Sin retorno
No es que Gil le tuviera miedo a Wilson, pero prefería mantener la distancia por comodidad. Además, no había día que no tomara su dosis de sangre de vampiro.
Igual, era imposible evitarlo por completo, pero cada uno se dedicaba a lo suyo y se saludaban cordial pero fríamente.
Sin embargo, la tensión continuaba, pues la insistencia de Wilson para quedarse lo ponía en alerta. No entendía como Brenda lo había permitido. En el fondo la güera era un pan de Dios porque ya nomás le ponían cara de perrito callejero atropellado y caía redondita. Pero él no. Él no se iba a dejar convencer por la cara de mustio del "maldito lisiado".
Un auto lujoso se estacionó afuera de la casa. Gil estaba sentado en la escalera de la entrada y le extrañó mucho, pues rara vez o nunca, solían tener visitas. Se levantó y se acercó para ver quién era. Grande fue la sorpresa al ver bajar a Katherine del vehículo.
—Hola, Yil (Gil).
—Katita... ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...?
—Ah, investigo —le guiñó el ojo.
—Katita, no puedes estar aquí —le dijo nervioso.
—¿Por qué?
—Es un poco complicado, pero...
—Ábre Gil, invita a tu amiga a pasar.
A Katherine no solo la impresionó la presencia de Brenda, sino que era sorprendente su parecido. Fue la misma Brenda quien se acercó y abrió el portón.
—Es una compañera de intercambio —explicó Gil a su madre adoptiva.
—Katherine Walters —le ofreció la mano a la vampiresa y ella la aceptó. Necesitaba saber cosas acerca de ella.
El que no sintiera corriente alguna, era una buena señal, pero las visiones le darían una mejor perspectiva y las esperaba con ánsias.
(Conversación en inglés):
—¿De dónde eres?
—Nací en Bristol, pero he vivido en Londres desde los siete años, cuando murieron mis padres y me mudé con el tío Charles.
—¿Charles? ¿Será Charles Walters por casualidad?
—¿Lo conoce?
—Hemos cruzado un par de palabras.
—Qué pequeño es el mundo. Nunca lo imaginé, quiero decir, que conozca a mi tío.
—Ah, simón...—interrumpió Gil a modo de protesta por no ser incluído en la conversación y que encima fuera en un idioma que no dominaba aún.
—¿Cuál Simón?
—Así se dice. Luego te explico.
—Bueno, los dejo solos. Si necesitan algo...
—Si, ya sé, Jean Philip.
—O Wilson...
—No necesitamos nada de ese, gracias.
Brenda rodó los ojos y se retiró de la sala, donde los dejó.
Brenda había quedado tan inquieta al escuchar el solo nombre del tío de Kate, que caminaba distraída rumbo al despacho.
Wilson, aunque esas no fueran sus funciones, solía ayudar a sus compañeros con la limpieza. Lo desesperaba la inactividad, lo ponía ansioso. Ya si salía algo, o "madame"— como Phil insistía en llamar a Brenda—, requería de sus servicios, lo dejaba y lo retomaba después. Por eso estaba en el despacho quitando el polvo de los estantes del librero, cuando ella entró.
—Señora...
—¿Qué hace, señor Wilson?
—Eh...yo...
—¿Limpiaba?
—Sí.
—Pero ese no es su trabajo.
—No se moleste por favor, es solo que necesito hacer algo, es que...
—No estoy molesta. Siéntese.
Frederick dejó el plumero a un lado y obedeció. A veces lo desesperaba pensar en sí mismo como un perrito amaestrado, porque apenas ella hablaba, él obedecía automáticamente y le molestaba porque imaginaba que no imponía así ningún respeto.
Para colmo, tampoco conseguía sostenerle la mirada por más de dos segundos, lo cohibía demasiado.
—¿Ya comió?
—Sí, señora.
—Es indispensable que se mantenga lo más satisfecho posible, para evitar accidentes, sobre todo, con los invitados. Señor Wilson...
—Sí, la escucho.
—Pues no parece. Míreme...
Con un esfuerzo supremo, logró que sus enormes pupilas avellanas se detuvieran en su rostro. Primero, sus labios, sensuales y perfectos; después su perfecta naricita, misma que parecía tallada por el propio Miguel Ángel; y finalmente, sus ojos. Esos ojos brujos que le arrebataba el alma con solo contemplarlos. Y se dio cuenta de algo que le dijo Edward alguna vez: "De ella no hay retorno".
—¡Señor Wilson!
—Disculpe.
—¿Se siente bien? Le pregunto si ya hizo la cita con el kinesiólogo.
—No, aún no.
—Hágala. Y no escatime en nada, elija la mejor prótesis que encuentre, no importa el precio. Aquí está una tarjeta de alguien que me recomendaron y la otra para sus gastos. Vaya descansar Frederick, que ésta noche vamos a salir y lo quiero bien alerta.
Fred se metió las tarjetas en la bolsa del saco y se levantó para irse.
—Gracias, señora, con permiso.
Al verlo de espaldas, alejándose, no pudo evitar pensar en aquella noche en el pantano. En lo asustado que estaba y sin embargo, no se comportó como otros cobardes a los que había matado con razón, que lloraron y suplicaron de la forma más patética.
Él asumió su muerte y ni siquiera cerró la ojos, sino que vió a su alrededor como verificando que los otros pudieran escapar y ponerse a salvo del monstruo que estaba por quitarles la vida. Y eso le gustó. Aún en medio de su irracional versión. Tal vez por eso no terminó con él. Su valentía, su estoicismo, su...
De pronto, al observar su argolla de matrimonio se detuvo. Se sintió una traidora, una infiel al atreverse a pensar en alguien que no fuera Edward, de esa manera. Porque debía reconocerlo, había algo en Wilson que no la dejaba tranquila. Algo que la hacía tener sueños bastante subidos de tono desde hacía algunos días.
En cuanto a Frederick, no podía estar más feliz con la noticia. Ambos estarían juntos, tal vez toda la noche, así fuera solo como su empleado.
Llamó al número de la tarjeta. De pronto le surgió el interés por recuperar su pierna, ya que tampoco le gustaba que lo viera andando por la casa de esa forma. Tal vez así volvería a sentirse seguro, tan seguro como para sostenerle la mirada. Para no sentirse tan poca cosa delante de ella.
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