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Sir Charles

Brenda y Gil caminaban por la vereda.

—Hace años que no venía al Bosque*, creo que desde la última vez que vine con mi papá —comentó Gil con aire nostálgico mientras caminaba al lado de Brenda.

—Lo sé.

—¿Cómo que lo sabes?

—Era lo poco que en ese entonces me permitía ver. No sé cómo lo hizo, pero bloqueó mis visiones.

—Mi papá tenía muchos secretos ¿Entonces ya me conocías?

—Algo así.

—Mi primo quedó encantado con los cien dólares que le diste, pero mi tía se los quitó para "ahorrarlos".

—¿Y los tuyos?

—Los guardé por mucho tiempo, pero mi mamá enfermó y los tuve que cambiar para comprar medicina.

—Siento que hayas tenido que pasar carencias.

—Hayamos, ella y yo. Sé que no te gusta hablar de mi madre, pero no finjas que no existió.

—No lo hago.

—Acabas de hacerlo.

—Perdón, entonces.

—Te odiamos por mucho tiempo porque creímos que eras "la otra". De hecho, mi madre murió odiándote porque le quitaste al amor de su vida. Ella lo adoraba, Brenda. Enfermizamente es cierto, pero lo amó hasta el último día de su vida.

—Yo no quería hacerlo. Yo lo quería conmigo, pero aún así, le dije que regresara con ustedes. Ya te lo había dicho.

—¿Y qué te dijo? ¿Te soltó el cuento ese de que estaba enfermo y se iba a morir?

—No era ningún cuento.

—Yo no lo vi morir, no me consta, en lo que a mi respecta, solo se hartó de nosotros y huyó.

—Ojalá así hubiera sido, Gil, pero yo vi lo que él no quería que ustedes vieran. Está muerto Gil, tienes mi palabra que lo está.

—Claro, si no estaría contigo.

—No me odies, Gil, por favor no lo resisto.

—No te odio, güera. Ya no. Y si mi madre hubiera sabido la verdad, tampoco lo haría...o tal vez si, pero no tanto. Pero nos hizo mucha falta.

—Lo sé.

—¿Por qué tardaste tanto? Él me dijo que vendrías y enojado y todo, te esperé. Un día, tenía quince años, el refrigerador vacío, una madre grave internada en el Seguro* y me cansé de esperar.

—No podía, mi niño, te juro que no podía.

—¿Estabas presa o algo?

—No tenía cadenas, ni estaba encerrada, pero si, estuve presa por diez años.

—¿Qué te detenía?

—No era qué, sino quien. Alguien en quien confié y me traicionó.

—Pero qué feliz coincidencia...

Ambos se quedaron congelados ante ese saludo. Katherine se notaba incómoda, pero la sonrisa de Charles era amplia y sincera cuando miraba a Brenda. O cómo le gustaba llamarla, "Sharon".

Como un caballero antiguo tomó su mano y la besó. Ella la retiró de inmediato y se adelantó dejando a Gil tras ella de forma instintiva.

—Nunca creí que tuviera la dicha de encontrarla aquí. Es usted todavía más bella bajo la luz del sol.

—Gracias, señor...

—Sir Charles Ronald Walters tercero. Vaya, me apena saber que soy tan poco memorable.

—Tío, qué oso, deja de hablar así...—Murmuró Kat, apenada.

—Katherine querida, la elegancia y las buenas costumbres nunca pasan de moda ¿No lo cree así, señora?

—Tiene razón.

A Gil le causaban mucha gracia las frases del español que Katherine aprendía y por unos segundos olvidó frente a quien estaba.
Si se veía como un maniaco, hablaba como un maniaco y actuaba como un maniaco, era porque evidentemente era un maniaco.

—Sir Charles, qué gusto verlo de nuevo —se adelantó Gil y le ofreció la mano como todo un caballero. Con todo y su sonrisa hipócrita, no tuvo más remedio que saludar al "bastardo del esclavo" al que tanto odiaba.

Juntos continuaron caminando en un extraño cuadro victoriano postmoderno. Gil entrelazó su brazo con el de su madre putativa y Katherine con él de su tío.
Era temprano todavía, por lo que había muy poca gente.

—Qué lugar tan triste y decadente —comentó Charles con desprecio, mirando el paisaje al rededor suyo.

—Estamos en medio del desierto, Sir Charles, no espere ver los hermosos jardines de su país. Ésta ciudad es una proeza, teniendo en cuenta las circunstancias —respondió Brenda con ganas de arrancarle la cabeza.

—Una proeza que hubiera sido mejor no cometer.

—Pues si no le gusta, puede irse, nadie lo tiene a la fuerza ¿o si?

—¡Ténga perro! —Exclamó Gil para él mismo.

—Fue "un gusto", pero tenemos que irnos —anunció Brenda, notablemente molesta.

—¿Tan pronto?

—Tenemos cosas que hacer en la casa.

Katherine no dejaba de ver a Gil, pero él estaba tan incómodo al lado de su tío, que apenas si cruzó un par de miradas con ella. En cuanto a la joven, no podía evitar sentirse celosa de Brenda, pues Gil le había contado que ella no era familia de sangre y eso no le gustaba. No estaba bien que viviera con ella.
Mientras se alejaban, Gil volteó para despedirse de ella con la mano.

Wilson moría de hambre pero no se había atrevido a morder a alguien ¿Pero qué se suponía que hiciera? No se atrevía a abordar a nadie, mucho menos a plena luz del día.

—Mejor deberías comer algo de comida humana.

—No, me da asco.

—Tienes que acostumbrar a tu sentidos otra vez. O comer perros y gatos, pero a veces se defienden y muerden. Además, tienes que corretearlos porque no se nos acercan voluntariamente.

—Yo tampoco lo haría ¡Pero tengo mucha hambre!

—Pregúntale la hora a ese que viene ahí...

—Señor, ¿podría decirme la hora?

—Las diez cincuenta —respondió el hombre sin detenerse ni un segundo.

—¡Joder! ¡No puedo ni comer, voy a poder llenar las jarras!

—Olvida las jarras, Jean Philip se encarga de eso. Concéntrate en ti.

—¿Y ahora me lo dices?

—Y deja de ser tan amable, Wilson, o si no nunca vas a comer. Házte la víctima, al fin que te encanta, y atrapa a alguien.

—¡Imbécil!

—Aquí viene otro.

—Se-Señor... ¿Podría ayudarme? Sabe, no he comido desde ayer...

El hombre se escarbó los bolsillos delanteros del pantalón en busca de monedas.

—¡Házlo, Wilson, atrápalo!

Con algo de pena, Frederick aprovechó la distracción y se prendió del cuello del buen samaritano que estuvo dispuesto a ayudarlo. El hombre forcejeó pero no por mucho tiempo antes de que lo vaciara.

Dejó caer el cuerpo detrás del árbol donde se escondió. Con los ojos abiertos, el hombre ya muerto, parecía mirarlo con reproche.

—Perdóneme, lo siento, perdóneme...—sollozó y se limpió la sangre de la boca.

—Vete ya.

—¡Lo he matado, he matado a alguien!

—Y no va a ser el último.

Wilson se alejó de ahí lo más rápido que pudo, pero con un profundo pesar.

—¡Y es como si no hubiese comido nada, sigo con hambre!

—Jamás termina, Fred.

—¿Cómo pudiste vivir así por tanto tiempo?

—No podía morir. Me quemaron, me dispararon, estuve en medio de explosiones, fui ejecutado en al menos tres ocasiones, fui ahorcado...

—¿Entonces como lo lograste? ¿Como moriste?

—Ella lo hizo.

—¿Tú mujer? ¿Cómo?

—Me sacó el corazón.

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