Sangre nueva
Brenda no tenía la menor idea de lo que Will decía. En su vida había visto a ese señor. Posiblemente era uno de esos misterios que jamás llegaría a conocer del mundo de los sueños. Tal vez se trató de uno de esos llamados viajes astrales y por algún motivo, el anciano se dio cuenta. Cómo fuera, tampoco era cosa que le inquietara demasiado. Cosas que pasaban y ya.
—Es la primera vez que visito su país, señor. Mucho menos, pude haber entrado a su casa sin permiso —repuso serena.
—Creo que deberíamos irnos, wera, el señor debe estar cansado.
—Es verdad. Ahora está seguro en su casa y eso me tranquiliza.
—¿Ah sí? ¿Y por qué? —Quiso saber John, que había bajado y estaba tras ella.
—Porque... Porque soy así. Me preocupo por todos.
—Es cierto —la apoya Gilberto.
Brenda se puso de pie y con una seña, le dijo a Gil que era hora de irse.
—Le agradezco que haya traído de vuelta a mi John, señorita.
—Un placer señor...
—Will, Will McDonald —estrechó su mano. Gil se mantuvo detrás de ella.
—Will, John, hasta pronto.
La verdad era que John estaba aterrado. Aunque esa mujer se había comportado de lo mejor con él, había algo en ella que le decía que no era una persona común. Además, estaba el asunto de los sueños. En ese mundo no le temía, pero tenerla de frente era otra cosa.
—¿Donde estuviste? —le preguntó su padre cuando Brenda y Gilberto de marcharon.
—¿Dónde está Harry? ¿No estaba Harry aquí?
—Sí, pero se fue sin decir nada. Ni siquiera se despidió. Es un maleducado —criticó Will. Harry le desagradaba mucho, le parecía una pésima influencia.
—Es raro ¿No? Digo, irse así.
—No me has dicho dónde estuviste.
—En... —hizo un breve esfuerzo por recordar dónde estuvo antes de eso, pero no pudo y repitió la respuesta anterior— En un hotel.
—¿Con ella?
—Sí, pero no sé ni cómo llegué ahí. Necesito un médico. Estoy olvidando muchas cosas. Tengo miedo.
—Mañana vamos a qué te revisen, hijo, tranquilo.
Con mucho trabajo, Belél logró abrir una rendija para entrar a la celda de Edward. No tenía mucho tiempo y se estaba arriesgando demasiado, así que tendría que actuar rápido, pero esa molesta niebla no ayudaba tampoco y manoteó para apartarla.
—Edward... ¡Edward! ¡Se que estás aquí, responde!
—¿Entonces para qué gritas?
—¡Uy, qué delicado! Hora de irnos.
—¿A dónde? No tengo a dónde ir.
—El cuerpo de Jhon McDonald sigue disponible.
—No, no volveré ahí.
—¡Edward, no tenemos tiempo! ¡La puerta se va a cerrar!
—¡No me importa!
—¡Si me quedo aquí por tu culpa, te juro que haré que lo lamentes por toda la eternidad! ¡Vamos!...¡Por favor, Edward! ¡Edward, se está cerrando! ¡Si no te gusta ese, podemos escoger otro cuerpo!
Aunque lo dudó un poco, vio a a bruja tan desesperada que la siguió. Ese lugar era enloquecedor y cualquier cosa sería preferible a continuar ahí.
Ya afuera, en el mundo real, el cuerpo que la Mayombe ocupaba despertó en el suelo de un parque, rodeada de velas, un cuenco con un líquido oscuro y una gallina degollada.
—¡¿Qué es esto?! —preguntó Edward alarmado, al ver esas cosas.
—Es magia antigua.
—¿Santería?
—Algo así. Los espíritus occidentales me exiliaron y es lo que hay.
—¿Y para qué me sacaste?
—Dos cosas: Ya te perdoné y no quiero estar sola.
—¿Me «perdonaste"? ¿Y qué tenías tú, qué perdonarme a mí?
—Está bien, eres un vínculo, Edward, te necesito para encontrar a tu mujer.
—Ella hace mucho que no es mi mujer.
—Pues si quieres que vuelva a serlo, tenemos que encontrarla. Hace mucho frío, voy a congelarme.
—Te daría mi abrigo, pero solo soy un holograma.
—¡Necesito calor, vámonos!
Caminaron un largo tramo, pero era tarde. Todo estaba cerrado.
—¡Cómo hace falta un Oxxo! —Tiritó- ¿Acaso no conocen los autoservicios veinticuatro horas en Escocia? ¡Voy a morir de frío!
—Allá hay algo abierto, mira... Por cierto, ¿de dónde sacaste ese cuerpo?
—De la morgue ¿De dónde más?
—Muy buena elección.
—Gracias... Creo.
—Cuéntame tu plan maestro —Trató de distraerla de su inminente hipotermia.
—Encontrar a Sharon.
—¿A quien?
—A Emily. Se me congela el cerebro ¿Sí?
—En serio, Belél ¿Por qué volviste?
—¡Te lo acabo de decir!
-—No te creo.
—Yo nunca miento, Edward Green. Ocultaré cosas, pero no miento.
—Es casi lo mismo.
—El que esté libre de pecado...
Al llegar al lugar dónde tenía la esperanza de entrar para calentarse, se decepcionó mucho al notar que estaban cerrando.
—¡No! ¡No puede ser, moriré de frío!
—¿No puedes hacer algo con tu magia?
—¡No!
Alguien colocó un grueso abrigo sobre sus hombros.
—Va a congelarse, señorita.
Esa voz la conocía.
—?Wilson? —pronunció Edward asombrado, pero él ya no podía verlo ni escucharlo. Al ser Belél exiliada, cualquier hechizo que hubiera hecho con la ayuda de aquellos espíritus, quedaba anulada.
—¡Wilson! ¡Háblame!
—Venga, le invito un café para que agarre calorcito.
Dejó que el odio se le escapara por la mirada hasta que vio su propio reflejo y recordó que él no conocía a esa mujer que tenía enfrente, por lo que aceptó su ofrecimiento, aunque maldiciéndolo por dentro.
John no podía conciliar el sueño. Daba vueltas y vueltas pensando en la mujer rubia. ¿Cuál era su nombre? No importaba, no volvería a verla. Desesperado, se levantó de la cama y se metió al baño.
Estaba inquieto y tal vez una ducha caliente le ayudaría a relajarse y se empezó a desvestir quitándose los calcetines con los pies; después el pantalón, que era el mismo con el que había llegado, la camisa, el termal porque hacía mucho frío y justo estaba por quitarse el bóxer negro, cuando un viento helado lo sorprendió haciéndolo girar la cabeza para ver.
No había nada abierto, el clima no lo permitía, por lo que la procedencia de ese viento era inexplicable, pero prefirió ignorarlo. Era lo mejor.
Para olvidarse del asunto y relajarse realmente, encendió la pequeña radio que estaba en la repisa donde ponían las toallas.
Brenda lo observó, aprovechando que tenía los ojos cerrados para que no le cayera el shampoo. El flujo de su sangre se había vuelto más lento y rítmico.
No quiso alterarlo, por lo que decidió esperar en su recámara. Había visto suficiente y lo que vió la dejó satisfecha. Tanto qué ahora, después de incontables meses, sentía otra vez el impulso por alimentarse.
Descalzo y envuelto en una roída bata café, John dio un salto atrás al verla cómodamente sentada en su cama, con la espalda recargada en la pared.
—Shhh, vas a despertar a tu papá —indicó poniendo el índice en sus labios.
—¡¿Qué hace aquí?!
—Necesitaba verlo, John.
—¡¿Cómo entró?!
—Tengo mis métodos. No sé asuste, no voy a hacerle daño. No mucho al menos.
—¿A qué se refi...?
No terminó la frase cuando ella ya estaba prendida de su, según las propias palabras de ella, «adorable cuello de cisne».
John trató de resistirse, incluso, aplicó más fuerza de la que un caballero debería aplicar sobre una dama, pero fue inútil, esa mujer era inusualmente fuerte.
—No quiero morir... —musitó el obrero con las pocas fuerzas que le quedaban, siendo acunado entre los brazos de ella.
—No vas a morir, cariño —se mordió la muñeca y le dio de beber un poco de su sangre para que se recuperara.
Lo sostuvo con un brazo, mientras con el otro destendió la cama para recostarlo y cubrirlo con la cobija. Hincada a su lado le habló al oído y dijo:
—Si aceptas lo que voy a proponerte, vas a vivir de verdad. Es hora de que empieces a vivir John. Descansa, volveré más tarde —acarició su frente y le dió un tierno beso en la mejilla.
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