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Padre solo hay dos

No tardó en recobrar el sentido, de hecho, no había llegado a la puerta de su habitación, cuando lo hizo.

Con cuidado, la depositó sobre el colchón y la cubrió.

—¿Qué pasó?

—Al parecer sufrió un desmayo —respondió él confundido.

—Me siento tan débil...

—Conseguiré algo, ahora vuelvo.

—¡No! Quédate aquí... Ven.

John lo hizo de inmediato. No era difícil, sino imposible, escapar a sus deseos.

Al sentarse él a su lado, ella acarició su cuello con el índice.

—Extraño mucho este cuellito... Tan fino, tan delicado. Se adapta perfecto a mi boca sin esforzarme.

John volteo y miró para decirle en medio de un suspiro.

—Sigue siendo tuyo.

Brenda sonrió acariciando su cabello, aunque a veces temía tocarlo y que sus visiones revelaran algo que no le gustara, algo tan grave, que no pudiera pasar por alto.

Temía qué alguien a quien consideraba tan perfecto a pesar de sus humanos fallos, la desilusionara sin remedio. Y es qué, aunque ya no considerara a John cómo el adolescente al que conoció hacía más de un siglo, seguía tan adorable cómo entonces. Su mirada pura, casi infantil. Ese carácter fuerte, pero dulce cuando era necesario. Cómo en ese momento...

Le gustaba ver cómo se volvía dócil ante ella y se entregaba a temblando. No sabía bien si de deseo o de miedo. Tal vez ambos. Porque ella lo asustaba, no había duda alguna.

No supo en qué momento pasaron de las miradas, a los besos y luego a la repartición mutua de caricias.

Gilberto, quién seguía en el cuarto cuando todo eso empezó, tuvo que salir y cerrar la puerta.

Edward, aún en el cuerpo de Wilson, se dispuso a abrir la puerta pero el chico se lo impidió.

—No, no entres ahí... —lo tomó del antebrazo y lo llevó escaleras abajo.

—¿Están...?

Gil asintió sin atreverse a mirarlo. Entendía por lo que debía estar pasando. Esa de arriba solía ser la esposa qué tanto había amado y ahora estaba con otro. Ni siquiera con el tipo cuyo cuerpo había usurpado para salvarlo, no, con otro. Otro más.

Y odiaba pensar eso, porque sonaba cómo si ella fuera una cualquiera, pero si lo pensaba bien, solo era el tercero. Su padre, su tío y ahora el escocés ese, todo flaco sin chiste, pero qué por alguna razón qué no alcanzaba a entender, le encantaba.

🔥🔥🔥🔥🔥

John sentía cómo ella lo consumía, cómo le arrebataba la energía y ahora era él quién empezaba a sentirse débil y se le desplomó encima.

No había bebido su sangre, pero ahora estaba tan cansado, que no podía moverse siquiera.

Pero lo hizo, lo vació sin darse cuenta, estando en medio de un placentero delirio. Sus visiones se entrelazaron formando recuerdos compartidos y no sintió en qué momento Brenda le mordió el cuello, arriesgándose a sufrir un horrible malestar por beber sangre muerta. No pasó.

Y no solo no pasó, sino que ese cuerpo, que en ocasiones aparentaba ser más pequeño en comparación al suyo, a pesar de su metro con ochenta y cuatro centímetros, resultó ser medicinal.

Preocupada por haber tomado de más, se levantó, se vistió y le llevó a alguien para que bebiera directo de la vena y se recuperara más rápido.

Edward y Gil solo la vieron salir a la calle y regresar con tres transeúntes que encontró y pasaron su prueba de calidad, porque claro, no iba a alimentarlo con cualquier alimaña.

Si iba a seguir usándolo de alacena, debía darle calidad. Aunque tampoco era su intención, pero a veces no podía resistirse a su delicioso ser.

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El timbre sonó y fue la misma Brenda quien abrió, encontrándose frente a frente con Belél.

—Hola.

—Hola...

—Ah, busco a un amigo.

—¿Y te dijeron que tu amigo está aquí?

—No, solo lo sé. Yo sé muchas cosas.

—¿Y cómo se llama tu amigo?

—¿Qué haces aquí, Belél? —se adelantó Edward.

—John, se llama John. John McD...

—¿Qué haces aquí, Belél? Insistió pero ahora con un tono menos amable.

—Necesito hablar con John, alguien lo está buscando ¿Vas a dejarme en la puerta todo el día?

Con una seña la invitó a pasar.

—¿Se conocen? —preguntó confundida la vampiresa y se acomodó en uno de los sofás con las piernas cruzadas.

—¿No te acuerdas de mí? —dijo un tanto ofendida y entró.

—Me pareces conocida, pero no estoy segura. John, si es el John que tú buscas, está ahora un poco indispuesto.

—John Mcdonald.

—Está arriba. La primer puerta.

—Gracias.

—¿Cómo dices que te llamas?

—Lorraine.

—Ah, Ok.

No la recordaba, ni siquiera el primer nombre que le dió.

Pasó de la molestia a la preocupación. Subió y abrió la puerta despacio. Ahí estaba, profundamente dormido. Era una lastima tener que despertarlo, pero le había prometido a Walters que lo llevaría con él.

—John... John, despierta... Necesito que vengas a casa conmigo. Tu padre te necesita.

—¿Mi padre? —temiendo lo peor, se levantó de inmediato para correr a su casa— ¿Le pasó algo? ¿Se cayó de nuevo?

—No, no, está bien. Solo me preguntó por ti y me dijo que no has ido por allá en días.

—Me asustaste, Bel, no hagas eso.

No quería que se enojara con ella, pero ese infeliz de Charles la había amenazado.

En la vieja vivienda de los McDonald, un caballero rubio, de traje y con pinta de ricachón estirado había entrado como si de su propiedad se tratara.

Will lo miraba molesto, pues al parecer, todas esas criaturas del infierno creían que ese hogar era suyo y podían entrar cuando se les diera la gana.

Charles Walters observaba las fotografías sobre la chimenea. Había medallas y trofeos, pero por lo que leyó, ninguna le pertenecía a su vástago.

Comparado con el otro chico era tan pequeño y delgado, que parecía como si un viento repentino se lo fuera a llevar.

—¡¿Quién diablos es usted?! —preguntó Will, exasperado por tanto atrevimiento.

—Creí que esta vez tendría una mejor vida, pero parece que la mediocridad lo persigue. Primero un mozo y ahora un tonto obrero —comentó con desprecio.

—¿De qué está hablando?

Charles tomó la única foto donde John aparecía solo y se la mostró.

—De él, de mi hijo.

—¿Su hijo? ¡¿Acaso enloqueció?! ¡Yo lo vi nacer! ¡Largo de mi casa, viejo loco!

—Claro, usted lo crío esta vez, pero Wesley es mi hijo.

—¿Y dónde estaba usted? Yo Vi nacer a John, ese es su nombre, ¡John! Yo lo tuve en mis brazos apenas nació. Creímos que moriría porque nació antes de tiempo. Era tan pequeñito y frágil. Siempre lo fue, muy enfermizo también; delgado cómo un lápiz. Pero siempre un buen muchacho. Nunca se metió en problemas, ni tuvo vicios. Bueno, a veces va a beber después del trabajo, pero se lo merece porque trabaja mucho. No sé porque dice que es su hijo, tal vez está confundido, o loco, yo qué sé.

—Su verdadero nombre es Wesley Walters, nació, la primera vez, el veinticuatro de marzo de 1897 y fue asesinado el doce de noviembre de 1912. No pude hacer nada para impedirlo, no llegué a tiempo.

—¿Veinticuatro dice? E- ese es el día que nació, pero del setenta y uno.

—Tal vez no lo entienda ...

—William.

—William. El destino de casi todos es volver. Una y otra y otra vez, hasta que los eventos qué deban ser, sean. No es mi caso, ni el de algunos que conozco, pero para los mortales suele ser así. Unas veces cómo castigo y otras cómo recompensa.

Charles, sin soltar el retrato, se sentó al lado del anciano que no le quitaba la vista de encima y continuó su explicación.

—No quiero quitárselo, William, solo quiero conocerlo, porque la primera vez, llegué muy tarde. Su madre me lo ocultó para protegerlo del maldito de su marido, quién acabó matándolo de todas formas por tener la osadía de fijarse en su princesa. Princesa qué por cierto, también es de mi familia.

Ninguno de los dos se dió cuenta de que Belél y John habían entrado, escuchando gran parte de la conversación.

John ya conocía esa parte de la historia. Brenda se la había contado y había visto partes por sí mismo. Pero escuchar a ese hombre relatarlo, le dió otro sentido a lo que solo pensó, eran alucinaciones.










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