson, de que estás hablando?! —Explotó Edward desesperado por no saber lo que pasaba.

—¡Mira!

—¡Yo no puedo ver medios electrónicos! ¡Para mi son solo luces potentes y molestas!

—Asesinaron a muchas personas en un hotel. Hay mucha sangre y muchos cadáveres incompletos... Dios, es horrible. Es como aquella noche en el pantano. Nunca pensé que volvería a ver tanta sangre de nuevo.

—Bueno, ella te lo advirtió, te dijo que era un lugar peligroso.

—¡Ella podría estar en peligro, debería marcharse de aquí!

Edward no pudo evitar reír. La reina saca tripas en peligro, sí, cómo no.

—Tú eres quien está en peligro, Wilson. Mejor deberías irte.

—¡Tengo que verla, tengo que verla ya!

—¿Y qué le vas a decir? 

—¡No lo sé, que se vaya de aquí!

—¿Contigo? —siguió riendo. 

—¡¿Por qué no?!

—A ver, tontito, si te dijo que te fueras, es porque no te quería aquí. 

—Tú estuviste de acuerdo en que viniera.

—No tengo opción, estoy encadenado a ti. No tengo ningún poder de decisión en esto.

—¡Pues qué pena entonces!

—¡Ve, pues, ve a que te mate! Después de todo, ya lo intentó una vez.

—Si hubiera querido hacerlo, ya lo hubiera hecho, oportunidades ha tenido.

—Tú no entiendes lo que es ser como ella, como nosotros. Cómo todo cambia de un momento a otro. Pero ve...

—No necesito tu permiso ni tu bendición.

¿Era o se hacía? O simplemente no quería unir las piezas porque el resultado le aterraba. Después de todo, amar a un monstruo no era fácil. Y para amar a un monstruo sin consecuencias, debías ser otro y eso solo ellos dos —Emily y Edward—, lo entendían.



Jean Philip mantenía en estrecha, pero discreta vigilancia a Gilberto y sobre todo, a la rubia con la que empezaba a conversar. Aunque le dijo a Wilson que estaba a su disposición, tuvo que ignorar su llamada, pues Gilberto tenía prioridad.

Una noticia interrumpió la animada conversación que mantenía con la estudiante de nuevo ingreso y ensombreció su expresión antes alegre.

—¿Pasa algo?

—No, no, surgió algo en casa —balbuceó y salió del aula a toda prisa.


Brenda acababa de salir de la ducha, pero aún no sé vestía. Estaba recostada en la cama aún envuelta en la bata de baño. Su teléfono vibró y tomó el aparato para responder y sin dejarlo decir nada dijo:

—Sí, yo fui.

—¡¿Y lo dices así?!

—Fue necesario.

—¿Los treinta?

—Pues no los conté, pero no fueron tantos. Lo qué pasa es que desarmé a varios y parecían más.

—¡Eres...!

—Mira Gil, no estoy para tus dramas. Créeme que no se perdió nada. Casi todos lo merecían y el resto fue mera compasión. Debes confiar en mí, corazoncito. 

—¿Pero fue necesario todo eso? 

—Lo fue. El mensaje es claro y te aseguro que ninguna gota de sangre derramada en ese lugar, fue un desperdicio. Ahora, si me permites, debo vestirme —colgó.

A pesar de que Gil nunca vio a su padre asesinando a nadie, sabía que la sangre con la que se alimentaba, no había salido de donantes voluntarios y aún sabiéndolo, lo amaba y respetaba. Entonces, ¿por qué no podía sentir lo mismo por ella?

Lo intentaba. Intentaba comprenderla, pasar por alto el hecho de que era una asesina cruel, igual que Edward. Tal vez el hecho de que no hubiera crecido a su lado tenía mucho que ver. Debía admitirlo, le temía, porque después de todo, era una extraña con la que cohabitaba y que en cualquier momento podía arrancarle la cabeza fuera su voluntad o no.

Desanimado regresó a clases, aunque el resto del día no consiguió concentrarse.



El timbre sonó y uno de los empleados abrió. Cuando el mozo fue a avisarle, la mujer que estaba en el recibidor contemplaba los retratos de la pared y sonrió al recordar algo.

Diez años antes

Rosa siempre había sido una periodista temeraria y aunque su fuerte eran las cuestiones políticas, el haber visto a Edward en acción sin querer una noche, despertó en ella su curiosidad innata.

Apenas podía creerlo, tenía frente a ella al famoso asesino de maleantes y era más grande la novedad que el miedo.

Incluso, se atrevió a sacarle una foto.
El flash aturdió a Edward y lo hizo voltear para recuperarse con la esperanza de que la mujer hubiera huido. Pero no, ahí seguía parada frente a él.

—¿Aquí sigue? —Preguntó extrañado y hasta molesto.

—Necesito hacerle unas preguntas.

—¿Está usted loca? —dijo, dando vueltas a su alrededor para intimidarla, pero si acaso tenía miedo, lo disimulaba muy bien.

—Tal vez.

—¿Vio lo que acabo de hacer? ¿Si sabe que podría matarla, verdad?

—No lo hará —sonrió confiada.

—¿Por qué está tan segura?

—Porque sé bien cómo opera. No es la primera vez que lo veo, ¿sabe? Sigo sus pasos desde hace tiempo. 

—Ya lo sé. Yo también sé quien es usted, pero yo no doy entrevistas. Váyase.

—No. 

—Entonces me voy yo.

—Tengo un foto suya. 

—¿Y va a perder su credibilidad por una nota que todos tacharán de falsa y amarillista? No sea tonta. Estoy seguro de que no lo es.

—¿Va a matarme?

—No. 

—Entonces dígame, ¿por qué lo hace? ¿Qué gana?

—No es lo que gano yo, sino lo que no pierden ustedes. 

—¿Lo hace por buena gente?

—Lo hago porque soy un asesino y si tengo que matar, es mejor que mate a los que sobran, ¿no le parece? 

Green empieza a caminar para alejarse de ella, pero la reportera lo sigue.

—¡Su nombre! ¿Cuál es su nombre?

—Edward Joseph Green.

—¿Hay más como usted?

—¿Más como yo?

—Vampiros, señor Green ¿Hay más?

—No lo sé. Por su bien, espero que no, porque no todos son "como yo". Adiós.

—Y es una lástima.

Edward desapareció entre los árboles y de donde ella estaba. Era un tipo impresionante, misterioso y aunque jamás le vio intención de atacarla, aun así le infundió temor. 

Tranquila, regresó a su auto, él área estaba limpia, se respiraba tranquilidad a pesar de la hora. Sin duda, el señor Green estaba haciendo un excelente trabajo.

Poco después de ese encuentro, Rosa María supo que él no era el único que hacía ese "trabajo", pero el modo de operar del otro no era tan cuidadoso, al contrario, parecía disfrutar dejando evidencia regada por doquier, escenas espantosas y ríos de sangre. Fue por esos recuerdos que supo que ese ser había regresado y se preguntaba si tendría alguna relación con Green, deseando que así fuera, pues había perdido su rastro desde hacía mucho tiempo y moría por un reencuentro con ese caballero que tanto la impactó.

Como un trabajo extracurricular, decidió investigar más a fondo. Esas muertes en el hotelucho del centro, tenían un toque muy familiar. Además, no eran las únicas muertes que se habían registrado. Hacía unos meses, tal vez dos, que empezaron a encontrarse cadáveres por todos lados. Por ello, decidió salir algunas noches a la semana con la esperanza de toparse al otro o como según se rumoraba, otra de ellos.


Cuando Gil llegó a casa, Brenda no estaba. Sintió una ansiedad apoderándose de él. No le gustaba que saliera sola, aunque sabía que era una tontería, pues si alguien corría peligro ahí afuera, no era ella.

Alguien tocó a la puerta. Gil se asomó por la ventana y vio a un hombre. Uno conocido, por cierto. Molesto, salió a ver qué hacía ahí.

—Buenas noches.

—Buenas noches. 

—Hola, Gil —saludó Wilson, con una familiaridad que lo irritó.

—¿Nos conocemos?

—Sí, soy el que trajo el anillo de tu...

—Bueno, sí, ¿y qué? ¿Qué quieres?

—Necesito hablar con-con... Con ella.

—No está.

—No me mientas.

—No estoy mintiendo, no está. Ni siquiera sabes cómo se llama. 

—Brenda, se llama Brenda. Es importante, Gil.

—Gilberto, para ti. Ya te dije que no está.

—¡Eres un capullo! ¡Es importante! ¡Está en peligro!

—¿Brenda? —rió con ganas, era lo más absurdo que había escuchado—. Ya lárgate antes de que regrese y el que esté en peligro seas tú, baboso.

Gil regresó adentro y cerró la puerta y a Wilson no le quedó otro remedio que irse.

—Vaya tío insoportable tu hijito.

—Te está protegiendo. Vive rodeado de vampiros, Wilson. Eres un desconocido y sin Emily en casa, puedes ser la cena de cualquiera ahí. 

—¿Y cómo es que no se comen a tu hijo?

—Porque no quieren verla furiosa. 

—¿Y no temes que ella pueda atacar a tu hijo?

—Por supuesto que no.

—Estás muy seguro, pero, yo no me confiaría.

—La conozco muy bien. Ella ama a Gilberto, lo conoce desde niño y no hay nada que pueda hacer que ella lo lastime.

—¿Y él a ella? Podría, no sé, clavarle una estaca mientras duerme.

—Has visto demasiadas películas del Santo, wey. No funciona así en la realidad. Ni ajos ni crucifijos y en nuestro caso, ni siquiera la luz del sol. 

—¿Entonces, como es que moriste?

—Hay una sola forma, pero no te la voy a decir. 

—Tu chico es un hombre, se parece a ti. Demasiado diría yo, y mira que apenas lo conozco, pero el fruto no cayó muy lejos del árbol.

—Ese tonito no me está gustando.

—¿Has pensado, así como no queriendo la cosa, que tu hijo podría terminar enamorado de ella? Ella es hermosa, él es joven...

—¡Cállate! ¡Eso no puede ser!

—¡Claro que puede ser!

—¡No y cállate de una puta vez, Wilson! ¡Eso es... aberrante!

—¿Pero qué te pasa? —Se burla de su reacción— ¿Es que tus celos son tan enfermizos?

—¡Emily es su madre! —confesó por fin.

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