Siempre presente
—¡Gil! ¡Gil!
Gritó Katherine a lo lejos mientras agitaba los brazos para llamar la atención del joven.
Su vehemencia lo asustó un poco, creyó que le sucedía algo y se apresuró a llegar a su lado.
—¿Qué pasa?
—Hola —sonrió— ¿Por qué no has llamado?
—He tenido mucha tarea, Katita.
—Yo también y he he llamado, y te he escrito. Eso es un pretexto.
—No Katita, te juro que no lo es.
—¿Por qué ya no quiere hablar conmigo? ¿Es por mi tío?
—¿Qué comes que adivinas? —La miró unos minutos y negó con la cabeza— No, nada que ver. Ya te dije, tengo muchas, pero muchas, cosas que hacer.
—¿O es que le caigo mal a tu madrastra?
—No, nada de eso, todo lo contrario.
—Creo que mi tío está enamorado de ella, no habla de nada más últimamente.
—Uy, qué pena...
—¿Por qué?
—Lo que pasa es que ella ya tiene novio. Se llama Frederick. Frederick Wilson. Ganas tiene el güey.
—Ay, qué pena. Por mi tío Charles quiero decir.
—Pues si. Pero no le digas, pobrecito, no le rompas la ilusión. No vaya a ser que se despache al menso éste, aunque...
—Oh no, no lo haré. Mi tío es sumamente celoso.
—Chance y se deshace del maldito lisiado ¿En serio?
—Si.
—¿Quién lo diría? Con esa jeta de estreñido que tiene siempre, me daría más por buscarle las pilas o algo.
—¿En qué piensas, Gil?
—En nada, Katita.
—Me encanta que me digas así.
—¿De verdad o es sarcasmo?
—De verdad. El sarcasmo es lo tuyo, no lo mío. Pero me encanta. Tú me encantas, Gil.
—Y tú a mí. Pero no dejó de pensar en mí güera cada vez que te veo y eso no está bien. No para ti. Emily...te pareces tanto.
—¿Yo te gustó, Gil? ¿Aunque sea un poquito?
—Si. Eres muy bonita y muy tierna. Debiste dejar muchos novios en Londres.
—No. Nadie me miraba allá. Allá soy fea.
—¡No! No te creo, Katherine, eres muy bonita.
—Por eso me gusta estar aquí.
—¿Solo por eso?
—Y por ti.
Katherine superaba un beso o algo que diera a entender que Gil sentía lo mismo, pero solo sonrió y siguió caminando.
Si le gustaba la chica, pero no confiaba en ella. Él confiaba mucho en sus presentimientos y algo respecto a ella y el loco ese que decía que era su tío, no le terminaba de cuadrar.
La ausencia de Jean Philipe se estaba prolongando demasiado y Brenda temía que hubiera recaído en el vicio. Tal vez había sido un error dejarlo ir a su ciudad natal, pero no sé lo podía impedir, no era su familia y aún si lo fuera, tampoco lo haría.
—Buenos días, Madame.
Un Jean Philipe sonriente entró por la puerta principal.
—¡Jean Philipe! Precisamente estaba pensando en ti ¿Cómo te fue?
—Muy bien, madame, gracias.
—Has hecho mucha falta aquí.
—Ahora mismo empiezo a trabajar.
—No, no, debes estar cansado por el viaje. Empieza hasta mañana.
—Se lo agradezco ¿Y cómo van las cosas con el señor Wilson?
—Todo bien, Jean Philipe, no tengo queja alguna de él, es un buen empleado.
—Me alegra saberlo. Con permiso.
—Propio.
Bien, la familia estaba completa y ahora se sentía tranquila otra vez. Al menos en lo que a los habitantes habituales de la casa se refería, porque había días en los que se sentía observada y estaba empezando a creer que se trataba de Frederick, ya que un par de veces lo sorprendió mirándola desde su cuarto, aunque se hacía el desentendido de inmediato.
Si continuaba así, se vería en la necesidad de llamarle la atención. Era un tipo muy raro que entablaba extrañas y álgidas discusiones en la soledad de su habitación. Eso no era lo raro, pues ella hacía lo mismo cuando Diane la visitaba.
—Un momento... —murmuró pasando en voz alta— Acaso Wilson...
Recordó la sombra que vio junto a la ventana de su cuarto la noche que salió con él y lo mucho que se parecía a...
—Edward —miró hacía el retrato.
—Señora —le llamó Frederick con timidez tras de ella. Brenda giró la cabeza despacio y se encontró con ese par de enormes ojos color avellana.
—Dígame, señor Wilson.
—Ne-necesito salir.
—Hágalo, pero procure venir antes de...o no, haga lo que tenga que hacer, yo voy por Gil.
—Gracias, señora.
—¡Wilson! ¿Con quien habla cuando está en su cuarto?
—Co-con...Conmigo. Pienso en voz alta. Pero si le molesta dejaré de hacerlo.
—No me molesta, me intriga. Dígame la verdad, Frederick ¿Hay alguien con usted ahora?
—No.
—¿Cómo se llama, Frederick? ¿Es hombre o mujer?
—¿De qué habla, señora?
—No le digas que soy yo, hazte el loco. Es más, dile que es mujer y se llama Lorraine.
—Vamos Frederick, no me quiera ver la cara, se que habla con alguien que no es de este lado. Sabe perfectamente a qué me refiero.
—Disculpe, tengo que irme, se me hace tarde para la cita.
—¡Puede hacer otra cita!. No saldrá de aquí hasta que me lo diga, Wilson.
—Ya está enojanda, será mejor que se lo digas —le advirtió Edward.
—No sé que quiere que le diga, yo...
—Yo también hablaba con alguien que solo yo podía ver, Frederick. Su nombre era Diane Morgan ¿Es ella?
—No es ella, señora. Su nombre es Lorraine.
—Entonces tengo razón.
—Sí. Lo que pasa es que no es algo que pueda uno decir tan fácilmente.
—Lo sé. Espero que la tal Lorraine sea alguien de fiar.
—Lo es, se lo aseguro.
—Es todo. Si no lo retrasé mucho, puede irse.
—Gracias, señora.
No le creyó. Estaba segura que no era una mujer porque lo que vio en la ventana, claramente no lo era; a menos que del otro lado les diera por intercambiar roles. Sin embargo, no insistiría.
—Te extraño mucho, Diane.
—Ella también te extraña, Emily. Se lo diré cuando la vea.
—No me creyó —aseguró Wilson mientras avanzaba de prisa.
—Claro que no, es muy lista, muy observadora. Además, dicen que cuando las mujeres preguntan algo, es porque ya saben la verdad.
—También ayudaría mucho que no te metieras a su cuarto mientras duerme.
—¡A ver tarado, es mi esposa, es mi casa y yo me meto donde me de mi gana!
—¡Pero es mi cuerpo! Vas a meterme en problemas y si me echa de la casa por tu culpa, ya no podrás cuidarla a ella ni a tu chaval.
—¿Ah, te diste cuenta?
—¿Cómo no me voy a dar cuenta, imbécil? Es la sensación más horrible que sentí jamás. No me gusta que lo hagas.
—Pues ni modo "Whoopy" ¿O qué harías tú en mi lugar?
—Decir la verdad, que estoy presente. El día que Gilberto me sorprenda besándole la mejilla y acariciando su cabeza, se va a levantar a dame tres hostias. Con las ganas que me tiene.
—Yo creo que más. No te preocupes, Gil sabe que estoy aquí. Lo que no sé es por qué ella se niega a creerlo. Tal vez me está olvidando. Tal vez me mintió aquel día y no me amaba ya.
—¿Cuál día?
—El día qué... Olvídalo.
—No, no ¿Sabes qué creo? Qué te ama demasiado, pero intenta seguir con su vida y no lo logra porque siente que si lo hace, te traicionará.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro