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Pronto

Gil guardó las muestras con el nombre de su padre y el de su abuelo y se las llevó. Salió a toda prisa del lugar cuidando que nadie lo viera. La emoción hacía que le temblaran las manos.

Debía decidir con calma que es lo que haría con ellas, pero primero necesitaba averiguar cuál era la dosis exacta y el proceso de conversión.

—¡Brenda! ¡Brenda!

Le llamaba con desesperación corriendo de aquí para allá.

—Madame no está, joven Gilberto —informó el siempre sereno Jean Philip.

—¿Y dónde anda?

—No lo sé, no suele informarme de su intinerario, a menos que me necesite para algo.

—No importa, yo le llamo.

—¿Le sucede algo? Lo noto muy agitado.

—No, no, nada. Solo estoy emocionado. Luego te digo.

Subió a su habitación, se dejó caer en la cama y le marcó a quien buscaba, pero no le respondió. Casi nunca lo hacía en horas de "trabajo", pues los gritos de agonía no le permitían escuchar a su interlocutor.


A Frederick se le hizo raro llamar varias veces a su acompañante y que no apareciera por ningún lado o que ni siquiera respondiera o al menos lo hiciera impaciente, como la mayor parte del tiempo.

Después de intentarlo varias veces, salió del cuarto. A decir verdad estaba un tanto preocupado, el dinero se le estaba acabando y necesitaba más, pero siendo un extranjero sin otros documentos migratorios que el pasaporte y la visa de turista, la cuál por cierto, estaba a punto de vencer, nadie le daría trabajo.

—¡Eh, capullo, responde pedazo de burro! Insistió fingiendo hablar por el móvil, pero no hubo respuesta.

Cómo cosa del destino, dio la vuelta y se encontró cara a cara con su rubia debilidad. Su actitud pendenciera para con Edward, cambió de inmediato por una dócil y tranquila.

—¿Sigue aquí? —Le preguntó la rubia con tono de reclamo.

—Así es.

—Vaya que es necio.

—No me iré. No puedo además, estoy varado aquí ahora.

—¿Y quiere más dinero?

—Sí.

Brenda como si fuera cualquier cosa, sacó un fajo de billetes de su chaqueta, sacó unos cuantos billetes y se los extendió.

—Espero que sea suficiente.

—¡No, no, no!

Dijo y levantó las manos en señal derechazo.

—Tómelo.

—¡No, que hace, yo no soy un mantenido, por Dios!

—Tómelo, señor Wilson, es parte de su recompensa por devolverme algo tan valioso para mí.

—No, es demasiado. Incluso, la primera vez lo fue. No Brenda, por favor.

—Pero si lo necesita...

—¡Trabajo, trabajo es lo que necesito! Pero no tengo papeles y soy extranjero.

Brenda rió.

—Ay mijo, tan chulo. Ni que fuéramos gringos, señor Wilson, para andar con esas delicadezas de papeles y demás. Aquí el que quiere trabajar, trabaja y los documentos son lo de menos. Me agrada su actitud.

Brenda hablaba pero él solo lograba escuchar algunas partes de lo que decía, embelesado en los detalles de su existencia. En forma tan peculiar de hablar, sus ademanes, delicados y rápidos, pero violentos al mismo tiempo. Su risa, exquisita burla que no molestaba.

—Entonces dígame que sabe hacer. Yo podría conseguir algo para usted.

—Pues muchas cosas. Cómo le dije, fui policía diez años en Boston. Sé algo de mecánica y...

—Sabe conducir, entonces.

—Y muy bien.

—Contratado entonces.

—Pero...

—Necesito un chófer para mí, Jean Philip no se da abasto con todo.

—¿Quiere que sea su chófer?

—Eso es lo que acabo de decir —resopló impaciente y lo hizo sentir avergonzado.

—¿Pero, está segura? ¿Sin referencias ni nada?

—¿Quiere el trabajo o no?

—¡Por supuesto!

—Mañana vaya a mi casa, ya sabe dónde es. Lo pondré al tanto de lo que necesito de usted. Estará a prueba dos semanas. Hasta entonces señor Wilson.

Brenda se fue, desapareció en segundos. Él apenas si podía creerlo. Seguramente al fantasma no le iba a gustar, pero que se lo liara como pudiera.

Eufórico, regresó al hotel.

Edward ya había esperado mucho. Incrédulo, se molestó al ver que había despertado exactamente en el mismo lugar. Esa endemoniada bruja lo había engañado pues no veía a su madre por ningún lado.

—¡Lorraine! —La llamó furioso.

—Edward... Chillón...

Edward dio la vuelta para ver a la dueña de esa voz.

—¡Diane!

Ambos se apresuraron a acercarse y abrazarse. De pronto se separó al dudar.

—¿De verdad eres tú?

—Soy yo, Edward —sonrió feliz por cuanto su actitud hacía ella había cambiado y ambos se abrazaron varios minutos.

Belel apareció al lado de ambos para convencerlo.

—Aquí la tienes, pero no disponen mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Recuerda que es una prisión.

Ambos asintieron con pesar.

—¿Estás bien, mamá? ¿No te han lastimado?

—No, Edward, lo único que lástima aquí es el aburrimiento. Pero terminará pronto.

—¿A qué te refieres con eso?

—A que éste encierro terminará, mi amor, y ambos seremos libres. Ten paciencia, mi Chillón, confía en mí.

—¿Y en ella? ¿Puedo confiar?

—En ella más que en nadie.

—El tiempo se acabó. Es hora de irnos, Edward.

—No, es demasiado poco...

Una vez más, el polvo que sopló en su cara lo hizo perder el sentido.

—Gracias, Lorraine. Lo extrañaba mucho.

—Lo sé y él a ti. Espero que ahora que te vio, esté más tranquilo.

Emocionado, Frederick se levantó temprano esa mañana. De cualquier forma, apenas si había podido dormir. Ya no estaba seguro si por la emoción o la preocupación, pues tenía tiempo sin saber nada de Edward.

Se sintió un poco tonto pues en lugar de preocuparse por su alucinación, estaba angustiado por su acompañante incómodo. Después de todo ya estaba muerto , no podía pasarle nada ¿O sí?

Se dirigió al baño dando saltos para ducharse, pues no tenía ningún apoyo extra cuando no llevaba puesta la pierna protésica. Con cuidado se metió a la ducha, apoyado de los tubos que estaban ahí para las personas que como él, las necesitaran y se bañó lo más rápido que pudo. No le dijo a qué hora debía presentarse, pero lo haría temprano, así dejaría claro que le interesaba el trabajo.

—Edward... —Le nombró esperando respuesta, pero no hubo ninguna— Muerto...

Solo silencio.

—¿Qué quieres, pervertido? ¿Que te vea encuerado? Yo no le hago a eso —respondió después de un tiempo.

—¡Joder, que susto!

—Estarás muy bonito, baboso.

—¿Dónde estabas?

—Con mi madre.

—Ah, ¿pero tienes?

—Si, de éste lado. Wey.

—Creí que te había pasado algo, tío.

—Estoy muerto,Wilson, ya no puede pasarme nada.

—Una mala sesión de Ouija, no sé —rió.

—Mejor para ti.

—En teoría. Eh, que he conseguido trabajo.

—¿Cuándo?

—Ayer. Cómo chófer.

—No deberías meterte esas cosas, Wilson, las drogas son malas.

—Es cierto ¿Y a que no adivinas dónde?

—No me gustan las adivinanzas.

—Voy a trabajar para tu viuda. Hoy tengo una entrevista con ella ¿No te alegra?

—¿Debería?

—Vas a verla muy seguido, y a tu chaval también.

El silencio se hizo de nuevo.

—¿Sigues ahí?

—Me tienes muy intrigado.

—¿Por qué?

—Eres muy extraño. No sé si eres tonto o solo finges.

—¿Ahora que hice? ¡Joder, ningún chile te embona a a ti!

—Si tienes algún plan para perjudicar a mi familia...

—¡Hey! ¡Nigún plan! Y tampoco soy un tonto.

—Es que no te entiendo.

—Ella me lo ha ofrecido, así, casi de la nada. Nos encontramos anoche en la calle, me dijo lo de siempre "¿Sigue aquí, señor Wilson?", cruzamos algunas palabras y de pronto ya estaba contratado.

—"Fascinante", cuéntame más...

La llave de la regadera chirrió al cerrarla. La cortina se abrió y Edward salió del cuarto de baño.

—Pues na' es todo. No sé el por qué de tu paranoia, yo no soy hipócrita, ¿sabes? Creo que si estamos forzados a convivir, deberíamos llevarnos bien. Yo en lo personal, no tengo nada en contra tuya, aunque sé que tú sí.

Terminó de secarse y se enredó la toalla alrededor de la cintura. El piso estaba mojado, así que cuando Frederick saltó de regreso, resbaló y cayó, golpeándose brazos, espalda y cabeza contra el lavabo y el inodoro.

—¿Estás bien? ¡¿Wilson?!
En impulso, olvidando que era solo un espectro semi transparente, se acercó para levantarlo pero no pudo y gruñó por la frustración.

—Si, si, pasa a veces —se apoyó en el mueble del lavamanos para levantarse.

—Estás herido, tienes sangre en la cara.

Edward no sabía que hacer para ayudarlo, porque además no podía hacer nada y estaba en verdad preocupado.

Frederick se colocó a gatas para llegar así hasta la cama y subir, pero los golpes le dolían mucho.

—¡Lorraine! ¡Lorraine o como te llames! ¡Haz algo! —Rogó desesperado, pues Wilson parecía mal herido.

—Estoy bien, son solo golpes, no pasa nada —lo tranquilizó dejó la toalla a un lado y procedió a colocarse el liner*, pero un hilillo de sangre bajó por su nariz desde la ceja.

—¿Qué pasa, Edward?

—¡Usa tus polvos mágicos o algo, mira, está herido!

A Belel la conmovió su cara de preocupación.

No es grave, estará bien.

—¡Puede tener un hueso roto, cayó en el baño, no es cualquier cosa!

—Si tuviera un hueso roto, no habría podido moverse. Está bien, créeme —desapareció.

—¡Valiente ayuda! —Reclamó y s acercó para ver la herida de Frederick.

No parecía algo que requiriera puntadas a pesar de lo aparatoso del accidente.

—Tal vez no debas ir hoy, Wilson.

—¿Te encantaría, verdad?

—Puedes explicarle lo que pasó, es muy comprensiva.

—¡No! ¡Estoy bien! No voy a quedar mal por algo así.

—Como quieras.

—No la voy a defraudar, si ella dijo hoy, es hoy. Así tenga que arrastrarme hasta su puerta.

Llevaba poca ropa, pero entre esa poca, había un traje con corbata, para lo que pudiera ofrecerse y el momento había llegado.

Terminó de peinarse y preguntó:

—¿Cómo me veo?

—Horrible, como siempre.

Wilson rió y se dispuso a salir a pesar de que los golpes dolían bastante.

****

En el momento en el que Gil estaba por salir, vio a Wilson tocando el timbre y caminó hasta la reja.

—¿Tú otra vez? Ya te dije que no tienes nada que hacer aquí ¡Vete o llamo a la policía, vividor!

—Tu madre me ha citado.

—Ella no es mi madre. Y lo dudo. Lárgate de una vez.

—Buen día, señor Wilson— saludó el mayordomo—, madame lo espera.

—¿Perdón, qué? —Preguntó Gil retrocediendo para que Jean abriera el portón.

—Acompáñeme, señor.

—Compermiso.

Furioso, Gil se dio la vuelta para regresar adentro y verificar lo que acababa de escuchar.

Wilson se esforzaba por caminar más a prisa, pero sus músculos empezaban a inflamarse y a doler aún más, lo que lo hacía cojear más de lo normal.

—¿Sucede algo? —Le preguntó Jean Philip al escuchar su respiración agitada y gemidos contenidos.

—No, no, Estoy bien, gracias.

—¿Seguro?

—Seguro, gracias.

Gil lo observaba desde una distancia prudente, con los brazos cruzados.

—Madame, el señor Wilson está aquí.

—Adelante.

—Buenos días.

Cuando Brenda le dio la mano para saludarlo, un flachazo de su accidente pasó por su mente y se sintió culpable. Después de todo, indirectamente lo era.

—No debió venir es este estado, señor.

—Pero yo no bebo, señora.

—Está muy lastimado, pudo haber esperado un par de días.

—Le aseguro que estoy bien.

Brenda se levanta y llama al mayordomo.

—¿En qué puedo ayudarla, madame?

—Por favor, lleva al señor Wilson con un médico para que lo evalúe.

—No es necesario, le aseguro que estoy bien,

—No se preocupe, el empleo ya es suyo. Pero lo necesito bien. Vaya con Jean Philip, por favor. Es mi primera orden para usted.

—Lo que usted diga, señora.

Jean Philip ayudo a Frederick a levantarse y llegar sin problemas hasta el auto. Gilberto entró al despacho hecho una furia.

—¿Es verdad lo que acabo de oír? ¿En serio vas a contratar a ese tipo?

—Así es. Necesito a Jean Philip contigo, pero yo requiero a alguien a mi disposición las veinticuatro horas.

—¡¿Pero ese?!

—Sí ¿Cuál es el problema?

—No me inspira confianza.

—Pues a mí sí.

—¡No sabes nada de él!

—Sé lo que hay que saber, Gil.

—¿Te gusta? ¿Es por eso, verdad?

—No.

—¿Y mi papá? ¿No que lo querías mucho y no sé qué?

—Gil, tu padre se murió hace diez años. Pero no quiero nada con el señor Wilson. Él necesita un trabajo y yo sé lo voy a dar, es todo.

—¡Cometes un gran error!

—¿Por qué?

—¡Porque, porque...!

—¡Ya, Gilberto, pareces niño chiquito!

Sin tener un verdadero argumento, prefirió irse. Él sabía que Wilson estaba embobado con ella y que toda esa amabilidad de ella para con él, solo quería decir una cosa. A ella también le gustaba el maldito lisiado y eso lo ponía rabioso. Y lo que fuera que se trajeran esos dos, no lo iba a permitir.

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