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Secretos y preguntas (Sí, desde aquí)


Edimburgo, Escocia.

Edward recorría la morgue en busca de un cuerpo fresco al cuál poder habitar. Belél prometió ayudarle con la ocupación, a fin de que no cometiera un error que pudiera costarles a ambos más tiempo de condena.

—¿Qué tal éste?

—Muy viejo.

—¿Y este?

—Demasiado joven.

—¿No te gustaría ser más joven.

—Joven sí, pero no pelirrojo, llamaría demasiado la atención.

—¿Por qué vienes hasta Escocia a buscar un cuerpo?

—Porque no quiero un cuerpo cualquiera. Quiero algo que se parezca, pero no demasiado.

—Pero debe ser reciente Edward. Alguien a quien todavía no le hayan realizado la autopsia.

—Necropsia —aclaró Edward.

—¿Qué?

—Que se dice necropsia. Autopsia es como si un mismo se la realizará y eso es imposible hasta en mi caso.

—Ok... Sabiondo —murmuró fastidiada.

—Solo es un dato, no te molestes. Bueno, en lo que estábamos.

—Tu dato me hizo olvidarlo.

—¿Por qué debe ser un cuerpo sin necropsia?

—Porque debe tener todo intacto para volver a funcionar.

—¡Fascinante! —expresó con infantil emoción— ¿Y cuánto durará eso?

—No lo sé, depende de qué tanto lo cuides.

—¿Y una vez que lo ocupe, volveré a ser humano?

—Así es.

—¿Y si me convierten?

—Volverás a ser vampiro ¿Eso quieres?

—Uno se acostumbra a ese poder. Pero tampoco me enloquece la idea. A ella le encanta ser la dominante.

—Pues muy sumiso no eres.

—Te sorprendería lo sumiso que puedo llegar a ser. Emily es una bestia salvaje.

—Por favor, Edward, me hagas imaginar cosas.

Un cuerpo bajo una sábana, llamó su atención. Era como si algo celestial se lo estuviera señalando —tal vez la luz de la lámpara que estaba justo arriba—, y poco antes de darse por vencido, caminó hasta donde reposaba, destapó el cadáver y lo observó detenidamente de pies a cabeza. No podía tocarlo, pero calculando su altura y complexión, decidió que ese debía ser.

Se acercó hasta donde estaban los pies apoyados y leyó la etiqueta que pendía de uno de sus dedos.

—«John McDonald, 47 años».

—¿Te gusta este? Aún no ha sido intervenido.

—Se ve bien. Muy bien para esa edad. Creo que va a gustarle.

—Edward... ¡Apúrate, parece que viene alguien!

—Odio que me estén apurando.

—¡Pues apúrate! ¡Salta ahí dentro, ya!

—Aquí vamos —se santiguó y se recostó en el cuerpo del difunto.

Cuando los forenses entraron para empezar la autopsia, el cadáver ya no estaba, ni la sábana, solo la etiqueta amarilla.

Descalzo, se encerró en el baño de la oficina y se vio al espejo por primera vez.

—¿No tiene hoyos o algo por atrás?

—Solo los usuales.

—Un poco escuálido y descolorido, pero se ve bien. Sí, se ve muy bien —repitió al ver la entrepierna. Después se analizó el pelo y los dientes— Me encanta su cabello, tan lacio... Y ese color. Ojos cafés. Supongo que me caerá bien cambiar el modelo, pero creo que tiene muchas posiblidades.

—¿De qué?

—De gustarle.

—¿Y Wilson?

—¿Wilson qué? —preguntó a la defensiva.

—¿Qué le vas a decir?

—Nada.

—¿Nada? ¡Tiene horas preguntando por ti!

—Dile cualquier cosa. Qué me morí, que me enviaron a otro lugar, que me disolví en el viento, qué se yo.

—Creí que eran amigos.

—Solo lo hice para proteger a Gil.

—Edward... Creo que él realmente te aprecia.

—¿Wilson? A Wilson le agrada Emily y no voy a dejar que llegue a ella. Y por supuesto, que no le haga daño a mi hijo.

—Creo que si quisiera, ya se lo habría hecho.

—No confío en él. Necesito ropa.

—¿Y cómo piensas regresar allá? Sigo sin entender por qué quisiste venir hasta acá por un cuerpo.

—No lo entenderías.

—Eso dije, que no lo entiendo. Edward, ya no eres vampiro, no tienes poderes, estás legalmente muerto y no tienes un quinto ¿Tienes algún plan para regresar?

—Primero la ropa, Belél, luego vemos lo demás. No puedo pensar si estoy desnudo.

Se miró nuevamente al espejo. Hacía años que no se miraba a alguno y de no ser por las fotos y los retratos que había por toda la casa Green, ni siquiera hubiera recordado como era.

Sabía que tenía ojos azul claro, que su cabello era castaño y algo ondulado. También que su antigua complexión era un poco más gruesa que la de su nuevo recipiente. Aunque el físico era lo de menos. Le preocupaban más que nada, los efectos secundarios. No sabía qué clase de persona había sido el tal John McDonald en vida y si ella podría darse cuenta de lo que había hecho cuando lo tocara.

Sir Charles no quitaba el dedo del renglón en cuanto a tratar de conquistar a Brenda, pero ella no tenía mente para nada que no fuera Gil.

Aunque le halagaban mucho sus galanteos, no terminaba de convencerla. No estaba segura de qué era lo que le molestaba, pero algo en ese hombre no le inspiraba confianza y ella solía hacer mucho caso a su intuición.

Aprovechando las vacaciones, Brenda decidió que no enviaría a Gil afuera sin enseñarle un poco de lo que había logrado aprender por su cuenta.

Entró a su cuarto y abrió las gruesas cortinas que el joven había puesto por su cuenta, ya que últimamente lo lastimaba la luz natural.

—¿Cuando cambiaste las cortinas?

—Ayer ¿Qué haces aquí tan temprano?

—No es temprano, son las nueve.

—Para mí es de madrugada.

—«Qué triste». Vamos, para que desayunes.

—¡Puedo desayunar más tarde!

—¡No! No puedo dejar que andes por ahí sin saber ciertas cosas.

—No te preocupes por eso, mi padre ya se encargó.

—¿Estuviste jugando con la ouija de nuevo?

—«Já, já». Ay Rosa Emilia, eres muy molesta a veces ¿Sabías?

—Soy, lo sé, no me importa.

—Le muestra el libro que le dio Jean Philip.

—Mira..

—¿Qué es esto?

—Un regalo de mi padre santo —Brenda rodó los ojos

—Si tú padre era un santo, yo soy la Virgen María.

—¿Qué pasa? ¿Se te cayó el velo de la idolatría?

—El que yo amara tanto a tu padre, no quiere decir que lo considerará un santo. Era un mentiroso, infiel, dominante... ¿Ya mencioné mentiroso? Vamos, te espero abajo.

—Mi libro.

—Déjame leerlo.

Abrazó el libro y salió del cuarto de Gilberto.

Jean Philip notó que lo llevaba y se alarmó. Había cosas ahí que ella no debía saber.

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